La frontera en Los
exiliados, de Gabriel Casaccia,
y La mamacoca,
de Libertad Demitrópulos
I
“Sin la función de configurar el
mundo que ellas cumplen,
no habría fronteras, o éstas no serían durables.”
Etienne
Balibar
En el contexto de
una reflexión global sobre el estatuto de las fronteras en el mundo actual, a
la vez globalizado y excluyente, Etienne Balibar afirma: “A la pregunta ‘¿qué
es una frontera?’, que sin duda es uno de los elementos primarios de nuestras
discusiones, no es posible dar una respuesta simple. ¿Por qué?
Fundamentalmente, porque no puede atribuirse a la frontera una esencia válida
para todo tiempo y lugar, para todas las escalas de espacio local y temporal, y
en condiciones de incluirse de igual manera en todas las experiencias
individuales y colectivas [...].
La idea de una definición simple de qué es
una frontera es absurda por definición, habida cuenta de que trazar una
frontera es precisamente definir un territorio, delimitarlo y, así, registrar
su identidad u otorgársela. Pero de modo recíproco definir o identificar en
general no es otra cosa que trazar una frontera, fijar lindes [...]. El teórico
que desea definir qué es una frontera entra en un círculo vicioso, pues ya la
representación de la frontera es la condición de toda definición. [...]
Toda discusión
acerca de las fronteras involucra necesariamente la institución de identidades
definidas: nacionales y otras. Ahora bien, es cierto que hay identidades, o más
precisamente identificaciones —activas y pasivas, deseadas y padecidas,
individuales y colectivas— en distintos grados. Su multiplicidad, su carácter
de construcciones o de ficciones no las tornan menos efectivas. Con todo, es
evidente que esas identidades no están bien definidas.
[...]
Desde la más temprana antigüedad, época en
que se hallan los ‘orígenes’ del Estado, de las ciudades, de los imperios,
hasta el presente hubo ‘fronteras’ y ‘marcas’, es decir, líneas o zonas,
franjas de separación y de contacto o de confrontación, de bloqueo y de paso (o
de ‘peaje’). Fijas o móviles, continuas o discontinuas. Pero esas fronteras
nunca tuvieron la misma función. No sucedió lo mismo siquiera en los dos o tres
últimos siglos, pese a la codificación de que se encargó continuamente el
Estado-nación. En sí, la tiranía de lo nacional, para utilizar la expresión de
Gérard Noiriel, cambia incesantemente de formas, incluidas las formas
policiales.
[...]
las fronteras dejan de ser realidades puramente exteriores, se tornan
también, y acaso ante todo, aquello que Fichte en sus Reden an die deutscbe Nation [Discursos a la nación alemana]
espléndidamente había llamado ‘fronteras internas’: innere Grenzen, esto es, según él mismo afirma, invisibles,
situadas ‘en todas partes y en ninguna’.
[...] cada frontera tiene su propia historia,
en la cual se combinan la reivindicación del derecho de los pueblos y el
poderío o la impotencia de los Estados, las demarcaciones culturales (a las que
suele calificarse de «naturales») y los intereses económicos, entre otros
factores. Menos se enfatiza que ninguna frontera política es jamás el mero
límite entre dos Estados, sino que siempre está sobredeterminada, y en ese
sentido a la vez certificada, intensificada y relativizada por otras divisiones
geopolíticas. Ese rasgo no es accesorio, o contingente, sino intrínseco.
[...] Nada se parece menos a la materialidad
de una frontera, que es oficialmente ‘la misma’ (idéntica a sí misma y por ende
bien definida), según se la cruce en un sentido o en el otro, como businessman o universitario en viaje a
un coloquio, o como joven desempleado”.
II
“Cuando
sopla el viento,
la
basura del país vecino
se
deposita entre nosotros.”
Libertad
Demitrópulos, La mamacoca
“El
espacio es la acumulación desigual de tiempos.”
Milton
Santos (cit. por Dos Santos, 2009: 21)
En Los exiliados de Casaccia, se establece
un sistema deíctico espacial rígido y constante: acá/allá. Acá es Posadas,
Argentina, el exilio. Allá, por
supuesto, es el Paraguay, la tierra natal, a la que no se puede volver. Pero
ese sistema deíctico espacial se convierte simbólicamente en temporal: allá es el pasado, al que tampoco se
puede volver, porque ya no existe (no existe el tiempo pasado, pero tampoco
existe ese Paraguay del que huyeron). Y acá
es el tiempo presente, pero también, con una impronta fatalista, el futuro
real.
