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sábado, 11 de mayo de 2013

B/B (Bolaño/Bellatin)


Para un “académico” (un profesor de la facultad, digo, no un hincha de Racing o de Rosario Central), debería ser una vergüenza confesar que no ha leído —como es mi caso— todo Bolaño y todo Bellatin, las dos grandes estrellas actuales del oscuro firmamento de la literatura latinoamericana: una muerta y otra no (pero, según creo, todas las estrellas que vemos están muertas, ¿no?) Por suerte, los programas de las materias correspondientes no son diseñados por Anagrama, Alfaguara o Rodrigo Fresán. Y, en definitiva, uno —que no es Noé Jitrik— lee (así como escribe) lo que puede, no lo que quiere.
En realidad, en la lectura de estos dos escritores, casualmente, empecé mal, con el pie izquierdo, como se dice: La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, y Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, de Mario Bellatin. Dos libros sobre libros, y autores, inexistentes, en la senda ya demasiado trajinada de Borges (Hembert Quain, Pierre Menard, Almotasim), claro está. Debo decirlo: estoy bastante podrido de ese método, de ese subgénero. Tiene su gracia, no lo niego, pero ya ha sido suficientemente desarrollado, y hasta parodiado, es decir, clausurado: por el mismo Borges, apoyado en Bioy, y por otros como Stanislaw Lem (Vacío perfecto es una joyita). Acá el humor salva los papeles. Pero en Bolaño y Bellatin hay una solemnidad digna de mejor causa. Aunque seguramente los leí mal, es sólo un prejuicio mío, etc.
Ojo: me gustan los libros sobre libros y escritores. Por ejemplo, disfruté mucho El último lector, de Piglia, o Bartleby y Cia., de Vila-Matas. Libros y escritores reales, ¿no?, qué palabra de mierda. Porque me dirán: ¿qué diferencia hay? Dentro de mil años, no se sabrá si Nagaoka no era tan real como Kafka, como ahora no se sabe si existieron Homero y Shakespeare (otra vez, Borges). Bueno, de hecho ahora mismo no se sabe bien: muchas reseñas de Internet dan por existente al nipón de larga nariz, y esto parece que hay que contabilizarlo, y hasta celebrarlo, como un triunfo de Bellatin, en vez de una estupidez del que lee y pone en Internet cualquier cosa (como yo). Además, precisamente, se trata de cuestionar “los límites” de la realidad, no darla por conocida, etc. Todo el resto queda(mos) condenado(s) al infierno grasa del empiriocriticismo leninista.
En fin. No contento con este mal comienzo, decidí perseverar.
Bolaño tiene cuentos clásicos, como “El Ojo Silva” y “Últimos atardeceres en la tierra”, que son perlas cultivadas, no me cuesta nada admitirlo. Los poemas de Los perros románticos, en cambio, ejercieron sobre mí una seducción de corto alcance; conste que yo también soy un poeta “objetivista”… Por eso mismo, no me gusta demasiado el abuso de prosaísmos.
Después vino Los detectives salvajes. Esto fue otro cantar, lógicamente. Una “novela-río” como las que ya, supuestamente, no se escriben; de esas que te invaden la vida, las noches, las pesadillas, el lenguaje cotidiano. Me produjo un gran impacto, sobre todo la primera parte. La segunda, la de los testimonios “polifónicos” me saturó un poco. Y el final resulta decepcionante, aunque creo evidente que es un efecto deliberado.
Lo que me asombra de Bolaño, mejor dicho, de la adoración por Bolaño, es que se trata de un escritor absolutamente cortazariano en una época absolutamente anticortazariana. No me puedo extender demasiado sobre esto; incluso advierto que quizás me contradigo porque antes de hablé de Borges respecto de La literatura nazi… Pero en los otros textos de él que conozco aparece ese vitalismo algo ingenuo, esa asociación apasionada entre literatura y vida (y sexo), tan de Cortázar y tan de(s)preciada hoy día. A lo mejor me equivoco. Sé que el sexo en Bolaño es más decididamente “guarro”, más Henry Miller o Bukowski, que en Cortázar (hoy es tan fácil despreciar su metafísica del sexo oral en Rayuela y del sexo anal en Libro de Manuel que, entre paréntesis, es casi del mismo año que Último tango en París). Bah, hoy estamos de vuelta de todo, nos las sabemos todas. La revolución ya pasó y no va a volver, Dios no lo quiera. Pero no sé si Bolaño estaba tan resignado a eso como sus lectores más conspicuos.
Con respecto a Bellatin, también perseveré con algunos cuentos (aunque esta clasificación siempre es provisoria) y, recientemente, con Perros héroes. Seguro que tengo que leer mucho más, ya que en Bellatin todo se trata de una obra fragmentaria, como desechos o atisbos de una obra mayor (la idea, un tanto justificatoria, casi condescendiente, me parece, es de Alan Pauls).
Sin embargo, el subtítulo de este último texto es significativo: “Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois.” Me dirán que todo lo veo a través del prisma de Borges, y qué le voy a hacer, lo admito: pero en contra; como en la paradójica “Historia de la eternidad”, en ese subtítulo provocador se confrontan y anulan el tiempo, el espacio, el movimiento, el plural, el singular. Sin dialéctica, como corresponde.
Y, evidentemente, no hay ningún Tratado; tampoco, probablemente, un futuro. Menos (para nada), una América Latina. ¡Justo ahora!



