Mostrando entradas con la etiqueta líder. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta líder. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de octubre de 2011

Sandino y “la heroica sultana de los lagos”




“Somoza abrazó a Sandino en público, pero en privado el Jefe Director y muchos de sus subordinados estaban descontentos con los términos del convenio de paz” (Richard Milllet, Guardianes de la dinastía).

“Fundamos el ejército de insurgentes más grande de la historia de nuestro hemisferio. Inicialmente eran sólo un puñado de hombres, pero al final lo integraban más de 12.000 contras” (Duane Clarridge, exjefe de la CIA, en Clarín, 24 de marzo de 2006).

No participé mi matrimonio con anterioridad al público, porque quisimos que fuera un acto de absoluta intimidad. Dos días después de nuestro matrimonio, abandoné a mi esposa y me interné en las selvas de Las Segovias, desde donde he permanecido defendiendo el honor de mi patria” (ACS).



Augusto César Sandino volvió a Managua, por última vez, el 16 de febrero de 1934, cinco días antes de ser asesinado. Es difícil entender por qué dio ese paso fatal, raro en alguien que había hecho de la astucia y la desconfianza ante los poderes un dogma exitoso. Ese meterse en la boca del lobo, en el peor momento, ¿lo que no tuvo de ingenuidad lo tuvo de inmolación?
Por un lado, como una suerte de Martín Fierro (el de la Vuelta), Sandino venía a pedir “que lo dejaran trabajar”. Luego de la retirada norteamericana de Nicaragua y la victoria electoral de su correligionario Juan Bautista Sacasa, le habían dejado un territorio en Wiwilí, que enseguida se organizó en forma de cooperativas agrarias. Sin embargo, el hostigamiento de la Guardia Nacional era permanente. Anastasio Somoza, el “Jefe Director” de ese cuerpo, nombrado bajo la influencia norteamericana, sabía que, vivo y activo Sandino, siempre sería un referente de cualquier oposición y, por lo tanto, un obstáculo intransigente para su proyecto inmediato: adueñarse del poder absoluto.
Por otro lado, Sandino nunca había dejado del todo las armas y, aunque aseguraba que no quería retomar la guerra, amenazaba abiertamente con volver a rebelarse o, por lo menos, exiliarse y publicar un manifiesto en el exterior, para dar a conocer la situación real del país. Idealista pero muy inteligente (el “pero” debería sacarse), proponía poner su ejército popular a las órdenes del presidente constitucional, siempre que se socavara el poder de la Guardia Nacional, formada e instruida por los norteamericanos.
Sacasa pareció tentarse (sabía perfectamente quién era y qué quería Somoza) y cedió parcialmente a los pedidos de Sandino; pero esto mismo precipitó el final y, de hecho, fue una de las tantas actitudes dudosas que tuvo el débil presidente, cuyo poder nominal sobreviviría muy poco tiempo a su inacción y su desidia de aquellos días.
En la noche del 21 de febrero, el “general de hombres libres” fue asesinado por orden de Somoza, que se integró así a la serie de militares traidores que, como Pinochet a Allende, casi cuarenta años después, dan el abrazo de Judas y, junto con ello, una lección que debió ser definitiva.

***

Augusto Nicolás Calderón Sandino había nacido el 18 de mayo de 1895 en Niquinohomo, departamento de Masaya. Cuando tenía 17 años, supo de la sublevación y la muerte de Benjamín Zeledón, enfrentado al gobierno títere de Adolfo Díaz, apoyado por los norteamericanos, que habían invadido el país unos años antes.
Trabajó en Costa Rica, Honduras, Guatemala, y finalmente en México, en los campos petroleros de Tampico y Cerro Azul, ya más cerca de las “entrañas del monstruo” del Norte, donde aprendería el uso de explosivos, una de sus especialidades en la guerra de guerrillas ulterior. (Siempre será notable, en América central, la peculiar “porosidad” de las fronteras, tanto para los trabajadores migrantes como para diversos exilados y sublevados. La selvática frontera entre Nicaragua y Honduras será fundamental en la gesta de Sandino, como permanente refugio potencial; y también, desgraciadamente, en el hostigamiento a la Revolución Sandinista por parte de la “Contra” organizada por la CIA. Esa porosidad se ve bien representada en algunas novelas de Sergio Ramírez, por ejemplo ¿Te dio miedo la sangre?)
La primera ocupación norteamericana de Nicaragua llegaría hasta 1925, en lo que fue, en realidad, sólo un paréntesis pequeño; y engañoso, porque dejaron constituida la temible Guardia Nacional, intentando repetir una experiencia que había tenido resultados diversos en Haití y Santo Domingo. En la superficie, la idea era remplazar al Ejército y la Policía con un solo cuerpo militarizado “apolítico”; en profundidad, se trataba, por supuesto, de conservar el monopolio de la fuerza armada para la protección de los “intereses permanentes” (económicos y geopolíticos) de los Estados Unidos.
Cuando el sempiterno Emiliano Chamorro —apellido que se repite de manera nefasta en la historia de Nicaragua, aun en la reciente— dio su golpe contra Solórzano y se hizo proclamar presidente, los Estados Unidos tuvieron que negarse a reconocerlo, supuestamente en honor de tratados anteriores. Sin embargo, se tenían reservada una carta mejor: nombrar al siempre a mano Adolfo Díaz como “transición”. Esto precipita una nueva asonada, esta vez de parte de los liberales.
Los norteamericanos volvieron a desembarcar tropas en la sufrida “sultana de los lagos”, como la llamaría Sandino en una de sus proclamas. Hacía rato que la utopía del canal interoceánico había quedado atrás, en favor del de Panamá; ahora lo fundamental para ellos, en términos geopolíticos, era evitar que la revolución mexicana extendiera su mal ejemplo al resto del “patio trasero”. (De aquí los permanentes recelos respecto de la índole de las relaciones Sandino-México: ¿el presidente Calles le dio apoyo y armas? ¿Qué pasaría luego, con Portes Gil? Etcétera.)
Lo cierto es que, el 1 de junio de 1926, Sandino llegó a Nicaragua, para sumarse al levantamiento de sus hasta entonces correligionarios. El 26 de octubre se incorporó a la “guerra constitucionalista”, junto con algunos trabajadores mineros de San Albino. En El Jícaro sufrió su primera derrota pero también empezó a comprender que enfrentarse abiertamente a tropas más numerosas y mejor pertrechadas no era una buena idea; la guerra de guerrillas, sí. Hizo base en Las Segovias y empezó a tener los primeros éxitos; no serían los únicos.
La guerra, dirigida por el general liberal José María Moncada, iba por buen camino. Pero lo único que Moncada quería era llegar a una posición ventajosa para negociar con los norteamericanos, representados por Henry Stimson, secretario de Estado del presidente Coolidge. Finalmente, se hizo la negociación, el llamado “pacto del espino negro”. Según sus términos, básicamente, los liberales abandonarían la lucha y los norteamericanos garantizarían elecciones “libres” (en las que aquéllos tenían todo para ganar).
Moncada ordenó a sus generales que depusieran las armas. Sólo Sandino se negó. El 12 de mayo, anunció que continuaría luchando hasta que los norteamericanos se fueran del país. El 18 de mayo se casó con Blanca Aráuz, “la muchacha de San Rafael del Norte”. El 1 de julio emitió su primer Manifiesto Político.

