R. A.
La relación de Roberto
Arlt con el lunfardo siempre ha dado pie a cuestiones extravagantes (muy
acordes, por otra parte, con la índole excéntrica
del escritor). Entre ellas, una conocida —y maliciosa— anécdota que Borges
solía contar. Según Borges, una vez le preguntaron a Artl si manejaba bien el
lunfardo, y él contestó algo así: “Me crié entre gente pobre, obreros y
malvivientes. No he tenido tiempo de estudiar esas cosas.”
Cierta o no, la historia
es divertida y tiene muchas lecturas, como suele decirse. Pero la cuestión que
me interesa hoy es otra, más bizantina quizás, menos conocida seguramente. Se
trata del uso de las comillas por parte de Arlt, sobre todo en palabras más o
menos atribuibles al lunfardo, o al sociolecto “popular” en general.
De cierta manera, todo
empieza con un celebérrimo artículo de David Viñas, “El escritor vacilante:
Arlt, Boedo y Discépolo”, recogido luego en su libro De Sarmiento a Cortázar (y en antologías diversas). Allí, el
crítico y escritor argentino propone una interpretación de Arlt que haría
escuela.
Ser humillado
y seducir son las tensiones fundamentales de la mirada en los personajes de
Arlt... (p. 63).
Humillación desde arriba, seducción
hacia abajo y Arlt en el medio padeciendo un permanente tironeo (p. 67).
Los personajes arltianos
(o el personaje arltiano, según otra
exegeta famosa, Diana Guerrero, 1986) vacilan —y esta vacilación no es sólo
individual sino también, y principalmente, de clase— entre el impulso hacia
arriba (donde están el éxito, el poder) y el terror al, quizás, brusco
descenso: hacia la pobreza, la impotencia. Esta dualidad, según Viñas, tiene un
correlato estilístico (y aquí viene mi tema):
Pero ocurre [con el
lenguaje] como al hacer el amor con la Bizca o al sentirse
pringosamente querido por el Rengo: el
miedo a “la caída”, el terror a
quedar pegado, Antes el conjuro se lograba con el toque sobre algo duro:
era la forma de distanciarse; con las palabras lunfardas el procedimiento es
semejante: se escribe chorro y guita, pero entre comillas. Es decir, si
me atraen desciendo hacia ellas, y porque me seducen las utilizaré para
fascinar montando un espectáculo alrededor de mi lenguaje. Pero con cautela,
entrecomillándolas y tomándolas con la punta de los dedos, no sea que me quede
pegado en ellas y me desmorone en eso que presiento un tembladeral (p. 67).
No se puede negar: la
teoría, así como su forma de expresarla, es original, brillante; quizás
demasiado brillante.
Sin embargo, otro
analista arltiano (de hecho, su primer biógrafo) no está de acuerdo y reacciona
violentamente. Se trata de Raúl Larra, que contrapone:
En su
nihilista de Sarmiento a Cortázar [Viñas] le
reprocha a Arlt, tan luego a Arlt, que entrecomillara las palabras lunfardas. A
Viñas, que le parece revolucionario escribir peuyó, por Peugeot, se le escapa
que Arlt fue de los primeros en lunfardear en nuestra literatura. Las
entrecomillas corrieron por cuenta del editor o del diario “El Mundo”, que no
admitía que cuando se hablara del furbo o del squenun se tipografiaran como
palabras corrientes. ¿Y aún entrecomillándolas significa desmedro por la
palabra lunfarda o por los vocablos populares frecuentemente utilizados por
Arlt? (Larra, 1986, pp. 30-31).
(Curiosamente, cabe
suponer que a Viñas le ha pasado algo parecido que a Arlt según Larra, porque
“alguien” le puso en bastardilla palabras que, quizás, debieron ir entre
comillas; volveré sobre este tema en el último apartado del artículo. En
cambio, Larra debe de haber tenido mucho cuidado de que no le sucediera lo
mismo que a Arlt...)
Valen comillas
Pero, a todo esto, quizás
sea necesaria una precisión: ¿qué son, para qué sirven las comillas?
Al respecto, la RAE es
parca y poco convincente, como suele suceder. Hasta hace poco, la definición
oficial era:
(Del
dim. de coma, signo ortográfico).
1. f. pl. Signo ortográfico (« » o '' '') que se
pone al principio y al fin de las frases incluidas como citas o ejemplos en
impresos o manuscritos, y también, a veces, al principio de todos los renglones
que estas frases ocupan. Suele emplearse con el mismo oficio que el guion en
los diálogos, en los índices y en otros escritos semejantes. También se emplea
para poner de relieve una palabra o frase.