En realidad, el
exiliado vive entre dos mundos: dos espacios, dos tiempos. No está en Argentina
ni en Paraguay. La frontera es la representación espacial de un presente
congelado en el tiempo: no se puede atravesar, no se puede ir del otro lado.
Imaginariamente, allá podría ser
también el futuro, pero la frontera cerrada lo impide, y los exiliados, en el
fondo, lo saben.
“Este pobre
Belisario está aquí desde el año 23. Seguramente que cuando llegó tenía la idea
como yo de quedarse unos meses y luego volver. Han pasado cuarenta años. Ya se
ha acostumbrado a mirar desde lejos a su patria, como a través de un catalejo
vuelto de revés (Casaccia, 2005: 49). “Hace diez años que estoy en Posadas, y
cuando llegué pensé que estaría aquí unos meses y que enseguida volvería a
nuestro país” (215). “Los exiliados siempre están por volver, pero nunca
vuelven” (230). “Todos estos exiliados hablan de lo que harán en el país cuando
vuelvan, como los presos que en la celda se pasan hablando de lo que harán
cuando recobren la libertad, sin darse cuanta de que para ellos el tiempo se ha
detenido mientras afuera sigue su curso irreversible” (112).
A diferencia del
protagonista de La revolución en
bicicleta, de Mempo Giardinelli, que también está siempre esperando el
momento clave para volver a su Paraguay natal, pero, de hecho, es capaz de
hacerlo, poniendo en riesgo su vida—, los personajes de Casaccia (especialmente
los más viejos, como el protagonista, el doctor Gamarra) son finalmente
conscientes de que no van a volver. Y no sólo porque el régimen se lo impida.
Aunque pudieran volver espacialmente, no podrían hacerlo temporalmente, no
podrían volver al pasado (que también es su juventud). La frontera
geográfico-espacial se ha convertido en una frontera simbólico-temporal. Impasable.
Incluso el estar
permanentemente pendiente de lo que pasa “del otro lado” (por la radio, por la
correspondencia) es una señal paradójica de alejamiento irreversible. Posadas
se convierte en una “little Paraguay”
donde los desterrados de distintas épocas y dictaduras tejen y destejen
continuamente sus proyectos en lo que en verdad es una reconstrucción de las
diferencias políticas y morales que ya existían en el origen (algunos hasta
podrían ser espías del régimen), y una proliferación de rumores y de desconfianza
mutua, como en la Areguá típica de las otras novelas de Casaccia (Los exiliados es la única novela de
Casaccia que no transcurre en el escenario raigal de su clásico La babosa). Etelvina, por ejemplo, “pasa
más tiempo allá que acá”, pero en un momento exclama “como enloquecida: —Ya no
podemos volver... Ya no podemos volver” (162).
El exiliado de
muchos años, finalmente, se convierte en nadie, en nada: “¡Pobre doctor
Gamarra! —dijo Zabala sinceramente compadecido—. Se cree que todavía pesa políticamente.
No se da cuenta [sic] que veinte años de destierro lo ha [sic] convertido en un
despojo humano” (44).
III
“Mama Coca: En algunas versiones de las leyendas sobre el origen del
Imperio Inca, es la esposa de Sinchi Roca, el segundo Inca, hijo de Manco Cápac
y Mama Ocllo, los fundadores del imperio.
Al morir Mama Coca, Sinchi Roca ordenó construirle una huaca y efectuar
permanentes sacrificios de sangre y chicha en ella, hasta que un día brotó un
arbusto; el Inca tomó sus hojas y las mantenía en la boca todo el tiempo,
creyendo así estar en contacto con la muerta. De sus frutos mandó sembrar una
chagra, cuyas hojas cargaba en una jigra de lana para mascarlas y para darlas a
aquellos que se distinguían a su servicio, a quienes podía permitir también que
la sembraran. A su muerte, se le enterró en la misma huaca y sus sucesores
mantuvieron durante siglos la tradición de mascar y dar la coca, con lo cual se
extendió su cultivo, pero siempre entre los afectos a los Incas, al tiempo que
se mantenía prohibida al pueblo.
También se le asocia con el sexo excesivo, o se dice que era una mujer
promiscua, que la partieron en dos sus amantes y que de su cuerpo salió el
arbusto de coca.”
Wikipedia
“Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino
también descubrir que siempre se está en el otro lado.”