***

Decía de sí mismo: “Soy trabajador de la ciudad, artesano como se dice en este país, pero mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo, en el derecho de ser libre y de exigir justicia, aunque para alcanzar ese estado de perfección sea necesario derramar la propia y la ajena sangre.”
Luego: “La revolución liberal está en pie. Hay quienes no han traicionado, quienes no claudicaron ni vendieron sus rifles para satisfacer la ambición de Moncada. (...) Moncada el traidor faltó naturalmente a sus deberes de militar y de patriota. No eran analfabetos quienes le seguían y tampoco era él un emperador, para que nos impusiera su desenfrenada ambición. Yo emplazo ante los contemporáneos y ante la historia de ese Moncada desertor que se pasó al enemigo extranjero con todo y cartuchera. (...) Los grandes dirán que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi insignificancia está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y así juro ante la Patria y ante la historia que mi espada defenderá el decoro nacional y que será redención para los oprimidos. Acepto la invitación a la lucha y yo mismo la provoco y al reto del invasor cobarde y de los traidores de mi Patria, contesto con mi grito de combate, y mi pecho y el de mis soldados formarán murallas donde se lleguen a estrellar legiones de los enemigos de Nicaragua. Podrá morir el último de mis soldados, que son los soldados de la libertad de Nicaragua, pero antes, más de un batallón de los vuestros, invasor rubio, habrán mordido el polvo de mis agrestes montañas. (...) Quiero convencer a los nicaragüenses fríos, a los centroamericanos indiferentes y a la raza indohispana, que en una estribación de la cordillera andina hay un grupo de patriotas que sabrán luchar y morir como hombres.”
¿Cuál es en este momento su “proyecto político”? Lo tiene, aunque su formulación esté en ciernes: “La civilización exige que se abra el Canal de Nicaragua, pero que se haga con capital de todo el mundo y no sea exclusivamente de Norte América, pues por lo menos la mitad del valor de las construcciones deberá ser con capital de la América Latina y la otra mitad de los demás países del mundo que desean tener acciones en dicha empresa, y que los Estados Unidos de Norte América sólo pueden tener los tres millones que les dieron a los traidores Chamorro, Díaz y Cuadra Pasos; y Nicaragua, mi Patria, recibirá los impuestos que en derecho y justicia le corresponden, con lo cual tendríamos suficientes ingresos para cruzar de ferrocarriles todo nuestro territorio y educar a nuestro pueblo en el verdadero ambiente de democracia efectiva, y asimismo seamos respetados y no nos miren con el sangriento desprecio que hoy sufrimos.”
Desde ese momento, Sandino se convirtió en una mancha en el sol para los planes, por otro lado relativamente exitosos, de los yanquis y de Moncada, que, por supuesto, ganó las elecciones de 1928 según lo previsto. Sandino será “el bandido”, como lo había sido Pancho Villa (salvo cuando se pretendía un resarcimiento económico de parte del Estado mexicano: entonces era, para los periódicos norteamericanos, “el general Francisco Villa”).
Este bandido, metido en una “guerra que no podía ganar”, tuvo en jaque a la Guardia Nacional durante años. Los norteamericanos llegaron a utilizar bombardeos aéreos, recurso bélico que apenas había despuntado en la primera guerra mundial y se buscó perfeccionar en esos rincones olvidados de la selva centroamericana. En el poblado de El Ocotal, tomado por los rebeldes, murieron más de 300 civiles, por ejemplo. Sandino se ufanaba de haber volteado más de un avión yanqui y de haber utilizado sus restos para fabricar armas y herramientas. (Treinta años después, la guerrilla vietnamita hacía algo similar con las bombas que caían y no explotaban: sacaban el explosivo y lo disponían en latas de gaseosas, con detonadores, como trampas cazabobos.)
En junio de 1928, el dirigente comunista salvadoreño Farabundo Martí se incorporó a la lucha de Sandino.
En 1929, amenazado por tropas cada vez numerosas (y más despiadadas), Sandino decidió ir a México, para solicitar el apoyo del entonces presidente Emilio Portes Gil (uno de los títeres puestos por el “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles, que quizás había ayudado a Sandino al principio de su lucha). Atravesó, a veces clandestinamente, varios países de América Central, en donde fue recibido como héroe por estudiantes y campesinos. También en México tuvo un buen recibimiento, pero Portes Gil hizo todo lo posible para mantenerlo alejado del DF y negarle cualquier apoyo concreto, más allá de lo meramente discursivo. Más bien, quiso quedar bien con Dios y con el Diablo; y, sobre todo, usar a Sandino como as en la manga para las permanentes negociaciones que, como todos los presidentes mexicanos posrevolucionarios, estaba obligado a llevar a cabo con Estados Unidos. (Al respecto, es ilustrativo revisar —y leer entre líneas— las páginas pertinentes de la pomposa Autobiografía de la Revolución Mexicana, de Portes Gil.)
Aquí Sandino empezó a percibir las dificultades políticas, no sólo bélicas, que enfrentaba. Sin un apoyo real de la comunidad internacional, su lucha seguiría aislada, y en definitiva fracasaría, aunque los norteamericanos se fueran finalmente de Nicaragua. Muchos intelectuales, organizaciones obreras y estudiantiles, incluso de los Estados Unidos, lo apoyaban “moralmente”. Pero, sin el concurso real de las grandes masas y una unión efectiva, por lo menos entre las naciones de Centroamérica, era prácticamente imposible enfrentar al invasor en el terreno que más importaba, el económico.
Volvió a Nicaragua con grandes dificultades. El 15 de febrero de 1931, dio a conocer su célebre manifiesto “Luz y Verdad”.
Es habitual ver en este documento síntomas de “espiritualismo”, cuando no de un “misticismo” que rozaría el delirio. (Sandino era masón —como todos los liberales, incluyendo a Somoza, por cierto—, y es posible que en México haya retomado contactos con antiguos compañeros de logia.)
Dice, por ejemplo: “Impulsión divina es la que anima y protege a nuestro Ejército, desde su principio y así lo será hasta su fin. Ese mismo impulso pide en Justicia de que todos nuestros hermanos miembros de este Ejército, principien a conocer en su propia Luz y Verdad, de las leyes que rigen el Universo. (...) Todos vosotros presentís una fuerza superior a si mismos y a todas las otras fuerzas del Universo. Esa fuerza invisible tiene muchos nombres, pero nosotros lo hemos conocido con el nombre de Dios. (...) Lo que existió en el Universo, antes de las cosas que se pueden ver o tocar, fue el éter como sustancia única y primera de la Naturaleza (materia). Pero antes del éter, que todo lo llena en el Universo, existió una gran voluntad; es decir, un gran deseo de Ser lo que no era, y que nosotros lo hemos conocido con el nombre de Amor. Por lo explicado se deja ver que el principio de todas las cosas es el Amor: o sea Dios. También se le puede llamar Padre Creador del Universo. La única hija del Amor, es la Justicia Divina. La injusticia no tiene ninguna razón de existir en el Universo, y su nacimiento fue de la envidia y antagonismo de los hombres, antes de haber comprendido su espíritu. Pero la incomprensión de los hombres, solamente es un tránsito de la vida universal: y cuando la mayoría de la humanidad conozca de que vive por el Espíritu, se acabará para siempre la injusticia y solamente podrá reinar la Justicia Divina: única hija del Amor.”
Es tentador plantear la hipótesis de que, a medida que Sandino iba comprendiendo las auténticas dificultades de su lucha, y lo irrisorio de su objetivo, que de hecho se cumplió (los norteamericanos se fueron de Nicaragua, pero ¿qué dejaron detrás?), se fue volviendo más “místico”. ¿Se refugiaba en lo espiritual después de tantear los límites materiales de su proyecto? ¿Se preparaba para su sacrificio final, o al menos lo entreveía?
Es tentador plantear esto, pero es inútil, y probablemente sea erróneo.
Después de todo, el Manifiesto sigue así: “Muchas veces habréis oído hablar de un Juicio Final del mundo. Por Juicio Final del mundo se debe comprender la destrucción de la injusticia sobre la tierra y reinar el Espíritu de Luz y Verdad, o sea el Amor. También habréis oído decir que en este siglo veinte, o sea el Siglo de las Luces, es la época de que estaba profetizado el Juicio Final del Mundo. (...) El siglo en cuestión se compone de cien años y ya vamos corriendo sobre los primeros treinta y uno; lo que quiere decir que esa hecatombe anunciada deberá de quedar definida en estos últimos 69 años que faltan. No es cierto que San Vicente tenga que venir a tocar trompeta, ni es cierto de que la tierra vaya a estallar y que después se hundiría; no. Lo que ocurrirá es lo siguiente: que los pueblos oprimidos romperán las cadenas de la humillación, con que nos han querido tener postergados los imperialistas de la tierra. Las trompetas que se oirán van a ser los clarines de guerra, entonando los himnos de la libertad de los pueblos oprimidos contra de la injusticia de los opresores. La única que quedará hundida para siempre es la injusticia; y quedará el reino de la Perfección, el Amor; con su hija predilecta la Justicia Divina. Cábenos la honra hermanos: de que hemos sido en Nicaragua los escogidos por la Justicia Divina, a principiar el juicio de la injusticia sobre la tierra. No temáis, mis queridos hermanos; y estad seguros, muy seguros y bien seguros de que muy luego tendremos nuestro triunfo definitivo en Nicaragua, con lo que quedará prendida la mecha de la Explosión Proletaria contra los imperialistas de la tierra.”
Lenguaje de profeta, quizás, pero de un profeta que no espera a su mesías mirando el cielo sino la tierra.
En 1932, José María Sacasa, otro liberal, sucedió a Moncada en la presidencia de Nicaragua. Tironeado entre Sandino y Somoza, Sacasa —pusilánime o maquiavélico— insistió en que los norteamericanos se quedaran en el país (suprema defección); pero ellos no le hicieron caso y se fueron a fin de año. Al menos en esto, la causa sandinista había triunfado ampliamente.
Faltaba poco para la noche del 21 de febrero.