Este último
uso fue muy cuestionado por especialistas extraacadémicos. (Para no abundar,
recientemente he visto un cartel que decía PESCADO “FRESCO”...: seguramente,
intento de relieve; involuntariamente, ironía o, al menos, fatal
distanciamiento de la verdad del enunciado: un lapsus.)
Por eso,
quizás, el artículo enmendado reza ahora:
(Del dim. de coma,
signo ortográfico).
1. f. pl. Signo ortográfico doble (« »,
'' '' o ' ') usado para enmarcar la reproducción de citas textuales y, en la
narrativa, de los parlamentos de los personajes o de su discurso interior, las
citas de títulos de artículos, poemas, capítulos de obras, cuadros, etc., así
como las palabras y expresiones que se desea resaltar por ser impropias,
vulgares o de otras lenguas.
Los manuales de estilo,
por su parte, también ponen el acento en el uso ortotipográfico de las
comillas, más que en sus significados lingüísticos. Zavala Ortiz (1998) es
breve pero bastante exacto al respecto: “En general, se utiliza este signo para
señalar citas breves en un texto, lo mismo que para indicar sentidos irónicos,
destacar neologismos o palabras y frases de doble sentido.”
Algunas definiciones más
técnicas (y más extensas) puede aportarlas Élida Ruiz (1995):
Las comillas,
signos gráficos que corresponden a ciertas entonaciones de la lengua hablada,
aíslan lo que dicen otros de lo que dice un locutor. Además la introducción de
una cita puede ir acompañada de una actitud hacia el dicho ajeno: aceptación,
burla, ironía, distanciamiento, refuerzo de fidelidad. Pueden ser empleadas con
varias funciones: a) En algunos enunciados referidos, para marcar la diferencia
de voces [...]. d) Las comillas también se usan para que el sujeto de la enunciación
establezca cautela, distancia con respecto a un término o a un concepto con el
cual no está de acuerdo. Es un enunciado de otro, mencionado o no, que no
produce adhesión total. Equivale a: ‘como dicen’, de modo de poner no solo
distancia sino incluso una implícita evaluación. [...] e) Hay casos de ruptura de la
isotopía estilística en los cuales el sujeto de la enunciación marca esa
ruptura con el empleo de comillas. Pueden estar entre comillas términos
técnicos, términos vulgares, léxico de alguna jerga, etc. Si el enunciador lo señala entre comillas, es porque siente ese término
como ajeno, extraño a su propia lengua. [...] En todos los casos este recurso
gráfico indica la presencia de otra voz (los subrayados son míos y se atreven a
indicar cuán tributaria es la autora de la “vieja” teoría de Viñas).
Retrocedamos, entonces.
Todos los que trabajamos
en la tarea de edición sabemos que la explicación de Larra tiene todas las
chances de ser acertada. Más cuando también se sabe, por otro lado, que Arlt no
tenía tiempo ni, probablemente, ganas de repasar las pruebas de sus textos y
reafirmar (o no) sus intenciones originales (si las tuvo) en relación con lo
tipográfico. Sobre esto, hay bastantes devaneos críticos, habitualmente
derivados de testimonios “autobiográficos” del mismo Arlt, sobre todo el
aguafuerte “Cómo se escribe una novela” y otras.
Pero esta explicación es
meramente empírica (y a la vez, a estas alturas, incomprobable, por lo menos
hasta que alguien pueda encontrar los originales de Arlt y someterlos a un
trabajo similar al que José Amícola ha hecho con Puig).
Lo que Viñas afirmaba —en
el contexto, tengámoslo también en cuenta, de una disputa con los comunistas por
la “propiedad” de Arlt (ver Viñas, 1954)— era otra cosa e implicaba una cierta
teoría de la literatura para la cual ciertos datos supuestamente empíricos (las
“intenciones del autor”, la mediación de editores o correctores) son, en un
cierto nivel, irrelevantes.
Para decirlo algo
pedantemente (y con comillas): para Viñas, “Arlt” no es (sólo) un nombre
propio, sino la designación metalingüística, casi convencional, de una
escritura: una producción —incluso en
sentido económico y, por lo tanto,
ideológico— en que el individuo “autor” es sólo una parte. Y, en ese proceso,
las comillas ocupan un lugar central y, le guste o no a Larra, problemático.
Excursus (no entrecomillado)
Veamos también, para
ampliar la perspectiva, otras interpretaciones sobre las comillas en textos
literarios (donde sabemos que cada signo, aun los tipográficos, sufren de una
especie de inflación de significancia; no como resultado de la sofisticación de
tal o cual crítico, sino como efecto semiótico, definitorio, de la literatura misma).
Por ejemplo, Tamara
Kamenzsain enfoca el uso, a veces enigmático, siempre sugerente, de signos de
puntuación y auxiliares en la poesía de Juan L. Ortiz; entre ellos, las
comillas:
Perturbando
el cauce de los versos, una proliferación de comillas se instala sobre muchas
de las palabras liliputienses y las enmarca [...] Ningún sentido oculto detrás
de las palabras entrecomilladas, ninguna cita que deba ser desocultada por una
lectura erudita (p. 29).
