“Somoza abrazó a Sandino en público, pero en
privado el Jefe Director y muchos de sus subordinados estaban descontentos con
los términos del convenio de paz” (Richard Milllet, Guardianes de la dinastía).
“Fundamos el ejército de insurgentes más
grande de la historia de nuestro hemisferio. Inicialmente eran sólo un puñado
de hombres, pero al final lo integraban más de 12.000 contras” (Duane
Clarridge, exjefe de la CIA,
en Clarín, 24 de marzo de 2006).
“No participé mi
matrimonio con anterioridad al público, porque quisimos que fuera un acto de
absoluta intimidad. Dos días después de nuestro matrimonio, abandoné a mi
esposa y me interné en las selvas de Las Segovias, desde donde he permanecido
defendiendo el honor de mi patria” (ACS).
Augusto César Sandino volvió a Managua, por última vez, el
16 de febrero de 1934, cinco días antes de ser asesinado. Es difícil entender
por qué dio ese paso fatal, raro en alguien que había hecho de la astucia y la
desconfianza ante los poderes un dogma exitoso. Ese meterse en la boca del
lobo, en el peor momento, ¿lo que no tuvo de ingenuidad lo tuvo de inmolación?
Por un lado, como una suerte de Martín Fierro (el de la Vuelta),
Sandino venía a pedir “que lo dejaran trabajar”. Luego de la retirada
norteamericana de Nicaragua y la victoria electoral de su correligionario Juan
Bautista Sacasa, le habían dejado un territorio en Wiwilí, que enseguida se
organizó en forma de cooperativas agrarias. Sin embargo, el hostigamiento de la Guardia Nacional
era permanente. Anastasio Somoza, el “Jefe Director” de ese cuerpo, nombrado
bajo la influencia norteamericana, sabía que, vivo y activo Sandino, siempre
sería un referente de cualquier oposición y, por lo tanto, un obstáculo
intransigente para su proyecto inmediato: adueñarse del poder absoluto.
Por otro lado, Sandino nunca había dejado del todo las
armas y, aunque aseguraba que no quería retomar la guerra, amenazaba
abiertamente con volver a rebelarse o, por lo menos, exiliarse y publicar un
manifiesto en el exterior, para dar a conocer la situación real del país.
Idealista pero muy inteligente (el “pero” debería sacarse), proponía poner su
ejército popular a las órdenes del presidente constitucional, siempre que se
socavara el poder de la Guardia Nacional, formada e instruida por los
norteamericanos.
Sacasa pareció tentarse (sabía perfectamente quién era y
qué quería Somoza) y cedió parcialmente a los pedidos de Sandino; pero esto
mismo precipitó el final y, de hecho, fue una de las tantas actitudes dudosas
que tuvo el débil presidente, cuyo poder nominal sobreviviría muy poco tiempo a
su inacción y su desidia de aquellos días.
En la noche del 21 de febrero, el “general de hombres
libres” fue asesinado por orden de Somoza, que se integró así a la serie de
militares traidores que, como Pinochet a Allende, casi cuarenta años después,
dan el abrazo de Judas y, junto con ello, una lección que debió ser definitiva.
***
Augusto Nicolás Calderón Sandino había nacido el 18 de mayo
de 1895 en Niquinohomo, departamento de Masaya. Cuando tenía 17 años, supo de
la sublevación y la muerte de Benjamín Zeledón, enfrentado al gobierno títere
de Adolfo Díaz, apoyado por los norteamericanos, que habían invadido el país
unos años antes.
Trabajó en Costa Rica, Honduras, Guatemala, y finalmente en
México, en los campos petroleros de Tampico y Cerro Azul, ya más cerca de las
“entrañas del monstruo” del Norte, donde aprendería el uso de explosivos, una
de sus especialidades en la guerra de guerrillas ulterior. (Siempre será
notable, en América central, la peculiar “porosidad” de las fronteras, tanto
para los trabajadores migrantes como para diversos exilados y sublevados. La
selvática frontera entre Nicaragua y Honduras será fundamental en la gesta de
Sandino, como permanente refugio potencial; y también, desgraciadamente, en el
hostigamiento a la
Revolución Sandinista por parte de la “Contra” organizada por
la CIA. Esa porosidad se ve bien representada en algunas novelas de Sergio
Ramírez, por ejemplo ¿Te dio miedo la
sangre?)