(Publicado en el blog TP, 10 de marzo de 2009.)



miércoles, 19 de octubre de 2011

La cama de Pancho Villa


(dos escenas)

En la primera edición de Cartucho,(1) hay un breve relato que su autora, Nellie Campobello, sacó de la segunda edición. Se titula “Villa” y algunos lo han calificado de “estampa extrañísima”.(2) También es habitual preguntarse por la razón de ese descarte. Entre una y otra edición, se registran numerosos cambios y agregados, que parecen atribuirse a la influencia de Martín Luis Guzmán sobre la autora.
En este caso particular, el del único relato que desaparece en ese interregno de reencuentro personal entre dos grandes escritores “de la Revolución”, podría postularse, preliminar y superficialmente, que se quiso evitar un parangón evidente con una escena célebre de El águila y la serpiente,(3) parangón que voy a hacer en lo que sigue.

Así empieza el relato de Campobello:

Villa aquella mañana estaba de fierro malo. Siempre que llegaba de Canutillo, pasaba en casa de los Franco, una familia —de pelo rojo— que hay en Parral. Mamá iba con mi hermano el mudo y yo, el general no sabía que ella estaba en Parral.

Los tres son llevados a la habitación donde está Villa.

... junto a la ventana, en un colchón tirado en el suelo, estaba el general, se sentó mamá en una silla bajita (de manufactura nacional), él estaba sentado con las piernas tirantes, tenía la gorra puesta.

Veamos una parte del parágrafo de El águila... llamado “Primer vislumbre de Pancho Villa”:

Traspuesto el umbral, Amador había girado sobre su izquierda, escurriéndose por una de las hojas y el cuerpo del soldado. Pani lo seguía. Yo era el último. Luego, a los cuatro o cinco pasos, nos encontramos los tres en el rincón opuesto al de la lámpara: era el más oscuro de todos. Pancho Villa estaba allí.
Estaba Villa recostado en un catre y cubierto con una frazada cuyos pliegues le subían hasta la cintura. Para recibirnos se había enderezado ligeramente.(4)

Las similitudes son obvias.
Es tentador, para empezar, comparar los dos tríos de visitantes del caudillo. Por un lado: la Mamá (fuente de los cuentos-leyenda que contará alguna vez su hija);(5) la hija (precisamente, la futura narradora o, con más precisión, escritora de esos relatos), y el hermanito mudo. Por otro lado: el licenciado Amador; Alberto Pani, exsubsecretario de Madero, que le cuenta a Villa la historia de la muerte del Mártir, y el narrador, Martín Luis Guzmán.(6) Éste será quien permanezca mudo en toda la escena, como la narradora (de manera temporaria) y el hermanito de la narradora (de manera permanente). Pero es el encargado de transmitir la historia, como lo será la niña-adolescente, función similar a la que, en el transcurso de la escena, cumple Pani recordando a Madero. ¿Y la Mamá? Ella es la voz cantante, sin duda: “Algo dijo mamá... Aquella mañana mamá pudo dejar caer sobre Villa unas palabras de ánimo”;(7) en esto se parece a Pani. Aunque, creo, algo tiene también de Amador(a).
Pero los triángulos también pueden desarmarse (y es mejor así). Porque en todo Cartucho hay una gran ausencia: el padre. Y, si bien es demasiado evidente que este lugar lo ocupa el general Villa, no lo es mucho menos que también es un lugar ideal para que ocupe Guzmán (que de hecho lo va a hacer en sus enigmáticas relaciones con una mujer de por sí enigmática como lo fue Nellie Campbell-Campobello).(8)
Sigue ésta:

Cuando Villa estaba enfrente sólo se le podían ver los ojos, sus ojos tenían imán, se quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago.

El impacto inaudito de la mirada de Villa, su voz, su apostura física en general son lugares comunes de la “bibliografía villista” (a favor o en contra). Cifra por excelencia del poder carismático.(9)
En el fragmento de Guzmán, también aparece el tema de los ojos, varias veces, pero de manera tal vez anodina o esquiva:

Amador pronunció frases de presentación tan sinuosas como largas. Villa lo escuchó sin parpadear... Los rayos de la lámpara venían a darle de lleno y a sacar de sus facciones brillos de cobre en torno de los fulgores claros del blanco de los ojos... Su postura, sus gestos, su mirada de ojos constantemente en zozobra denotaban un no sé qué de fiera en el cubil...

Porque en esta escena lo corporal pasa por otro lado:

Luego Amador se calló en seco, y Villa, sin contestar, mandó que el soldado acercara sillas; pero como de éstas, por lo visto, sólo había dos, dos trajo el soldado: las ocuparon Amador y Pani. Yo, a invitación de Villa, me había sentado ya en el borde del lecho, a medio jeme del cuerpo que lo ocupaba. El calor de los cobertores penetró mi ropa y me llegó a la carne.

Antes de analizar esta perturbadora escena, prestemos atención a la cuestión de las sillas. En el primer caso, “se sentó mamá en una silla bajita (de manufactura nacional)”; en el segundo, también hay escasez de mobiliario, lo que acentúa la austeridad del entorno y la forma de vida del caudillo. (Hay que resaltar, incluso, que el episodio de Guzmán transcurre durante una etapa de apogeo de Villa, mientras que en el Campobello el general ya está permanentemente en retirada, perseguido por los carrancistas. En ambos casos, queda clara la precariedad de la situación del único caudillo revolucionario que no aprovechó los “frutos —políticos— de la revolución”.)
Pero, más que nada, interesa anotar cómo Guzmán se ve forzado a sentarse en el borde del lecho mismo, casi en contacto corporal con Villa,(10) mientras Mamá consigue un lugar más alejado, acorde con su condición de mujer, y de viuda, pero prácticamente a la misma altura que el caudillo. O un poco, apenas, más arriba: “... levantó los ojos hasta mamá; todo él era dos ojos amarillentos medio castaños, le cambiaban de color en todas las horas del día” (el subrayado es mío).
Otra vez los ojos; y aquí, como equivalente bien perceptible del “calor” corporal que le llega a “la carne” a Guzmán. (Recordemos que “todo el mundo” se quedaba “con los ojos de él clavados en el estómago”.) Y, donde Guzmán lee (o quiere leer) “zozobra”, Campobello, y quizás su madre, leen sutiles cambios de color que dejan transparentar los correlativos cambios de ánimo del hombre que rige sus destinos, con arbitrariedad pero también con benevolencia.
Hasta aquí la “puesta en escena”, digamos, la significativa ubicación de los “actores”. ¿Qué se habla entre ellos?
En Guzmán:

