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sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Experimentalismo sin vanguardia?



(reseña de Una novela de mil páginas, de David Wapner)


¿Y qué es ese resto, que nadie quiere mostrar,
pero que todos ven, aunque no lo reconozcan?

Desde el título, es tentador seguir la isotopía de la autorreferencialidad, según el canon actual, aparentemente ineludible, de que todo texto literario habla (debe hablar) de la literatura en general y de sí mismo en particular (un mismo movimiento en espejo, puesta en abismo, etc.).
Tantos ejemplos: “la escritura se hace a sí misma” (p. 317); “Pero por qué no te dedicás a hacer algo más consistente. Estás hace dos años, más o menos, quemándote los ojos por algo que (perdoname que sea duro) si lo soplás se deshace, y no te queda nada...” (p. 192); “Pero es un misterio, y me rompo la cabeza, y no me sale, no logro juntar las piezas de este aparato desarmado y disperso, no puedo armar en mi cabeza un circuito formado de casualidades, entretejido por hilos que de sólo mirarse producen chispas, y eso no alcanza” (p. 238); “por un exceso de documentación, Gurber tampoco duerme, no sabe qué hacer con todo el material que juntó. mejor sería olvidarse de todo, tirar todo al tacho, comenzar una novela ‘vacía’” (p. 342); “¡Barnes, 10.000 páginas de nada, NADA!” (p. 204).
Otro tópico recurrente es el de la imposibilidad, la inutilidad o la inoportunidad del narrar: “¿Qué puedo contar?” (p. 361); “¿Y la antropología? ¿Y el estructuralismo? ¿Y los pedazos que andan sueltos, acá y allá?” (p. 368); “Todo había perdido significado, hasta el aburrimiento mismo” (p. 388). Y el agotamiento de lo representable (tópico barroco, en realidad): “Cuesta inventar cada minuto algo nuevo, a veces me tengo que agarrar de las patas de una idea vieja, treparme hasta las ubres, tratar de ordeñar a una madre que ya parió demasiado y quiere descansar, y no la dejo” (p. 803).
Y está, consecuentemente, el tópico de la oposición a (¿todo?) realismo: “Ya otros hablaron de lo mismo, no tengo interés en hacerlo yo también: puertos, callejuelas, tugurios, alcohol, olor a sangre, qué más. Que otros llenen los huecos: hay tantos y tan buenos. Bueno, hay algunos que son muy buenos” (p. 744). “Y el principio de realidad, ¿qué tal?” (p. 154). Porque, entre otras cosas, “también una foto falsa es verdadera” (p. 95).
Sin embargo... También desde el título esa autorreferencialidad se anuncia como falsa, como un dilema: o no son 1.000 o no son páginas (en tanto libro). ¿Será una novela? ¿Será una?
Por lo pronto, las “páginas” (que son 1.000) son en verdad fragmentos numerados correlativamente y a su vez agrupados en capítulos. Esto le da, de por sí, una “forma visual” muy extraña para una novela. Claro que lo más extraño es que esos fragmentos tienen una ilación que se adelgaza al infinito (“apenas se insinúa una melodía que a lo largo de toda la canción no acaba por definirse”, p. 480).
Incluso algunos de esos fragmentos-páginas constan de una o dos palabras: “Llegamos” (p. 688); “A aquel” (p. 455). O contienen signos sin referente: “5++++++++” (p. 529).
La extrema falta de ilación entre los fragmentos (y en el relato en sí) está a veces destacada, paradójicamente, por la presencia de coordinaciones extraoracionales falsas: “Y lo arroja a otro mundo” (p. 170). “Pero ¿el país?” (p. 172)
El relato, sin embargo, va adquiriendo una especie de cohesión bizarra, mediante el empleo de marcadores semánticos específicos. Uno de ellos (fundamental por su relevancia en la tradición literaria narrativa, aquí socavada) son los personajes. Generalmente consisten sólo en nombres propios (como algunos de 62. Modelo para armar) que se repiten un cierto número de veces y cuya función actancial parece estar precisamente reducida a asegurar esa seudocohesión narrativa. (En algunos casos, aparecen nombres en clave: Enrique Sums, Brogues; seguramente hay algunos anagramas, incluso del autor.)
Estos personajes suelen agruparse de manera oscura, en clusters deshilvanados, opuestos entre sí, un remedo de luchas políticas indefinidas, abstractas (“¡Qué va a ser la revolución!... Muertos sí, cualquier cantidad. Pero, la revolución, ¿qué revolución?”, p. 284; “Todo, ¿conspira? ¡No! ¡Es así, nomás!”, p. 364), como en el filme Invasión, de Hugo Santiago (1968), con guión de Bioy y Borges (el primer filme “estructuralista”, según la crítica de entonces).
Aparte de los nombres propios, el autor se vale de otras marcas de cohesión, temáticas esta vez, como leit motivs que operan sólo en la superficie del texto: el tren, perros y gatos, objetos tecnológicos, “ataques” diversos. (Digo en la superficie, sin negar su posible pertinencia simbólica, que habría que rastrear; me refiero, mejor, a que no se pueden integrar en un nivel, digamos “proairético”, para usar un tecnicismo innecesario, es decir, en una secuencia de acciones con principio, desarrollo y fin; o bien “hermenéutico”: pregunta-respuesta.)
Hablé de 62, es decir, de la mejor novela de Cortázar. Pero podría agregar que Una novela de mil páginas parece más bien una Rayuela sin tablero de dirección (de ahí, creo, tanta insistencia en referirse a trayectos de calles, casi siempre sin salida). “Olivares [¿Olivera?] piensa acerca de si sus respectivas situaciones son intercambiables” (p. 102). Sí, todo es más o menos intercambiable. Pero parece negarse al lector la tentación de reconstruir una trama: “En este punto, la historia se hace una pasta, y cualquiera podría modelarla a su gusto. Pero no es así” (p. 484).
Mencioné a Borges y sugerí una clave en el nombre Brogues, mencionado un par de veces. “Aunque ese país, el de Brogues, quede tan lejos” (p. 13). Es decir, aquí debemos entrar en la “angustia de las influencias”. Si yo tuviera que elegir una (“¿Y puede desprenderse de toda influencia, Revenguren?”, p. 186), preferiría invocar a Néstor Sánchez, sobre todo el de Cómico de la lengua, su última novela: “ya no hay nada que contar, cuando se corta el hilo del habla, comienza el poema en prosa” (p. 658), afirmación que Sánchez hubiera podido suscribir a la perfección, si es que no le pertenece, directamente.
Ahora bien, la tentación de reconstruir una “historia” (comillas obligadas), un campo semántico, una mancha temática (diría Viñas) también es muy grande. Si cediera a ella, diría que aquí se trata del exilio, del exilio posdictadura, un tema poco frecuentado en la literatura argentina. Uno de los pocos fragmentos en primera persona (“¿Qué creí que dejaba atrás cuando me mudaba de país? En medio de mis relaciones personales, con gente, animales, objetos y atmósferas, ¿cómo quedaba parada mi situación como ‘hombre que genera textos’, al decir de Bert Caughan?”. p. 757) resulta central y paradigmático, porque une ambos planos de la novela, los que uno creía que no podían coexistir en ella: lo referencial y lo autorreferencial.
En esta época en que no hay vanguardias (porque todo se presenta como vanguardia, cuando en realidad sigue la lógica de la moda), la novela o las 1.000 páginas de Wapner proponen que el experimentalismo —apelando a una famosa dicotomía de Umberto Eco—, sólo aparentemente más modesto, es posible todavía: “En la culminación del espectáculo, un hombre se hizo presente entre la multitud, unas veinte mil personas, y se quedó quieto, rígido como un tronco, en medio del baile, que llaman, o llamaban, pogo, sin que nada malo le pasase, pero causando un hecho cuya vibración se habrá sentido en alguna parte del mundo” (p. 302; el subrayado es, claro, mío).