La primera ocupación norteamericana de Nicaragua llegaría
hasta 1925, en lo que fue, en realidad, sólo un paréntesis pequeño; y engañoso,
porque dejaron constituida la temible Guardia Nacional, intentando repetir una
experiencia que había tenido resultados diversos en Haití y Santo Domingo. En
la superficie, la idea era remplazar al Ejército y la Policía con un solo cuerpo
militarizado “apolítico”; en profundidad, se trataba, por supuesto, de
conservar el monopolio de la fuerza armada para la protección de los “intereses
permanentes” (económicos y geopolíticos) de los Estados Unidos.
Cuando el sempiterno Emiliano Chamorro —apellido que se
repite de manera nefasta en la historia de Nicaragua, aun en la reciente— dio
su golpe contra Solórzano y se hizo proclamar presidente, los Estados Unidos
tuvieron que negarse a reconocerlo, supuestamente en honor de tratados
anteriores. Sin embargo, se tenían reservada una carta mejor: nombrar al
siempre a mano Adolfo Díaz como “transición”. Esto precipita una nueva asonada,
esta vez de parte de los liberales.
Los norteamericanos volvieron a desembarcar tropas en la
sufrida “sultana de los lagos”, como la llamaría Sandino en una de sus
proclamas. Hacía rato que la utopía del canal interoceánico había quedado atrás,
en favor del de Panamá; ahora lo fundamental para ellos, en términos
geopolíticos, era evitar que la revolución mexicana extendiera su mal ejemplo
al resto del “patio trasero”. (De aquí los permanentes recelos respecto de la
índole de las relaciones Sandino-México: ¿el presidente Calles le dio apoyo y
armas? ¿Qué pasaría luego, con Portes Gil? Etcétera.)
Lo cierto es que, el 1 de junio de 1926, Sandino llegó a
Nicaragua, para sumarse al levantamiento de sus hasta entonces
correligionarios. El 26 de octubre se incorporó a la “guerra
constitucionalista”, junto con algunos trabajadores mineros de San Albino. En
El Jícaro sufrió su primera derrota pero también empezó a comprender que
enfrentarse abiertamente a tropas más numerosas y mejor pertrechadas no era una
buena idea; la guerra de guerrillas, sí. Hizo base en Las Segovias y empezó a
tener los primeros éxitos; no serían los únicos.
La guerra, dirigida por el general liberal José María
Moncada, iba por buen camino. Pero lo único que Moncada quería era llegar a una
posición ventajosa para negociar con los norteamericanos, representados por
Henry Stimson, secretario de Estado del presidente Coolidge. Finalmente, se
hizo la negociación, el llamado “pacto del espino negro”. Según sus términos,
básicamente, los liberales abandonarían la lucha y los norteamericanos
garantizarían elecciones “libres” (en las que aquéllos tenían todo para ganar).
Moncada ordenó a sus generales que depusieran las armas.
Sólo Sandino se negó. El 12 de mayo, anunció que continuaría luchando hasta que
los norteamericanos se fueran del país. El 18 de mayo se casó con Blanca Aráuz,
“la muchacha de San Rafael del Norte”. El 1 de julio emitió su primer
Manifiesto Político.
***
Decía de sí mismo: “Soy trabajador de la ciudad, artesano
como se dice en este país, pero mi ideal campea en un amplio horizonte de
internacionalismo, en el derecho de ser libre y de exigir justicia, aunque para
alcanzar ese estado de perfección sea necesario derramar la propia y la ajena
sangre.”
Luego: “La revolución liberal está en pie. Hay quienes no
han traicionado, quienes no claudicaron ni vendieron sus rifles para satisfacer
la ambición de Moncada. (...) Moncada el traidor faltó naturalmente a sus
deberes de militar y de patriota. No eran analfabetos quienes le seguían y
tampoco era él un emperador, para que nos impusiera su desenfrenada ambición.