... por más de media hora nos entregamos a una conversación que puso en contacto dos órdenes de categorías mentales ajenas entre sí. A cada pregunta o respuesta de una y otra parte, se percibía que allí estaban tocándose dos mundos distintos y aun inconciliables en todo, salvo en el accidente casual de sumar sus esfuerzos para la lucha. Nosotros, pobres ilusos (...), habíamos llegado hasta ese sitio cargados con la endeble experiencia de nuestros libros (...) Veníamos huyendo de Victoriano Huerta (...) a caer en Pancho Villa, cuya alma, más que de hombre, era de jaguar: jaguar en esos momentos domesticado para nuestra obra, o para lo que creíamos ser nuestra obra; jaguar a quien, acariciadores, pasábamos la mano sobre el lomo, temblando de que nos tirara un zarpazo (subrayados míos).

Mamá también llega ante Villa cargada con escritura: “Algo dijo mamá. Algo le contestó. Luego le dio un pliego escrito en máquina. Villa se tardó mucho, mucho rato.” No sabemos exactamente qué decía el pliego, aunque se pueden suponer algunas cosas. Sabemos que las palabras de Mamá (las orales o las escritas, o ambas) causan en el general (que estaba “de fierro malo”) un cambio de ánimo, para mejor. Evidentemente, no hubo allí el “contacto” de los mundos “distintos y aun inconciliables” que Guzmán describe acudiendo, paradójica y quizás involuntariamente, al campo semántico de lo físico-corporal. En Cartucho, en cambio, a través del “solo” contacto visual, Mamá y Villa logran la comunicación profunda que la hija va a consagrarse a narrar en todo el resto del libro (y quizás en todo el resto de su obra).
Falta algo. Por qué no volver sobre alguna otra hipótesis acerca del retiro del fragmento en la segunda edición del libro. En este sentido, podría postularse que Nellie Campobello resigna su “Villa” para que predomine (el de) Martín Luis Guzmán;(11) pero también para obliterar la exhibición demasiado ostensible de un deseo, el de su madre, doblemente inadecuado: porque es el de su madre y porque, quizás, es el propio.


Notas

(1) La primera edición es de 1931. La segunda, de 1940, en la editorial de Rafael Giménez Siles y Martín Luis Guzmán. “Quizás no sabremos nunca qué pasó entre 1931 y 1941... Lo que fue, fue muy complejo”, dice Jorge Aguilar Mora en su Prólogo a la reciente edición de Era (México, 2000). Cito por ésta.
(2) Aguilar Mora, ob. cit. Excurso: el carácter episódico de las principales “novelas” de la Revolución Mexicana (Cartucho, El águila y la serpiente, Los de abajo), además de la proliferación de libros anecdóticos y memorialísticos (cf. Anécdotas de la Revolución, de José Ramos, y Memorias de un espectador, de José Fuentes Mares, por ejemplo), podría atribuirse —con cierta obviedad quizás— a las dificultades de abarcar un proceso cuya complejidad, por otra parte evidente, se resiste a las totalizaciones. El letrado no puede o no quiere entender; el subalterno, aparentemente, no lo necesita (cf. el personaje central de Los de abajo, Demetrio Macías, y su resistencia a intelectualizar su adhesión revolucionaria).
(3) Publicada en Madrid en 1928 o 1929, según las bibliografías disponibles. Cito por la edición de La Oveja Negra (Bogotá, 1985).
(4) Este episodio es analizado, desde una perspectiva distinta pero muy inspiradora, por Horacio Legras, “Martín Luis Guzmán: el viaje de la revolución”, MLN 118 (2003), pp. 427-454
(5) Célebre dedicatoria de Cartucho: “A Mamá, que me regaló cuentos verdaderos en un país donde se fabrican leyendas y donde la gente vive adormecida de dolor oyéndolas.” Ver también el fragmento llamado “Los hombres de Urbina”, donde la madre lega a su hija el conocimiento de los hechos y la misión de contarlos: “Narrar el fin de todas sus gentes era todo lo que le quedaba.”
(6) En realidad, el narrador sólo es llamado “Luisito”; esto ocurre en otro episodio del libro, y es justamente Alberto Pani quien lo denomina así.
(7) Las “palabras de ánimo” que Mamá logra dar a Villa son simétricas de las que Guzmán utiliza para desarmarlo, en otra famosa escena de El águila... (ver Horacio Legrás, ob. cit., pp. 449-452). Sería muy arriesgado, sin embargo, proponer que se juegan en esta oposición dos figuras de intelectual, el que anima (orgánico) y el que desarma (ilustrado). La tentación de, además, atribuir esta dicotomía a los géneros involucrados es demasiado desproporcionada.
(8) “¡Ahora sí ganamos! ¡Ya tenemos hombre!”, le había dicho Vasconcelos a Guzmán, refiriéndose por supuesto a Villa. Y Guzmán, luego de recordar/repetir la frase de Vasconcelos, tras la escena del catre, se dice, como extasiado: “¡Hombre!... ¡Hombre!” Por otra parte, antes de retirarse de la presencia de Mamá y sus dos hijos, dice Villa: “Hoy soy el padre de todas las viudas de mis hombres.”
(9) Sólo como asociación libre, recuerdo esa escena de Un día muy particular en que el personaje de Sofia Loren recuerda un encuentro personal con Mussolini: él iba a caballo y la mira fijamente; en ese momento, ella sabe que está embarazada. Eugenio Gaburri y Laura Ambrosiano, en Aullar con los lobos. Conformismo y reverie (Buenos Aires, Lumen, 2006), cuentan el caso de una paciente cuya madre afirmaba respecto de su marido: “Bastaba que me mirase para hacerme quedar embarazada.”
(10) El calor que percibe Guzmán es paralelo al que va a percibir cuando reciba la pistola de Villa de sus propias manos, más adelante: “Luego, en medio de un silencio general, me entregó la pistola, con canana y todo. Al sentir en mis manos aquel peso, tibio aún, me estremecí...” (Juro que no intento erotizar —o falicizar— innecesariamente las escenas analizadas, que en ese sentido hablan por sí solas.)
(11) Se cree que Nellie facilitó a Guzmán mucha de la documentación que éste usaría en sus contradictorias Memorias de Pancho Villa.

