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jueves, 16 de febrero de 2017

Acá, allá, dónde




La frontera en Los exiliados, de Gabriel Casaccia,
y La mamacoca, de Libertad Demitrópulos



I

“Sin la función de configurar el mundo que ellas cumplen,
no habría fron­teras, o éstas no serían durables.”
Etienne Balibar

En el contexto de una reflexión global sobre el estatuto de las fronteras en el mundo actual, a la vez globalizado y excluyente, Etienne Balibar afirma: “A la pregunta ‘¿qué es una frontera?’, que sin duda es uno de los elementos primarios de nuestras discusiones, no es posible dar una respuesta simple. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque no puede atribuirse a la frontera una esencia válida para todo tiempo y lugar, para todas las escalas de espacio local y temporal, y en condiciones de incluirse de igual manera en todas las experiencias individuales y colectivas [...].
     La idea de una definición simple de qué es una frontera es absurda por definición, habida cuenta de que trazar una frontera es precisamente definir un territorio, delimitarlo y, así, registrar su identidad u otorgársela. Pero de modo recíproco definir o identificar en general no es otra cosa que trazar una frontera, fijar lindes [...]. El teórico que desea definir qué es una frontera entra en un círculo vicioso, pues ya la representación de la frontera es la condición de toda definición. [...]
Toda discusión acerca de las fronteras involucra necesariamente la institución de identidades definidas: nacionales y otras. Ahora bien, es cierto que hay identidades, o más precisamente identificaciones —activas y pasivas, deseadas y padecidas, individuales y colectivas— en distintos grados. Su multiplicidad, su carácter de construcciones o de ficciones no las tornan menos efectivas. Con todo, es evidente que esas identidades no están bien definidas.
     [...]
     Desde la más temprana antigüedad, época en que se hallan los ‘orígenes’ del Estado, de las ciudades, de los imperios, hasta el presente hubo ‘fronteras’ y ‘marcas’, es decir, líneas o zonas, franjas de separación y de contacto o de confrontación, de bloqueo y de paso (o de ‘peaje’). Fijas o móviles, continuas o discontinuas. Pero esas fronteras nunca tuvieron la misma función. No sucedió lo mismo siquiera en los dos o tres últimos siglos, pese a la codificación de que se encargó continuamente el Estado-nación. En sí, la tiranía de lo nacional, para utilizar la expresión de Gérard Noiriel, cambia incesantemente de formas, incluidas las formas policiales.
 [...]   las fronteras dejan de ser realidades puramente exteriores, se tornan también, y acaso ante todo, aquello que Fichte en sus Reden an die deutscbe Nation [Discursos a la nación alemana] espléndidamente había llamado ‘fronteras internas’: innere Grenzen, esto es, según él mismo afirma, invisibles, situadas ‘en todas partes y en ninguna’.
 [...] cada frontera tiene su propia historia, en la cual se combinan la reivindicación del derecho de los pueblos y el poderío o la impotencia de los Estados, las demarcaciones culturales (a las que suele calificarse de «naturales») y los intereses económicos, entre otros factores. Menos se enfatiza que ninguna frontera política es jamás el mero límite entre dos Estados, sino que siempre está sobredeterminada, y en ese sentido a la vez certificada, intensificada y relativizada por otras divisiones geopolíticas. Ese rasgo no es accesorio, o contingente, sino intrínseco.
 [...] Nada se parece menos a la materialidad de una frontera, que es oficialmente ‘la misma’ (idéntica a sí misma y por ende bien definida), según se la cruce en un sentido o en el otro, como businessman o universitario en viaje a un coloquio, o como joven desempleado”.


II

“Cuando sopla el viento,
la basura del país vecino
se deposita entre nosotros.”
Libertad Demitrópulos, La mamacoca

“El espacio es la acumulación desigual de tiempos.”
Milton Santos (cit. por Dos Santos, 2009: 21)

En Los exiliados de Casaccia, se establece un sistema deíctico espacial rígido y constante: acá/allá. Acá es Posadas, Argentina, el exilio. Allá, por supuesto, es el Paraguay, la tierra natal, a la que no se puede volver. Pero ese sistema deíctico espacial se convierte simbólicamente en temporal: allá es el pasado, al que tampoco se puede volver, porque ya no existe (no existe el tiempo pasado, pero tampoco existe ese Paraguay del que huyeron). Y acá es el tiempo presente, pero también, con una impronta fatalista, el futuro real.
En realidad, el exiliado vive entre dos mundos: dos espacios, dos tiempos. No está en Argentina ni en Paraguay. La frontera es la representación espacial de un presente congelado en el tiempo: no se puede atravesar, no se puede ir del otro lado. Imaginariamente, allá podría ser también el futuro, pero la frontera cerrada lo impide, y los exiliados, en el fondo, lo saben.
“Este pobre Belisario está aquí desde el año 23. Seguramente que cuando llegó tenía la idea como yo de quedarse unos meses y luego volver. Han pasado cuarenta años. Ya se ha acostumbrado a mirar desde lejos a su patria, como a través de un catalejo vuelto de revés (Casaccia, 2005: 49). “Hace diez años que estoy en Posadas, y cuando llegué pensé que estaría aquí unos meses y que enseguida volvería a nuestro país” (215). “Los exiliados siempre están por volver, pero nunca vuelven” (230). “Todos estos exiliados hablan de lo que harán en el país cuando vuelvan, como los presos que en la celda se pasan hablando de lo que harán cuando recobren la libertad, sin darse cuanta de que para ellos el tiempo se ha detenido mientras afuera sigue su curso irreversible” (112).
A diferencia del protagonista de La revolución en bicicleta, de Mempo Giardinelli, que también está siempre esperando el momento clave para volver a su Paraguay natal, pero, de hecho, es capaz de hacerlo, poniendo en riesgo su vida—, los personajes de Casaccia (especialmente los más viejos, como el protagonista, el doctor Gamarra) son finalmente conscientes de que no van a volver. Y no sólo porque el régimen se lo impida. Aunque pudieran volver espacialmente, no podrían hacerlo temporalmente, no podrían volver al pasado (que también es su juventud). La frontera geográfico-espacial se ha convertido en una frontera simbólico-temporal. Impasable.
Incluso el estar permanentemente pendiente de lo que pasa “del otro lado” (por la radio, por la correspondencia) es una señal paradójica de alejamiento irreversible. Posadas se convierte en una “little Paraguay” donde los desterrados de distintas épocas y dictaduras tejen y destejen continuamente sus proyectos en lo que en verdad es una reconstrucción de las diferencias políticas y morales que ya existían en el origen (algunos hasta podrían ser espías del régimen), y una proliferación de rumores y de desconfianza mutua, como en la Areguá típica de las otras novelas de Casaccia (Los exiliados es la única novela de Casaccia que no transcurre en el escenario raigal de su clásico La babosa). Etelvina, por ejemplo, “pasa más tiempo allá que acá”, pero en un momento exclama “como enloquecida: —Ya no podemos volver... Ya no podemos volver” (162).
El exiliado de muchos años, finalmente, se convierte en nadie, en nada: “¡Pobre doctor Gamarra! —dijo Zabala sinceramente compadecido—. Se cree que todavía pesa políticamente. No se da cuenta [sic] que veinte años de destierro lo ha [sic] convertido en un despojo humano” (44).