(publicado en en el blog Valley of Tears, 24 de noviembre de 2011)

sábado, 15 de octubre de 2011

Del lado de allá


 
(Prólogo al capítulo “El meridiano intelectual de Hispanoamérica”, en Marcela Croce ed.: Polémicas intelectuales en América Latina. Del “meridiano intelectual” al caso Padilla 1927-1971, Buenos Aires, Simurg, 2006.)

La polémica tuvo inicio cuando la revista española La Gaceta Literaria publicó, en su número del 15 de abril de 1927, una nota llamada “Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica”. Como no tenía firma, se atribuyó en primera instancia al director de la revista, Ernesto Giménez Caballero. Pero luego se supo que el verdadero autor era Guillermo de Torre, el teórico de las vanguardias, especialmente del ultraísmo, inclinación compartida por su notorio cuñado, Jorge Luis Borges.
El autor plantea el tema del “meridiano” en una relación “profiláctica” frente a dos problemas (que él mismo llama “puntos concretos cuya resolución es urgente”) y que no siempre serán tenidos en cuenta en el largo debate posterior, frecuentemente obnubilado por los dudosos brillos de la palabreja central. Esos puntos son básicamente dos: la cuestión del latinismo y el tema del mercado. Respecto del primero, propone: “Eliminemos, pues, de una vez para siempre, en nuestro vocabulario, los espúreos términos de ‘América Latina’ y de ‘latinoamericanismo’. Darles validez entre nosotros equivaldría a hacernos cómplices inconscientes de las turbias maniobras anexionistas que Francia e Italia vienen realizando respecto a América, so capa de latinismo. (...) El latinismo intelectual entraña no menores peligros que la influencia sajona en el plano político.”
(En una entrevista que le hace la Gaceta a Guillermo de Torre, antes de su viaje a Buenos Aires en ese mismo año de 1927, el hombre insiste: “Es necesario (sin que esto implique patriotismo) que la capitalidad máxima de nuestra literatura
—España-América— sea Madrid. Que Madrid sea el gran meridiano literario. No lo digo por restar hegemonía a cada una de las grandes metrópolis americanas, sino porque hay que reaccionar contra la influencia de París: la ‘América latina’ es un absurdo.”)
Respecto del segundo punto, “nuestra exportación de libros y revistas a América es muy escasa, en proporción con las cifras que debiera alcanzar... el libro español, en la mayor parte de Suramérica, no puede competir en precios con el libro francés e italiano... la reciprocidad no existe... sigue dándose el caso de no ser posible encontrar en las librerías españolas, más que, por azar, libros y revistas de América”.
Es una gran tentación considerar que el primer problema (rechazo del latinismo) actúa como cobertura ideológica del segundo (insuficiencia del mercado).
Veamos como se siguen modulando en las dolidas respuestas de los españoles a las airadas respuestas de los argentinos (en el número del 1 de septiembre de 1927).
Giménez Caballero, luego de hacer honor por anticipado a sus posteriores inclinaciones falangistas (“«Martín Fierro» ha dado a nuestro editorial del núm. 8 una interpretación de campesino ofendido... ¡Cómo se va a entender Madrid con quienes aspiran a forjarse una cultura a base de candongueos y frases de mulato!”), apunta a un tema esencial en la disputa, el lenguaje: “Ustedes creen que a nosotros nos asusta el idioma argentino y los vocablos de color... Mándennos criollismos, verán que no les tenemos miedo.” (Ramón Gómez de la Serna va a dedicar casi todo su espacio a este problema, para el cual ofrece una solución por lo menos discutible: contra “el idioma de los argentinos”, el español como “lengua franca”, para latinoamericanos y europeos; otra vez, el mercado.)
Guillermo de Torre, sin reconocer la autoría del editorial, pretende dar una vuelta de tuerca, que en realidad resulta un retroceso: “... en el fondo de las argumentaciones amistosas enarboladas por nuestro periódico, más que una tendencia a contrarrestar el influjo francés sobre América —otorgando este predominio a España—, vibraba subterránea y vehementemente una cordial incitación hacia la absoluta independencia americana”.
Si hay algún enemigo que designar, es, sin duda, ese latinismo baboso y confusionista, en el que se mezcla de propaganda turística y hotelera de Francia, el trémolo acechante de Italia y el turbio rencor de los emigrantes aun mal fundidos y vanidosos que quisieron borrar la substancia española de tierras que —en el fondo— viven de ella todavía”, afirma Enrique Lafuente, en quien el esencialismo deriva (como siempre) hacia un racismo apenas disimulado, al que tampoco se resisten Francisco Ayala y otros de los respondedores.
Gabriel García Maroto, por su parte, es muy hábil al proponer otra alternativa del meridiano (coincidiendo avant la lettre con Mariátegui): “... Méjico, en donde se fragua, intentando con gran esfuerzo canalizarse, un movimiento artístico de poder sorprendente. Méjico, en donde se puede afirmar que se encontrará, dentro de poco, el meridiano artístico de América, meridiano que los jóvenes violentos de «Martín Fierro» ignoro si atienden y estiman en sus valores efectivos”.
Una afirmación de César Arconada (“Yo siempre pienso que se es nacionalista cuando no se puede ser universal”) tiene ecos proféticos del Borges que quince años después la hubiera sucrito perfectamente.