(Escrito para las Jornadas de Historia de México, Rosario, octubre de 2006. Publicado en la revista digital Aurora Boreal, Dinamarca, julio de 2009)

martes, 18 de octubre de 2011

El problema y La sombra de la Casa Blanca, dos novelas ¿antiiimperialistas? de Máximo Soto Hall




¿Cuál es el problema?

En el significativo año de 1899 —un año después de la guerra de Cuba, un año antes de que empezara el siglo XX—,(1)el guatemalteco Máximo Soto Hall publica en San José de Costa Rica su novela El problema. Un curioso experimento de ciencia ficción en un contexto, el latinoamericano, poco proclive a ese género codificado, en su versión moderna, por autores como Julio Verne y, especialmente, H. G Wells. (Hay pocos nombres para agregar en este continente y en estas épocas tempranas: el argentino Holmberg, el mexicano Amado Nervo; posteriormente, Arturo Cancela. Estos últimos, muy influidos por el inglés.)

Más raro aún: no sólo es ciencia ficción, y en su variante distópica, como suele decirse, sino también en su variante o subgénero de política-ficción.(2) Porque la acción de El problema transcurre en 1928 (un año después de que se publicaría, efectivamente, La sombra de la Casa Blanca, la otra novela de la cual voy a hablar). Para ese entonces, según el relato de Soto Hall, los norteamericanos se han apoderado del país “pacíficamente”, o al menos con el beneplácito de la mayoría de los habitantes (y una resistencia mínima, mayormente discursiva, de algunos), y se disponen a extender sus dominios por el resto de la América Central, el “patio trasero”, bajo la engañosa y recurrida forma de la “anexión”.

El protagonista de la novela es un joven, Julio Escalante, que vuelve de Europa y encuentra que su país ha cambiado enormemente a partir del dominio yanqui. Esto da pie a una contraposición, típica de la época (cf. el Ariel de Rodó), entre la cultura europea, sobre todo latina, y la anglosajona; contraposición que se resuelve, en varios niveles, con una clara superioridad de esta última. Las transformaciones han sido enormes y, como dije antes, nadie parece oponerse a un agresivo capitalismo norteamericano que aparece como esa fuerza increíblemente destructiva y constructiva a la vez, cuya descripción casi celebratoria Marshall Berman gusta atribuirle a Marx (y antes, según parece, a Goethe). De ahí que algunos críticos duden de la postura ideológica del autor, o bien de la novela. ¿Hay ironía, resignación, apología inclusive? Dialéctica, seguro que no.  

En realidad, toda la obra es excesivamente discursiva, una suerte de “novela de tesis” en la que la narratividad propiamente dicha está soportada por una trama que se adelgaza hasta lo invisible. “No pasa nada”, salvo la fiesta final, en la que se consuma la anexión, y el desenlace fatal, casi en simultáneo. Los personajes encarnan posiciones ideológicas o morales prefijadas y emiten un discurso automáticamente acorde con ellas. Por ejemplo:



Sí, seremos americanos. Esa gran nación ha vivido ignorante de su grandeza; su amor a la libertad y su afán de progreso no la habían dejado comprender que sus músculos de gigante se hallan oprimidos en el territorio que ocupa. Hoy tratará de ensancharse y nosotros tendremos que darle espacio, no hay más remedio.



Todos los personajes hablan así, y el narrador también.

Por su parte, Julio es el típico personaje modernista, un decadente finisecular, “temperamento nervioso” cuyas vacilaciones ideológicas, si así pueden llamárselas, no presagian un buen final, desde el vamos.

Incluso, hay un abuso de la alegoría hasta la apoteosis (negativa) final: el protagonista se lanza con su caballo debajo de las ruedas del ferrocarril que se lleva a su amada, recién casada con el yanqui. Símbolo transparente, cifra del fracaso definitivo, erótico-político; del personaje y de lo que tenuemente representa: la latinidad en retirada.



El encuentro fue inevitable. caballo y caballero, arrojados por la gran mole de hierro, rodaron juntos sobre las bruñidas cintas de los rieles. Después, entre el traquetear de los carros, los suspiros del vapor y el metálico ruido de las ruedas, se oyó un crujir de huesos, y el ahogado relincho de un caballo, mientras el tren con su cortejo magnífico, arrastrando a una pareja feliz, pulverizaba al último representante de una raza caballeresca y gloriosa.



