(dos
escenas)
En la primera edición de Cartucho,(1) hay un breve relato que su
autora, Nellie Campobello, sacó de la segunda edición. Se titula “Villa” y
algunos lo han calificado de “estampa extrañísima”.(2) También es habitual preguntarse
por la razón de ese descarte. Entre una y otra edición, se registran numerosos
cambios y agregados, que parecen atribuirse a la influencia de Martín Luis
Guzmán sobre la autora.
En este caso particular, el del único
relato que desaparece en ese interregno
de reencuentro personal entre dos grandes escritores “de la Revolución”, podría
postularse, preliminar y superficialmente, que se quiso evitar un parangón
evidente con una escena célebre de El
águila y la serpiente,(3) parangón que voy a hacer en lo que sigue.
Así empieza el relato de Campobello:
Villa
aquella mañana estaba de fierro malo. Siempre que llegaba de Canutillo, pasaba
en casa de los Franco, una familia —de pelo rojo— que hay en Parral. Mamá iba
con mi hermano el mudo y yo, el general no sabía que ella estaba en Parral.
Los tres son llevados a la habitación
donde está Villa.
...
junto a la ventana, en un colchón tirado en el suelo, estaba el general, se
sentó mamá en una silla bajita (de manufactura nacional), él estaba sentado con
las piernas tirantes, tenía la gorra puesta.
Veamos una parte del parágrafo de El águila... llamado “Primer vislumbre
de Pancho Villa”:
Traspuesto
el umbral, Amador había girado sobre su izquierda, escurriéndose por una de las
hojas y el cuerpo del soldado. Pani lo seguía. Yo era el último. Luego, a los
cuatro o cinco pasos, nos encontramos los tres en el rincón opuesto al de la
lámpara: era el más oscuro de todos. Pancho Villa estaba allí.
Estaba
Villa recostado en un catre y cubierto con una frazada cuyos pliegues le subían
hasta la cintura. Para recibirnos se había enderezado ligeramente.(4)
Las similitudes son obvias.
Es tentador, para empezar, comparar los
dos tríos de visitantes del caudillo. Por un lado: la Mamá (fuente de los
cuentos-leyenda que contará alguna vez su hija);(5) la hija (precisamente, la
futura narradora o, con más precisión, escritora de esos relatos), y el
hermanito mudo. Por otro lado: el licenciado Amador; Alberto Pani,
exsubsecretario de Madero, que le cuenta a Villa la historia de la muerte del
Mártir, y el narrador, Martín Luis Guzmán.(6) Éste será quien permanezca mudo
en toda la escena, como la narradora (de manera temporaria) y el hermanito de
la narradora (de manera permanente). Pero es el encargado de transmitir la historia, como lo será la
niña-adolescente, función similar a la que, en el transcurso de la escena, cumple
Pani recordando a Madero. ¿Y la Mamá?
Ella es la voz cantante, sin duda: “Algo dijo mamá... Aquella mañana mamá pudo
dejar caer sobre Villa unas palabras de ánimo”;(7) en esto se parece a Pani. Aunque,
creo, algo tiene también de Amador(a).
Pero los triángulos también pueden
desarmarse (y es mejor así). Porque en todo Cartucho
hay una gran ausencia: el padre. Y, si bien es demasiado evidente que este lugar
lo ocupa el general Villa, no lo es mucho menos que también es un lugar ideal
para que ocupe Guzmán (que de hecho lo va a hacer en sus enigmáticas relaciones
con una mujer de por sí enigmática como lo fue Nellie Campbell-Campobello).(8)
Sigue ésta:
Cuando
Villa estaba enfrente sólo se le podían ver los ojos, sus ojos tenían imán, se
quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago.
El impacto inaudito de la mirada de
Villa, su voz, su apostura física en general son lugares comunes de la
“bibliografía villista” (a favor o en contra). Cifra por excelencia del poder
carismático.(9)
En el fragmento de Guzmán, también
aparece el tema de los ojos, varias veces, pero de manera tal vez anodina o esquiva:
Amador
pronunció frases de presentación tan sinuosas como largas. Villa lo escuchó sin
parpadear... Los rayos de la lámpara venían a darle de lleno y a sacar de sus
facciones brillos de cobre en torno de los fulgores claros del blanco de los
ojos... Su postura, sus gestos, su mirada de ojos constantemente en zozobra
denotaban un no sé qué de fiera en el cubil...