Por fin, José María Sucre es el único que se atreve a una alusión política sólo retomada firmemente por Mariátegui: “¿Que los camaradas de ‘Martín Fierro’ han querido con sus diatribas dirigir a los peninsulares determinadas insinuaciones de rectificación de la actualidad política? Este es ya otro cantar u otro vidalito u otra sonsera, que podemos deletrear conjuntamente cuando gusten.” Por supuesto, eso nunca se hizo.
Poco tiempo después, el 18 de septiembre, en el número 38 de la revista italiana La Fiera Letteraria, A. R. Ferrarin se atrevió a intervenir en la polémica con un “salvavidas de plomo”: afirmaba que también había un meridiano en Roma, mucho más importante para los sudamericanos...
El 1 de octubre, Francisco Ayala le respondió a La Fiera Letteraria con un artículo llamado “En torno al meridiano. El minutero de Italia”. Y bastante después, el 15 de mayo de 1928, La Gaceta Literaria todavía se dedicó a la cuestión italiana (“No quiere pasar por Roma el meridiano”), con opiniones de escritores argentinos (Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Alfredo A. Bianchi, Alfonsina Storni) que tampoco estaban de acuerdo con Ferrarin y, de esta manera, hasta cierto punto, ofrecen una oportunidad de reconciliación con los enojados españoles.
Todavía en 1929, como respuesta a una pregunta de La Gaceta Literaria (“¿Cómo ven la nueva juventud española?”), Antonio Machado recuerda de soslayo la polémica y trata de diluirla con una finta hacia lo universal: “Ninguno de nuestros jóvenes representativos parece haber puesto su reloj por el meridiano de su pueblo. Su hora aspira a ser mundial. Carece de la superstición de lo castizo, y buena parte de su producción pudiera, sin mengua, traducirse al esperanto.”
Volviendo a Borges, que siempre ofrece campo fértil para pensar los problemas relativos a las identidades nacionales (y, por lo tanto, a los mercados literarios), es bueno recordar algunos de sus célebres argumentos de “El escritor argentino y la tradición”. Primero, que “la historia argentina puede definirse sin equivocación como un querer apartarse de España”.
¿Cómo valora Borges esto, positivamente, como el romanticismo revolucionario y sarmientino, o negativamente, como la hispanofilia del Centenario? En el momento de la polémica, sin duda, está en la primera posición, la de Sarmiento (que alguna vez, estando en España, cuando le objetaron su propuesta de reforma ortográfica, contestó: “Éste no es un grave inconveniente; como allá no leemos libros españoles; como Vds. no tienen autores, ni escritores, ni sabios, ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga; como Vds. aquí y nosotros allá traducimos, nos es absolutamente indiferente que Vds. escriban de un modo lo traducido y nosotros de otro”).
Segundo, y como para darle la razón a La Gaceta Literaria, su “falacia de los amigos”, variante (criolla, al parecer) del argumento de autoridad: según Borges, sus amigos gustaban fácilmente de libros franceses e ingleses, pero difícilmente de libros españoles.
Es sorprendente lo que esto sugiere respecto del mercado literario argentino (y, seguramente, latinoamericano); un campo escindido entre la literatura extranjera, muchas veces leída en el idioma original, y una literatura popular que era despreciada desde las páginas de una revista llamada, paradójicamente, Martín Fierro.

lunes, 10 de octubre de 2011

Un Cardenal entre el Reino de los Cielos y la Revolución


Notas sobre Nicaragua, Ernesto Cardenal, la Teología de la Liberación y una “revolución perdida”




 Afán singular éste de un país pequeño, pobre y marginal, que asolado por montoneras, guerras civiles, ocupaciones militares y dictaduras, se vio lejos de conseguir la modernidad como sociedad, como la conseguiría en la literatura.
Sergio Ramírez


... en Nicaragua los poetas –quizá porque el único héroe nacional era un poeta: Rubén Darío– son figuras veneradas, célebres.
Gioconda Belli


Porque buscándote en vano
entre tus cortinajes de ensueño,
he terminado por llamarte
—Maestro, maestro—,

José Coronel Urtecho, “Oda a Rubén Darío”


“Pablo Antonio —me escribía—
hay órdenes contra mí
por el epigrama. Avísale a Adelita”
Pablo Antonio Cuadra





1
“Comunismo o reino de Dios en la tierra que es lo mismo”, dice Ernesto Cardenal en su Canto nacional. Es necesario tratar de entender el contexto, la “situación de discurso” (como dicen los lingüistas) que da a ese extraño enunciado sus condiciones de posibilidad.
A partir de aquí, se plantean una serie de interrogantes que tiene que ver con la obra del poeta-sacerdote nicaragüense.
¿Cuál es la función de la poesía en un contexto pre- y posrevolucionario? ¿Y de qué tipo de poesía? Canto nacional (más El estrecho dudoso, quizás) podrían considerarse el Canto general de Cardenal. El poeta como historiador épico, entre recogedor y dador de sentidos. “Siervo” (incluso, en sentido religioso, claro) de una causa que no sería sólo la poesía, pero que abarcaría la poesía.
Finalmente: ¿se pueden conciliar revolución y religión? La poesía de Cardenal, en su contexto más pertinente (la Revolución Cubana, los sesenta, la teología de la liberación, la Revolución Sandinista), intenta realizar esa síntesis utópica.