III

“Mama Coca: En algunas versiones de las leyendas sobre el origen del Imperio Inca, es la esposa de Sinchi Roca, el segundo Inca, hijo de Manco Cápac y Mama Ocllo, los fundadores del imperio.
Al morir Mama Coca, Sinchi Roca ordenó construirle una huaca y efectuar permanentes sacrificios de sangre y chicha en ella, hasta que un día brotó un arbusto; el Inca tomó sus hojas y las mantenía en la boca todo el tiempo, creyendo así estar en contacto con la muerta. De sus frutos mandó sembrar una chagra, cuyas hojas cargaba en una jigra de lana para mascarlas y para darlas a aquellos que se distinguían a su servicio, a quienes podía permitir también que la sembraran. A su muerte, se le enterró en la misma huaca y sus sucesores mantuvieron durante siglos la tradición de mascar y dar la coca, con lo cual se extendió su cultivo, pero siempre entre los afectos a los Incas, al tiempo que se mantenía prohibida al pueblo.
También se le asocia con el sexo excesivo, o se dice que era una mujer promiscua, que la partieron en dos sus amantes y que de su cuerpo salió el arbusto de coca.”
Wikipedia

“Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que siempre se está en el otro lado.”
Claudio Magris, L’infinito viaggiare

Nora Domínguez, en su introducción a La mamacoca, propone: “Las novelas de Libertad Demitrópulos realizan una fuerte apuesta a la construcción de espacios [...]. El espacio que la escritora decanta en cada historia y que escande en cada propuesta textual es no sólo plural sino de nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos. Su imaginación literaria parece partir desde un núcleo móvil del interior del país para elaborar en esas migraciones simbólicas universos de ficción que reclaman fundamentalmente a la novela histórica o al relato de viaje. Estos hitos despliegan y expanden modos de mirar hasta lograr que a partir de ellos cada texto configure un lugar o una zona. Allí sobresalen la presentación de unos personajes, que, convertidos en voces discursivas, operan como figuras especulares de los lugares que habitan o como el reflejo de su transgresión o de su huida al peligro de la determinación”. 
Si en la novela más famosa de Demitrópulos, Río de las congojas, el espacio configurado tiene que ver con el río Paraná, como eje vertebrador que va de Asunción, “madre de ciudades”, a una Buenos Aires que es aún poco menos que una ciénaga, en La mamacoca el procedimiento, o su resultado, es más complejo, porque el territorio configurado carece de locaciones específicas. Prácticamente no hay “nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos”. Y esta misma indefinición parece uno de los principios constructivos de la novela. Sitúa al lector en un lugar, o en lugares, que no siempre puede fijar en su lectura.
Así, el relato transcurre en una triple, o cuádruple, o múltiple frontera.
La frontera, entonces, puede convertirse en metáfora, o es directamente una metáfora: “Entre el infierno de la infancia y el de la frontera, ¿qué diferencia había? Para vivir había que cruzarlos porque siempre hay una frontera. [...] Aquí todos saben qué significa la frontera: purgación, estado de crisálida, el intervalo que separa del absoluto, la fulguración. Quien se atreve a cruzarla, a desafiarla, desprecia el paraíso. Tenemos un ansia amorosa por el infierno, tenemos el gusto por el sabor. Para nosotros las fronteras existen y el infierno no está solamente del otro lado. Es necesario cruzarlas, morir y transfigurarse para recobrar la lucidez, la embriaguez de lo múltiple”.
Los baqueanos de las fronteras son los narcotraficantes. “Los forasteros no pueden leer estas cosas. La frontera es trasgresión y para eso han venido”. Ellos, los narcos, crean las fronteras en el momento mismo de transgredirlas, o viceversa. Sus territorios son aquellos que dominan y aquellos que se disputan unos a otros, en un ciclo de venganzas infinitas, con sus propias leyes y sus propios valores. El Estado-nación ha quedado al margen, como un espectador de lujo, pero impotente. “La frontera fue siempre más real que la Capital de la República”. Si “el espacio contiene el movimiento” (Dos Santos, 2009: 51), aquí podemos ver cómo el movimiento (de hombres) y el tráfico (de mujeres, de mercancías) constituye continuamente el espacio, aunque un espacio previo, la frontera, haya sido una precondición superada de ese proceso.
La mamacoca es la figura metafórica que condensa esta configuración inasible: está en todos lados, como diosa que es; siempre perseguida y deseada, nunca es poseída del todo.








Bibliografía

Arguindegui, Javier (2013): “Los exiliados, en la antigua Posadas”, El Territorio (http://www.elterritorio.com.ar/nota4.aspx?c=4368707499056501, lunes 25 de noviembre).
Balibar, Etienne (2005), “¿Qué es una frontera?”, en  Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global, Barcelona, Gedisa.
Casaccia, Gabriel (2005 [1966]), Los exiliados, Asunción, Criterio.
Demitrópulos, Libertad (2013), La mamacoca, Villa María, Eduvim.
Dos Santos, Maria Sirley (2009), Geografias: terra e cultura na America Latina, San Pablo, Loyola.
Gutiérrez Rodríguez, Encarna (2001), “Deconstruir la frontera o dibujar nuevos paisajes: sobre la materialidad de la frontera, Política y Sociedad, 36, pp. 85-95.
Máiz, Ramón (2008), La frontera interior. El lugar de la nación en la teoría de la democracia y el federalismo, Murcia, Tres Fronteras Ediciones.
Méndez-Faith, Teresa (2001): Paraguay: novela y exilio, Nueva Jersey, Slusa, 1985. También en Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001 (http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcrv0j8).
Pla, Josefina (2007): “Introducción”, en Gabriel Casaccia, Los exiliados, Asunción, El Lector.


(ponencia en las IV Jornadas de Creación y Crítica Literaria, 
25, 26 y 27 de agosto de 2016, Buenos Aires, 
Centro Cultural de la Cooperación-Facultad de Filosofía y Letras)



lunes, 10 de octubre de 2011

Baqueanos: saberes, territorios e identidades


La figura del baqueano, del que “conoce la tierra que pisa”,(1) atraviesa gran parte de la literatura latinoamericana del siglo XIX. Con sus variantes más o menos cercanas (el guía, el rastreador, el cazador, etc.), es un personaje recurrente con el que fácilmente se puede armar una serie, una isotopía, que a su vez podría remontarse a las crónicas de la conquista ibérica. Y prolongarse hasta bastante avanzado el siglo XX, con, por ejemplo, la novela de la Revolución Mexicana, el indigenismo, etc.
Sin embargo, es bueno centrarse en el siglo XIX y sus inmediaciones, porque es el que se caracteriza por las guerras de independencia, primero, y la búsqueda de consolidación de los Estados nacionales, después. El caso de Brasil, como se sabe, sigue una cronología (y una dinámica política) desfasada respecto de las naciones hispanoamericanas; sobre todo, las de América del Sur, ya que también en las Antillas (notoriamente, Cuba) las independencias fueron posteriores. Pero por eso mismo es interesante incluir a Brasil en estas notas, porque, en su caso, no importa tanto la simultaneidad como la secuencia de los procesos históricos (con sus particularidades).
 Para empezar, citemos in extenso el fragmento del Facundo en el que Sarmiento describe al baqueano (es en el capítulo “Originalidad y caracteres argentinos”).


“... personaje eminente y que tiene en sus manos la suerte de los particulares y de las provincias. El baqueano es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él.
El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él plena confianza. Imaginaos la posición de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar. Un baqueano encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva: él sabe a qué aguada remota conduce; si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de mil leguas, él las conoce todas, sabe de dónde vienen y adónde van. (...) En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla, monta en seguida, y les dice, para asegurarlos: ‘Estamos en dereceras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al Sur’; y se dirige hacia el mundo que señala tranquilo, sin prisa de encontrarlo y sin responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros.
Si aún esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la oscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca y, después de repetir este procedimiento varias veces, se cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente. El general Rosas, dicen, conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires.
Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay caminos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo lleve directamente a un paraje distante cincuenta leguas, el baqueano se para un momento, reconoce el horizonte, examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa a galopar con la rectitud de una flecha, hasta que cambia de rumbo por motivos que sólo él sabe, y, galopando día y noche, llega al lugar designado.
El baqueano anuncia también la proximidad del enemigo, esto es, diez leguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección. Cuando se aproxima, observa los polvos y por su espesor cuenta la fuerza: ‘Son dos mil hombres’ -dice-, ‘quinientos’, ‘doscientos’, y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay de un lugar a otro; los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más, una senda extraviada e ignorada, por donde se puede llegar de sorpresa y en la mitad del tiempo; así es que las partidas de montoneras emprenden sorpresas sobre pueblos que están a cincuenta leguas de distancia, que casi siempre las aciertan. ¿Creeráse exagerado? ¡No! El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simple baqueano, que conoce cada árbol que hay en toda la extensión de la República del Uruguay. (...) El general Rivera principió sus estudios del terreno el año de 1804: y haciendo la guerra a las autoridades, entonces, como contrabandista; a los contrabandistas, después, como empleado; al rey, en seguida, como patriota; a los patriotas, más tarde, como montonero; a los argentinos, como jefe brasilero; a éstos, como general argentino; a Lavalleja, como Presidente; al Presidente Oribe, como jefe proscripto; a Rosas, en fin, aliado de Oribe, como general oriental, ha tenido sobrado tiempo para aprender un poco de la ciencia del baqueano.”(2)