Porque en esta escena lo corporal pasa
por otro lado:
Luego
Amador se calló en seco, y Villa, sin contestar, mandó que el soldado acercara
sillas; pero como de éstas, por lo visto, sólo había dos, dos trajo el soldado:
las ocuparon Amador y Pani. Yo, a invitación de Villa, me había sentado ya en
el borde del lecho, a medio jeme del cuerpo que lo ocupaba. El calor de los
cobertores penetró mi ropa y me llegó a la carne.
Antes de analizar esta perturbadora escena,
prestemos atención a la cuestión de las sillas. En el primer caso, “se sentó
mamá en una silla bajita (de manufactura nacional)”; en el segundo, también hay
escasez de mobiliario, lo que acentúa la austeridad del entorno y la forma de
vida del caudillo. (Hay que resaltar, incluso, que el episodio de Guzmán
transcurre durante una etapa de apogeo de Villa, mientras que en el Campobello
el general ya está permanentemente en retirada, perseguido por los
carrancistas. En ambos casos, queda clara la precariedad de la situación del
único caudillo revolucionario que no aprovechó los “frutos —políticos— de la
revolución”.)
Pero, más que nada, interesa anotar cómo
Guzmán se ve forzado a sentarse en el borde del lecho mismo, casi en contacto
corporal con Villa,(10) mientras Mamá consigue un lugar más alejado, acorde con
su condición de mujer, y de viuda, pero prácticamente a la misma altura que el caudillo. O un poco, apenas, más arriba:
“... levantó los ojos hasta mamá;
todo él era dos ojos amarillentos medio castaños, le cambiaban de color en
todas las horas del día” (el subrayado es mío).
Otra vez los ojos; y aquí, como
equivalente bien perceptible del “calor” corporal que le llega a “la carne” a
Guzmán. (Recordemos que “todo el mundo” se quedaba “con los ojos de él clavados
en el estómago”.) Y, donde Guzmán lee (o quiere leer) “zozobra”, Campobello, y
quizás su madre, leen sutiles cambios de color que dejan transparentar los correlativos
cambios de ánimo del hombre que rige sus destinos, con arbitrariedad pero
también con benevolencia.
Hasta aquí la “puesta en escena”,
digamos, la significativa ubicación de los “actores”. ¿Qué se habla entre ellos?
En Guzmán:
...
por más de media hora nos entregamos a una conversación que puso en contacto dos órdenes de categorías
mentales ajenas entre sí. A cada pregunta o respuesta de una y otra parte, se
percibía que allí estaban tocándose
dos mundos distintos y aun inconciliables en todo, salvo en el accidente casual
de sumar sus esfuerzos para la lucha. Nosotros, pobres ilusos (...), habíamos
llegado hasta ese sitio cargados con la endeble experiencia de nuestros libros
(...) Veníamos huyendo de Victoriano Huerta (...) a caer en Pancho Villa, cuya
alma, más que de hombre, era de jaguar: jaguar en esos momentos domesticado
para nuestra obra, o para lo que creíamos ser nuestra obra; jaguar a quien, acariciadores, pasábamos la mano sobre el
lomo, temblando de que nos tirara un zarpazo (subrayados míos).
Mamá también llega ante Villa cargada con
escritura: “Algo dijo mamá. Algo le contestó. Luego le dio un pliego escrito en
máquina. Villa se tardó mucho, mucho rato.” No sabemos exactamente qué decía el
pliego, aunque se pueden suponer algunas cosas. Sabemos que las palabras de
Mamá (las orales o las escritas, o ambas) causan en el general (que estaba “de
fierro malo”) un cambio de ánimo, para mejor. Evidentemente, no hubo allí el “contacto”
de los mundos “distintos y aun inconciliables” que Guzmán describe acudiendo, paradójica
y quizás involuntariamente, al campo semántico de lo físico-corporal. En Cartucho, en cambio, a través del “solo”
contacto visual, Mamá y Villa logran la comunicación profunda que la hija va a
consagrarse a narrar en todo el resto del libro (y quizás en todo el resto de
su obra).
Falta algo. Por qué no volver sobre alguna
otra hipótesis acerca del retiro del fragmento en la segunda edición del libro.
En este sentido, podría postularse que Nellie Campobello resigna su “Villa”
para que predomine (el de) Martín Luis Guzmán;(11) pero también para obliterar la
exhibición demasiado ostensible de un deseo, el de su madre, doblemente inadecuado:
porque es el de su madre y porque, quizás, es el propio.