2
Nicaragua, “una gran familia”
Apellidos que se repiten: Chamorro, Cuadra, Bolaños, Coronel.
Ernesto Cardenal es pariente de Pablo Antonio Cuadra y José Coronel Urtecho, los poetas más importantes del grupo vanguardista que sucede a Darío (luego de un vago interregno “posmodernista” con poetas como Alfonso Cortés, el loco, y Salomón de la Selva). Pero esos vanguardistas eran católicos (serían hasta ultramontanos luego, especialmente Cuadra) y se llamaban a sí mismos Los Reaccionarios. Coronel llegó a ser funcionario de Somoza, en el Ministerio de Educación (Selser lo cita despectivamente en su Sandino) pero, luego de varias crisis psiquiátricas se recluye en su finca lindera a Costa Rica y desde allí apoya a los sandinistas. Cuadra (que alguna vez tuvo que ayudar a Cardenal a escaparse de la Guardia Nacional) no abandonó nunca su postura.
Gregorio Selser da una simpática lista de integrantes de la familia Chamorro en el gobierno de Nicaragua de la década de 1910: 

Diego M. Chamorro, presidente de Nicaragua; Rosendo Chamorro, ministro del Interior; Salvador Chamorro, presidente del Congreso; Gustavo A. Arguello (cuñado del presidente), ministro de Hacienda; Agustín Chamorro, consejero financiero; Miguel Vigil (yerno del presidente), secretario de la presidencia; Filadelfo Chamorro, comandante de la fortaleza principal de la capital; Leandro Chamorro, comandante del puerto de Corinto, el más importante del país; Carlos Chamorro, comandante militar de la zona del norte; Dionisio Chamorro, administrador de Aduanas; Octavio Chamorro, diputado; Clarence Berghein (yerno del presidente), cirujano militar; Agustín Bolaños Chamorro, cónsul de Nicaragua en Nueva Orleáns; Fernando Chamorro, cónsul en san Francisco; Pedro Joaquín Chamorro, cónsul en Londres; Carlos Chamorro de Bernard, cónsul en El Salvador; Emiliano Chamorro (el expresidente), ministro de Nicaragua en Washington; Octaviano César (cuñado del presidente), ministro de Nicaragua en Washington; y Diego M. Chamorro (h.), agregado a la Legación de Washington.

2
Los Salmos de Cardenal
Por supuesto, compararlos en principio con los salmos bíblicos, atribuidos a David. Ver la traducción de la Biblia Latinoamericana (cf. infra), cotejada con las tradicionales. Un sistema deliberado de sucesivas transformaciones y reinterpretaciones; Cardenal lo explica claramente en las Memorias.
Pero ¿y si son también una respuesta (inconsciente) al libro de Thomas Merton, guía espiritual de Cardenal en el monasterio de Getsemaní, en Kentucky, sobre los Salmos, Pan en el desierto, predominantemente espiritualista?
Volver sobre Thomas Merton; su influencia sobre los beatniks y sobre los hippies es conocida; menos, la que tuvo sobre América latina, sobre todo a través de EC (precisamente). Ver también Vida en el amor, de EC, prologado por Merton, libro muy espiritualista, muy influido aún por su maestro (y por los místicos españoles), en el que apenas se vislumbra al Cardenal clásico, aunque hace algunas referencias políticas, someras.

3
La Iglesia católica en la década del sesenta
Y antes. Porque necesita limpiar su imagen después de su deslucida (para decirlo suavemente) actuación en la Segunda Guerra Mundial. Hay diversas corrientes “renovadoras” que culminan en el papa Juan XXIII (curiosamente llamado por los mismos católicos “el Papa bueno”; no hay que ser Umberto Eco para captar el implícito).
Juan XXIII convoca al Concilio Vaticano II, que lleva adelante su sucesor, Pablo VI. 1963-1965. Sus documentos (Gustavo Gutiérrez releva las discusiones que llevaron al tibio resultado final, como solución de compromiso). La Populorum progressio y la vía libre para tratar abiertamente la “cuestión social”, el “socialismo”, la “revolución”, etc. Las reuniones de obispos latinoamericanos en Medellín y Puebla. La teología de la liberación y la “opción por los pobres”. Comienza el “diálogo” entre cristianos y marxistas. Los obispos “de izquierda”: Romero, Cámara, Angelelli. El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Camilo Torres, el “cura guerrillero”. En Argentina: la muerte de Mugica y de los padres palotinos.

4
La teología de la liberación (TL)
Surge entre otras vertientes, como la “teología política”, la “teología de la revolución” (así dice EC que debió llamarse), incluso la “teología de la violencia”, etc. Del “desarrollo” se pasa a la “liberación” (vía la teoría de la dependencia, brasileña, y la “filosofía de la liberación” del argentino exiliado en México Enrique Dussel).
Su principal codificador es el peruano Gustavo Gutiérrez (ver Teología de la liberación. Perspectivas, Salamanca, Sígueme, 1974). Sus principales divulgadores fueron los hermanos Boff, Leonardo y Clodovis (ver Después de 50 años, Buenos Aires, Lumen), en Brasil, el país más activo al respecto, sobre todo por el desarrollo de las Comunidades de Base, que más tarde confluirían en el PT de Lula (Frei Betto, por ejemplo). La TL aboga directamente por el socialismo latinoamericano y por una renovación de la Iglesia (ambos objetivos, notoriamente fracasados).
Ver tesis de Michael Lowy (un ateo culposo): el “cristianismo revolucionario” no fue una trampa cazabobos, una maquiavélica manipulación orquestada desde el Vaticano, pero...