 Claramente, para Sarmiento, el baqueano, en tanto gaucho inevitable (“insufrible”, podría decir con Bolaño), está del lado de la barbarie. Sin embargo, le atribuye un saber específico, prácticamente infalible y, lo que es más importante, esencial para ciertas funciones. De hecho, de él depende, según dice al principio, la “suerte de los particulares y de las provincias”. En el mismo párrafo, esto se especifica significativamente en “la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él”. Esta dependencia, por supuesto, tiene dos caras; sin necesidad de echar mano de la socorrida (y generalmente mal entendida) “dialéctica del amo y el esclavo”, es evidente aquí que, si se puede confiar en el baqueano, está todo bien; si no... (“no siempre el general tiene en él plena confianza. Imaginaos la posición de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar”). Volveré sobre esto, pero es bueno notar que Rosas y Rivera (dos bárbaros, pero destacados) son considerados baqueanos por antonomasia, o bien por extensión.
Los elogios de Sarmiento, dentro de una valoración en general positiva, y hasta hiperbólica,(3) son paradójicos. Aprecia, sí, pero también, sutilmente, descalifica. El baqueano, en todo caso, gaucho analfabeto al fin, sólo puede leer los signos de la naturaleza. Y esto implica, desde ya, una escala de valores, previa, claramente definida. Hay signos con un estatus superior.
Carlo Ginzburg ha hablado reiteradamente de un “paradigma indiciario”,(4) sistema de conocimiento primitivo que puede ser “rescatado” por modos más modernos y “científicos”. También debo citar in extenso:


“Durante miles de años la humanidad vivió de la caza. En el curso de sus interminables persecuciones, los cazadores aprendieron a reconstruir el aspecto y los movimientos de una presa invisible a través de sus rastros: huellas en terreno blando, ramitas rotas, excrementos, pelos o plumas arrancados, olores, charcos enturbiados, hilos de saliva. Aprendieron a husmear, a observar, a dar significado y contexto a la más mínima huella. Aprendieron a hacer complejos cálculos en un instante, en bosques umbríos o claros traicioneros. Sucesivas generaciones de cazadores enriquecieron y transmitieron este patrimonio de saber. [...] ‘Descifrar’, ‘leer’ las huellas de animales son metáforas. Pero vale la pena tratar de entenderlo literalmente, como la condensación verbal de un proceso histórico que lleva, a través de un espacio de tiempo muy largo, a la invención de la escritura. La misma conexión es sugerida en una tradición china que explica los orígenes de la escritura, y según la cual ésta fue inventada por un alto funcionario que había observado las huellas de un ave en la orilla arenosa de un río. [...] Es legítimo hablar de un paradigma indiciario o adivinatorio orientable hacia el pasado, o el presente, o el futuro, según el tipo de conocimiento invocado. [...] Pero detrás de ese paradigma indiciario o adivinatorio, se vislumbra el gesto quizá más antiguo de la historia intelectual humana: el del cazador agazapado en el barro, examinando las huellas de una presa. [...] En todo caso, estos tipos de saber eran más ricos que lo escrito por cualquier autoridad sobre el tema; no se aprendían en los libros, sino de oídas, en la práctica, observando; apenas si podía darse una expresión formal a sus sutilezas, y no podían reducirse a palabras; eran el legado —en parte común, en parte diversificado— de hombres y mujeres de toda clase. Estaban enhebrados en un hilo común: todos nacían de la experiencia, de lo concreto e individual. Y esa cualidad de concreto era a la vez la fuerza de esa clase de conocimiento y su limitación; no le permitía hacer uso del poderoso y terrible instrumento de la abstracción. [...] La realidad es opaca; pero existen ciertos puntos privilegiados —indicios, síntomas— que nos permiten descifrarla. [...] Se trata de formas de saber que tienden a ser mudas...”

Nuestro baqueano, entonces, está como atrapado en el paradigma indiciario, más “primitivo”. Un saber silencioso, mudo, por lo tanto casi incomunicable o, en rigor, que sólo se transmite “por contacto”, casi físicamente (biológica o genealógicamente: de padres a hijos). En cambio, por su parte, el ilustrado siempre puede echar mano al “paradigma simbólico”, reputado como superior, y que es capaz, en el límite, de absorber al otro.
En todo caso, el “progreso” terminará también por hacer inútil la noble pero arcaica sabiduría del baqueano. Éste puede ayudar a hacer un mapa (que no podría leer); pero, una vez hecho éste, que es fácilmente reproducible, le sirve al ilustrado “para siempre” (y puede transmitirlo de una manera mediata, impersonal y, en cierto modo, ilimitada). El ilustrado, con su saber simbólico, se apropia del saber indiciario del baqueano, lo transforma y lo utiliza. (Como hace, paralela y correlativamente, con el cuerpo del gaucho en la guerra y con su voz en la poesía gauchesca.)(5)
En las memorias de militares, suele aparecer esta problemática. Especialmente, es útil referirse a las del general Paz, uno de los más lúcidos. Paz se queja, permanentemente, de que en el país no hay “cartas geográficas” que puedan guiarlo en sus campañas, y mucho más se lamenta de tener que confiar en sus prácticos, paisanos que nunca se sabe bien de qué lado están (pero sí se sabe, porque para ellos, en el fondo, hay un solo lado). En un momento, escribe Paz: “No puedo juzgar de la operación en cuestión con exactitud, porque ni conozco los lugares (en nuestro país no puede hacerse consultando las cartas geográficas, porque no las hay y mucho menos topográficas)...” No hay cartas geográficas como (antes ha dicho) casi no hay libros: le resulta casi imposible conseguirlos en la cárcel.
“La realidad es opaca.” Por supuesto. Pero esto no obedece sólo a circunstancias “naturales”, sino también a condiciones históricas. Los sujetos de la percepción, obvio es decirlo, son históricos. Y la mirada del ilustrado es tan eficaz a veces como inútil otras. En ciertas ocasiones, ni siquiera sabe dónde está, quién es el enemigo.(6) Lo que le juega en contra, de hecho, es la historia. Su historia, la del país, en lo que tienen de paralelas y de, inevitablemente, contradictorias. (De hecho, Paz cae prisionero, en el apogeo de su campaña, luego de sus simbólicas victorias frente a las montoneras de Quiroga y cuando se dispone a marchar sobre López, precisamente porque la partida de este último que lo atrapa tenía las mismas divisas que sus propios ejércitos.)
Una variante conocida de todo esto es (la que podríamos llamar) la actitud-Mansilla. “Lucius Victorius” puede ponerse (según él) de ambos lados, con su proverbial ubicuidad (también, para oponerse a Sarmiento, quien no conocía personalmente lo que describió). Mansilla tiene sus baqueanos, pero él mismo lo es, y acaso mejor. Debe confiar, inevitablemente, en sus lenguaraces, ya que no puede dominar tan fácilmente la lengua indígena; pero conoce muy bien el terreno y puede chequear con esto el conocimiento de sus baqueanos, como para no depender, o depender mucho menos, de ellos.
Lo importante es que, en definitiva, va a trazar los mapas de los que la cartografía carecía casi totalmente hasta su “excursión”. (Mapas que en parte serían usados para el genocidio conocido como “conquista del desierto”; por eso es espeluznante que una “bruja” india lo señale como “precursor”. También debía resultar de ello, como bien se lo reprocha Mariano Rosas, el trazado de líneas férreas: la guerra es sólo una variable de la economía.)
Es oportuno recordar aquí que Benedict Anderson ha estudiado extensamente el papel del mapa en la constitución de la “comunidad imaginada” que resulta ser toda nación:


“El mapa mercatoriano, llevado por los colonizadores europeos, empezaba, gracias a la imprenta, a moldear la imaginación de los asiáticos del Sudeste. [...] Hasta el ascenso al poder, en 1851, del inteligente Rama IV [...], sólo dos tipos de mapas existían en Siam [...]. El segundo tipo, totalmente profano, consistía en unas guías diagramáticas para campañas militares y barcos costaneros. [...] En 1882, Rama V estableció una escuela de cartografía en Bangkok. [...] La tarea, por decirlo así, de ‘llenar’ estos recuadros, sería realizada por exploradores, agrimensores y fuerzas militares. En el sudeste de Asia, la segunda mitad del siglo XIX fue la edad de oro de los agrimensores militares-coloniales [...]. Triangulación por triangulación, guerra por guerra, tratado por tratado, avanzó la alineación del mapa y el poder. [...] ‘El mapa se anticipaba a la realidad espacial, y no a la inversa. [...] Un mapa era necesario, ahora, para los nuevos mecanismos administrativos y para las tropas para reforzar sus pretensiones. [...] El discurso de los mapas fue el paradigma dentro del cual funcionaron y sirvieron las operaciones administrativas y militares’ (Thongchai). [...] la aparición, en especial a fines del siglo XIX, de los ‘mapas históricos’, destinados a demostrar en el nuevo discurso cartográfico la antigüedad de unas unidades territoriales específicas delimitadas con claridad. Por medio de secuencias cronológicamente dispuestas de tales mapas surgió una especie de narrativa político-biográfica del reino, a veces con vastas profundidades históricas.”(7)

La ausencia de mapas, remite, entonces, a dos aspectos. Por un lado, paralelamente a la falta de una cultura letrada (un “capitalismo de imprenta”, diría Anderson), alude a un estadio de civilización primitiva —si vale el cuasi oxímoron— que Paz deplora tanto como Sarmiento (aunque menos pomposamente). Por otro, a la realidad de un conglomerado geográfico impreciso, en el que cada provincia o región es un “país”, escasamente unido a las otras, con las cuales muchas veces está separada, más que por accidentes geográficos (o políticos), por aduanas interiores. Volvamos a considerar aquí, entonces, la importancia del baqueano: “La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa”, dice Sarmiento del rastreador, y no es para menos. El baqueano era la encarnación misma (para usar una expresión que el sanjuanino hubiera aprobado) de esas condiciones geopolíticas, económicas y perceptivas. Su mirada transforma la opacidad en claridad (saber/poder maravilloso pero que, terriblemente, contribuirá a destruirlo.)
En Los sertones, publicado en 1902, Euclides Da Cunha aporta ampliamente a esta problemática. Una y otra vez señala que los sertones son una “terra ignota”: pero ¿para quién? ¿Son verdaderamente un gran desierto, un desertón? No, claro, si allí vive gente. Son una tierra prácticamente desconocida para “la ciencia” (porque los científicos apenas se han atrevido a ir por allí, y a veces describen lo que conocen sólo de oídas, como Sarmiento); pero también para el Estado nacional, que en un momento clave (la rebelión de Canudos) necesita conocer, como siempre, para dominar. De ahí, nuevamente, la importancia del baqueano, del conocedor del terreno, de aquel capaz de “leer la tierra”.(8)
Finalmente, el saber ilustrado, cuyo paradigma y realización esencial es la tecnología, puede dejar atrás el saber primitivo, en tanto aparezcan nuevos objetos no susceptibles de (re)conocimiento por parte de este último, con varias razones; un grado máximo de abstracción, por ejemplo, o alguna forma de imperceptibilidad.
Sin ir más lejos: un “objeto” muy especial, muy preciado, que está debajo de la tierra:


“Del Zulia llegaron los perforadores y mecánicos americanos, amén de dos o tres obreros criollos avezados en la edificación de torres petroleras. Ya la primera de esas torres se alzaba entre los ventarrones. Los equipos de hombres se turnaban incesantemente, noche y día, al pie de sus vigas metálicas o trepados como simios a los travesaños más altos. Los oídos se habituaron al rezongo gangoso del motor diesel que no paraba nunca, que a veces pistoneaba como si fuera a apagarse, pero no se apagaba, sino emprendía su martilleo con mayor brío, como si se supiera fuerza generadora de todo el mecanismo que lo rodeaba. La Compañía tenía la certeza. Una gran cuenca petrolífera nacía en la costa atlántica, entre los dedos de la desembocadura del Orinoco, y se introducía en los llanos orientales de Venezuela como un lanzazo. Las líneas del sismógrafo, los instrumentos que empleaban los geólogos para leer en el mudo corazón de las piedras, el minucioso examen de antiguos caracoles y hojas petrificadas que realizaban los paleontólogos en sus laboratorios, todo indicaba la presencia de henchidos coágulos de jugo negro soterrados en las entrañas de aquella meseta tras siglos y más siglos de cataclismos y transformaciones.”(9)




Notas

(1) Por lo general, es horriblemente grondoniano citar a la Real Academia, pero en este caso vale la pena, en cierto sentido, porque la operación reproduce involuntariamente la temática. Baqueano remite a baquiano, que, a su vez, con sus acepciones de “Experto, cursado. / Práctico de los caminos, trochas y atajos. / Guía para poder transitar por ellos”, proviene de baquía (“Conocimiento práctico de las sendas, atajos, caminos, ríos, etc., de un país. / Habilidad y destreza para obras manuales”), cuya etimología es desconocida.
(2) Fragmento sobre el rastreador: “El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: ésta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo: ‘Aquí va -dijo luego- una mulita mora muy buena...; ésta es la tropa de don N. Zapata..., es de muy buena silla..., va ensillada..., ha pasado ayer...’ Este hombre venía de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto, que parece increíble, es con todo, la ciencia vulgar; éste era un peón de árrea, y no un rastreador de profesión. El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan con consideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama en seguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar, sino de tarde en tarde, el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y, señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: ‘¡Este es!’ El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es la evidencia misma: negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismo he conocido a Calíbar, que ha ejercido, en una provincia, su oficio durante cuarenta años consecutivos. Tiene, ahora, cerca de ochenta años: encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputación fabulosa, contesta: ‘Ya no valgo nada; ahí están los niños.’ Los niños son sus hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses después, Calíbar regresó, vio el rastro, ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el rastro de su raptor, después de dos años! El año 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar fue encargado de buscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones que la imagen del cadalso le sugirió. ¡Precauciones inútiles! Acaso sólo sirvieron para perderle, porque comprometido Calíbar en su reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con calor una tarea que perdía a un hombre, pero que probaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba su sitio y volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perder la pista. Si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: ‘¡Dónde te mi as dir!’ Al fin llegó a una acequia de agua, en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador... ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Al fin se detiene, examina unas yerbas y dice: ‘Por aquí ha salido; no hay rastro, pero estas gotas de agua en los pastos lo indican.’ Entra en una viña: Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, y dijo: ‘Adentro está.’ La partida de soldados se cansó de buscar, y volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pesquisas. ‘No ha salido’, fue la breve respuesta que, sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dio el rastreador. No había salido, en efecto, y al día siguiente fue ejecutado. (...) ¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!”
(3) Recordar que, en sus notas al Facundo, Valentín Alsina le dice a Sarmiento que todo eso (en especial, lo de Rosas y el “conocimiento por el pasto”) son “cuentos chinos”. En relación con esto: se dice que Evita recordaba perfectamente a todos los que iban a pedirle algo a la Fundación —esas interminables colas, prefiguración de las que visitarían su cadáver expuesto—, de manera que les reprochaba que volvieran. Esto recuerda a Napoleón y a Facundo Quiroga, que conocían a todos sus soldados por el nombre, por lo menos según Sarmiento. Y esa memoria infinita evoca también el atributo de un dios modesto, casi doméstico, pero dios al fin, sujeto natural de la omnipotencia y acaso de la arbitrariedad. (Ver Pablo Valle, “Cine argentino: política, identidad, cuerpo”, en Varios, Ensayos, Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires/Corregidor, 2003.)
(4) Por ejemplo, en “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico”, en Eco, Umberto y Sebeok, Thomas A. (eds.), El signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce, Barcelona, Lumen, 1989, pp. 116-163. Ver Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia, Gedisa, Barcelona, 1994.
(5) Cf. P. Valle, “Guerras de papel: autobiografía y estrategia en las Memorias póstumas del general Paz”, inédito.
(6) Cf. Josefina Ludmer, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, passim.
(7) Benedict Anderson, “El mapa”, en Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez, México, FCE, 1993, 1997, pp. 238-249. (Todos los subrayados son míos.)
(8) Euclides Da Cunha, Os sertoes, Río de Janeiro, Francisco Alves, 1940. La expresión aparece en la página 380. Vargas Llosa, en su versión desencantada (por no decir directamente reaccionaria, ya que estamos), de la guerra de Canudos, ha tratado extensamente esta cuestión. Galileo Gall, el anarco-positivista, sólo posee un saber libresco, hoy inútil; morirá luchando, precisamente, con un baqueano, por el amor de una mujer compartida (figura de la tierra, entre otras cosas). Cf. La guerra del fin del mundo.
(9) Miguel Otero Silva, Oficina N.º 1, Buenos Aires, Losada, 1961. Agradezco la cita a Mariana Bendahan.