***

Sandino fue asesinado junto con sus generales Estrada y Umanzor. Poco antes, habían hecho lo mismo con su hermano Sócrates. Sólo pudo escapar Santos López, quien participó luego en la fundación del Frente Sandinista para la Liberación Nacional.
La Revolución Sandinista derrotaría al hijo menor de Somoza y llegaría al poder en 1979. Diez años después, el FSLN sería derrotado a su vez en elecciones libres, por una candidata derechista, Violeta Chamorro, apoyada por los Estados Unidos.
Hoy, 2007, el sandinismo ha vuelto al poder, pero de la mano de una dudosa coalición electoral, en la que se incluyó parte de sus anteriores enemigos. Algunos antiguos militantes (y funcionarios) sandinistas, como los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, intentan renovar los viejos ideales, para que ésta no haya sido, como título Ernesto Cardenal el último tomo de su autobiografía, una “revolución perdida”.


Bibliografía

Belli, Gioconda, El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra, Barcelona, Plaza & Janés, 2001.
Fonseca, Carlos, La revolución sandinista, Buenos Aires, Nuestra Propuesta, 2004.
Millet, Richard Guardianes de la dinastía. Historia de la Guardia Nacional de Nicaragua creada por Estados Unidos y de la familia Somoza, Costa Rica, Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), 1979.
Portes Gil, Emilio, Autobiografía de la Revolución Mexicana, México, Instituto Mexicano de Cultura, 1964.
Ramírez, Sergio, Sandino, el muchacho de Niquinohomo, Buenos Aires, Cartago, 1986.
Sandino, Augusto César, Escritos y documentos (introducción de Sergio Ramírez), Buenos Aires, El Andariego, 2007.
Selser, Gregorio El pequeño ejército loco. Sandino y la Operación México-Nicaragua, 2 vols., Buenos Aires, Abril, 1984.
Selser, Gregorio, Los marines, Buenos Aires, Cuadernos de Crisis.
Selser, Gregorio, Sandino, general de hombres libres, 2 vols., Buenos Aires, Triángulo, 1959 (prólogo de Miguel Ángel Asturias).

Una bibliografía muy completa sobre Sandino, en http://www.sandino.org/bibl_es.htm.


(Escrito para la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana, 
prof. Viñas, 2005)




miércoles, 19 de octubre de 2011

La cama de Pancho Villa


(dos escenas)

En la primera edición de Cartucho,(1) hay un breve relato que su autora, Nellie Campobello, sacó de la segunda edición. Se titula “Villa” y algunos lo han calificado de “estampa extrañísima”.(2) También es habitual preguntarse por la razón de ese descarte. Entre una y otra edición, se registran numerosos cambios y agregados, que parecen atribuirse a la influencia de Martín Luis Guzmán sobre la autora.
En este caso particular, el del único relato que desaparece en ese interregno de reencuentro personal entre dos grandes escritores “de la Revolución”, podría postularse, preliminar y superficialmente, que se quiso evitar un parangón evidente con una escena célebre de El águila y la serpiente,(3) parangón que voy a hacer en lo que sigue.

Así empieza el relato de Campobello:

Villa aquella mañana estaba de fierro malo. Siempre que llegaba de Canutillo, pasaba en casa de los Franco, una familia —de pelo rojo— que hay en Parral. Mamá iba con mi hermano el mudo y yo, el general no sabía que ella estaba en Parral.

Los tres son llevados a la habitación donde está Villa.

... junto a la ventana, en un colchón tirado en el suelo, estaba el general, se sentó mamá en una silla bajita (de manufactura nacional), él estaba sentado con las piernas tirantes, tenía la gorra puesta.