Notas
(1)
La primera edición es de 1931. La segunda, de 1940, en la editorial de Rafael
Giménez Siles y Martín Luis Guzmán. “Quizás no sabremos nunca qué pasó entre
1931 y 1941... Lo que fue, fue muy complejo”, dice Jorge Aguilar Mora en su
Prólogo a la reciente edición de Era (México, 2000). Cito por ésta.
(2)
Aguilar Mora, ob. cit. Excurso: el carácter episódico de las principales
“novelas” de la Revolución Mexicana
(Cartucho, El águila y la serpiente, Los
de abajo), además de la proliferación de libros anecdóticos y
memorialísticos (cf. Anécdotas de la Revolución, de José
Ramos, y Memorias de un espectador, de
José Fuentes Mares, por ejemplo), podría atribuirse —con cierta obviedad
quizás— a las dificultades de abarcar un proceso cuya complejidad, por otra
parte evidente, se resiste a las totalizaciones. El letrado no puede o no
quiere entender; el subalterno, aparentemente, no lo necesita (cf. el personaje
central de Los de abajo, Demetrio
Macías, y su resistencia a intelectualizar su adhesión revolucionaria).
(3)
Publicada en Madrid en 1928 o 1929, según las bibliografías disponibles. Cito
por la edición de La Oveja
Negra (Bogotá, 1985).
(4)
Este episodio es analizado, desde una perspectiva distinta pero muy inspiradora,
por Horacio Legras, “Martín Luis Guzmán: el viaje de la revolución”, MLN 118 (2003), pp. 427-454
(5)
Célebre dedicatoria de Cartucho: “A Mamá, que me regaló cuentos verdaderos en
un país donde se fabrican leyendas y donde la gente vive adormecida de dolor
oyéndolas.” Ver también el fragmento llamado “Los hombres de Urbina”, donde la
madre lega a su hija el conocimiento de los hechos y la misión de contarlos:
“Narrar el fin de todas sus gentes era todo lo que le quedaba.”
(6)
En realidad, el narrador sólo es llamado “Luisito”; esto ocurre en otro
episodio del libro, y es justamente Alberto Pani quien lo denomina así.
(7)
Las “palabras de ánimo” que Mamá logra dar a Villa son simétricas de las que
Guzmán utiliza para desarmarlo, en otra famosa escena de El águila... (ver Horacio Legrás, ob. cit., pp. 449-452). Sería muy
arriesgado, sin embargo, proponer que se juegan en esta oposición dos figuras
de intelectual, el que anima (orgánico) y el que desarma (ilustrado). La
tentación de, además, atribuir esta dicotomía a los géneros involucrados es
demasiado desproporcionada.
(8)
“¡Ahora sí ganamos! ¡Ya tenemos hombre!”, le había dicho Vasconcelos a Guzmán,
refiriéndose por supuesto a Villa. Y Guzmán, luego de recordar/repetir la frase
de Vasconcelos, tras la escena del catre,
se dice, como extasiado: “¡Hombre!... ¡Hombre!” Por otra parte, antes de retirarse
de la presencia de Mamá y sus dos hijos, dice Villa: “Hoy soy el padre de todas
las viudas de mis hombres.”
(9)
Sólo como asociación libre, recuerdo esa escena de Un día muy particular en que el personaje de Sofia Loren recuerda un
encuentro personal con Mussolini: él iba a caballo y la mira fijamente; en ese
momento, ella sabe que está
embarazada. Eugenio Gaburri y Laura Ambrosiano, en Aullar con los lobos. Conformismo y reverie (Buenos Aires, Lumen,
2006), cuentan el caso de una paciente cuya madre afirmaba respecto de su
marido: “Bastaba que me mirase para hacerme quedar embarazada.”
(10)
El calor que percibe Guzmán es paralelo al que va a percibir cuando reciba la
pistola de Villa de sus propias manos, más adelante: “Luego, en medio de un
silencio general, me entregó la pistola, con canana y todo. Al sentir en mis
manos aquel peso, tibio aún, me estremecí...” (Juro que no intento erotizar —o
falicizar— innecesariamente las escenas analizadas, que en ese sentido hablan
por sí solas.)
(11)
Se cree que Nellie facilitó a Guzmán mucha de la documentación que éste usaría
en sus contradictorias Memorias de Pancho
Villa.
(Escrito para las Jornadas de Historia de México, Rosario, octubre de 2006. Publicado en la revista digital Aurora Boreal, Dinamarca, julio de 2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Colaboran