5
La TL plantea un cambio epistemológico en la teología “ortodoxa”, aunque también propone que hay que volver a las fuentes bíblicas, mejor dicho evangélicas —época de “retornos a”: a Freud (Lacan), a Marx (Althusser)—, en tanto pretende ser una nueva hermenéutica, un nuevo sistema de interpretación. Desde un ángulo muy general, funcionaría como una matriz de transformación del discurso religioso en un discurso socio-político, revolucionario.
Una matriz, en este sentido, es como una formación discursiva, una especie de programa de computadora que se alimenta con datos (input) y da unos resultados discursivos (output) más o menos predeterminados y previsibles en función de ciertas reglas de producción. En todo caso, es muy productiva discursivamente.

6
Algunos ejemplos obvios: el Imperio Romano y sus colaboradores judíos se transforman en los Estados Unidos y sus vasallos locales (Somoza, etc.). El Hombre Nuevo de san Pablo será el hombre nuevo del Che Guevara (y de Fanon: “Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo”). El “pueblo elegido” (antes, los judíos, o los ingleses de Cromwell, o sus herederos, los norteamericanos) serán los pobres en general y los países del Tercer Mundo en particular: la “opción por los pobres”.
Dussel recuerda que Marx (que se preparó en Teología para suceder a Bruno Bauer en Jena, hasta que lo echaron) muchas veces utilizaba la palabra evangélica pauper para referirse al proletari(ad)o.

7
Un ejemplo, más específico, sacado de Néstor Míguez (“Una mirada política”, Revista Alternativa):

 Justamente éste es el debate que produce la hermenéutica latinoamericana, con su mirada política. Menos sutil que Mateos Camacho, ‘un sacerdote español que está de visita’ en Solentiname se enreda en la discusión con E. Cardenal (El Evangelio en Solentiname). ‘Le está diciendo (Jesús a Pilato) que su reino no es político. Le dice: tranquilo, que yo no voy contra Roma. Mi predicación va por otro lado’. El contrapunto de Cardenal no se hace esperar: ‘Le está diciendo que su reino es político, pero no es con ejército. Hay que saber lo que quiere decir en San Juan la palabra ‘mundo’: quiere decir el pecado, el mundo de la injusticia, el orden establecido que ahora llamamos ‘sistema’. Poco antes de la cena, Jesús ha dicho a sus apóstoles que ellos ‘están en el mundo pero no son del mundo’: que era como decir que estaban en el sistema pero no eran del sistema. La prueba que Jesús da a Pilato, de que su reino no es de ‘este mundo’, es que sus seguidores no han peleado para que él no cayera preso; pero eso no es una prueba para mostrar que su reino no es de esta vida o no es político. Su reino era político pero de otro orden de política...’”

8
En este contexto se explican aparentes anacronismos como: “los campos de concentración de Egipto” (Salmos, p. 57). En realidad, se trata de una actualización léxica, resultado inmediato de la reinterpretación hermenéutica.
También Gutiérrez codifica el sistema: refiriéndose a ese momento clave del Antiguo Testamento, el Éxodo (un tópico esencial para esta corriente hermenéutica), habla de “opresores y oprimidos”, “alienación”, etc.
Hay (cierto, como en toda hermenéutica) una elección del régimen de lectura de lo recto y lo figurado (el camello y la aguja, los que se salvan, el pecado social, el infierno y el paraíso, la mujer “impura”, Dios y César, etc.). (Recordar Derrida: no hay lenguaje recto y lenguaje figurado, en sí; son regímenes de lectura.)

9
Pero debería haber, según Míguez, “una nueva identificación del sujeto hermenéutico”, no sólo del objeto. No se trata sólo de reinterpretar ciertos pasajes bíblicos de determinada manera, sino de quién los va a interpretar y en función de qué (política). De ahí la importancia de los grupos de estudios bíblicos, pero ligados a las comunidades de base (sobre las cuales se va a desatar, obviamente, la represión; cf. Solentiname).
Justamente, en El Evangelio en Solentiname, es muy importante la “situación de enunciación de cada lectura. Casi siempre, el capítulo está precedido por una breve introducción del tipo: “Estamos en un rancho de reunión, frente a un lago muy tranquilo y muy azul. Hemos tenido un almuerzo de arroz y frijoles y pescado. Los pescados fueron traídos por Tomás peña y doña Tomasa los coció al vapor envueltos en hojas”, “En el rancho. Hemos comido arroz, frijoles, pescado y aguacate. Cocinaron Teresita y Doña Justa. Juan, que tiene cuatro años, juega pateando una gran bola en medio de nosotros, mientras conversamos”.
En las Memorias (vol. 2), EC explica que se trata de una teología hecha directamente por el pueblo, no por teólogos. Esto sería lo verdaderamente novedoso, más allá de los contenidos interpretativos a los que se llegue (aunque éstos deberían ser, forzosamente, revolucionarios...).

10
Inculturación
Ver el debate sobre la noción de “inculturación”: implantación del cristianismo en las diferentes culturas y hasta qué punto debe respetarlas y adaptarse a ellas (ejemplo: el tema de la hostia, cómo debería ser en realidad, cómo es en Solentiname).
Un punto particularmente álgido, que no trata tanto Gutiérrez sino Boff. Para éste, en América latina, es necesaria una “nueva evangelización” (el concepto es de Juan Pablo II pero Boff, con la excusa de profundizarlo, se lo echa en cara al propio papa) que revierta las funestas consecuencias de la primera “evangelización”, que en realidad fue un genocidio.
(Fanon: “La Iglesia en las colonias es una Iglesia de blancos, una Iglesia de extranjeros. No llama al hombre colonizado al camino de Dios sino al camino del Blanco, del amo, del opresor. Y, como se sabe, en esta historia son muchos los llamados y pocos los elegidos”).