Yo emplazo ante los contemporáneos y ante la historia de ese Moncada desertor
que se pasó al enemigo extranjero con todo y cartuchera. (...) Los grandes
dirán que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi
insignificancia está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y
así juro ante la Patria
y ante la historia que mi espada defenderá el decoro nacional y que será
redención para los oprimidos. Acepto la invitación a la lucha y yo mismo la
provoco y al reto del invasor cobarde y de los traidores de mi Patria, contesto
con mi grito de combate, y mi pecho y el de mis soldados formarán murallas
donde se lleguen a estrellar legiones de los enemigos de Nicaragua. Podrá morir
el último de mis soldados, que son los soldados de la libertad de Nicaragua,
pero antes, más de un batallón de los vuestros, invasor rubio, habrán mordido
el polvo de mis agrestes montañas. (...) Quiero convencer a los nicaragüenses
fríos, a los centroamericanos indiferentes y a la raza indohispana, que en una
estribación de la cordillera andina hay un grupo de patriotas que sabrán luchar
y morir como hombres.”
¿Cuál es en este momento su “proyecto político”? Lo tiene,
aunque su formulación esté en ciernes: “La civilización exige que se abra el
Canal de Nicaragua, pero que se haga con capital de todo el mundo y no sea
exclusivamente de Norte América, pues por lo menos la mitad del valor de las
construcciones deberá ser con capital de la América Latina y la otra mitad de
los demás países del mundo que desean tener acciones en dicha empresa, y que
los Estados Unidos de Norte América sólo pueden tener los tres millones que les
dieron a los traidores Chamorro, Díaz y Cuadra Pasos; y Nicaragua, mi Patria,
recibirá los impuestos que en derecho y justicia le corresponden, con lo cual
tendríamos suficientes ingresos para cruzar de ferrocarriles todo nuestro
territorio y educar a nuestro pueblo en el verdadero ambiente de democracia efectiva,
y asimismo seamos respetados y no nos miren con el sangriento desprecio que hoy
sufrimos.”
Desde ese momento, Sandino se convirtió en una mancha en el
sol para los planes, por otro lado relativamente exitosos, de los yanquis y de
Moncada, que, por supuesto, ganó las elecciones de 1928 según lo previsto.
Sandino será “el bandido”, como lo había sido Pancho Villa (salvo cuando se
pretendía un resarcimiento económico de parte del Estado mexicano: entonces
era, para los periódicos norteamericanos, “el general Francisco Villa”).
Este bandido, metido en una “guerra que no podía ganar”,
tuvo en jaque a la
Guardia Nacional durante años. Los norteamericanos llegaron a
utilizar bombardeos aéreos, recurso bélico que apenas había despuntado en la
primera guerra mundial y se buscó perfeccionar en esos rincones olvidados de la
selva centroamericana. En el poblado de El Ocotal, tomado por los rebeldes,
murieron más de 300 civiles, por ejemplo. Sandino se ufanaba de haber volteado
más de un avión yanqui y de haber utilizado sus restos para fabricar armas y
herramientas. (Treinta años después, la guerrilla vietnamita hacía algo similar
con las bombas que caían y no explotaban: sacaban el explosivo y lo disponían
en latas de gaseosas, con detonadores, como trampas cazabobos.)
En junio de 1928, el dirigente comunista salvadoreño
Farabundo Martí se incorporó a la lucha de Sandino.
En 1929, amenazado por tropas cada vez numerosas (y más
despiadadas), Sandino decidió ir a México, para solicitar el apoyo del entonces
presidente Emilio Portes Gil (uno de los títeres puestos por el “jefe máximo”,
Plutarco Elías Calles, que quizás había ayudado a Sandino al principio de su
lucha). Atravesó, a veces clandestinamente, varios países de América Central,
en donde fue recibido como héroe por estudiantes y campesinos. También en
México tuvo un buen recibimiento, pero Portes Gil hizo todo lo posible para
mantenerlo alejado del DF y negarle cualquier apoyo concreto, más allá de lo
meramente discursivo. Más bien, quiso quedar bien con Dios y con el Diablo; y,
sobre todo, usar a Sandino como as en la manga para las permanentes
negociaciones que, como todos los presidentes mexicanos posrevolucionarios,
estaba obligado a llevar a cabo con Estados Unidos. (Al respecto, es
ilustrativo revisar —y leer entre líneas— las páginas pertinentes de la pomposa
Autobiografía de la Revolución Mexicana,
de Portes Gil.)