Esto lleva a su culminación, también, un “uso” alegórico de los personajes, sobre todo femeninos; en este caso, Emma, la “mujer nueva”, la del alma moldeada por “lo sajón”, ha sobrepasado, en el (fracasado) amor de Julio, a Margarita, la “latina esencial”, angelical pero fatalmente débil y condenada a desaparecer. (Más adelante volveré sobre esto, cuando trate sobre el mismo procedimiento respecto de los personajes femeninos de La sombra de la Casa Blanca.)(3)

El problema produjo un cierto impacto en el reducido campo intelectual costarricense (ver, sobre todo Molina Jiménez, 2001, y Ríos Quesada, 2002); incluso desencadenó lo que unas décadas más tarde se llamaría el “ciclo de la novela antinorteamericana o antiimperialista” (como se dice “el ciclo de La Bolsa” en Argentina a partir de 1890). Algunas de estas novelas son: El árbol enfermo (1918) y La caída del águila (1920), de Carlos Gagini (uno de los “escritores nacionales” de Costa Rica);(4) La oficina de paz de Orolandia (1925), de Rafael Arévalo Martínez; Canal Zone (1935), de Demetrio Aguilera, etc.; y, bastante tiempo después, la “trilogía bananera” de Miguel Ángel Asturias (El Papa Verde, Los ojos de los enterrados, Viento fuerte), autor sobre el que deberé volver más adelante, por otras razones.

Pero ¿quién era Soto Hall?



Las sombras de Soto Hall

Un buen resumen biográfico puede encontrarse en Molina Jiménez (2001). Máximo Soto Hall nació en Guatemala, en 1875, en una familia rica; su padre era un empresario y diplomático hondureño (combinación harto frecuente en Centroamérica). Muchos otros parientes ocuparon cargos políticos de importancia, en Guatemala y en Honduras, en la época de las “reformas liberales” comunes a varios países de la región. A su vez, la carrera política de Máximo empezó precozmente: en 1892, ya era secretario de la legación guatemalteca en Madrid. Dos años antes, había publicado su primer poemario, Para ellas, y Rubén Darío le dedicó un soneto en el que lo llamaba “bohemio humano, pensador divino”.

Luego de viajar por Europa y publicar varios libros más, regresó a América, por razones no del todo claras, y se instaló en Costa Rica, en 1896. Al poco tiempo, empezó a ejercer el periodismo y se vinculó fluidamente con el gobierno de Rafael Iglesias. No fue su última relación con un dictador; de hecho, por entonces comenzó una amistad con Manuel Estrada Cabrera que lo llevaría a colaborar con éste cuando se convirtiera en “el Señor Presidente”, y durante muchos años. Esta obvia posición de “intelectual orgánico” de un régimen despótico con algunas ínfulas ilustradas le permitió ejercer diversos cargos públicos, sobre todo como publicista del gobierno entre intelectuales latinoamericanos, a quienes debía atraer (el inefable Chocano fue uno de sus éxitos; bueno, no era tan difícil).

En 1915 fue el revisor oficial de El Libro Azul de Guatemala, en el que —según parece— redactó su propio panegírico, y en 1917 publicó una Biografía de Estrada Cabrera al alcance de los niños (!).

Finalmente, tuvo la suerte de estar en Washington cuando una insurrección popular terminó con el sanguinario gobierno. Esto lo llevó a un largo exilio en Venezuela, Chile, Argentina (donde se publicó la primera edición de La sombra de la Casa Blanca), Uruguay. Pudo volver a Guatemala, donde estuvo muy poco tiempo; prefirió regresar a la Argentina, donde trabajó durante muchos años en La Prensa, y murió en 1944. En el ínterin, había rechazado las seducciones de una nueva dictadura, la de Ubico. Evidentemente, le preocupaba su pasado y eligió construirse una nueva reputación como intelectual “antiiimperialista”.

Esta historia —que parece un resumen, sino una parodia, de la de tantos intelectuales burgueses centroamericanos— permite releer con una mezcla de asombro y sospecha la crítica, contemporánea, de Miguel Ángel Asturias sobre La sombra de la Casa Blanca. Asombro, porque el autor de El señor Presidente  no podía ignorar la trayectoria “cabrerista” de Soto Hall; sospecha, porque así se pueden leer bajo otra luz afirmaciones veladas como “esto es lo que en Soto Hall merece calurosa alabanza, esta reforma profunda de su personalidad que, lejos de hacer las de Chocano, que sigue defendiendo tiranías, ayer a Estrada Cabrera y hoy a Leguía...” (Asturias, 1997, p. 285).(5)

Y también permite calibrar mejor las ambigüedades y las flojedades en la trama (narrativa e ideológica) de ambas novelas, especialmente de El problema.



Sombras nada más

Al principio de La sombra de la Casa Blanca, Alberto Urzúa viaja a las “entrañas del monstruo” y se debate (como antes Julio Escalante) entre la resignación ante acontecimientos aparentemente inevitables —el predominio de los intereses yanquis que se defienden mediante la intervención militar a su país— y la resistencia heroica. Urzúa elige la segunda opción, pero ésta también equivale a un suicidio, porque terminará su vida en un combate imposible.

En efecto, el relato se interrumpe con la muerte de Urzúa en la selva, como un Sandino avant la lettre, pero que fracasa casi antes de empezar. En realidad, el personaje es un pequeño burgués liberal que está muy fuera de lugar en ese entorno, y en esa muerte inútil; consolado, para colmo, por su platónica “amiga americana”.



El fuego había cesado. Posiblemente al ver desplomarse al abanderado se dio orden que se suspendiera. la joven, a pesar de la debilidad a que la habían reducido largos días de sufrimientos y de privaciones, haciendo un esfuerzo supremo, arrastró al patriota agonizante hasta el fondo de la caverna. Urzúa ya no pudo pronunciar una sola palabra. Tomó las manos de Virginia, confundidas con la bandera, las besó intensamente, dos lágrimas rodaron de sus ojos, y expiró.