11
Juan Pablo II
Ya que fue mencionado. “El papa de la CIA.” Recordar que lo eligieron polaco como representante del cristianismo oprimido por los comunistas (Lech Walesa, los obreros de Danzig, el sindicato Solidaridad en Polonia) y que empezó con un discurso supuestamente “progresista” para derivar más convincentemente hacia la peor reacción. Podría decirse que su “misión” y su mayor logro fue derrotar al comunismo. Huelga decir que éste no fue remplazado por un sistema más cristiano o más compasivo. (Ver las cifras de la ONU sobre la ex-URSS, que da Petras en Movimientos sociales y poder estatal, por ejemplo.)
Reitero: Leonardo Boff, en 1990, todavía, desafiantemente, emplea la expresión “nueva evangelización” de Juan Pablo II, como para “tomarle la palabra” y llevar esa propuesta a sus consecuencias lógicas. Ya sabemos lo que pasó: Juan Pablo II siguió siendo papa, cada vez más reaccionario si esto es posible, dominado por el verdadero poder vaticano, que era sobre todo el cardenal Ratzinger (actual papa); y, por su parte, Leonardo Boff, luego de sucesivos silenciamientos y castigos, dejó la Iglesia. Apoyó a Lula, por supuesto, aunque ahora se ha vuelto más crítico. Y ha escrito libros de autoayuda espiritual a la manera de Paulo Coelho, con notable éxito.

12
En la actualidad, la TL está casi desaparecida, por lo menos en el ambiente católico. Sobrevive, sin notoriedad, en el ámbito protestante (por ejemplo, el ISEDET, en Buenos Aires, donde trabajaba José Severino Croatto, uno de los principales exegetas bíblicos de esa tendencia). En realidad, la TL se ha diversificado en diversas corrientes contestatarias; entre ellas, la más notoria, es la teología feminista.
Sin embargo, no olvidar su supervivencia en el activismo social, sobre todo en Brasil, donde recientemente el sacerdote español Pedro Casaldáliga ha sido condenado a muerte por los terratenientes, dado su persistente apoyo a los Sin-Tierra (que también tienen relaciones conflictivas con Lula y el PT).

13
El comunismo como forma de vida entre los cristianos primitivos.
Esto coincidiría con ciertos aspectos (controvertidos) de la historia de América precolombina. Ya José CarlosMariátegui había afirmado el socialismo primitivo de los incas como una base cultural y económica para el futuro socialismo peruano. Cardenal lo extiende (de manera un tanto idealista) a todos los indígenas americanos.
Pero: “La historia del cristianismo primitivo tiene notables puntos de semejanza con el movimiento moderno de la clase obrera” (Federico Engels, “Sobre la historia del cristianismo primitivo”, en Marx y Engels, Sobre la religión, Buenos Aires, 1959, p. 272; cit. por Roberto Fernández Retamar en “Caliban quinientos años más tarde”).
En relación con esto, investigar el tema de la ecología entre los indígenas de América. Muy presente en Homenaje a los indios americanos, de EC (que incluye a los indígenas norteamericanos, gracias a la influencia de Merton); ver el libro de Leonardo Boff, Ecología, grito de la Tierra, grito de los pobres. Hay acá también un cierto elogio del primitivismo, del “contacto con la naturaleza”, que puede arriesgarse a padecer de ciertas mistificaciones.

14
La Biblia Latinoamericana
Publicada a principios de la década del setenta, en el nuevo clima intelectual y político, los sectores más conservadores de la Iglesia no tardaron en denominarla “la Biblia comunista”.
En todo caso, es la primera Biblia que, por ejemplo, utiliza el sistema verbal y pronominal de América latina (“ustedes”); transformación lingüística que, en este contexto, ya es una opción ideológica. La traducción en sí, pero sobre todo los textos introductorios y los comentarios de cada libro bíblico pretenden reflejar las nuevas interpretaciones, aunque desde la actualidad parecen sumamente moderados. (Incluso es notorio el conservador sistema de géneros.)


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La editorial Carlos Lohlé
Ver la autobiografía del editor holando-argentino Carlos Lohlé, Presencias y experiencias. Hábilmente, apoya las corrientes de renovación dentro de la Iglesia católica, sobre todo las que vienen de Europa y se van “radicalizando” aquí: desde el francés Jacques Maritain al uruguayo Juan Luis Segundo.
(Dos de los hijos de Carlos Lohlé, Francisco y Juan Pablo, son dirigentes peronistas que se formaron en los sectores del cristianismo revolucionario de los setenta, cercano al montonerismo. Ahora están con Kirchner, previsiblemente. Francisco es yerno de Antonio Cafiero y fungió como agregado cultural en Chile cuando éste fue embajador durante el gobierno de Menem; Juan Pablo es embajador actual en Brasil.)
Carlos Lohlé fue el primer y principal editor en español de EC, pero éste no lo trata muy bien en sus Memorias.

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Los partidos demócrata-cristianos
Se forman en la Europa de posguerra a partir de que los católicos son “autorizados” e incluso “alentados” a participar en política, como resultado de una aparente renovación eclesial (en realidad, es para oponerse a los partidos comunistas y clasistas en general).
Tienen un triste final, especialmente en Europa: el italiano (eterno contrapeso del poderoso PC “eurocomunista”, fue principal afectado por el escándalo de mani pulite y tangentopoli); el alemán (su hiperbólico canciller, Helmut Kohl, fue acusado de recibir financiamiento espurio, no declarado; su discípula, Angela Merkel, canciller actual, es más decididamente liberal que su maestro, si cabe tal cosa).
En América latina: Chile (una parte apoyó a Allende; otra, los “momiocristianos”, no); Argentina (oscilantes frente al peronismo: en su origen vivieron angustiosamente la disputa de Perón con la Iglesia; después, fueron aliados, especialmente por su franja izquierda: Conte, Auyero, que derivó al Frente Grande).