Aquí Sandino empezó a percibir las dificultades políticas,
no sólo bélicas, que enfrentaba. Sin un apoyo real de la comunidad
internacional, su lucha seguiría aislada, y en definitiva fracasaría, aunque
los norteamericanos se fueran finalmente de Nicaragua. Muchos intelectuales,
organizaciones obreras y estudiantiles, incluso de los Estados Unidos, lo
apoyaban “moralmente”. Pero, sin el concurso real de las grandes masas y una
unión efectiva, por lo menos entre las naciones de Centroamérica, era
prácticamente imposible enfrentar al invasor en el terreno que más importaba,
el económico.
Volvió a Nicaragua con grandes dificultades. El 15 de
febrero de 1931, dio a conocer su célebre manifiesto “Luz y Verdad”.
Es habitual ver en este documento síntomas de
“espiritualismo”, cuando no de un “misticismo” que rozaría el delirio. (Sandino
era masón —como todos los liberales, incluyendo a Somoza, por cierto—, y es
posible que en México haya retomado contactos con antiguos compañeros de
logia.)
Dice, por ejemplo: “Impulsión divina es la que anima y
protege a nuestro Ejército, desde su principio y así lo será hasta su fin. Ese
mismo impulso pide en Justicia de que todos nuestros hermanos miembros de este
Ejército, principien a conocer en su propia Luz y Verdad, de las leyes que
rigen el Universo. (...) Todos vosotros presentís una fuerza superior a si
mismos y a todas las otras fuerzas del Universo. Esa fuerza invisible tiene
muchos nombres, pero nosotros lo hemos conocido con el nombre de Dios. (...) Lo
que existió en el Universo, antes de las cosas que se pueden ver o tocar, fue
el éter como sustancia única y primera de la Naturaleza (materia).
Pero antes del éter, que todo lo llena en el Universo, existió una gran
voluntad; es decir, un gran deseo de Ser lo que no era, y que nosotros lo hemos
conocido con el nombre de Amor. Por lo explicado se deja ver que el principio
de todas las cosas es el Amor: o sea Dios. También se le puede llamar Padre
Creador del Universo. La única hija del Amor, es la Justicia Divina. La
injusticia no tiene ninguna razón de existir en el Universo, y su nacimiento
fue de la envidia y antagonismo de los hombres, antes de haber comprendido su
espíritu. Pero la incomprensión de los hombres, solamente es un tránsito de la
vida universal: y cuando la mayoría de la humanidad conozca de que vive por el
Espíritu, se acabará para siempre la injusticia y solamente podrá reinar la Justicia Divina:
única hija del Amor.”
Es tentador plantear la hipótesis de que, a medida que
Sandino iba comprendiendo las auténticas dificultades de su lucha, y lo
irrisorio de su objetivo, que de hecho se cumplió (los norteamericanos se
fueron de Nicaragua, pero ¿qué dejaron detrás?), se fue volviendo más
“místico”. ¿Se refugiaba en lo espiritual
después de tantear los límites materiales
de su proyecto? ¿Se preparaba para su sacrificio final, o al menos lo
entreveía?
Es tentador plantear esto, pero es inútil, y probablemente
sea erróneo.