A Urzúa le habían reprochado “quijotismo”, aparentemente un rasgo propio de los latinos. Esto del quijotismo en un tópico ambivalente: por un lado, connota desprendimiento, sacrificio, desinterés, idealismo, etc.; por otro, implica un fracaso inevitable, casi intrínseco a la empresa. A propósito, Gregorio Selser decía que la de Sandino era una “aventura quijotesca contra un enemigo... superior en hombres y en armas...” (Selser, 1959, p. 390).(6)

Hablando de liberales (y conservadores): tanto en Nicaragua como en otros países de Centroamérica caracterizados por esa división política propia del siglo XIX, la diferencia tiende a desdibujarse. Más allá de que los conservadores expresaran a los latifundistas clericales, y los liberales, a los sectores más “progresistas”, incluyendo a una incipiente clase media, hay que recordar que fueron los “liberales” quienes convocaron a William Walker y sus filibusteros, a mediados del siglo XIX, para terciar (muy desafortunadamente) en su disputa con los conservadores; también, quienes obligaron a Sandino a rebelarse cuando pactaron con los norteamericanos a cambio de hacerse con el poder mediante elecciones “libres”, fiscalizadas por éstos; y, mucho peor, fueron los “liberales” (Somoza; además, hermano masón...) quienes finalmente asesinaron al héroe de Las Segovias.

Esta equivalencia básica entre los liberales y los conservadores puede verse en la novela, en la convivencia de los padres de Urzúa: él es un liberal moderado, anticlerical, al menos discursivamente (como el padre de Escalante, en El problema, era discursivamente antiimperialista); ella, conservadora y católica(7) a rabiar. También se ve que los políticos y los magnates norteamericanos utilizan la “revolución liberal” para asegurarse un poder legítimo, que los conservadores ya no podían darles (porque los Estados Unidos sólo podían reconocer formalmente un gobierno que no hubiese surgido de un golpe de Estado).

Las vacilaciones de Soto Hall se reflejan en Urzúa desde el principio. Por ejemplo, en su contradictoria fascinación por la gran ciudad; en este caso, Nueva York. (Sus hermanas, en cambio, se adaptan maravillosamente, per via di shopping.)



La metrópoli, a su vez, como si hubiera querido preparar una sorpresa escénica, envolviéndose en aquel velo sutil y apareciendo repentinamente de entre sus pliegues, surgía magnífica, dejando ver sus edificios que, como en loca competencia de escalar el cielo, alzaban sus amplias techumbres al infinito... aquella ciudad cuya grandeza les había parecido abrumadora, les sonreía con su bullicio y con sus luces, haciendo nacer en sus almas una floración de esperanzas.



Se sabe que el tópico de la ciudad como infierno y paraíso —alternada o simultáneamente— se consagra en la novela realista decimonónica. (En esto es canónico el impresionante comienzo de Las muchachas de los ojos de oro, de Balzac.) En la literatura latinoamericana de la época que estamos viendo, el tema reaparece una y otra vez, desde las crónicas de Martí, celebratorias al principio, más críticas después, hasta el rechazo de Darío (en el artículo sobre Poe de Los raros: un retrato espiritualista y malévolo, no exento de antisemitismo, rasgo que también aparece mucho en La sombra...). Pasando por Manuel Ugarte, en El destino de un continente.(8) El contraste con Latinoamérica se hace cruelmente evidente: o no hay grandes ciudades modernas (con la consiguiente pobreza cultural de una “civilización” que ya sólo puede apreciarse en tanto urbana), o las que hay son “a la europea”, como Buenos Aires (y, por lo tanto, en cierto sentido, preferibles; sobre todo, para Darío).

Todo esto es también, por supuesto, una referencia la enorme potencia constructiva, y destructiva a la vez, del capitalismo (de nuevo, Marshall Berman).



Yanquis y mujeres...

Otro tópico que se podría rastrear en La sombra... es el la división de los norteamericanos en “buenos” y “malos”; o, más precisamente, en el “pueblo” y el “poder”. Soto Hall pretende idealizar al primero, que sería la mayoría bien pensante de los ciudadanos, descendientes de los míticos padres fundadores, modelados por la austeridad y la ética protestantes, glorificadores del trabajo, el ahorro y la libertad de pensamiento, etc.; representados aquí por el honesto juez, padre de Virginia. Del otro lado, quedan algunos políticos —seguramente, la mayoría— y los hombres de negocios (donde más se registra el antisemitismo que mencioné antes).

Al respecto es interesante subrayar la opinión de Asturias, en el comentario sobre la novela:



... sorprende la ingenuidad con que el autor trata de pintarnos al yanqui, tipo de hombre honrado fuera del Callejón Wall; al juez integérrimo que censura acremente la política expansionista e injusta de la Casa Blanca en Centroamérica y a todo un pueblo que, aunque en desacuerdo, asiste paciblemente a que se cometan crímenes como los de Haití, Santo Domingo, Cuba, y Nicaragua. Ver cometer un crimen paciblemente, es cometerlo. So capa de ignorancia los panegiristas de Norte América pretenden absolver la culpa al pueblo yanqui, cuyo tren de vida agitado no le deja lugar para informarse cabalmente de lo que sucede más allá de sus fronteras, de los asesinatos que sus marinos cometen y que avergonzarían al propio Atila, y de la política de anulación de valores y entronización de vicios que favorezcan los planes financieros, que su diplomacia persigue como norma secreta de conducta en los países del istmo, y hasta Venezuela, Perú, Brasil y Chile. Si la tesis de la novela de Soto Hall es defender al pueblo norteamericano, cargando toda la culpabilidad de la conducta de sus gobernantes a los banqueros, sentimos no estar de acuerdo. Culpable como los banqueros, es un pueblo que deja que en su nombre se maten niños y mujeres en las calles de Chinandega, que, sin una protesta en los labios, se lleva, después de comer en el seno del hogar recalentado, la cruz a la boca, mientras los colegas de Lindbergh arrojan bombas desde sus naves aéreas sobre pobla



Es bueno recordar que a la misma conclusión llegará Sandino después de haber creído en algún momento (desesperadamente) que conseguiría la intervención de los “buenos norteamericanos”, en su apoyo y contra el propio gobierno yanqui. Decepcionado, llegará a pensar que pueblo y gobierno, en el fondo, son uno solo (ver Selser, 1959, passim) o, por lo menos, ambos responsables casi en la misma medida de las políticas predatorias implementadas por el segundo y toleradas, cuando no celebradas, por el primero.