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El exteriorismo
EC define así su “estética oficial”: “Es una palabra creada en Nicaragua para designar el tipo de poesía que nosotros preferimos. El exteriorismo no es un ismo ni una escuela literaria. Es tan antiguo como Homero y la poesía bíblica (en realidad es lo que ha constituido la gran poesía de todos los tiempos).
El exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura. Poesía que para algunos está más cerca de la prosa que de la poesía, y equivocadamente la han llamado ‘prosaísta’, debido a que su temática es tan amplia como la de la prosa (y debido también a que por decadencia de la poesía en los últimos siglos la épica se escribía en prosa y no en verso).
Exteriorismo es cuando el poeta nos habla de un tractor Caterpillar D4; o de la caoba llevada por el lago y el río con un remolcador llamado Fálcon; o de un viejo motor de aeroplano encontrado por los campesinos en las montañas de las Segovias y que una vez el guerrillero había derribado…” (Presentación a su antología Poesía nueva de Nicaragua, Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1974, pp. 9-11).
Por su parte, Sergio Ramírez da la siguiente definición: “La poesía de imágenes descriptivas, de tono conversacional, que toma en cuenta lo que el mundo exterior es capaz de ofrecer en sensaciones y percepciones singulares, y que Cardenal hará propia hasta devenir en su marca personal, todo eso que se ha llamado el exteriorismo, viene mucho de la poesía norteamericana, pero ya estaba en la Epístola de Darío dedicada a Juana Lugones, esposa de Leopoldo Lugones, todo un largo reportaje escrito en alejandrinos pareados, con notas de pie también en alejandrinos. Cardenal iría aún más allá, hasta incorporar la poesía que encuentra en los áridos documentos de los archivos de Indias acerca de la conquista y colonización de Nicaragua en El estrecho dudoso” (“Corona de lauros”).
No deja de haber una serie de curiosidades. Sobre todo, que se trate de una estética tan opuesta a la del poeta oficial del país, aunque Ramírez se empeñe en encontrarle un antecedente en la poesía del gran bardo... (en ¿Te dio miedo la sangre?, la novela de Sergio Ramírez, un personaje se llama “Bardo Rubén Darío”). También, la influencia norteamericana es paradójica.
Pero hay una clave importante en la pulsión épica de este tipo de poesía, que se podría relacionar con la operación homóloga de Brecht en el teatro. Una poesía narrativa, objetivista, permitiría una actitud “realista” frente al mundo y frente a la historia, alejada del velo ideológico que la lírica “pura” (romántica, simbolista o surrealista) arriesga a tender en su proceso.
También entronca con una gran tradición de la poesía latinoamericana de lo popular, lo cotidiano, lo prosaico: Guillén, lo “elemental” en Neruda, los antipoemas de Parra.

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Marcas
La función de las marcas comerciales en EC.
Dice Fredric Jameson sobre el mismo tema en Raymond Chandler: 

 Los libros de Chandler pertenecen (...) a una era de productos estables, en la cual el sentimiento de energía creativa ya no se encarna en el producto: éstos simplemente están allí, en el fondo industrial permanente que ha llegado a parecerse a la naturaleza misma. Aquí, la tarea del autor consiste en hacer el inventario de estos objetos, en demostrar, gracias a la exhaustividad del catálogo, la eficacia de su manejo del mundo de las máquinas y los productos industriales; y es en ese sentido que funcionan las descripciones de muebles o de vestimentas femeninas en Chandler: como una nominación, una marca de experiencia y saber práctico. Y en los límites de esta clase de lenguaje, el nombre de las marcas mismas. (...) La percepción de los productos con los que está equipado el mundo que nos rodea precede y da forma a la percepción de las cosas-en-sí-mismas. En un principio, utilizamos los objetos, y sólo con el tiempo aprendemos a apartarnos de ellos para contemplarlos con desinterés, y es de esta manera que la naturaleza comercial de nuestro entorno influye y da forma a la producción de las imágenes literarias, marcándolas con un determinado carácter de época” (“Sobre Raymond Chandler”, en Daniel Link, comp., El juego de los cautos).

En EC, sin embargo, el inventario de las marcas no funciona sólo como mostración de un fondo de experiencia común y de la eficacia de su manejo compartido (aunque también es eso). Las marcas marcan (o deberían marcar, y en realidad desdibujan) el límite entre poesía y prosa.
Y también hay una connotación demonizadora de la “sociedad de consumo”, ese “carácter de época” que menciona Jameson. Los productos comerciales invaden todo, también la poesía. ¿Qué hará la revolución con ellos?

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Un ejemplo: el avión.
Muy importante como tema y como “lugar” de enunciación.
Como tema: señal (marca) del progreso, de una modernidad contradictoria en un país subdesarrollado, en el que la tecnología puede coexistir con la naturaleza en estado casi salvaje y con el subdesarrollo económico. (Acá el avión se ve “desde abajo”, con extrañamiento y rechazo, como en Homenaje a los indios americanos).
Otras veces el “yo poético” de Cardenal está situado en un avión (“Meditación en un DC10”) y ve desde arriba. Claro, Nicaragua (Centroamérica, el Caribe) es una región que se puede observar mejor desde el aire, como abarcándola en una mirada más totalizadora, idealistamente unificadora.
(Y también esto podemos relacionarlo con los bombardeos norteamericanos en la época de la guerrilla de Sandino. Virilio, en Logistique du la perception, señala cómo la aviación remplazó a la caballería en su función de “reconocimiento del terreno”. Pues bien: en la selva, territorio propio de la guerrilla, es muy difícil acceder por tierra a los puntos claves, y entonces aparecieron los bombardeos indiscriminados.)

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La historia
Pero el Estrecho era de tierra,
no era de agua.

En ese extraordinario poema titulado El estrecho dudoso, compendio y reinvención de las crónicas del descubrimiento —o por “descubrir lo no sabido”..., Ernesto Cardenal ofrece una visión particularmente lúcida e intensa del cronista Bernal Díaz. Pero, sobre todo, de su escritura y su poética. Como señala José Coronel Urtecho, la poética de Cardenal propone unos “versos estrictamente funcionales, visuales, ‘proyectivos’... Versos ajustados, en suma, a ‘las facilidades de la máquina de escribir’, pero igualmente a esas ‘cartas, cédulas, actas y narraciones’ redactadas por los cronistas, manuscritas, que no formarían parte de un corpus literario, pero que reconstruyen la historia de ‘lo no sabido’, y son el relato de lo utópico —el ‘Estrecho Dudoso’–, si bien cortada, distribuida o si se quiere dosificada la comunicación con un ritmo correspondiente a las intensidades combinadas de la atención, la excitación emocional y la respiración, y con la rápida técnica alucinante de una película documental, que es, a mi juicio, la técnica apropiada para una nueva épica... Hablamos, así, de poéticas. Pero de unas poéticas que surgen no de teorizaciones académicas, sino de la práctica de la escritura y de la reflexión de los poetas. La poética de Cardenal y, en el trasfondo, la poética de Bernal Díaz: cortada, distribuida, dosificada, ritmada —cuya atención y emoción descansan, efectivamente, en una respiración y una técnica de ‘montaje’ documental comparable a la del cine (Enrique Flores, “El silencio de la conquista. Poéticas de Bernal Díaz”, en Revista de Critica Literaria Latinoamericana, Año XXIX, Nº 57. Lima-Hanóver, pp. 143-150 (http://www.dartmouth.edu/~rcll/rcll57/57pdf/57flores.pdf).