(Publicado en la revista digital No Retornable, invierno de 2008.)

Un Cardenal entre el Reino de los Cielos y la Revolución


Notas sobre Nicaragua, Ernesto Cardenal, la Teología de la Liberación y una “revolución perdida”




 Afán singular éste de un país pequeño, pobre y marginal, que asolado por montoneras, guerras civiles, ocupaciones militares y dictaduras, se vio lejos de conseguir la modernidad como sociedad, como la conseguiría en la literatura.
Sergio Ramírez


... en Nicaragua los poetas –quizá porque el único héroe nacional era un poeta: Rubén Darío– son figuras veneradas, célebres.
Gioconda Belli


Porque buscándote en vano
entre tus cortinajes de ensueño,
he terminado por llamarte
—Maestro, maestro—,

José Coronel Urtecho, “Oda a Rubén Darío”


“Pablo Antonio —me escribía—
hay órdenes contra mí
por el epigrama. Avísale a Adelita”
Pablo Antonio Cuadra





1
“Comunismo o reino de Dios en la tierra que es lo mismo”, dice Ernesto Cardenal en su Canto nacional. Es necesario tratar de entender el contexto, la “situación de discurso” (como dicen los lingüistas) que da a ese extraño enunciado sus condiciones de posibilidad.
A partir de aquí, se plantean una serie de interrogantes que tiene que ver con la obra del poeta-sacerdote nicaragüense.
¿Cuál es la función de la poesía en un contexto pre- y posrevolucionario? ¿Y de qué tipo de poesía? Canto nacional (más El estrecho dudoso, quizás) podrían considerarse el Canto general de Cardenal. El poeta como historiador épico, entre recogedor y dador de sentidos. “Siervo” (incluso, en sentido religioso, claro) de una causa que no sería sólo la poesía, pero que abarcaría la poesía.
Finalmente: ¿se pueden conciliar revolución y religión? La poesía de Cardenal, en su contexto más pertinente (la Revolución Cubana, los sesenta, la teología de la liberación, la Revolución Sandinista), intenta realizar esa síntesis utópica.

2
Nicaragua, “una gran familia”
Apellidos que se repiten: Chamorro, Cuadra, Bolaños, Coronel.
Ernesto Cardenal es pariente de Pablo Antonio Cuadra y José Coronel Urtecho, los poetas más importantes del grupo vanguardista que sucede a Darío (luego de un vago interregno “posmodernista” con poetas como Alfonso Cortés, el loco, y Salomón de la Selva). Pero esos vanguardistas eran católicos (serían hasta ultramontanos luego, especialmente Cuadra) y se llamaban a sí mismos Los Reaccionarios. Coronel llegó a ser funcionario de Somoza, en el Ministerio de Educación (Selser lo cita despectivamente en su Sandino) pero, luego de varias crisis psiquiátricas se recluye en su finca lindera a Costa Rica y desde allí apoya a los sandinistas. Cuadra (que alguna vez tuvo que ayudar a Cardenal a escaparse de la Guardia Nacional) no abandonó nunca su postura.
Gregorio Selser da una simpática lista de integrantes de la familia Chamorro en el gobierno de Nicaragua de la década de 1910: 

Diego M. Chamorro, presidente de Nicaragua; Rosendo Chamorro, ministro del Interior; Salvador Chamorro, presidente del Congreso; Gustavo A. Arguello (cuñado del presidente), ministro de Hacienda; Agustín Chamorro, consejero financiero; Miguel Vigil (yerno del presidente), secretario de la presidencia; Filadelfo Chamorro, comandante de la fortaleza principal de la capital; Leandro Chamorro, comandante del puerto de Corinto, el más importante del país; Carlos Chamorro, comandante militar de la zona del norte; Dionisio Chamorro, administrador de Aduanas; Octavio Chamorro, diputado; Clarence Berghein (yerno del presidente), cirujano militar; Agustín Bolaños Chamorro, cónsul de Nicaragua en Nueva Orleáns; Fernando Chamorro, cónsul en san Francisco; Pedro Joaquín Chamorro, cónsul en Londres; Carlos Chamorro de Bernard, cónsul en El Salvador; Emiliano Chamorro (el expresidente), ministro de Nicaragua en Washington; Octaviano César (cuñado del presidente), ministro de Nicaragua en Washington; y Diego M. Chamorro (h.), agregado a la Legación de Washington.

2
Los Salmos de Cardenal
Por supuesto, compararlos en principio con los salmos bíblicos, atribuidos a David. Ver la traducción de la Biblia Latinoamericana (cf. infra), cotejada con las tradicionales. Un sistema deliberado de sucesivas transformaciones y reinterpretaciones; Cardenal lo explica claramente en las Memorias.
Pero ¿y si son también una respuesta (inconsciente) al libro de Thomas Merton, guía espiritual de Cardenal en el monasterio de Getsemaní, en Kentucky, sobre los Salmos, Pan en el desierto, predominantemente espiritualista?
Volver sobre Thomas Merton; su influencia sobre los beatniks y sobre los hippies es conocida; menos, la que tuvo sobre América latina, sobre todo a través de EC (precisamente). Ver también Vida en el amor, de EC, prologado por Merton, libro muy espiritualista, muy influido aún por su maestro (y por los místicos españoles), en el que apenas se vislumbra al Cardenal clásico, aunque hace algunas referencias políticas, someras.

3
La Iglesia católica en la década del sesenta
Y antes. Porque necesita limpiar su imagen después de su deslucida (para decirlo suavemente) actuación en la Segunda Guerra Mundial. Hay diversas corrientes “renovadoras” que culminan en el papa Juan XXIII (curiosamente llamado por los mismos católicos “el Papa bueno”; no hay que ser Umberto Eco para captar el implícito).
Juan XXIII convoca al Concilio Vaticano II, que lleva adelante su sucesor, Pablo VI. 1963-1965. Sus documentos (Gustavo Gutiérrez releva las discusiones que llevaron al tibio resultado final, como solución de compromiso). La Populorum progressio y la vía libre para tratar abiertamente la “cuestión social”, el “socialismo”, la “revolución”, etc. Las reuniones de obispos latinoamericanos en Medellín y Puebla. La teología de la liberación y la “opción por los pobres”. Comienza el “diálogo” entre cristianos y marxistas. Los obispos “de izquierda”: Romero, Cámara, Angelelli. El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Camilo Torres, el “cura guerrillero”. En Argentina: la muerte de Mugica y de los padres palotinos.

4
La teología de la liberación (TL)
Surge entre otras vertientes, como la “teología política”, la “teología de la revolución” (así dice EC que debió llamarse), incluso la “teología de la violencia”, etc. Del “desarrollo” se pasa a la “liberación” (vía la teoría de la dependencia, brasileña, y la “filosofía de la liberación” del argentino exiliado en México Enrique Dussel).
Su principal codificador es el peruano Gustavo Gutiérrez (ver Teología de la liberación. Perspectivas, Salamanca, Sígueme, 1974). Sus principales divulgadores fueron los hermanos Boff, Leonardo y Clodovis (ver Después de 50 años, Buenos Aires, Lumen), en Brasil, el país más activo al respecto, sobre todo por el desarrollo de las Comunidades de Base, que más tarde confluirían en el PT de Lula (Frei Betto, por ejemplo). La TL aboga directamente por el socialismo latinoamericano y por una renovación de la Iglesia (ambos objetivos, notoriamente fracasados).
Ver tesis de Michael Lowy (un ateo culposo): el “cristianismo revolucionario” no fue una trampa cazabobos, una maquiavélica manipulación orquestada desde el Vaticano, pero...