Veamos una parte del parágrafo de El águila... llamado “Primer vislumbre de Pancho Villa”:

Traspuesto el umbral, Amador había girado sobre su izquierda, escurriéndose por una de las hojas y el cuerpo del soldado. Pani lo seguía. Yo era el último. Luego, a los cuatro o cinco pasos, nos encontramos los tres en el rincón opuesto al de la lámpara: era el más oscuro de todos. Pancho Villa estaba allí.
Estaba Villa recostado en un catre y cubierto con una frazada cuyos pliegues le subían hasta la cintura. Para recibirnos se había enderezado ligeramente.(4)

Las similitudes son obvias.
Es tentador, para empezar, comparar los dos tríos de visitantes del caudillo. Por un lado: la Mamá (fuente de los cuentos-leyenda que contará alguna vez su hija);(5) la hija (precisamente, la futura narradora o, con más precisión, escritora de esos relatos), y el hermanito mudo. Por otro lado: el licenciado Amador; Alberto Pani, exsubsecretario de Madero, que le cuenta a Villa la historia de la muerte del Mártir, y el narrador, Martín Luis Guzmán.(6) Éste será quien permanezca mudo en toda la escena, como la narradora (de manera temporaria) y el hermanito de la narradora (de manera permanente). Pero es el encargado de transmitir la historia, como lo será la niña-adolescente, función similar a la que, en el transcurso de la escena, cumple Pani recordando a Madero. ¿Y la Mamá? Ella es la voz cantante, sin duda: “Algo dijo mamá... Aquella mañana mamá pudo dejar caer sobre Villa unas palabras de ánimo”;(7) en esto se parece a Pani. Aunque, creo, algo tiene también de Amador(a).
Pero los triángulos también pueden desarmarse (y es mejor así). Porque en todo Cartucho hay una gran ausencia: el padre. Y, si bien es demasiado evidente que este lugar lo ocupa el general Villa, no lo es mucho menos que también es un lugar ideal para que ocupe Guzmán (que de hecho lo va a hacer en sus enigmáticas relaciones con una mujer de por sí enigmática como lo fue Nellie Campbell-Campobello).(8)
Sigue ésta:

Cuando Villa estaba enfrente sólo se le podían ver los ojos, sus ojos tenían imán, se quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago.

El impacto inaudito de la mirada de Villa, su voz, su apostura física en general son lugares comunes de la “bibliografía villista” (a favor o en contra). Cifra por excelencia del poder carismático.(9)
En el fragmento de Guzmán, también aparece el tema de los ojos, varias veces, pero de manera tal vez anodina o esquiva:

Amador pronunció frases de presentación tan sinuosas como largas. Villa lo escuchó sin parpadear... Los rayos de la lámpara venían a darle de lleno y a sacar de sus facciones brillos de cobre en torno de los fulgores claros del blanco de los ojos... Su postura, sus gestos, su mirada de ojos constantemente en zozobra denotaban un no sé qué de fiera en el cubil...

Porque en esta escena lo corporal pasa por otro lado:

Luego Amador se calló en seco, y Villa, sin contestar, mandó que el soldado acercara sillas; pero como de éstas, por lo visto, sólo había dos, dos trajo el soldado: las ocuparon Amador y Pani. Yo, a invitación de Villa, me había sentado ya en el borde del lecho, a medio jeme del cuerpo que lo ocupaba. El calor de los cobertores penetró mi ropa y me llegó a la carne.

Antes de analizar esta perturbadora escena, prestemos atención a la cuestión de las sillas. En el primer caso, “se sentó mamá en una silla bajita (de manufactura nacional)”; en el segundo, también hay escasez de mobiliario, lo que acentúa la austeridad del entorno y la forma de vida del caudillo. (Hay que resaltar, incluso, que el episodio de Guzmán transcurre durante una etapa de apogeo de Villa, mientras que en el Campobello el general ya está permanentemente en retirada, perseguido por los carrancistas. En ambos casos, queda clara la precariedad de la situación del único caudillo revolucionario que no aprovechó los “frutos —políticos— de la revolución”.)
Pero, más que nada, interesa anotar cómo Guzmán se ve forzado a sentarse en el borde del lecho mismo, casi en contacto corporal con Villa,(10) mientras Mamá consigue un lugar más alejado, acorde con su condición de mujer, y de viuda, pero prácticamente a la misma altura que el caudillo. O un poco, apenas, más arriba: “... levantó los ojos hasta mamá; todo él era dos ojos amarillentos medio castaños, le cambiaban de color en todas las horas del día” (el subrayado es mío).
Otra vez los ojos; y aquí, como equivalente bien perceptible del “calor” corporal que le llega a “la carne” a Guzmán. (Recordemos que “todo el mundo” se quedaba “con los ojos de él clavados en el estómago”.) Y, donde Guzmán lee (o quiere leer) “zozobra”, Campobello, y quizás su madre, leen sutiles cambios de color que dejan transparentar los correlativos cambios de ánimo del hombre que rige sus destinos, con arbitrariedad pero también con benevolencia.
Hasta aquí la “puesta en escena”, digamos, la significativa ubicación de los “actores”. ¿Qué se habla entre ellos?
En Guzmán:

... por más de media hora nos entregamos a una conversación que puso en contacto dos órdenes de categorías mentales ajenas entre sí. A cada pregunta o respuesta de una y otra parte, se percibía que allí estaban tocándose dos mundos distintos y aun inconciliables en todo, salvo en el accidente casual de sumar sus esfuerzos para la lucha. Nosotros, pobres ilusos (...), habíamos llegado hasta ese sitio cargados con la endeble experiencia de nuestros libros (...) Veníamos huyendo de Victoriano Huerta (...) a caer en Pancho Villa, cuya alma, más que de hombre, era de jaguar: jaguar en esos momentos domesticado para nuestra obra, o para lo que creíamos ser nuestra obra; jaguar a quien, acariciadores, pasábamos la mano sobre el lomo, temblando de que nos tirara un zarpazo (subrayados míos).

Mamá también llega ante Villa cargada con escritura: “Algo dijo mamá. Algo le contestó. Luego le dio un pliego escrito en máquina. Villa se tardó mucho, mucho rato.” No sabemos exactamente qué decía el pliego, aunque se pueden suponer algunas cosas. Sabemos que las palabras de Mamá (las orales o las escritas, o ambas) causan en el general (que estaba “de fierro malo”) un cambio de ánimo, para mejor. Evidentemente, no hubo allí el “contacto” de los mundos “distintos y aun inconciliables” que Guzmán describe acudiendo, paradójica y quizás involuntariamente, al campo semántico de lo físico-corporal. En Cartucho, en cambio, a través del “solo” contacto visual, Mamá y Villa logran la comunicación profunda que la hija va a consagrarse a narrar en todo el resto del libro (y quizás en todo el resto de su obra).
Falta algo. Por qué no volver sobre alguna otra hipótesis acerca del retiro del fragmento en la segunda edición del libro. En este sentido, podría postularse que Nellie Campobello resigna su “Villa” para que predomine (el de) Martín Luis Guzmán;(11) pero también para obliterar la exhibición demasiado ostensible de un deseo, el de su madre, doblemente inadecuado: porque es el de su madre y porque, quizás, es el propio.