Nicaragua, como toda América latina, aparece como una fantasía, una utopía forjada por la ambición de los conquistadores, una fábrica de leyendas. De ahí la paradoja (aparente) de que la crónica sea mentira y que se escriba para falsear la verdad. En el largo poema de EC, Bernal Díaz escribe para restituir imposiblemente la verdad, y EC lo “sobreescribe” con la misma intención (“desmentir a la AP y la UP”, dice en Canto nacional).

De quinientos cincuenta que pasaron con Cortés

no quedan vivos más que cinco en toda la Nueva España.
(...)
Ahora sólo cinco están vivos, muy viejos y enfermos,
y lo peor de todo, muy pobres, cargados de hijos,
y con hijas por casar, y nietos, y poca renta,
sin dinero para ir a Castilla a reclamar.
Y ninguno de sus nombres los escribió Gomara,
ni el doctor Illescas, ni los otros cronistas.
Sólo del Marqués Cortés hablan los libros.
Él fue el único que descubrió y conquistó todo
y todos los demás capitanes no cuentan para nada.
(...)
El viejo ha vuelto a leer otra vez esas crónicas
y ve que no cuentan nada de lo que pasó en Nueva España.
Están llenas de mentiras. Ensalzan a unos capitanes
y rebajan a otros. Dicen que estuvieron en las conquistas
los que no estuvieron en ellas. Entonces coge la pluma
y empieza otra vez a escribir, sin elegancia,
sin policía, sin razones hermoseadas ni retórica,
(...)
Porque el agraciado componer es decir la verdad.
Aunque tal vez no haga sino gastar papel y tinta...
(...)
Pero escribe también para sus hijos y sus nietos,
para que sepan que él vino a conquistar estas tierras.
Su historia si se imprime verán que es verdadera.
¡Y ahora que lo escribe se le representa todo
delante de los ojos como si fuera ayer que pasó!
Irá escribiendo con su pluma, despacio, despacio,
corrigiendo los errores con cuidado, como el piloto
que va descubriendo las costas, echando la sonda...

El Estrecho es símbolo de un lugar fantástico que no existe, pero a la vez puede ser construido. Y marca el destino de Nicaragua, su “posición estratégica”, o geopolítica. Que estalla a partir de 1848, cuando se descubre oro en California, y termina recién en la década del 1940, con Roosevelt.
Aquí hay otra matriz de transformación (como dije de la teología de la liberación): esta vez, desde las crónicas. Con sus anacronismos (“mover influencias”, “primer dictador”, etc.).

Cardenal nos invita, como lectores, a entrar en un diálogo con la historia reinterpretada. Los poemas cardenalianos se convierten en palimpsestos en los que debemos buscar en la escritura otras escrituras que permitan recuperar y re-construir la historia nueva que nos es tan necesaria. Cardenal busca que volvamos la mirada al ‘otro’ que ha sido relegado en el discurso poderoso, ‘[e]l pueblo de los pobres (mestizos, zambos, indios, negros) [que] mira todo el proceso desde afuera’ (Dussel 215) y que desde esta mirada nos enfrentemos con el mundo que nos rodea (Juan Carlos Martínez Hofmann, “Ernesto Cardenal y el uso de la historia en su poesía”, en http://www.lajiribilla.cu/2003/n133_11/133_05.html).


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Fronteras, exilios
Cierto: todas las fronteras son convenciones, ficciones, pero en América Central parece que fueran particularmente porosas.
En la década del treinta, Sandino se esconde en la selva lindera con Honduras, al norte; según las necesidades de la lucha, traspasa la frontera más o menos libre e inadvertidamente. Esto motiva que el gobierno títere de Nicaragua obligue a Honduras a hacer reclamos formales. Cincuenta años después, desde la misma Honduras iba a operar la Contra, apoyada por la CIA, para desestabilizar al régimen sandinista a través de esa frontera casi virtual.
La finca de Coronel Urtecho estaba prácticamente en territorio de Costa Rica, al sur. Por ahí iban a salir y a entrar, clandestinamente claro, los combatientes sandinistas (muchas veces, guiados por Cardenal). Incluso, una vez entra Cortázar; peligrosamente, porque su altura y su fama no dejan de llamar la atención (ver Memorias, tomo II).
Fronteras: exilios. Los sandinistas, en Costa Rica (Sergio Ramírez). Pero, en general, muchos intelectuales y combatientes de América Central y el Caribe fueron pasando, desde siempre, de un país a otro según los vaivenes políticos de sus respectivos países, desde dictaduras a dictablandas, o a democracias liberales, cuando las había. En su mayoría, terminaban en México, incluso en la época de Porfirio (ver el itinerario de Pedro Henríquez Ureña con sus padres y hermanos, desde la República Dominicana natal; cf. Memorias - Diario).
En las novelas de Sergio Ramírez (sobre todo, ¿Te dio miedo la sangre?), aparte de los saltos temporales, hay permanentes “saltos espaciales”; nunca se sabe bien dónde están los protagonistas, si en Nicaragua, en El Salvador, en Honduras. Imaginariamente, se trata de un solo territorio: el de la nostalgia y la conspiración; el de la rebelión o la resignación; allí donde se preparan el triunfo o la derrota final.


Bibliografía consultada

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