5
La TL plantea un cambio epistemológico en la teología “ortodoxa”, aunque también propone que hay que volver a las fuentes bíblicas, mejor dicho evangélicas —época de “retornos a”: a Freud (Lacan), a Marx (Althusser)—, en tanto pretende ser una nueva hermenéutica, un nuevo sistema de interpretación. Desde un ángulo muy general, funcionaría como una matriz de transformación del discurso religioso en un discurso socio-político, revolucionario.
Una matriz, en este sentido, es como una formación discursiva, una especie de programa de computadora que se alimenta con datos (input) y da unos resultados discursivos (output) más o menos predeterminados y previsibles en función de ciertas reglas de producción. En todo caso, es muy productiva discursivamente.

6
Algunos ejemplos obvios: el Imperio Romano y sus colaboradores judíos se transforman en los Estados Unidos y sus vasallos locales (Somoza, etc.). El Hombre Nuevo de san Pablo será el hombre nuevo del Che Guevara (y de Fanon: “Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo”). El “pueblo elegido” (antes, los judíos, o los ingleses de Cromwell, o sus herederos, los norteamericanos) serán los pobres en general y los países del Tercer Mundo en particular: la “opción por los pobres”.
Dussel recuerda que Marx (que se preparó en Teología para suceder a Bruno Bauer en Jena, hasta que lo echaron) muchas veces utilizaba la palabra evangélica pauper para referirse al proletari(ad)o.

7
Un ejemplo, más específico, sacado de Néstor Míguez (“Una mirada política”, Revista Alternativa):

 Justamente éste es el debate que produce la hermenéutica latinoamericana, con su mirada política. Menos sutil que Mateos Camacho, ‘un sacerdote español que está de visita’ en Solentiname se enreda en la discusión con E. Cardenal (El Evangelio en Solentiname). ‘Le está diciendo (Jesús a Pilato) que su reino no es político. Le dice: tranquilo, que yo no voy contra Roma. Mi predicación va por otro lado’. El contrapunto de Cardenal no se hace esperar: ‘Le está diciendo que su reino es político, pero no es con ejército. Hay que saber lo que quiere decir en San Juan la palabra ‘mundo’: quiere decir el pecado, el mundo de la injusticia, el orden establecido que ahora llamamos ‘sistema’. Poco antes de la cena, Jesús ha dicho a sus apóstoles que ellos ‘están en el mundo pero no son del mundo’: que era como decir que estaban en el sistema pero no eran del sistema. La prueba que Jesús da a Pilato, de que su reino no es de ‘este mundo’, es que sus seguidores no han peleado para que él no cayera preso; pero eso no es una prueba para mostrar que su reino no es de esta vida o no es político. Su reino era político pero de otro orden de política...’”

8
En este contexto se explican aparentes anacronismos como: “los campos de concentración de Egipto” (Salmos, p. 57). En realidad, se trata de una actualización léxica, resultado inmediato de la reinterpretación hermenéutica.
También Gutiérrez codifica el sistema: refiriéndose a ese momento clave del Antiguo Testamento, el Éxodo (un tópico esencial para esta corriente hermenéutica), habla de “opresores y oprimidos”, “alienación”, etc.
Hay (cierto, como en toda hermenéutica) una elección del régimen de lectura de lo recto y lo figurado (el camello y la aguja, los que se salvan, el pecado social, el infierno y el paraíso, la mujer “impura”, Dios y César, etc.). (Recordar Derrida: no hay lenguaje recto y lenguaje figurado, en sí; son regímenes de lectura.)

9
Pero debería haber, según Míguez, “una nueva identificación del sujeto hermenéutico”, no sólo del objeto. No se trata sólo de reinterpretar ciertos pasajes bíblicos de determinada manera, sino de quién los va a interpretar y en función de qué (política). De ahí la importancia de los grupos de estudios bíblicos, pero ligados a las comunidades de base (sobre las cuales se va a desatar, obviamente, la represión; cf. Solentiname).
Justamente, en El Evangelio en Solentiname, es muy importante la “situación de enunciación de cada lectura. Casi siempre, el capítulo está precedido por una breve introducción del tipo: “Estamos en un rancho de reunión, frente a un lago muy tranquilo y muy azul. Hemos tenido un almuerzo de arroz y frijoles y pescado. Los pescados fueron traídos por Tomás peña y doña Tomasa los coció al vapor envueltos en hojas”, “En el rancho. Hemos comido arroz, frijoles, pescado y aguacate. Cocinaron Teresita y Doña Justa. Juan, que tiene cuatro años, juega pateando una gran bola en medio de nosotros, mientras conversamos”.
En las Memorias (vol. 2), EC explica que se trata de una teología hecha directamente por el pueblo, no por teólogos. Esto sería lo verdaderamente novedoso, más allá de los contenidos interpretativos a los que se llegue (aunque éstos deberían ser, forzosamente, revolucionarios...).

10
Inculturación
Ver el debate sobre la noción de “inculturación”: implantación del cristianismo en las diferentes culturas y hasta qué punto debe respetarlas y adaptarse a ellas (ejemplo: el tema de la hostia, cómo debería ser en realidad, cómo es en Solentiname).
Un punto particularmente álgido, que no trata tanto Gutiérrez sino Boff. Para éste, en América latina, es necesaria una “nueva evangelización” (el concepto es de Juan Pablo II pero Boff, con la excusa de profundizarlo, se lo echa en cara al propio papa) que revierta las funestas consecuencias de la primera “evangelización”, que en realidad fue un genocidio.
(Fanon: “La Iglesia en las colonias es una Iglesia de blancos, una Iglesia de extranjeros. No llama al hombre colonizado al camino de Dios sino al camino del Blanco, del amo, del opresor. Y, como se sabe, en esta historia son muchos los llamados y pocos los elegidos”).

11
Juan Pablo II
Ya que fue mencionado. “El papa de la CIA.” Recordar que lo eligieron polaco como representante del cristianismo oprimido por los comunistas (Lech Walesa, los obreros de Danzig, el sindicato Solidaridad en Polonia) y que empezó con un discurso supuestamente “progresista” para derivar más convincentemente hacia la peor reacción. Podría decirse que su “misión” y su mayor logro fue derrotar al comunismo. Huelga decir que éste no fue remplazado por un sistema más cristiano o más compasivo. (Ver las cifras de la ONU sobre la ex-URSS, que da Petras en Movimientos sociales y poder estatal, por ejemplo.)
Reitero: Leonardo Boff, en 1990, todavía, desafiantemente, emplea la expresión “nueva evangelización” de Juan Pablo II, como para “tomarle la palabra” y llevar esa propuesta a sus consecuencias lógicas. Ya sabemos lo que pasó: Juan Pablo II siguió siendo papa, cada vez más reaccionario si esto es posible, dominado por el verdadero poder vaticano, que era sobre todo el cardenal Ratzinger (actual papa); y, por su parte, Leonardo Boff, luego de sucesivos silenciamientos y castigos, dejó la Iglesia. Apoyó a Lula, por supuesto, aunque ahora se ha vuelto más crítico. Y ha escrito libros de autoayuda espiritual a la manera de Paulo Coelho, con notable éxito.

12
En la actualidad, la TL está casi desaparecida, por lo menos en el ambiente católico. Sobrevive, sin notoriedad, en el ámbito protestante (por ejemplo, el ISEDET, en Buenos Aires, donde trabajaba José Severino Croatto, uno de los principales exegetas bíblicos de esa tendencia). En realidad, la TL se ha diversificado en diversas corrientes contestatarias; entre ellas, la más notoria, es la teología feminista.
Sin embargo, no olvidar su supervivencia en el activismo social, sobre todo en Brasil, donde recientemente el sacerdote español Pedro Casaldáliga ha sido condenado a muerte por los terratenientes, dado su persistente apoyo a los Sin-Tierra (que también tienen relaciones conflictivas con Lula y el PT).