Notas

(1) La primera edición es de 1931. La segunda, de 1940, en la editorial de Rafael Giménez Siles y Martín Luis Guzmán. “Quizás no sabremos nunca qué pasó entre 1931 y 1941... Lo que fue, fue muy complejo”, dice Jorge Aguilar Mora en su Prólogo a la reciente edición de Era (México, 2000). Cito por ésta.
(2) Aguilar Mora, ob. cit. Excurso: el carácter episódico de las principales “novelas” de la Revolución Mexicana (Cartucho, El águila y la serpiente, Los de abajo), además de la proliferación de libros anecdóticos y memorialísticos (cf. Anécdotas de la Revolución, de José Ramos, y Memorias de un espectador, de José Fuentes Mares, por ejemplo), podría atribuirse —con cierta obviedad quizás— a las dificultades de abarcar un proceso cuya complejidad, por otra parte evidente, se resiste a las totalizaciones. El letrado no puede o no quiere entender; el subalterno, aparentemente, no lo necesita (cf. el personaje central de Los de abajo, Demetrio Macías, y su resistencia a intelectualizar su adhesión revolucionaria).
(3) Publicada en Madrid en 1928 o 1929, según las bibliografías disponibles. Cito por la edición de La Oveja Negra (Bogotá, 1985).
(4) Este episodio es analizado, desde una perspectiva distinta pero muy inspiradora, por Horacio Legras, “Martín Luis Guzmán: el viaje de la revolución”, MLN 118 (2003), pp. 427-454
(5) Célebre dedicatoria de Cartucho: “A Mamá, que me regaló cuentos verdaderos en un país donde se fabrican leyendas y donde la gente vive adormecida de dolor oyéndolas.” Ver también el fragmento llamado “Los hombres de Urbina”, donde la madre lega a su hija el conocimiento de los hechos y la misión de contarlos: “Narrar el fin de todas sus gentes era todo lo que le quedaba.”
(6) En realidad, el narrador sólo es llamado “Luisito”; esto ocurre en otro episodio del libro, y es justamente Alberto Pani quien lo denomina así.
(7) Las “palabras de ánimo” que Mamá logra dar a Villa son simétricas de las que Guzmán utiliza para desarmarlo, en otra famosa escena de El águila... (ver Horacio Legrás, ob. cit., pp. 449-452). Sería muy arriesgado, sin embargo, proponer que se juegan en esta oposición dos figuras de intelectual, el que anima (orgánico) y el que desarma (ilustrado). La tentación de, además, atribuir esta dicotomía a los géneros involucrados es demasiado desproporcionada.
(8) “¡Ahora sí ganamos! ¡Ya tenemos hombre!”, le había dicho Vasconcelos a Guzmán, refiriéndose por supuesto a Villa. Y Guzmán, luego de recordar/repetir la frase de Vasconcelos, tras la escena del catre, se dice, como extasiado: “¡Hombre!... ¡Hombre!” Por otra parte, antes de retirarse de la presencia de Mamá y sus dos hijos, dice Villa: “Hoy soy el padre de todas las viudas de mis hombres.”
(9) Sólo como asociación libre, recuerdo esa escena de Un día muy particular en que el personaje de Sofia Loren recuerda un encuentro personal con Mussolini: él iba a caballo y la mira fijamente; en ese momento, ella sabe que está embarazada. Eugenio Gaburri y Laura Ambrosiano, en Aullar con los lobos. Conformismo y reverie (Buenos Aires, Lumen, 2006), cuentan el caso de una paciente cuya madre afirmaba respecto de su marido: “Bastaba que me mirase para hacerme quedar embarazada.”
(10) El calor que percibe Guzmán es paralelo al que va a percibir cuando reciba la pistola de Villa de sus propias manos, más adelante: “Luego, en medio de un silencio general, me entregó la pistola, con canana y todo. Al sentir en mis manos aquel peso, tibio aún, me estremecí...” (Juro que no intento erotizar —o falicizar— innecesariamente las escenas analizadas, que en ese sentido hablan por sí solas.)
(11) Se cree que Nellie facilitó a Guzmán mucha de la documentación que éste usaría en sus contradictorias Memorias de Pancho Villa.

(Escrito para las Jornadas de Historia de México, Rosario, octubre de 2006. Publicado en la revista digital Aurora Boreal, Dinamarca, julio de 2009)

martes, 11 de octubre de 2011

El cuerpo y la letra: líderes carismáticos y razón populista (de Facundo a Evo)


En trabajos anteriores, más o menos recientes, me he ocupado de:
1. El saber del baqueano, como opuesto al saber letrado. El primero, dependiente de un paradigma indiciario, considerado primitivo, es degradado y desprestigiado, pero a la vez utilizado, aprovechado por el segundo, cargado con el prestigio ambiguo de lo simbólico; operación que sencillamente, entre otras cosas, consiste en apropiarse de un saber ajeno para dominar y, en última instancia, borrar a ese mismo sujeto que sabe.[1]
2. La relación erótica o libidinal con el líder, figurada en escenas que tienen lugar frente o sobre la propia cama de Pancho Villa, el héroe-bandido de la Revolución Mexicana (Valle, 2009). Estas escenas están en las novelas autobiográficas El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, y Cartucho, de Nellie Campobello.[2]
En este nuevo trabajo, continuación y a la vez comienzo, voy a tratar de unir ambas líneas de investigación, con el objeto de reflexionar sobre cómo se imbrican esas formas consideradas primitivas del saber con la corporalidad de los sujetos que las portan, y cómo la degradación de aquéllas es el correlato de la degradación de éstos, aun en una operación que no carece de incoherencias y ambigüedades.
Para Sarmiento, como ya sabemos, el baqueano, el rastreador son figuras características de la pampa, zona bárbara por excelencia; pero figuras que destacan por capacidades sin duda extraordinarias, y hasta muy útiles en su reducido ámbito de incidencia, aunque siempre provoquen un plus de desconfianza, ya que se depende de ellos, y su lealtad siempre suscita un (lógico) interrogante. Acá aparece de una manera emblemática el “desacuerdo entre saberes”, como lo llama Graciela Montaldo (2010: 31), puesto que, por un lado, si Sarmiento expresa cierta admiración (con reticencias, pero admiración al fin), por esos personajes, por otro lado, no deja de concluir que sus habilidades están fatalmente condenadas a ser remplazadas por los saberes ilustrados; por, en definitiva, la ciencia europea, ese pleonasmo.
Como he analizado con más detalle en los artículos antes citados, el baqueano (y, por extensión, el gaucho, se podría decir) posee un saber indiciario, intuitivo, poco menos que irracional: corporal. Un saber que se transmite de padres a hijos, por imitación, casi biológicamente (en un extremo, reforzado a rebencazo limpio; recuérdese la famosa escena de Don Segundo Sombra: “¡Hacete duro, muchacho!”).[3] Este saber debe ser sustituido por el saber simbólico del letrado, del intelectual, del cartógrafo, del ingeniero, etc.[4] El saber simbólico se transmite por la letra, el libro, el mapa; es el “capitalismo de imprenta” del que habla Benedict Anderson (1997), que produce una nueva mitificación, la ilusión (ideológica) de que es infinitamente distribuible, un saber “al alcance de todos”: democrático en un nuevo sentido, no peyorativo, pero que pretende ignorar u ocultar sobre qué ruinas y sobre qué exclusiones se asienta.
En esta operación, culturalmente muy compleja, el (saber del) cuerpo es degradado como ligado a lo irracional y lo afectivo: opuesto al espíritu, al logos, a la palabra escrita. Se trata, entre otras cosas, de neutralizar, por desprestigio, el saber del subalterno y, al mismo tiempo, construir imaginariamente un espacio[5] que pueda ser un locus enunciativo[6] del saber ilustrado, el cual poco a poco va ocupando todo el territorio (de legitimación y, por ende, de dominación) posible. El baqueano no deja de ser una especie de niño[7] que debe crecer; o también, un animal, cosa que veremos a continuación.
Propongo lo siguiente: si las escenas de la cama de Pancho Villa configuran un extremo, una cifra del poder carismático basado en la corporalidad, la mirada es una condensación aun mayor.
Desde su cama, Pancho Villa da órdenes, organiza sus campañas, atiende pedidos, explica sus posiciones. Paradójicamente, en una inactividad casi total (producto del cansancio, lo cual no deja de implicar y evocar la actividad anterior, y la posterior),[8] la inercia del cuerpo lo muestra en la cúspide de su poder, como un rey en un trono plebeyo. Su engañosa inmovilidad es la de un animal al acecho. Y toda la amenaza se concentra en su mirada felina, tantas veces evocada en las novelas de la Revolución.[9]
Cuando Villa estaba enfrente sólo se le podían ver los ojos, sus ojos tenían imán, se quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago (...) todo él era dos ojos amarillentos medio castaños, le cambiaban de color en todas las horas del día (de Cartucho).
Amador pronunció frases de presentación tan sinuosas como largas. Villa lo escuchó sin parpadear... Los rayos de la lámpara venían a darle de lleno y a sacar de sus facciones brillos de cobre en torno de los fulgores claros del blanco de los ojos... Su postura, sus gestos, su mirada de ojos constantemente en zozobra denotaban un no sé qué de fiera en el cubil... (de El águila y la serpiente).