Aunque inmediatamente
parece contradecirse, parcialmente, ya que, según Kamenszain, “Ortiz se ayuda
de las comillas para citarse a sí mismo”. Y sigue:
en ellas la
mirada del artesano, la señal de una elección, la puesta en evidencia de un
trabajo. Trabajo de dar o de quitar espesor, de des-privilegiar, de señalar, de
“no dejar cuajar el sentido”. Al revés de las comillas tradicionales, que
aparecen naturalmente cuando se quiere remitir las palabras a un doble de su
sentido, éstas de Ortiz se constituyen como marca artificial que aliviana las
palabras, las descarga de sentido... (ídem).
La operación crítica es
clara, típica: atribuir al objeto de la interpretación, en este caso las
“comillas tradicionales”, una función en principio discutible (ya que, como
vimos, no tienen que ver tanto con el sentido del enunciado, sino más bien con
su enunciación), para inmediatamente discutirla, con mayor éxito.
Por otro lado, Raúl
Castagnino (1975) se ocupa de las “comillas y bastardillas en novelas de David
Viñas”. Veamos algunos fragmentos descriptivos, para detenernos un poco más en
el último:
Tres novelas
[...] produjo David Viñas en años sucesivos: Cayó sobre su rostro (1955), Los
años despiadados (1956), Un Dios
cotidiano (1957). Observadas desde el punto de vista de las formas de
relieve por vía tipográfica, se verifica en ellas una creciente depuración, de
modo tal que, indiscriminados y confusos usos de comillas y bastardillas en la
primera de ellas, llegan a efectiva sobriedad en la última (p. 148). [...] La
digresión que importan, la interferencia y ruptura del cursus orationis dentro del soliloquio, constituyen lo que podría
adivinarse como un lenguaje interior, un diálogo consigo mismo en el ente
ficcional, el fluir de la conciencia (p. 151). [...] Las comillas, al añadir a
las relevaciones ya procuradas el propósito de una nueva proyección temporal
anunciada por los títulos, obligan, por la mayor confusión engendrada, a una
lectura más detenida (p. 152). [...] El empleo generoso de unos mismos recursos
en procura de funciones diversas, o viceversa, de distintos recursos para una
misma función, si bien en cada caso ha podido alertar al receptor advirtiéndole
que la comunicación requiere lectura diferente, también comporta mengua de sus
efectividades y pérdida de la individualidad de tales recursos, por lo que va
del uso al abuso. (p. 156)
Por supuesto, lo que para
Castagnino es “confusión”, “mengua”, “abuso” (necesarias comillas) es, en
realidad, una búsqueda casi desesperada de polifonía. Pero el narrador de Viñas
—aventuro—, en lugar de tomar distancia como el arltiano, se inmiscuye, se
interpenetra con esas voces (esos cuerpos) a veces indistinguibles.
Procedimiento que en novelas como Cuerpo
a cuerpo y la reciente Tartabul
escala y se exaspera hasta fascinar e irritar, yo diría, casi por partes
iguales. Y deliberadamente.
Referencias bibliográficas
Castagnino,
Raúl H. (1975) “Margen de coincidencias: las ‘formas de relieve’ por vía
tipográfica en la técnica de algunos narradores argentinos contemporáneos”. En:
Márgenes de los estructuralismos,
Buenos Aires, Nova, pp- 135-169.
Guerrero,
Diana, Arlt. El habitante solitario, Buenos
Aires, Catálogo, 1986. (Primera ed.: Granica, 1972.)
Kamenszain,
Tamara (1983) “Juan L. Ortiz: la lírica entre comillas”. En: El texto silencioso, México, UNAM, pp.
25-36.
Larra,
Raúl (1986) Roberto Arlt, el torturado,
Bueno Aires, Futuro. (Primera ed.: Buenos Aires, 1950).
Ruiz,
Élida (1995) Enunciación y polifonía,
Buenos Aires, Ars.
Viñas,
David (seud. Juan José Gorini) (1954) “Arlt y los comunistas”, Contorno 2, Buenos Aires. (Recogido en
Varios, Contorno (selección), Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, 1981.)
Viñas,
David (1974) Literatura argentina y
realidad política. De Sarmiento a Cortázar, Buenos Aires, Siglo Veinte (2.ª
ed.). (Primera ed.: Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964.)
Zavala
Ortiz, Roberto (1998) El libro y sus
orillas, México, UNAM.
(Publicado en Páginas de Guarda, N.º 4, 2007.)
Muy interesante.
ResponderEliminar¡Gracias!
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