lunes, 19 de agosto de 2013

Un líder populista paraestatal


(Sobre El divino, de Gustavo Álvarez Gardeazábal)
  

Quisiera ubicar este trabajo en el marco mucho más ambicioso de un estudio general sobre los líderes populistas en la literatura latinoamericana, a quienes a su vez pretendo situar en una taxonomía, un continuum, que vaya entre los dos polos caracterizados por las figuras tópicas del dictador latinoamericano y el rebelde primitivo.
Si bien suele identificarse al líder populista como un caudillo de masas a cargo del Estado, en este caso voy a proponer el concepto provisorio de líder paraestatal, a semejanza de esas figuras que tanto conocemos, desgraciadamente, en la política latinoamericana de las décadas del sesenta en adelante: paramilitares, parapoliciales, etc.
Para esta caracterización, me voy a valer de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal El divino, porque se presta idealmente para eso, tanto por su personaje principal como por la dinámica social e ideológica en la que lo ubica.
Es fácil ver que la figura del divino está muy relacionada con la de Pablo Escobar Gaviria, lo que también me permitirá algunas reflexiones más generales sobre esa dinámica, en la historia concreta de Colombia en particular, y de Latinoamérica en general.

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El divino reelabora estructuralmente la trajinada parábola del hijo pródigo, en la forma más general del regreso al pueblo natal, como en Pedro Páramo, de Rulfo, o El resplandor, de Mauricio Magdaleno (con la cual tiene muchos puntos de contacto, sobre todo ese tópico del regreso del coterráneo convertido en un “personaje”, en este caso un político, de quien se esperan dádivas y “progreso”).
Es, en ese sentido, también, una novela de “pueblo chico/infierno grande”, coral, en la que, en cierto sentido, hay un narrador inevitablemente colectivo, como en Recuerdo del porvenir, de Elena Garro. Efectivamente, algunos fragmentos están narrados por un personaje lateral de la trama; pero más importante es que la focalización, aparentemente omnisciente, en realidad va migrando de posiciones.
Mauro, el protagonista, es un muchacho originario del pueblo de Ricaurte, donde sólo “votamos... 93 personas, porque a los bobos no los dejan” (p. 20).[1] Los bobos[2] son 39 y, de alguna manera, el espejeo de los números indica cierta equivalencia. El joven, por su parte, posee dos virtudes: es un gran corredor (metáfora de su meteórico ascenso en el hampa) y tiene un sexo descomunal, que le sirve precisamente para abrirse camino en ese mundo (la metáfora popular de las “tres piernas” tiene esa doble valencia). Va a la ciudad y allí se hace rico en el tráfico, primero, de marihuana, y luego, de cocaína (itinerario que reproduce un esquema históricamente comprobable). Todo esto, de alguna manera, contribuye a su desmesurado apodo: el narcotraficante como un pequeño dios.
 El personaje epónimo, justamente, es definido de muchas maneras en la novela: “el divino Mauro es de la pesada y anda con guardaespaldas y carro acompañante y todo ese poco de cosas de los ricos de ahora” (p. 22); “nuestro benefactor y coterráneo Mauro” (p. 61); “el divino Mauro le ha ayudado a mucha gente en este pueblo” (p. 74); “rey Midas” (p. 204).
La primera parte de la novela transcurre en la espera del regreso del divino, para las fiestas religiosas del Divino (con mayúscula), una imagen sagrada que es el otro orgullo, arcaico, del pueblito de Ricaurte (como reflexiona sobre sí misma uno de los personajes: “ella pertenecía a otra época, a otras gentes y a otros dioses”; p. 43). Las fiestas confluyen, ya que el pueblo, en realidad, le debe más milagros al divino Mauro que a la imagen del Ecce Homo, quizás falsa incluso, y en todo caso ya impotente (todo lo contrario que Mauro). Si alguna vez hizo milagros, no parece dispuesto a repetirlos; y, en todo caso, ha sido remplazado por una mano más terrenal, y más efectiva.
Las expectativas con la llegada del divino van a ir in crescendo hacia un final que se anuncia ominoso ─a causa de una posible venganza─, como en Crónica de una muerte enunciada, pero se desinfla irónicamente, con un suspiro o quejido de placer, en una aristeia homoerótica[3] y en un suicidio frustrante.
Mauro llega a Ricaurte, con su “harem de efebos luminosos” (p. 132), y desata una orgía sinfín, contracara del culto religioso y celebración de una nueva época que ha llegado para quedarse. En Ricaurte y en Colombia.
Figueroa Sánchez (2005) lo resume bien:

En El divino, está presente el poder del narcotráfico, lo que le permite al autor hacer una radiografía política de la nación, partiendo de la crisis de valores que ha sufrido la sociedad colombiana, a partir del surgimiento del narcotráfico como fenómeno. Es importante rescatar el contexto histórico, que se especifica de la siguiente manera: [citando el libro de Tittler sobre nuestro autor] “Estamos frente, pues, a un drama moral ─pero no moralizante─, una alegoría sobre la coyuntura nacional donde el villorrio de Ricaute representa en sus términos más elementales Colombia, y aun muchas otras partes de América Latina, donde sus sociedades han saltado de lo feudal a lo postmoderno, sin pasar por una modernidad ordenada o sustanciosa”. Es más, el poder “Es el producto de un desequilibrio temporal ocasionado por el chorro repentino de narcodólares en una sociedad tradicionalista”.

Mauro reflexiona sobre el poder en términos más complejos aun: “El poder, en el fondo, no ha sido más que eso, un equilibrio de acciones y reacciones, de amores y odios, de influencias y resquemores, y el divino Mauro... lo sabía ejercer para no perderlo. Era un dominio por el dinero, pero de todas maneras era un poder y a veces mucho más difícil de comprender y ejercer... Allí residía el poder, en saber tomar la determinación precisa en el momento adecuado... La mano triste de la pérdida de libertad por el exceso de poder” (pp. 153, 154, 155).
Por otro lado, Fonseca (2009) ha resumido la novela de la siguiente manera: “En la novela de Álvarez Gardeázabal, la llegada del mafioso Mauro a un pueblo del sur de Colombia desemboca en una serie de cambios en la vida diaria de los habitantes y en un des-colocamiento de las tradiciones de su región con la llegada de carros de lujo, helicópteros y bienes”.
Fonseca se propone, en su tesis Cuando llovió dinero en Macondo, examinar “la trayectoria de la narco-narrativa en Colombia y México a finales del siglo XX, enfatizando el período 1990 y 2005…”.

Mi estudio analiza los personajes de las narco-narrativas desde la lógica del dinero fácil del narcotráfico... Productos de un fenómeno global como es el tráfico de drogas, las narconarrativas dialogan con los discursos oficiales y crean nuevas maneras de aproximarse a las ideologías que subyacen al tráfico y también a la ‘guerra contra las drogas’ en los países productores. [Recordemos las referencias de la novela a los Estados Unidos, principal país consumidor de drogas.] En el caso colombiano, el deseo de ingresar al mercado del consumo de bienes de lujo llevó a muchos jóvenes a entrar en el narcotráfico como sicarios, paleros, transportadores y guardaespaldas... Tanto en Colombia como en México, el negocio del narcotráfico produjo cambios en la esfera económica y social con la emergencia de una nueva escala de valores... el lujo y el derroche de las fiestas del narcotráfico hacen pensar que ‘el dinero llueve en Macondo’...

Estas novelas “desmitifican los valores tradicionales de una sociedad letrada y miran críticamente los discursos de orden y progreso de la sociedad tradicional frente a los cambios que trae el narcotráfico...”. Resaltan la “emergencia de tipos sociales como sicarios, narcotraficantes, mulas y chicas ‘prepago’... Sectores excluidos ven en el narcotráfico la posibilidad de acceder a nuevos cánones de consumo”. A su vez, “las clases tradicionales se ven gradualmente desplazadas por la entrada de nuevos ricos...”.

[esta narrativa] subvierte un imaginario del mafioso, retrata una sociedad que empieza a rendir homenaje solamente a los hombres capaces de enriquecerse rápidamente... las narco-narrativas colombianas reflexionan sobre la culpabilidad de una sociedad que cedió al narcotráfico... la relación entre la Iglesia y el narcotráfico y la recepción de filantropías en las que flota el aroma del narcotráfico y el lavado de dinero... Pablo Escobar en la ciudad de Medellín y Amado Carrillo en México... repartían dinero, casas y regalos a las familias pobres...

Especialmente los jóvenes ven en el narcotráfico una

posibilidad de escalar socialmente y vencer el determinismo social... un imaginario social que vio en el dinero ilegal la manera más fácil de superar la crisis económica, social y política de estos dos países... En regiones donde el poder del Estado es casi nulo,[4] delincuentes y narcotraficantes han llenado un vacío social y se han convertido en hombres promotores del desarrollo económico.