El tópico de la mirada campea sobre muchos textos de los que he considerado anteriormente.Por ejemplo, en Los sertones, los ejemplos pueden multiplicarse:

... E surgia na Bahia o anacoreta sombrio, cabelos crescidos até aos ombros, barba inculta e longa; face escaveirada; olhar fulgurante; monstruoso, a sua fisionomia estranha: face morta, rígida como uma máscara, sem olhar e sem risos; pálpebras descidas dentro de órbitas profundas (...). Tinha, entretanto, ao que parece, a preocupação do efeito produzido por uma ou outra frase mais decisiva. Enunciava-a e emudecia; alevantava a cabeça, descerrava de golpe as pálpebras; viam-se-lhe então os olhos extremamente negros e vivos, e o olhar —uma cintilação ofuscante... Ninguém ousava contemplá-lo. A multidão sucumbida abaixava, por sua vez, as vistas, fascinada, sob o estranho hipnotismo daquela insânia formidável. (...) torso dobrado, fronte abatida e olhos baixos, Antônio Conselheiro aparecia. Quedava longo tempo, imóvel e mudo, ante a multidão silenciosa e queda. Erguia lentamente a face macilenta, de súbito iluminada por olhar fulgurante e fixo. E pregava.[10]
Algunos párrafos de Facundo son curiosamente parecidos:
... su cólera era la de las fieras: la melena de sus renegridos y ensortijados cabellos caía sobre su frente y sus ojos, en guedejas como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz se enronquecía, y sus miradas se convertían en puñaladas. (...) todos los concurrentes se habían escurrido, uno a uno, al leer en la mirada siniestra de Quiroga que aquélla era la última postura (...). Sus ojos negros, llenos de fuego y sombreados por pobladas cejas, causaban una sensación involuntaria de terror en aquellos sobre quienes, alguna vez, llegaban a fijarse; porque Facundo no miraba nunca de frente, y por hábito, por arte, por deseo de hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada y miraba por entre las cejas, como el Alí-Bajá de Monvoisin.
Pero también en Campaña en el Ejército Grande hay un fragmento, dedicado a Urquiza, donde se une la cuestión de la mirada con la cuestión del saber y del mando:
Daba impulso a aquel extenso y variado campo de acción la mirada eléctrica del General en Jefe que, situado en una eminencia, dominaba la escena, inspirando arrojo a los unos y a todos actividad y entusiasmo.
Es que la mirada es la cifra del poder carismático, basado en una relación personal imaginaria. Veamos, de una manera resumida, cómo funciona esto.
En el líder carismático, como en cualquier otra forma de representación política, se instala un dilema, una tensión entre los dos sentidos de esta palabra (el político y el retórico), que quizás convendría mantener separados.[11] Dilema, o tensión, por un lado, porque se pretende cancelar la distancia implícita inevitablemente en ella, ya que toda representación es parcial (si no, sería una identidad).[12] Evo Morales dice en Jefazo: “Queremos votar por nosotros mismos” (p. 129); en el contexto, se entiende lo que quiere decir, por supuesto, pero la misma estructura de la frase quiere encubrir y, en vez, exhibe un desdoblamiento inevitable. El líder, entonces, pasa a representar a su pueblo de manera metafórica: es como su pueblo (la “chompa” de Evo). Y adquiere –en forma excelsa, o por antonomasia– algunas de sus virtudes, por ejemplo, las del baqueano-rastreador.
Si Rosas conocía el sabor de cada pasto de la pampa, y Facundo el nombre y la historia de cada uno de sus soldados (como Napoleón),[13] también Pancho Villa exhibe esos saberes. Pueden, entonces, prescindir de los guías, porque ellos saben más, no los necesitan, y evitan así ser engañados. Es decir, evitan ser ellos mismos representados. También pueden engañar mejor, o por lo menos desorientar a sus enemigos, pero también a sus mismos seguidores, sus representados.
Durante todos estos años [Villa] aprendió a no confiar en nadie. Cuando hacía sus jornadas secretas a través del país con un acompañante leal, acampaba a menudo en un lugar despoblado y allí despedía a su guía; dejaba una fogata ardiendo y cabalgaba toda la noche para alejarse de su fiel acompañante. Así fue cómo Villa aprendió el arte de la guerra; y hoy, en el campo, cuando llega el ejército para acampar en la noche, Villa tira las bridas de su caballo a un asistente, se echa el sarape sobre los hombros y se va, solo, a buscar el abrigo de los cerros. Parece que nunca duerme. En medio de la noche se presenta de improviso en cualquier parte de los puestos avanzados, para ver si los centinelas están en su lugar; cuando retorna en la mañana, viene de una dirección distinta. Nadie, ni siquiera el oficial de mayor confianza en su Estado Mayor, conoce nada de sus planes hasta que está listo para entrar en acción (Reed, 1971).
No hay árbol, ni una peña, ni una cerca de piedras que yo no conozca. Sé dónde hay cuevas, y de dónde sale el agua buena para beber. Me amarras una venda, me llevas y me dejas en mitad de un cañón, que no se vea más que un cerro para un lado y otro para otro, y te digo dónde estoy. No hay una vereda por donde no haya caminado, y cuando me salgo de ellas, nadie puede seguirme (...). Y así como yo conozco el campo, el campo me conoce a mí... (Rafael Muñoz, ¡Vámonos con Pancho Villa!).
Los ejemplos se pueden multiplicar.
El desprecio por este tipo de saberes (o su sobrevaloración paradójica) es correlativo del tradicional desprecio por el llamado populismo. Remito para esto a toda la primera parte del libro de Ernesto Laclau La razón populista (2005), que pasa revista a las teorías tradicionales sobre este tema. No puedo resumir aquí las complejas teorías del politólogo argentino (que además deben siempre ponerse en relación con su clásico posmarxista Hegemonía y estrategia socialista), pero trataré de destacar dos aspectos que tienen que ver con la dirección de mi trabajo: la verdadera función del líder y la importancia de la dimensión afectiva.
Tradicionalmente, se atribuyeron al líder carismático-populista las capacidades, más o menos equivalentes o correlativas, de sugestión y de manipulación de las masas. Pero, como bien dice Laclau (2005), esto, aunque fuera cierto, deja por explicar cómo y por qué se pueden producir tales operaciones (por otro lado, más o menos similares, o mutuamente implicadas): “La unificación simbólica del grupo en torno a una individualidad –y aquí estamos de acuerdo con Freud– es inherente a la formación de un pueblo.” En primera instancia, entonces, es el “nombre del líder” el que unifica (siempre provisoriamente) las demandas equivalentes que constituyen la lógica estructural populista: “Encarnar algo sólo puede significar dar un nombre a lo que está siendo encarnado...”. Pero esto no se completaría sin la investidura afectiva libidinal (amor u odio) que fundamenta el proceso de significación: “... pero como lo que está siendo encarnado es una plenitud imposible..., la entidad ‘encarnadora’ se convierte en el objeto pleno de investidura catéctica”. Proceso que nunca es completo, por eso puede cambiar en cualquier momento. Y por eso representante y representados se configuran mutuamente.
Este rodeo por lo libidinal-afectivo (que rocé en el trabajo sobre “la cama de Pancho Villa”) nos reconduce al tema del cuerpo del líder y sus saberes respectivos, encarnados, precisamente, de manera privilegiada, en las formas de su mirada: magnética, fulgurante, eléctrica, vacilante y a la vez súbitamente penetrante; ojos que son como imanes o puñales, que no miran de frente o se abren bruscamente, y que pueden “ver” incluso detrás de una venda (porque es todo el cuerpo el que “ve”), y abarcan más de lo que puede ponerse en palabras, revelando así la carencia fundamental de lo simbólico.
Para terminar, por ahora. Los saberes ilustrados (de izquierda y de derecha) suelen despreciar este saber iletrado, corporal, libidinal, propio de ciertos populismos; los logros de estos últimos suelen ser calificados, paradójicamente, de meramente “culturales” o, en este otro sentido, “simbólicos” (la política social del peronismo es un buen ejemplo), como si las transformaciones materiales y las imaginarias fueran por sendas totalmente distintas.[14] Intenté empezar a mostrar que ambas cosas están imbricadas de varias maneras, y que el cuerpo del líder es el punto nodal de aparición y de fuga de estas maneras.

