jueves, 16 de febrero de 2017

Acá, allá, dónde




La frontera en Los exiliados, de Gabriel Casaccia,
y La mamacoca, de Libertad Demitrópulos



I

“Sin la función de configurar el mundo que ellas cumplen,
no habría fron­teras, o éstas no serían durables.”
Etienne Balibar

En el contexto de una reflexión global sobre el estatuto de las fronteras en el mundo actual, a la vez globalizado y excluyente, Etienne Balibar afirma: “A la pregunta ‘¿qué es una frontera?’, que sin duda es uno de los elementos primarios de nuestras discusiones, no es posible dar una respuesta simple. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque no puede atribuirse a la frontera una esencia válida para todo tiempo y lugar, para todas las escalas de espacio local y temporal, y en condiciones de incluirse de igual manera en todas las experiencias individuales y colectivas [...].
     La idea de una definición simple de qué es una frontera es absurda por definición, habida cuenta de que trazar una frontera es precisamente definir un territorio, delimitarlo y, así, registrar su identidad u otorgársela. Pero de modo recíproco definir o identificar en general no es otra cosa que trazar una frontera, fijar lindes [...]. El teórico que desea definir qué es una frontera entra en un círculo vicioso, pues ya la representación de la frontera es la condición de toda definición. [...]
Toda discusión acerca de las fronteras involucra necesariamente la institución de identidades definidas: nacionales y otras. Ahora bien, es cierto que hay identidades, o más precisamente identificaciones —activas y pasivas, deseadas y padecidas, individuales y colectivas— en distintos grados. Su multiplicidad, su carácter de construcciones o de ficciones no las tornan menos efectivas. Con todo, es evidente que esas identidades no están bien definidas.
     [...]
     Desde la más temprana antigüedad, época en que se hallan los ‘orígenes’ del Estado, de las ciudades, de los imperios, hasta el presente hubo ‘fronteras’ y ‘marcas’, es decir, líneas o zonas, franjas de separación y de contacto o de confrontación, de bloqueo y de paso (o de ‘peaje’). Fijas o móviles, continuas o discontinuas. Pero esas fronteras nunca tuvieron la misma función. No sucedió lo mismo siquiera en los dos o tres últimos siglos, pese a la codificación de que se encargó continuamente el Estado-nación. En sí, la tiranía de lo nacional, para utilizar la expresión de Gérard Noiriel, cambia incesantemente de formas, incluidas las formas policiales.
 [...]   las fronteras dejan de ser realidades puramente exteriores, se tornan también, y acaso ante todo, aquello que Fichte en sus Reden an die deutscbe Nation [Discursos a la nación alemana] espléndidamente había llamado ‘fronteras internas’: innere Grenzen, esto es, según él mismo afirma, invisibles, situadas ‘en todas partes y en ninguna’.
 [...] cada frontera tiene su propia historia, en la cual se combinan la reivindicación del derecho de los pueblos y el poderío o la impotencia de los Estados, las demarcaciones culturales (a las que suele calificarse de «naturales») y los intereses económicos, entre otros factores. Menos se enfatiza que ninguna frontera política es jamás el mero límite entre dos Estados, sino que siempre está sobredeterminada, y en ese sentido a la vez certificada, intensificada y relativizada por otras divisiones geopolíticas. Ese rasgo no es accesorio, o contingente, sino intrínseco.
 [...] Nada se parece menos a la materialidad de una frontera, que es oficialmente ‘la misma’ (idéntica a sí misma y por ende bien definida), según se la cruce en un sentido o en el otro, como businessman o universitario en viaje a un coloquio, o como joven desempleado”.


II

“Cuando sopla el viento,
la basura del país vecino
se deposita entre nosotros.”
Libertad Demitrópulos, La mamacoca

“El espacio es la acumulación desigual de tiempos.”
Milton Santos (cit. por Dos Santos, 2009: 21)

