Para un “académico” (un profesor de la facultad, digo, no un
hincha de Racing o de Rosario Central), debería ser una vergüenza confesar que
no ha leído —como es mi caso— todo Bolaño
y todo Bellatin,
las dos grandes estrellas actuales del oscuro firmamento de la literatura
latinoamericana: una muerta y otra no (pero, según creo, todas las estrellas
que vemos están muertas, ¿no?) Por suerte, los programas de las materias
correspondientes no son diseñados por Anagrama, Alfaguara o Rodrigo Fresán. Y,
en definitiva, uno —que no es Noé Jitrik— lee (así como escribe) lo que puede,
no lo que quiere.
En realidad, en la lectura de estos dos
escritores, casualmente, empecé mal, con el pie izquierdo, como se dice: La literatura nazi en América,
de Roberto Bolaño, y Shiki
Nagaoka: una nariz de ficción, de Mario Bellatin. Dos libros sobre
libros, y autores, inexistentes, en la senda ya demasiado trajinada de Borges
(Hembert Quain, Pierre Menard, Almotasim), claro está. Debo decirlo: estoy
bastante podrido de ese método, de ese subgénero. Tiene su gracia, no lo niego,
pero ya ha sido suficientemente desarrollado, y hasta parodiado, es decir,
clausurado: por el mismo Borges, apoyado en Bioy, y por otros como Stanislaw
Lem (Vacío perfecto es
una joyita). Acá el humor salva los papeles. Pero en Bolaño y Bellatin hay una
solemnidad digna de mejor causa. Aunque seguramente los leí mal, es sólo un
prejuicio mío, etc.
Ojo: me gustan los libros sobre libros y
escritores. Por ejemplo, disfruté mucho El
último lector, de Piglia, o Bartleby
y Cia., de Vila-Matas. Libros y escritores reales, ¿no?, qué
palabra de mierda. Porque me dirán: ¿qué diferencia hay? Dentro de mil años, no
se sabrá si Nagaoka no era tan real como Kafka, como ahora no se sabe si
existieron Homero y Shakespeare (otra vez, Borges). Bueno, de hecho ahora mismo
no se sabe bien: muchas reseñas de Internet dan por existente al nipón de larga
nariz, y esto parece que hay que contabilizarlo, y hasta celebrarlo, como un
triunfo de Bellatin, en vez de una estupidez del que lee y pone en Internet
cualquier cosa (como yo). Además, precisamente, se trata de cuestionar “los
límites” de la realidad, no darla por conocida, etc. Todo el resto queda(mos)
condenado(s) al infierno grasa del empiriocriticismo leninista.
En fin. No contento con este mal
comienzo, decidí perseverar.
Bolaño tiene cuentos clásicos, como “El
Ojo Silva” y “Últimos atardeceres en la tierra”, que son perlas cultivadas, no
me cuesta nada admitirlo. Los poemas de Los
perros románticos, en cambio, ejercieron sobre mí una seducción de
corto alcance; conste que yo también soy un poeta “objetivista”… Por eso mismo,
no me gusta demasiado el abuso de prosaísmos.
Después vino Los detectives salvajes.
Esto fue otro cantar, lógicamente. Una “novela-río” como las que ya,
supuestamente, no se escriben; de esas que te invaden la vida, las noches, las
pesadillas, el lenguaje cotidiano. Me produjo un gran impacto, sobre todo la
primera parte. La segunda, la de los testimonios “polifónicos” me saturó un
poco. Y el final resulta decepcionante, aunque creo evidente que es un efecto
deliberado.
Lo que me asombra de Bolaño, mejor dicho,
de la adoración por Bolaño, es que se trata de un escritor absolutamente
cortazariano en una época absolutamente anticortazariana. No me puedo extender
demasiado sobre esto; incluso advierto que quizás me contradigo porque antes de
hablé de Borges respecto de La
literatura nazi… Pero en los otros textos de él que conozco
aparece ese vitalismo algo ingenuo, esa asociación apasionada entre literatura
y vida (y sexo), tan de Cortázar y tan de(s)preciada hoy día. A lo mejor me
equivoco. Sé que el sexo en Bolaño es más decididamente “guarro”, más Henry
Miller o Bukowski, que en Cortázar (hoy es tan fácil despreciar su metafísica
del sexo oral en Rayuela y
del sexo anal en Libro
de Manuel que, entre paréntesis, es casi del mismo año
que Último tango en
París). Bah, hoy estamos de vuelta de todo, nos las sabemos todas.
La revolución ya pasó y no va a volver, Dios no lo quiera. Pero no sé si Bolaño
estaba tan resignado a eso como sus lectores más conspicuos.
Con respecto a Bellatin, también
perseveré con algunos cuentos (aunque esta clasificación siempre es provisoria)
y, recientemente, con Perros
héroes. Seguro que tengo que leer mucho más, ya que en Bellatin
todo se trata de una obra fragmentaria, como desechos o atisbos de una obra
mayor (la idea, un tanto justificatoria, casi condescendiente, me parece, es de
Alan Pauls).
Sin embargo, el subtítulo de este último
texto es significativo: “Tratado sobre el futuro de América Latina visto a
través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois.” Me dirán que
todo lo veo a través del prisma de Borges, y qué le voy a hacer, lo
admito: pero en
contra; como en la paradójica “Historia de la eternidad”, en ese
subtítulo provocador se confrontan y anulan el tiempo, el espacio, el
movimiento, el plural, el singular. Sin dialéctica, como corresponde.
Y, evidentemente, no hay ningún Tratado;
tampoco, probablemente, un futuro. Menos (para nada), una América Latina.
¡Justo ahora!
(Publicado en el blog TP, 10 de marzo de 2009.)
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