Como ya adelanté, dos mujeres simbolizan esta dicotomía: Emma (el mismo nombre que la amada imposible de Escalante en El problema), la sirviente del poder que seduce a Alberto para atraerlo a la causa del imperialismo; y Virginia, la hija del juez justo, que termina acompañándolo en su agonía selvática. Rubia y morocha, por supuesto, para mayor simetría y para explotar cierta connotación étnica; Virginia, por el origen (y el significado) de su nombre, así como por su color de pelo, es casi una “latina”.  

(Importancia velada de las mujeres en la saga heroica y trágica de Sandino, según Selser: la suya propia, por supuesto, Blanca Aráuz, la telegrafista de San Juan del Norte; pero, sobre todo, la mujer del embajador norteamericano Hanna, amante de Tacho Somoza y, como tal, impulsora de que éste fuera puesto al frente de la Guardia Nacional organizada por la intervención antes de dejar Nicaragua. La embajadora, poder en “las sombras”, poder del sexo, recuerda precisamente al personaje de Emma en la novela de Soto Hall; con la misoginia consiguiente en ambos casos, hay que decirlo.)



Claves de la clave

Si El problema era una “novela de tesis”, La sombra... (que también lo es en parte, aunque con mayor despliegue y habilidad narrativa) es una “novela en clave”. Centrándose en un personaje ficcional, Alberto Urzúa, lo rodea de figuras(9) y hechos de la historia nicaragüense contemporánea.

Sobre este procedimiento, ha dicho Noé Jitrik (en el contexto de su análisis de Adán Buenosayres):



La “clave” es un recurso de figuración literaria. Su uso no es en sí mismo moral ni inmoral; es en cambio eficaz o ineficaz. Tan legítimo como la autobiografía y más pintoresco que ésta. Ofrece el atractivo de la picota y el apetito del desciframiento. Como recurso consiste en describir parcial y arbitrariamente a personajes muy conocidos y reconocibles por todos, haciéndolos servir a intenciones que quizá ellos espontáneamente no servirían. (...) Se puede decir todo lo que se quiera de cierta gente sin lugar a reclamaciones, puesto que nadie puede darse públicamente por aludido, es decir que asegura la impunidad. (...) Corresponde que nos preguntemos: ¿nos interesa dicha obra por eso? O aun: ¿la clave constituye un motivo de interés? A nosotros, argentinos, la clave empleada por Proust no nos dice nada (sin embargo la obra nos interesa)... La clave es lo puramente anecdótico y su interés es contemporáneo o, a lo sumo, de erudición histórica. Siendo un punto de partida para la creación, debería ser trascendido, quedando el residuo no en las páginas sino en el espíritu del autor. Una contradicción íntima desazona la clave y es que su objetivo inmediato no se reconoce si se la trasciende, y si por el contrario es muy evidente y todos comprenden de qué y de quién se trata, la clave ya no pertenece a la literatura sino al libelo. Sin embargo, esta contradicción interior de la clave que para ser debe dejar de ser y que su logro consiste en su desaparición, no ha quitado brillo a ciertas obras que la emplearon. El placer que experimentamos leyendo a Rabelais o a Quevedo se refiere exclusivamente a la obra, aunque nos interesemos por saber contra quiénes van dirigidas sus baterías (...) Podemos representar a alguien con recursos innobles, lo que importará siempre es la coherencia y la unidad que en un plano más vasto hayamos logrado dar a ese alguien (Jitrik, 1981).





¿La clave es entonces, en principio, como un crucigrama, como una adivinanza, un juego de ingenio, de cultura “general” y hasta de deducción, muy similar a la novela policial clásica? Puede ser. O también: la “clave” como una especie de eufemismo, como esos puntitos con que a veces se disimulan las que se consideran palabrotas.

Más: ¿un doble juego? ¿El texto ficcionaliza al personaje “real”, o éste realiza (da realidad) a la ficción? En la novela histórica, se tiende a lo primero; en la autobiografía, a lo segundo. La novela en clave no se decide del todo. Quizás, entonces, sea una suerte de mala conciencia de la novela realista. Ilusión de fidelidad a la historia, y cobardía de último momento. Esto puede ser especialmente verdadero en La sombra de la casa Blanca, que trata sucesos contemporáneos con un final negativo para la posición que el autor parece sostener.

¿Y si no sólo hubiera mala conciencia en la novela en clave, sino también mala fe? O se usa el verdadero nombre, si se quiere “denunciar” o burlarse (ensayo(10) o sátira, y algo de esto último hay en La sombra..., sobre todo por los seudónimos elegidos), o se inventa totalmente un personaje. Si no, se corre el riesgo de atribuir cosas falsas a personas verdaderas, y viceversa; el riesgo o la impunidad. Porque, ¿qué pasa con el lector? Ya lo dice Jitrik: la clave es para pocos, por definición; pocos contemporáneos, muchos menos después. Establece un sistema de inclusiones y exclusiones: el que sabe y el que no sabe. Se dirá: como todo texto. Sí, pero acá está en juego también la historia, que no es un juego.





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Notas

1 Ese mismo año de 1899 se fundaba la United Fruit Co., primer trust agrícola del mundo, y protagonista esencial de la literatura latinoamericana.