Esta “influencia del narcotráfico en la axiología social”, como dice Fonseca, se ve muy bien la novela, a través de una mayoría de personajes que caen rendidos a los pies del divino: “no es de extrañarse en este mundo donde todos los valores han cambiado” (p. 39). Hasta el obispo ha sido cooptado por el narco (situación a la que alude uno de los apellidos principales del pueblo, ligados a la Iglesia, los Borja).
Y esta temática aparece de manera amplia en las dos discusiones[5] que tiene Melba y “el doctor”, un político tradicional que se resiste a dejarse llevar por los nuevos tiempos.
A primera vista, esta postura del político, mostrado como prácticamente el único “puro”, parece una ironía, o una broma al menos, del autor implícito. Pero no hay que olvidarse que el autor real también ha sido un político, que fue intendente de Tulúa y que se vio involucrado en varias acusaciones cruzadas respecto de su actuación en contra (o a favor) del narcotráfico. Y tampoco hay que olvidar que muchos políticos y otros hombres públicos colombianos fueron asesinados por el narco, debido a su resistencia a ser cooptados, como Luis Galán, que alguna vez se postuló como sucesor del lamentado Jorge Eliecer Gaitán (explotando incluso la paronimia de sus apellidos).
La segunda discusión, justamente, finaliza con una (astuta) opinión del doctor: “Si alguna oligarquía es inteligente en América Latina es la oligarquía colombiana” (p. 222). Que hace juego, en espejo, con la célebre frase de Pablo Escobar que Fonseca ha usado como epígrafe de su tesis: “Qué pobres son los ricos de este país”.[6]
Sabemos que Pablo Escobar Gaviria, el narco más famoso de todos los tiempos, capo del cartel de Medellín, fue asesinado en 1993 por una heterogénea y desmesurada coalición entre el gobierno colombiano y el norteamericano, grupos parapoliciales y paramilitares, y su cartel rival, el de Cali.
Mark Bowden, autor de Matar a Pablo Escobar, nos da algunas pinceladas maestras sobre esa vida y esa muerte paradigmáticas:

Medellín era la ciudad de Pablo: había sido allí donde había amasado sus miles de millones de dólares y donde aquel dinero había levantado bloques tic oficinas, edificios de apartamentos, discotecas y restaurantes; y también donde había dado casas a los pobres, aquellos mismos que hasta entonces se habían cobijado debajo de chabolas de carrón, de plástico y de lata, y que, con la boca y la nariz tapadas por un pañuelo, habían hurgado en las pestilentes montañas de desperdicios del basurero municipal en busca de cualquier cosa que pudiese ser recuperada, limpiada y vendida. En ese lugar, don Pablo había construido canchas de fútbol iluminadas para que los trabajadores pudiesen jugar de noche, y allí era donde tantas veces había ido a inaugurar instalaciones y cortar listones. En ocasiones, cuando ya se había convertido en una leyenda, don Pablo incluso participaba en aquellos partidos. Todos estaban de acuerdo en que don Pablo se había escondido allí durante dieciséis meses mientras la policía ponía la ciudad patas arriba; allí había vivido de escondrijo en escondrijo, rodeado de gente que, de haber conocido su verdadera identidad, tampoco lo habría entregado. Porque era en aquel barrio de Medellín donde fotos de él colgaban en marcos dorados, donde la gente le rezaba para que viviera muchos años y tuviera muchos hijos, y también donde —y él lo sabía bien— aquellos que no rezaban por él, le tenían terror... Cualquiera puede ser un criminal, pero llegar a ser un forajido requiere admiradores. El forajido representa algo que va más allá de su propio destino. Sus actos delictivos, por más egoístas o absurdos que fueran, transmitían un mensaje social. Los actos de violencia y los crímenes que cometían eran ataques a un poder lejano y opresivo... Su éxito se debió fundamentalmente a la particular cultura e historia de su tierra, a la tierra propiamente dicha y al clima, ingredientes indispensables para las cosechas de coca y de marihuana. Pero el otro ingrediente de la leyenda era el propio Pablo, porque a diferencia de los forajidos que le precedieron, él comprendía el poder de ser considerado una leyenda. Él creó la suya y la nutrió. Era un matón y un violento, pero tenía conciencia social. Era un capo despiadado y brutal, pero también un político dotado de un estilo personal y cautivador que, al menos para algunos, trascendía la bestialidad de sus actos. Era sagaz y arrogante y lo suficientemente rico como para sacar provecho de esa popularidad. En palabras del presidente colombiano César Gaviria, Escobar poseía “una especie de genio innato para las relaciones públicas”. A su muerte, miles lo lloraron. Y lo era en gran medida por su genial habilidad para manipular la opinión pública.