En Los exiliados de Casaccia, se establece un sistema deíctico espacial rígido y constante: acá/allá. Acá es Posadas, Argentina, el exilio. Allá, por supuesto, es el Paraguay, la tierra natal, a la que no se puede volver. Pero ese sistema deíctico espacial se convierte simbólicamente en temporal: allá es el pasado, al que tampoco se puede volver, porque ya no existe (no existe el tiempo pasado, pero tampoco existe ese Paraguay del que huyeron). Y acá es el tiempo presente, pero también, con una impronta fatalista, el futuro real.
En realidad, el exiliado vive entre dos mundos: dos espacios, dos tiempos. No está en Argentina ni en Paraguay. La frontera es la representación espacial de un presente congelado en el tiempo: no se puede atravesar, no se puede ir del otro lado. Imaginariamente, allá podría ser también el futuro, pero la frontera cerrada lo impide, y los exiliados, en el fondo, lo saben.
“Este pobre Belisario está aquí desde el año 23. Seguramente que cuando llegó tenía la idea como yo de quedarse unos meses y luego volver. Han pasado cuarenta años. Ya se ha acostumbrado a mirar desde lejos a su patria, como a través de un catalejo vuelto de revés (Casaccia, 2005: 49). “Hace diez años que estoy en Posadas, y cuando llegué pensé que estaría aquí unos meses y que enseguida volvería a nuestro país” (215). “Los exiliados siempre están por volver, pero nunca vuelven” (230). “Todos estos exiliados hablan de lo que harán en el país cuando vuelvan, como los presos que en la celda se pasan hablando de lo que harán cuando recobren la libertad, sin darse cuanta de que para ellos el tiempo se ha detenido mientras afuera sigue su curso irreversible” (112).
A diferencia del protagonista de La revolución en bicicleta, de Mempo Giardinelli, que también está siempre esperando el momento clave para volver a su Paraguay natal, pero, de hecho, es capaz de hacerlo, poniendo en riesgo su vida—, los personajes de Casaccia (especialmente los más viejos, como el protagonista, el doctor Gamarra) son finalmente conscientes de que no van a volver. Y no sólo porque el régimen se lo impida. Aunque pudieran volver espacialmente, no podrían hacerlo temporalmente, no podrían volver al pasado (que también es su juventud). La frontera geográfico-espacial se ha convertido en una frontera simbólico-temporal. Impasable.
Incluso el estar permanentemente pendiente de lo que pasa “del otro lado” (por la radio, por la correspondencia) es una señal paradójica de alejamiento irreversible. Posadas se convierte en una “little Paraguay” donde los desterrados de distintas épocas y dictaduras tejen y destejen continuamente sus proyectos en lo que en verdad es una reconstrucción de las diferencias políticas y morales que ya existían en el origen (algunos hasta podrían ser espías del régimen), y una proliferación de rumores y de desconfianza mutua, como en la Areguá típica de las otras novelas de Casaccia (Los exiliados es la única novela de Casaccia que no transcurre en el escenario raigal de su clásico La babosa). Etelvina, por ejemplo, “pasa más tiempo allá que acá”, pero en un momento exclama “como enloquecida: —Ya no podemos volver... Ya no podemos volver” (162).
El exiliado de muchos años, finalmente, se convierte en nadie, en nada: “¡Pobre doctor Gamarra! —dijo Zabala sinceramente compadecido—. Se cree que todavía pesa políticamente. No se da cuenta [sic] que veinte años de destierro lo ha [sic] convertido en un despojo humano” (44).






III

“Mama Coca: En algunas versiones de las leyendas sobre el origen del Imperio Inca, es la esposa de Sinchi Roca, el segundo Inca, hijo de Manco Cápac y Mama Ocllo, los fundadores del imperio.
Al morir Mama Coca, Sinchi Roca ordenó construirle una huaca y efectuar permanentes sacrificios de sangre y chicha en ella, hasta que un día brotó un arbusto; el Inca tomó sus hojas y las mantenía en la boca todo el tiempo, creyendo así estar en contacto con la muerta. De sus frutos mandó sembrar una chagra, cuyas hojas cargaba en una jigra de lana para mascarlas y para darlas a aquellos que se distinguían a su servicio, a quienes podía permitir también que la sembraran. A su muerte, se le enterró en la misma huaca y sus sucesores mantuvieron durante siglos la tradición de mascar y dar la coca, con lo cual se extendió su cultivo, pero siempre entre los afectos a los Incas, al tiempo que se mantenía prohibida al pueblo.
También se le asocia con el sexo excesivo, o se dice que era una mujer promiscua, que la partieron en dos sus amantes y que de su cuerpo salió el arbusto de coca.”
Wikipedia

“Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que siempre se está en el otro lado.”
Claudio Magris, L’infinito viaggiare