Después de todo, el Manifiesto sigue así: “Muchas veces
habréis oído hablar de un Juicio Final del mundo. Por Juicio Final del mundo se
debe comprender la destrucción de la injusticia sobre la tierra y reinar el
Espíritu de Luz y Verdad, o sea el Amor. También habréis oído decir que en este
siglo veinte, o sea el Siglo de las Luces, es la época de que estaba
profetizado el Juicio Final del Mundo. (...) El siglo en cuestión se compone de
cien años y ya vamos corriendo sobre los primeros treinta y uno; lo que quiere
decir que esa hecatombe anunciada deberá de quedar definida en estos últimos 69
años que faltan. No es cierto que San Vicente tenga que venir a tocar trompeta,
ni es cierto de que la tierra vaya a estallar y que después se hundiría; no. Lo
que ocurrirá es lo siguiente: que los pueblos oprimidos romperán las cadenas de
la humillación, con que nos han querido tener postergados los imperialistas de
la tierra. Las trompetas que se oirán van a ser los clarines de guerra,
entonando los himnos de la libertad de los pueblos oprimidos contra de la
injusticia de los opresores. La única que quedará hundida para siempre es la
injusticia; y quedará el reino de la Perfección, el Amor; con su hija predilecta la Justicia Divina.
Cábenos la honra hermanos: de que hemos sido en Nicaragua los escogidos por la Justicia Divina, a
principiar el juicio de la injusticia sobre la tierra. No temáis, mis queridos
hermanos; y estad seguros, muy seguros y bien seguros de que muy luego
tendremos nuestro triunfo definitivo en Nicaragua, con lo que quedará prendida
la mecha de la
Explosión Proletaria contra los imperialistas de la tierra.”
Lenguaje de profeta, quizás, pero de un profeta que no
espera a su mesías mirando el cielo sino la tierra.
En 1932, José María Sacasa, otro liberal, sucedió a Moncada
en la presidencia de Nicaragua. Tironeado entre Sandino y Somoza, Sacasa
—pusilánime o maquiavélico— insistió en que los norteamericanos se quedaran en
el país (suprema defección); pero ellos no le hicieron caso y se fueron a fin
de año. Al menos en esto, la causa sandinista había triunfado ampliamente.
Faltaba poco para la noche del 21 de febrero.
***
Sandino fue asesinado junto con sus generales Estrada y
Umanzor. Poco antes, habían hecho lo mismo con su hermano Sócrates. Sólo pudo
escapar Santos López, quien participó luego en la fundación del Frente
Sandinista para la Liberación Nacional.
La Revolución Sandinista
derrotaría al hijo menor de Somoza y llegaría al poder en 1979. Diez años
después, el FSLN sería derrotado a su vez en elecciones libres, por una
candidata derechista, Violeta Chamorro, apoyada por los Estados Unidos.
Hoy, 2007, el sandinismo ha vuelto al poder, pero de la
mano de una dudosa coalición electoral, en la que se incluyó parte de sus anteriores
enemigos. Algunos antiguos militantes (y funcionarios) sandinistas, como los
escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, intentan renovar los viejos
ideales, para que ésta no haya sido, como título Ernesto Cardenal el último tomo
de su autobiografía, una “revolución perdida”.
Bibliografía
Belli,
Gioconda, El país bajo mi piel. Memorias
de amor y guerra, Barcelona, Plaza & Janés, 2001.
Fonseca,
Carlos, La revolución sandinista,
Buenos Aires, Nuestra Propuesta, 2004.
Millet,
Richard Guardianes de la dinastía.
Historia de la Guardia Nacional
de Nicaragua creada por Estados Unidos y de la familia Somoza, Costa Rica,
Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), 1979.
Portes
Gil, Emilio, Autobiografía de la Revolución Mexicana, México, Instituto Mexicano
de Cultura, 1964.
Ramírez,
Sergio, Sandino, el muchacho de
Niquinohomo, Buenos Aires, Cartago, 1986.
Sandino,
Augusto César, Escritos y documentos (introducción de Sergio Ramírez),
Buenos Aires, El Andariego, 2007.
Selser, Gregorio El pequeño ejército loco. Sandino y la Operación
México-Nicaragua, 2 vols., Buenos Aires, Abril, 1984.
Selser,
Gregorio, Los marines, Buenos Aires,
Cuadernos de Crisis.
Selser, Gregorio, Sandino, general de
hombres libres, 2 vols., Buenos Aires, Triángulo, 1959 (prólogo de Miguel
Ángel Asturias).
Una
bibliografía muy completa sobre Sandino, en http://www.sandino.org/bibl_es.htm.
(Escrito para la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana,
prof. Viñas, 2005)
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