Con lo cual nos abrimos a la propuesta —sólo una propuesta inicial—, de este trabajo. El divino Mauro, como Pablo Escobar, resulta caracterizado como lo que podríamos llamar un líder populista paraestatal. Digo “paraestatal” por analogía irónica con “parapolicial”, “paramilitar”, etc., pero también como contraposición al hecho de que habitualmente se estudian los líderes populistas que detentan directamente el poder del Estado: Perón, Vargas, Cárdenas, etc.
De Mauro se dice también en la novela: “Él sabe muy bien qué le gusta a su pueblo” (p. 203). Y el hecho de que la afirmación contenga también una alusión sexual refuerza el aserto.
Una última cuestión, entre tantas, para referirnos a la postura del autor implícito (ya que los narradores y los focos van variando). Al respecto, una pista nos la da el mismo texto, como debe ser. Se dice de Ebelina, la que calcula los biorritmos, que “se apartó para estar acaso mucho más cerca” (p. 169).









Bibliografía

Álvarez Gardeazábal, Gustavo, 1986, El divino, Bogotá, Plaza & Janés.
Bowden, Mark, 2007, Matar a Pablo Escobar, Barcelona, RBA.
Figueroa Sánchez, Cristo Rafael, 2005, “Reseña de Jonathan Tittler: El verbo y el mando. Vida y milagros de Gustavo Álvarez Gardeazábal”, Tabula Rasa. Revista de Humanidades, Tulúa, UCEVA, pp. 264.
Fonseca, Alberto, 2009, Cuando llovió dinero en Macondo: Literatura y narcotráfico en Colombia y México, University of Kansas.
Hobsbawm, Eric, 2001a, Bandidos, Barcelona, Crítica.
Hobsbawm, Eric, 2001b, Rebeldes primitivos, Barcelona, Crítica.

Página web de Gustavo Álvarez Gardeazábal:







[1] Cito por Gustavo Álvarez Gardeazábal, 1986, El divino, Bogotá, Plaza & Janés.
[2] Sobre los famosos “bobos” de Ricaurte, ver: http://aupec.univalle.edu.co/informes/diciembre00/retardo.html.
[3] Que Mauro sea “homosexual” (bisexual o pansexual, en realidad) implica, entre otras cosas, un desafío al estereotipo sexista del narco machote; pero es más también: una figuración del narco como rey griego (Midas), dios andrógino o criatura mítica en general.
[4] Esto nos abre a otra línea de análisis, la aportada por Eric Hobsbawn sobre el “bandolerismo social”, en su clásico libro Bandidos. “El bandolerismo como fenómeno de masas, es decir, la acción independiente de grupos de hombres violentos y armados, aparecía sólo donde el poder era inestable, estaba ausente o había fallado. Con el declive e incluso la ruptura y disolución del poder del estado que estamos presenciando a finales del siglo XX, es posible que gran parte del mundo esté entrando de nuevo en otra era semejante”. Hobsbawn hace también referencias a Colombia: “Incluso hoy, por ejemplo, el gobierno de Colombia no puede controlar varias zonas de su territorio excepto por medio de incursiones militares periódicas...”. Pero luego relativiza el concepto: “Sea cual sea la imagen que perdura en el siglo XXI de los guerrilleros de las FARC, los paramilitares y los pistoleros del cártel de la droga, ya no tendrán nada en común con el antiguo mito del bandido”. Esto último exige profundización.
[5] Ver pp. 190-191 y 219-222.
[6] “Entre 1976 y 1980 los depósitos en los bancos colombianos se incrementaron más del doble... Llegaban tal cantidad de dólares norteamericanos ilegítimos que la élite dirigente comenzó a concebir maneras de participar en la bonanza sin infringir la ley. El Gobierno del presidente Alfonso López Michelsen permitió una práctica que el banco central denominó ‘abrir la ventana lateral’: la conversión legal de cantidades ilimitadas de dólares en pesos colombianos. Toda la nación estaba dispuesta a unirse a la fiesta de Pablo Escobar... El patrimonio de las familias más influyentes se había construido sobre los cimientos del crimen: la trata de esclavos, el tabaco, el tráfico de quinina y tantas otras actividades de dudosa ética” (Bowden, 2007).

(Ponencia en las 
III Jornadas de investigación “Escenas de literatura latinoamericana”, 
Buenos Aires, Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas”, 
27-28 de septiembre de 2012.)