Nora Domínguez, en su introducción a La mamacoca, propone: “Las novelas de Libertad Demitrópulos realizan una fuerte apuesta a la construcción de espacios [...]. El espacio que la escritora decanta en cada historia y que escande en cada propuesta textual es no sólo plural sino de nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos. Su imaginación literaria parece partir desde un núcleo móvil del interior del país para elaborar en esas migraciones simbólicas universos de ficción que reclaman fundamentalmente a la novela histórica o al relato de viaje. Estos hitos despliegan y expanden modos de mirar hasta lograr que a partir de ellos cada texto configure un lugar o una zona. Allí sobresalen la presentación de unos personajes, que, convertidos en voces discursivas, operan como figuras especulares de los lugares que habitan o como el reflejo de su transgresión o de su huida al peligro de la determinación”. 
Si en la novela más famosa de Demitrópulos, Río de las congojas, el espacio configurado tiene que ver con el río Paraná, como eje vertebrador que va de Asunción, “madre de ciudades”, a una Buenos Aires que es aún poco menos que una ciénaga, en La mamacoca el procedimiento, o su resultado, es más complejo, porque el territorio configurado carece de locaciones específicas. Prácticamente no hay “nombres precisos que señalan territorios reconocibles y emblemáticos”. Y esta misma indefinición parece uno de los principios constructivos de la novela. Sitúa al lector en un lugar, o en lugares, que no siempre puede fijar en su lectura.
Así, el relato transcurre en una triple, o cuádruple, o múltiple frontera.
La frontera, entonces, puede convertirse en metáfora, o es directamente una metáfora: “Entre el infierno de la infancia y el de la frontera, ¿qué diferencia había? Para vivir había que cruzarlos porque siempre hay una frontera. [...] Aquí todos saben qué significa la frontera: purgación, estado de crisálida, el intervalo que separa del absoluto, la fulguración. Quien se atreve a cruzarla, a desafiarla, desprecia el paraíso. Tenemos un ansia amorosa por el infierno, tenemos el gusto por el sabor. Para nosotros las fronteras existen y el infierno no está solamente del otro lado. Es necesario cruzarlas, morir y transfigurarse para recobrar la lucidez, la embriaguez de lo múltiple”.
Los baqueanos de las fronteras son los narcotraficantes. “Los forasteros no pueden leer estas cosas. La frontera es trasgresión y para eso han venido”. Ellos, los narcos, crean las fronteras en el momento mismo de transgredirlas, o viceversa. Sus territorios son aquellos que dominan y aquellos que se disputan unos a otros, en un ciclo de venganzas infinitas, con sus propias leyes y sus propios valores. El Estado-nación ha quedado al margen, como un espectador de lujo, pero impotente. “La frontera fue siempre más real que la Capital de la República”. Si “el espacio contiene el movimiento” (Dos Santos, 2009: 51), aquí podemos ver cómo el movimiento (de hombres) y el tráfico (de mujeres, de mercancías) constituye continuamente el espacio, aunque un espacio previo, la frontera, haya sido una precondición superada de ese proceso.
La mamacoca es la figura metafórica que condensa esta configuración inasible: está en todos lados, como diosa que es; siempre perseguida y deseada, nunca es poseída del todo.








Bibliografía

Arguindegui, Javier (2013): “Los exiliados, en la antigua Posadas”, El Territorio (http://www.elterritorio.com.ar/nota4.aspx?c=4368707499056501, lunes 25 de noviembre).
Balibar, Etienne (2005), “¿Qué es una frontera?”, en  Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global, Barcelona, Gedisa.
Casaccia, Gabriel (2005 [1966]), Los exiliados, Asunción, Criterio.
Demitrópulos, Libertad (2013), La mamacoca, Villa María, Eduvim.
Dos Santos, Maria Sirley (2009), Geografias: terra e cultura na America Latina, San Pablo, Loyola.
Gutiérrez Rodríguez, Encarna (2001), “Deconstruir la frontera o dibujar nuevos paisajes: sobre la materialidad de la frontera, Política y Sociedad, 36, pp. 85-95.
Máiz, Ramón (2008), La frontera interior. El lugar de la nación en la teoría de la democracia y el federalismo, Murcia, Tres Fronteras Ediciones.
Méndez-Faith, Teresa (2001): Paraguay: novela y exilio, Nueva Jersey, Slusa, 1985. También en Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001 (http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcrv0j8).
Pla, Josefina (2007): “Introducción”, en Gabriel Casaccia, Los exiliados, Asunción, El Lector.


(ponencia en las IV Jornadas de Creación y Crítica Literaria, 
25, 26 y 27 de agosto de 2016, Buenos Aires, 
Centro Cultural de la Cooperación-Facultad de Filosofía y Letras)



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