Bibliografía
-     Alsina, V. 1986. “Notas de Valentín Alsina al libro Civilización y barbarie”. Sarmiento, D. F, Facundo. Caracas, Biblioteca Ayacucho.
-     Anderson, B. 1997. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Suárez, E. L. (trad.). México, FCE.
-     Da Cunha, E. 1975. Peru versus Bolívia. San Pablo, Cultrix.
-     Groppo, A. 2009. Los dos príncipes: Juan D. Perón y Getulio Vargas. Un estudio comparado del populismo latinoamericano. Villa María, Eduvim.
-     Guha, R. 1997. “La prosa de la contra-insurgencia”. Debates poscoloniales: una introducción a los estudios de la subalternidad. La Paz, historias/Aruwiri/SEPHIS.
-     Laclau, E. 1993. “Poder y representación”. Poster, M. (ed.); Wolfson, L. (trad.). Politics, Theory and Contemporary Culture. Nueva York, Columbia University Press.
-     ---------------. 2005. La razón populista. México, Fondo de Cultura Económica.
-     Mignolo, W. 2007. La idea de América latina. Barcelona, Gedisa.
-     ---------------. 1998a “Espacios geográficos y localizaciones epistemológicas: la ratio entre la localización geográfica y la subalternización de conocimientos”. Dissens N.° 3, Bogotá, Universidad Javeriana (http://www.javeriana. edu.co/pensar/Rev34.html).
-     ---------------. 1998b. “Postoccidentalismo: el argumento desde América latina”, en en S. Castro-Gómez y E. Mendieta (eds.): Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate). México, Miguel Ángel Porrúa,
-     Montaldo, G. 2010. Zonas ciegas. Populismos y experimentos culturales en Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
-     Rodríguez, F. 2010. Un desierto para la nación. Buenos Aires, Eterna Cadencia.
-     Reed, J. 1971. México insurgente. Buenos Aires, CEAL.
-     Santos, M. 1988. Metamorfoses do espaço habitado. Fundamentos teóricos e metodológicos da geografia. San Pablo, Hucitec.
-     Spivak, G. 1988. “¿Puede hablar el subalterno?”. Revista Colombiana de Antropología, Volumen 39, enero-diciembre 2003, pp. 297-364.
-     Valle, P. 2008a. “Baqueanos: saberes, territorios e identidades”. No Retornable [en línea], invierno. Consultado en:  (http://www.no-retornable.com.ar:80/v1/vaca_loca/valle.html).
-     ---------------.  2008b. “Terra ignota: saberes e identidades territoriales”. Jornadas de Investigación del Instituto de Literatura Argentina. Facultad de Filosofía y Letras, noviembre [en línea]. Consultado en: http://www.filo.uba.ar/contenidos/investigacion/institutos/rojas/miWeb/pdf/Valle1.pdf).
-     ---------------. 2009. “La cama de Pancho Villa (dos escenas)”, revista digital Aurora Boreal (Dinamarca), julio. [en línea]. Consultado en: (http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=84&Itemid=201).
-     ---------------.  2009. Los sertones, de Euclides Da Cunha: el hombre, la tierra, el texto. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, fichas de cátedra.