13
El comunismo como forma de vida entre los cristianos primitivos.
Esto coincidiría con ciertos aspectos (controvertidos) de la historia de América precolombina. Ya José CarlosMariátegui había afirmado el socialismo primitivo de los incas como una base cultural y económica para el futuro socialismo peruano. Cardenal lo extiende (de manera un tanto idealista) a todos los indígenas americanos.
Pero: “La historia del cristianismo primitivo tiene notables puntos de semejanza con el movimiento moderno de la clase obrera” (Federico Engels, “Sobre la historia del cristianismo primitivo”, en Marx y Engels, Sobre la religión, Buenos Aires, 1959, p. 272; cit. por Roberto Fernández Retamar en “Caliban quinientos años más tarde”).
En relación con esto, investigar el tema de la ecología entre los indígenas de América. Muy presente en Homenaje a los indios americanos, de EC (que incluye a los indígenas norteamericanos, gracias a la influencia de Merton); ver el libro de Leonardo Boff, Ecología, grito de la Tierra, grito de los pobres. Hay acá también un cierto elogio del primitivismo, del “contacto con la naturaleza”, que puede arriesgarse a padecer de ciertas mistificaciones.

14
La Biblia Latinoamericana
Publicada a principios de la década del setenta, en el nuevo clima intelectual y político, los sectores más conservadores de la Iglesia no tardaron en denominarla “la Biblia comunista”.
En todo caso, es la primera Biblia que, por ejemplo, utiliza el sistema verbal y pronominal de América latina (“ustedes”); transformación lingüística que, en este contexto, ya es una opción ideológica. La traducción en sí, pero sobre todo los textos introductorios y los comentarios de cada libro bíblico pretenden reflejar las nuevas interpretaciones, aunque desde la actualidad parecen sumamente moderados. (Incluso es notorio el conservador sistema de géneros.)


15
La editorial Carlos Lohlé
Ver la autobiografía del editor holando-argentino Carlos Lohlé, Presencias y experiencias. Hábilmente, apoya las corrientes de renovación dentro de la Iglesia católica, sobre todo las que vienen de Europa y se van “radicalizando” aquí: desde el francés Jacques Maritain al uruguayo Juan Luis Segundo.
(Dos de los hijos de Carlos Lohlé, Francisco y Juan Pablo, son dirigentes peronistas que se formaron en los sectores del cristianismo revolucionario de los setenta, cercano al montonerismo. Ahora están con Kirchner, previsiblemente. Francisco es yerno de Antonio Cafiero y fungió como agregado cultural en Chile cuando éste fue embajador durante el gobierno de Menem; Juan Pablo es embajador actual en Brasil.)
Carlos Lohlé fue el primer y principal editor en español de EC, pero éste no lo trata muy bien en sus Memorias.

16
Los partidos demócrata-cristianos
Se forman en la Europa de posguerra a partir de que los católicos son “autorizados” e incluso “alentados” a participar en política, como resultado de una aparente renovación eclesial (en realidad, es para oponerse a los partidos comunistas y clasistas en general).
Tienen un triste final, especialmente en Europa: el italiano (eterno contrapeso del poderoso PC “eurocomunista”, fue principal afectado por el escándalo de mani pulite y tangentopoli); el alemán (su hiperbólico canciller, Helmut Kohl, fue acusado de recibir financiamiento espurio, no declarado; su discípula, Angela Merkel, canciller actual, es más decididamente liberal que su maestro, si cabe tal cosa).
En América latina: Chile (una parte apoyó a Allende; otra, los “momiocristianos”, no); Argentina (oscilantes frente al peronismo: en su origen vivieron angustiosamente la disputa de Perón con la Iglesia; después, fueron aliados, especialmente por su franja izquierda: Conte, Auyero, que derivó al Frente Grande).

17
El exteriorismo
EC define así su “estética oficial”: “Es una palabra creada en Nicaragua para designar el tipo de poesía que nosotros preferimos. El exteriorismo no es un ismo ni una escuela literaria. Es tan antiguo como Homero y la poesía bíblica (en realidad es lo que ha constituido la gran poesía de todos los tiempos).
El exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura. Poesía que para algunos está más cerca de la prosa que de la poesía, y equivocadamente la han llamado ‘prosaísta’, debido a que su temática es tan amplia como la de la prosa (y debido también a que por decadencia de la poesía en los últimos siglos la épica se escribía en prosa y no en verso).
Exteriorismo es cuando el poeta nos habla de un tractor Caterpillar D4; o de la caoba llevada por el lago y el río con un remolcador llamado Fálcon; o de un viejo motor de aeroplano encontrado por los campesinos en las montañas de las Segovias y que una vez el guerrillero había derribado…” (Presentación a su antología Poesía nueva de Nicaragua, Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1974, pp. 9-11).
Por su parte, Sergio Ramírez da la siguiente definición: “La poesía de imágenes descriptivas, de tono conversacional, que toma en cuenta lo que el mundo exterior es capaz de ofrecer en sensaciones y percepciones singulares, y que Cardenal hará propia hasta devenir en su marca personal, todo eso que se ha llamado el exteriorismo, viene mucho de la poesía norteamericana, pero ya estaba en la Epístola de Darío dedicada a Juana Lugones, esposa de Leopoldo Lugones, todo un largo reportaje escrito en alejandrinos pareados, con notas de pie también en alejandrinos. Cardenal iría aún más allá, hasta incorporar la poesía que encuentra en los áridos documentos de los archivos de Indias acerca de la conquista y colonización de Nicaragua en El estrecho dudoso” (“Corona de lauros”).
No deja de haber una serie de curiosidades. Sobre todo, que se trate de una estética tan opuesta a la del poeta oficial del país, aunque Ramírez se empeñe en encontrarle un antecedente en la poesía del gran bardo... (en ¿Te dio miedo la sangre?, la novela de Sergio Ramírez, un personaje se llama “Bardo Rubén Darío”). También, la influencia norteamericana es paradójica.
Pero hay una clave importante en la pulsión épica de este tipo de poesía, que se podría relacionar con la operación homóloga de Brecht en el teatro. Una poesía narrativa, objetivista, permitiría una actitud “realista” frente al mundo y frente a la historia, alejada del velo ideológico que la lírica “pura” (romántica, simbolista o surrealista) arriesga a tender en su proceso.
También entronca con una gran tradición de la poesía latinoamericana de lo popular, lo cotidiano, lo prosaico: Guillén, lo “elemental” en Neruda, los antipoemas de Parra.

18
Marcas
La función de las marcas comerciales en EC.
Dice Fredric Jameson sobre el mismo tema en Raymond Chandler: 

 Los libros de Chandler pertenecen (...) a una era de productos estables, en la cual el sentimiento de energía creativa ya no se encarna en el producto: éstos simplemente están allí, en el fondo industrial permanente que ha llegado a parecerse a la naturaleza misma. Aquí, la tarea del autor consiste en hacer el inventario de estos objetos, en demostrar, gracias a la exhaustividad del catálogo, la eficacia de su manejo del mundo de las máquinas y los productos industriales; y es en ese sentido que funcionan las descripciones de muebles o de vestimentas femeninas en Chandler: como una nominación, una marca de experiencia y saber práctico. Y en los límites de esta clase de lenguaje, el nombre de las marcas mismas. (...) La percepción de los productos con los que está equipado el mundo que nos rodea precede y da forma a la percepción de las cosas-en-sí-mismas. En un principio, utilizamos los objetos, y sólo con el tiempo aprendemos a apartarnos de ellos para contemplarlos con desinterés, y es de esta manera que la naturaleza comercial de nuestro entorno influye y da forma a la producción de las imágenes literarias, marcándolas con un determinado carácter de época” (“Sobre Raymond Chandler”, en Daniel Link, comp., El juego de los cautos).

En EC, sin embargo, el inventario de las marcas no funciona sólo como mostración de un fondo de experiencia común y de la eficacia de su manejo compartido (aunque también es eso). Las marcas marcan (o deberían marcar, y en realidad desdibujan) el límite entre poesía y prosa.
Y también hay una connotación demonizadora de la “sociedad de consumo”, ese “carácter de época” que menciona Jameson. Los productos comerciales invaden todo, también la poesía. ¿Qué hará la revolución con ellos?