Claudio Magris, L’infinito
viaggiare
Nora Domínguez,
en su introducción a La mamacoca, propone:
“Las novelas de Libertad Demitrópulos realizan una fuerte apuesta a la
construcción de espacios [...]. El espacio que la escritora decanta en cada
historia y que escande en cada propuesta textual es no sólo plural sino de
nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos. Su
imaginación literaria parece partir desde un núcleo móvil del interior del país
para elaborar en esas migraciones simbólicas universos de ficción que reclaman
fundamentalmente a la novela histórica o al relato de viaje. Estos hitos
despliegan y expanden modos de mirar hasta lograr que a partir de ellos cada
texto configure un lugar o una zona. Allí sobresalen la presentación de unos
personajes, que, convertidos en voces discursivas, operan como figuras
especulares de los lugares que habitan o como el reflejo de su transgresión o
de su huida al peligro de la determinación”.
Si en la novela
más famosa de Demitrópulos, Río de las
congojas, el espacio configurado tiene que ver con el río Paraná, como eje
vertebrador que va de Asunción, “madre de ciudades”, a una Buenos Aires que es
aún poco menos que una ciénaga, en La
mamacoca el procedimiento, o su resultado, es más complejo, porque el
territorio configurado carece de locaciones específicas. Prácticamente no hay
“nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos”. Y esta
misma indefinición parece uno de los principios constructivos de la novela.
Sitúa al lector en un lugar, o en lugares, que no siempre puede fijar en su
lectura.
Así, el relato
transcurre en una triple, o cuádruple, o múltiple frontera.
La frontera,
entonces, puede convertirse en metáfora, o es directamente una metáfora: “Entre
el infierno de la infancia y el de la frontera, ¿qué diferencia había? Para
vivir había que cruzarlos porque siempre hay una frontera. [...] Aquí todos
saben qué significa la frontera: purgación, estado de crisálida, el intervalo
que separa del absoluto, la fulguración. Quien se atreve a cruzarla, a
desafiarla, desprecia el paraíso. Tenemos un ansia amorosa por el infierno,
tenemos el gusto por el sabor. Para nosotros las fronteras existen y el
infierno no está solamente del otro lado. Es necesario cruzarlas, morir y
transfigurarse para recobrar la lucidez, la embriaguez de lo múltiple”.
Los baqueanos de
las fronteras son los narcotraficantes. “Los forasteros no pueden leer estas
cosas. La frontera es trasgresión y para eso han venido”. Ellos, los narcos,
crean las fronteras en el momento mismo de transgredirlas, o viceversa. Sus
territorios son aquellos que dominan y aquellos que se disputan unos a otros,
en un ciclo de venganzas infinitas, con sus propias leyes y sus propios valores.
El Estado-nación ha quedado al margen, como un espectador de lujo, pero
impotente. “La frontera fue siempre más real que la Capital de la República”. Si
“el espacio contiene el movimiento” (Dos Santos, 2009: 51), aquí podemos ver
cómo el movimiento (de hombres) y el tráfico (de mujeres, de mercancías)
constituye continuamente el espacio, aunque un espacio previo, la frontera,
haya sido una precondición superada de ese proceso.
La mamacoca es la
figura metafórica que condensa esta configuración inasible: está en todos
lados, como diosa que es; siempre perseguida y deseada, nunca es poseída del todo.
Bibliografía
Arguindegui, Javier (2013): “Los exiliados, en la antigua Posadas”, El Territorio (http://www.elterritorio.com.ar/nota4.aspx?c=4368707499056501,
lunes 25 de noviembre).
Balibar, Etienne (2005), “¿Qué es una frontera?”, en Violencias,
identidades y civilidad. Para una cultura política global, Barcelona, Gedisa.
Casaccia, Gabriel (2005 [1966]), Los
exiliados, Asunción, Criterio.
Demitrópulos, Libertad (2013), La
mamacoca, Villa María, Eduvim.
Dos Santos, Maria Sirley (2009), Geografias: terra e cultura na America
Latina, San Pablo, Loyola.
Gutiérrez Rodríguez, Encarna (2001),
“Deconstruir la frontera o dibujar nuevos paisajes: sobre la materialidad de la
frontera, Política y Sociedad, 36,
pp. 85-95.
Máiz, Ramón (2008), La frontera interior. El lugar de la nación en la teoría de la
democracia y el federalismo, Murcia, Tres Fronteras Ediciones.
Méndez-Faith, Teresa (2001): Paraguay: novela y exilio, Nueva Jersey, Slusa, 1985.
También en Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
(http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcrv0j8).
Pla, Josefina (2007): “Introducción”, en Gabriel Casaccia, Los exiliados, Asunción, El Lector.
(ponencia
en las IV Jornadas de Creación y Crítica Literaria,
25, 26 y 27 de
agosto de 2016, Buenos Aires,
Centro Cultural de la Cooperación-Facultad
de Filosofía y Letras)
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