[1] Valle (2008a). Con algunas variantes, Valle (2008b).
[2] Hay escenas parecidas en el libro de crónicas periodísticas México insurgente, de John Reed: “Lo he visto con frecuencia cabizbajo en su catre, dentro del reducido vagón rojo en que viajaba siempre, contando chistes familiarmente con veinte soldados andrajosos tendidos en el suelo, en las mesas o las sillas. (…) A la mañana siguiente fui a ver a Villa a su carro. Era un vagón rojo, con cortinas de saraza en las ventanas; el famoso y reducido carro que Villa ha usado en todas sus andanzas desde la caída de Juárez. Estaba dividido por tabiques en dos cuartos, la cocina y la recámara del general. Esta pequeña habitación, de poco más de tres por siete metros, era el corazón del ejército constitucionalista. (...) Dos literas doble ancho de madera plegadas contra la pared, en una de las cuales dormía Villa y el general Ángeles; en la otra, José Rodríguez y el doctor Raschbaum, médico de cabecera de Villa. Era todo... —¿Qué desea, amigo? —dijo Villa, sentándose al extremo de la litera, en paños menores color azul. Los soldados que holgazaneaban en torno, indolentes, me hicieron un sitio” (1971, passim; los subrayados son míos).
[3] Fin del capítulo VIII. El rebencazo es, en un oxímoron, “casi insensible”. Y Fabio agrega “creí haber reconocido la voz de Don Segundo”. ¿Quién otro iba a ser? Pero esta duda refleja la impersonalidad de la operación: es la misma pampa la que golpea, la que enseña.
[4] Estos temas han sido brillantemente elaborados en el reciente libro de Fermín Rodríguez (2010). Por otro lado, no me parece casual que Euclides Da Cunha fuera “ingeniero militar”; remito, para ello, a Valle (2009: 11). Luego del éxito de este libro, Euclides es enviado como perito agrimensor para saldar los conflictos limítrofes entre Perú, Bolivia y Brasil. Ver Da Cunha (1975).
[5] Para el tema del espacio, desde el punto de vista de un brillante geógrafo contemporáneo, ver Milton Santos (1988): “O espaço não é nem uma coisa, nem um sistema de coisas, senão uma realidade relacional: coisas e relações juntas. Eis por que sua definição não pode ser encontrada senão em relação a outras realidades: a natureza e a sociedade, mediatizadas pelo trabalho. Não é o espaço, portanto, como nas definições clássicas de geografia, o resultado de uma interação entre o homem e a natureza bruta, nem sequer um amálgama forma pela sociedade de hoje e o meio ambiente. O espaço deve ser considerado com um conjunto indissociável de que participam, de um lado, certo arranjo de objetos geográficos, objetos naturais e objetos sociais, e, de outro, a vida que os preenche e os anima, seja a sociedade em movimento. O conteúdo (da sociedade) não é independente, da forma (os objetos geográficos), e cada forma encerra uma fração do conteúdo. O espaço, por conseguinte, é isto: um conjunto de formas contendo cada qual frações da sociedade em movimento As forma, pois têm um papel na realização social.”
[6] Para la construcción de este espacio privilegiado desde el cual se puede enunciar “la Verdad” (imperialista, colonial, dominante), ver varios trabajos de los últimos años de Walter Mignolo; entre ellos: “Espacios geográficos y localizaciones epistemológicas: la ratio entre la localización geográfica y la subalternización de conocimientos”, “Postoccidentalismo: el argumento desde América latina” (ubicables en Internet), y su confluencia en Mignolo (2007).
[7] “Ahora es interesante verlo leer, o más bien, oírlo, porque tiene que hacer una especie de deletreo gutural, un zumbido con las palabras en voz alta, como si fuera un pequeño que apenas puede o empieza a leer”, dice John Reed (1971) sobre Pancho Villa.
[8] “Parece que nunca duerme” (otra vez Reed).
[9] La animalización de los seres humanos en estos sistemas metafóricos es el correlato de la naturalización de la historia, como bien han advertido los teóricos poscoloniales: “... metáforas que asimilan las sublevaciones campesinas con fenómenos naturales: estallan como tormentas de truenos, se mueven como terremotos, se extienden como incendios de monte, se contagian como epidemias” (Guha, 1997). Mientras escribo esto (domingo 12/9/2010), leo en Clarín una nota de Eduardo Van der Kooy en la que dice que el piquetero Luis D’Elía “abandonó su madriguera”.
[10] “... Y surgía en Bahía el anacoreta sombrío, de cabellos crecidos hasta los hombros, barba inculta y larga; rostro como calavera; mirada fulgurante (...) su extraña fisionomía: rostro muerto, rígido como una máscara, sin mirada y sin sonrisa; párpados caídos, dentro de órbitas profundas (...). Tenía, sin embargo, por lo que parece, preocupación por el efecto producido por una o otra frase más decisiva. La enunciaba y enmudecía; levantaba la cabeza, abría de golpe los párpados; se le veían entonces los ojos extremadamente negros y vivos, y la mirada: una cintilación ofuscante... Nadie osaba contemplarlo. La multitud apabullada bajaba, a su vez, la vista, fascinada, bajo el extraño hipnotismo de aquella formidable insania. (...) torso doblado, frente abatida y ojos bajos, Antonio Conselheiro aparecía. Se quedaba largo tiempo, inmóvil y mudo, ante la multitud silenciosa. Erguía lentamente el rostro macilento, súbitamente iluminado por una mirada fulgurante y fija. Y predicaba” (mi traducción).
[11] Los dos significados “están relacionados pero son irreductiblemente discontinuos”, señala Gayatri Spivak en su ya canónico artículo “¿Puede hablar el subalterno?” (1988).
[12] “... ¿qué entraña el proceso de representación? En esencia, la fictio iuris de que alguien está presente en un sitio en el que se encuentra materialmente ausente. La representación es el proceso por el cual alguien (el representante) ‘sustituye’ y, al mismo tiempo, ‘encarna’ al representado. Parecería que las condiciones de una representación perfecta estarían dadas cuando ella es un proceso directo de transmisión de la voluntad del representado, cuando el acto de representación es por entero transparente respecto de esa voluntad. Esto presupone que dicha voluntad esté plenamente constituida y que el papel del representante se agote en su función mediadora. La opacidad inherente a toda sustitución y encarnación debe reducirse al mínimo; el cuerpo en el que cobra lugar la encarnación tiene que ser casi invisible. Sin embargo, en este punto surgen dificultades, ya que ni por el lado del representante ni por el lado del representado prevalecen las condiciones de una representación perfecta; y esto no es consecuencia de lo empíricamente factible, sino de la lógica misma inherente al proceso de representación. (...) En el proceso de representación hay una opacidad, una esencial impureza, que a la vez es condición tanto de la posibilidad como de la imposibilidad. El ‘cuerpo’ del representante no puede reducirse, por motivos esenciales. Una situación de transmisión y rendición de cuentas perfectas en un medio transparente no exigiría representación alguna. (...) ¿Qué ocurre con la representabilidad? Está claro que si no existe un cimiento racional supremo de lo social, la representabilidad total es imposible; pero en tal caso no podemos hablar tampoco de representaciones ‘parciales’ que serían, dentro de sus respectivos límites, cuadros más o menos adecuados del mundo. Si la contingencia radical ha ocupado el terreno del cimiento, todo significado social será una construcción social y no un reflejo intelectual de lo que son las ‘cosas-en-sí’” (Laclau, 1993; subrayados míos).
[13] Y recordemos, a propósito de esto, el escepticismo de Valentín Alsina al respecto. Ver “Notas de Valentín Alsina al libro Civilización y barbarie”, en la edición del Facundo de la Biblioteca Ayacucho.
[14] Esto también está desarrollado ampliamente, por la senda de Laclau, en el libro de Alejandro Groppo  (2009).



(Leído en las I Jornadas de investigación “De la Colonia al Tercer Milenio. Literatura latinoamericana”, Buenos Aires, Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas”, 23-24 de septiembre de 2010; actas, en prensa)