18
Un ejemplo: el avión.
Muy importante como tema y como “lugar” de enunciación.
Como tema: señal (marca) del progreso, de una modernidad contradictoria en un país subdesarrollado, en el que la tecnología puede coexistir con la naturaleza en estado casi salvaje y con el subdesarrollo económico. (Acá el avión se ve “desde abajo”, con extrañamiento y rechazo, como en Homenaje a los indios americanos).
Otras veces el “yo poético” de Cardenal está situado en un avión (“Meditación en un DC10”) y ve desde arriba. Claro, Nicaragua (Centroamérica, el Caribe) es una región que se puede observar mejor desde el aire, como abarcándola en una mirada más totalizadora, idealistamente unificadora.
(Y también esto podemos relacionarlo con los bombardeos norteamericanos en la época de la guerrilla de Sandino. Virilio, en Logistique du la perception, señala cómo la aviación remplazó a la caballería en su función de “reconocimiento del terreno”. Pues bien: en la selva, territorio propio de la guerrilla, es muy difícil acceder por tierra a los puntos claves, y entonces aparecieron los bombardeos indiscriminados.)

19
La historia
Pero el Estrecho era de tierra,
no era de agua.

En ese extraordinario poema titulado El estrecho dudoso, compendio y reinvención de las crónicas del descubrimiento —o por “descubrir lo no sabido”..., Ernesto Cardenal ofrece una visión particularmente lúcida e intensa del cronista Bernal Díaz. Pero, sobre todo, de su escritura y su poética. Como señala José Coronel Urtecho, la poética de Cardenal propone unos “versos estrictamente funcionales, visuales, ‘proyectivos’... Versos ajustados, en suma, a ‘las facilidades de la máquina de escribir’, pero igualmente a esas ‘cartas, cédulas, actas y narraciones’ redactadas por los cronistas, manuscritas, que no formarían parte de un corpus literario, pero que reconstruyen la historia de ‘lo no sabido’, y son el relato de lo utópico —el ‘Estrecho Dudoso’–, si bien cortada, distribuida o si se quiere dosificada la comunicación con un ritmo correspondiente a las intensidades combinadas de la atención, la excitación emocional y la respiración, y con la rápida técnica alucinante de una película documental, que es, a mi juicio, la técnica apropiada para una nueva épica... Hablamos, así, de poéticas. Pero de unas poéticas que surgen no de teorizaciones académicas, sino de la práctica de la escritura y de la reflexión de los poetas. La poética de Cardenal y, en el trasfondo, la poética de Bernal Díaz: cortada, distribuida, dosificada, ritmada —cuya atención y emoción descansan, efectivamente, en una respiración y una técnica de ‘montaje’ documental comparable a la del cine (Enrique Flores, “El silencio de la conquista. Poéticas de Bernal Díaz”, en Revista de Critica Literaria Latinoamericana, Año XXIX, Nº 57. Lima-Hanóver, pp. 143-150 (http://www.dartmouth.edu/~rcll/rcll57/57pdf/57flores.pdf).

Nicaragua, como toda América latina, aparece como una fantasía, una utopía forjada por la ambición de los conquistadores, una fábrica de leyendas. De ahí la paradoja (aparente) de que la crónica sea mentira y que se escriba para falsear la verdad. En el largo poema de EC, Bernal Díaz escribe para restituir imposiblemente la verdad, y EC lo “sobreescribe” con la misma intención (“desmentir a la AP y la UP”, dice en Canto nacional).

De quinientos cincuenta que pasaron con Cortés

no quedan vivos más que cinco en toda la Nueva España.
(...)
Ahora sólo cinco están vivos, muy viejos y enfermos,
y lo peor de todo, muy pobres, cargados de hijos,
y con hijas por casar, y nietos, y poca renta,
sin dinero para ir a Castilla a reclamar.
Y ninguno de sus nombres los escribió Gomara,
ni el doctor Illescas, ni los otros cronistas.
Sólo del Marqués Cortés hablan los libros.
Él fue el único que descubrió y conquistó todo
y todos los demás capitanes no cuentan para nada.
(...)
El viejo ha vuelto a leer otra vez esas crónicas
y ve que no cuentan nada de lo que pasó en Nueva España.
Están llenas de mentiras. Ensalzan a unos capitanes
y rebajan a otros. Dicen que estuvieron en las conquistas
los que no estuvieron en ellas. Entonces coge la pluma
y empieza otra vez a escribir, sin elegancia,
sin policía, sin razones hermoseadas ni retórica,
(...)
Porque el agraciado componer es decir la verdad.
Aunque tal vez no haga sino gastar papel y tinta...
(...)
Pero escribe también para sus hijos y sus nietos,
para que sepan que él vino a conquistar estas tierras.
Su historia si se imprime verán que es verdadera.
¡Y ahora que lo escribe se le representa todo
delante de los ojos como si fuera ayer que pasó!
Irá escribiendo con su pluma, despacio, despacio,
corrigiendo los errores con cuidado, como el piloto
que va descubriendo las costas, echando la sonda...

El Estrecho es símbolo de un lugar fantástico que no existe, pero a la vez puede ser construido. Y marca el destino de Nicaragua, su “posición estratégica”, o geopolítica. Que estalla a partir de 1848, cuando se descubre oro en California, y termina recién en la década del 1940, con Roosevelt.
Aquí hay otra matriz de transformación (como dije de la teología de la liberación): esta vez, desde las crónicas. Con sus anacronismos (“mover influencias”, “primer dictador”, etc.).

Cardenal nos invita, como lectores, a entrar en un diálogo con la historia reinterpretada. Los poemas cardenalianos se convierten en palimpsestos en los que debemos buscar en la escritura otras escrituras que permitan recuperar y re-construir la historia nueva que nos es tan necesaria. Cardenal busca que volvamos la mirada al ‘otro’ que ha sido relegado en el discurso poderoso, ‘[e]l pueblo de los pobres (mestizos, zambos, indios, negros) [que] mira todo el proceso desde afuera’ (Dussel 215) y que desde esta mirada nos enfrentemos con el mundo que nos rodea (Juan Carlos Martínez Hofmann, “Ernesto Cardenal y el uso de la historia en su poesía”, en http://www.lajiribilla.cu/2003/n133_11/133_05.html).


20
Fronteras, exilios
Cierto: todas las fronteras son convenciones, ficciones, pero en América Central parece que fueran particularmente porosas.
En la década del treinta, Sandino se esconde en la selva lindera con Honduras, al norte; según las necesidades de la lucha, traspasa la frontera más o menos libre e inadvertidamente. Esto motiva que el gobierno títere de Nicaragua obligue a Honduras a hacer reclamos formales. Cincuenta años después, desde la misma Honduras iba a operar la Contra, apoyada por la CIA, para desestabilizar al régimen sandinista a través de esa frontera casi virtual.
La finca de Coronel Urtecho estaba prácticamente en territorio de Costa Rica, al sur. Por ahí iban a salir y a entrar, clandestinamente claro, los combatientes sandinistas (muchas veces, guiados por Cardenal). Incluso, una vez entra Cortázar; peligrosamente, porque su altura y su fama no dejan de llamar la atención (ver Memorias, tomo II).
Fronteras: exilios. Los sandinistas, en Costa Rica (Sergio Ramírez). Pero, en general, muchos intelectuales y combatientes de América Central y el Caribe fueron pasando, desde siempre, de un país a otro según los vaivenes políticos de sus respectivos países, desde dictaduras a dictablandas, o a democracias liberales, cuando las había. En su mayoría, terminaban en México, incluso en la época de Porfirio (ver el itinerario de Pedro Henríquez Ureña con sus padres y hermanos, desde la República Dominicana natal; cf. Memorias - Diario).
En las novelas de Sergio Ramírez (sobre todo, ¿Te dio miedo la sangre?), aparte de los saltos temporales, hay permanentes “saltos espaciales”; nunca se sabe bien dónde están los protagonistas, si en Nicaragua, en El Salvador, en Honduras. Imaginariamente, se trata de un solo territorio: el de la nostalgia y la conspiración; el de la rebelión o la resignación; allí donde se preparan el triunfo o la derrota final.


Bibliografía consultada

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