2 Una sucinta bibliografía sobre ciencia-ficción podría incluir: Umberto Eco, “I mondi della fantascienza”, en Sugli specchi e altri saggi, Milán, Bompiani, 1988; Jean Gattégno, La ciencia-ficción, Bogotá, Panel, 1978; Aníbal M. Vinelli, Guía para el lector de ciencia ficción, Buenos Aires, Convergencia, 1977; Darko Suvin, Metamorfosis de la ciencia ficción. Sobre la poética y la historia de un género literario, México, FCE, 1984; Pablo Capanna, El sentido de la ciencia-ficción, Buenos Aires, Columba, 1966; Guillermo García, “El otro lado de la ficción: Ciencia-ficción”, en Historia crítica de la literatura argentina. La irrupción de la crítica, Buenos Aires, Emecé, 1999. Para un caso latinoamericano en especial, ver Visiones periféricas. Antología de la ciencia ficción mexicana, Miguel Ángel Fernández Delgado comp., Buenos Aires-México, Lumen, 2001.

3 La posesión de la mujer (aunque sea a medias) nativa por parte del yanqui que la desposa preanuncia un tópico simbólico de la literatura latinoamericana “antiimperialista”. Ver, por ejemplo, la primera parte de El papa verde, de Asturias, en la que Geo Maker Thompson (vaya nombre) intenta casarse con la hermosa mestiza Mayarí (recordar también que ésta finalmente desiste del simbólico matrimonio y opta por suicidarse, “entregándose al río”, es decir, a la naturaleza).

4 Para la trayectoria ideológica de Gagini, ver un resumen en Viales Hurtado (1993).

5 Recordemos que Asturias redacta también el elogioso Prólogo a Sandino, general de hombres libres, de Gregorio Selser (1959).

6 David Viñas (1998) afirma de Manuel Ugarte que, frente al imperialismo yanqui, “quiere sobreimprimir su propia imagen ‘de Quijote’ hispanoamericano”. El vaivén o el reemplazo de la figura del Cid y la del Quijote tienen sus complejidades. Es verdad que el primero llega a representar un triunfalismo filofascista (el “espíritu caballeresco de la raza”, dice en la estatua del Cid Campeador, en Caballito), pero por lo menos es un “héroe que gana”. El de la triste figura, justamente, provee una comparación ideal para una derrota preanunciada; por ejemplo, en la carta de despedida del Che a sus padres: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.”

7 Un personaje fundamental en la novela es el obispo exiliado, monseñor Gregorio Vergara y Ruiz, que se refiere las persecuciones “de México y Rusia”. Recordar que en la “cuestión Nicaragua” (y en “el caso Sandino”), la presunta intervención mexicana fue siempre un tópico al que los norteamericanos debieron acudir; de hecho, uno de sus principales temores era que la Revolución Mexicana (notoriamente más nacionalista que socialista) se extendiera por América Central.

8 Cf. Viñas, p. 190.

9 Algunos ejemplos: Chorada es Chamorro, Meses es Díaz, Minsinton es Stinton, Mondaca es Moncada, Iraeta es Sacasa, el senador Brighton es, quizás, el senador Borah; asimismo, la Tropical Fruit Company es la United Fruit Company. (Somoza no aparece porque hacia 1927 apenas era un amanuense de Moncada. Lo raro es que no aparezca Sandino; quizás Soto Hall no sabía aún de su existencia.)

10  Hay que decir que Soto Hall volcó también su postura en forma de ensayo; ver Nicaragua y el imperialismo norteamericano, Buenos Aires, Artes y Letras, 1928.





Bibliografía



Asturias, Miguel Ángel (1997): “La sombra de la Casa Blanca, por Máximo Soto Hall”, en París 1924-1933. Periodismo y creación literaria, Madrid, Archivos. (Ver texto completo en Apéndice.)

Jitrik, Noé (1981): “‘Adán Buenosayres’: la novela de Leopoldo Marechal", en Varios, Contorno (selección), Buenos Aires, CEAL.

Molina Jiménez, Iván (2001): “La polémica de El problema (1899), de Máximo Soto Hall”, Revista Mexicana del Caribe, Año 6, Núm. 12, Universidad de Quintana Roo, México, pp. 147-180 (http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/128/12801205.pdf).

Ríos Quesada, Verónica (2002): “El impacto de la publicación de la novela El problema de Soto Hall en la Costa Rica de 1899”, San José, Universidad de Costa Rica, Congreso Centroamericano de Historia, Mesa Historia y Literatura Ciudad Panamá, 22 al 26 de julio (http://www.denison.edu/collaborations/istmo/n04/proyectos/soto.html).

Selser, Gregorio (1959): Sandino, general de hombres libres, 2 vols., Buenos Aires, Triángulo.

Soto Hall, Máximo (1927): La sombra de la Casa Blanca, Buenos Aires, El Ateneo.

Soto Hall, Máximo (1992): El problema, con estudios introductorios de Álvaro Quesada Soto y Juan Durán Luzio, San José, Universidad de Costa Rica. (Primera edición: San José, Imprenta Española, 1899.)

Viales Hurtado, Ronny José (1993): “Gagini y el surgimiento del nacionalismo costarricense: Aportes para un debate”, Revista Comunicación, San José, Instituto Tecnológico de Costa Rica (http://www.itcr.ac.cr/revistacomunicacion/Volumen%207N%BA1%201993/pdf's/rviales.pdf).

Viñas, David (1998): De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos a USA, Buenos Aires, Sudamericana.



(Nota: agradezco especialmente a la Embajada de Costa Rica por el ejemplar de El problema que consiguieron a mi pedido.)



(Publicado en Espacios de Crítica y Producción, N.º 42, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2009.)