Mostrando entradas con la etiqueta 2005. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 2005. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de octubre de 2011

Sandino y “la heroica sultana de los lagos”




“Somoza abrazó a Sandino en público, pero en privado el Jefe Director y muchos de sus subordinados estaban descontentos con los términos del convenio de paz” (Richard Milllet, Guardianes de la dinastía).

“Fundamos el ejército de insurgentes más grande de la historia de nuestro hemisferio. Inicialmente eran sólo un puñado de hombres, pero al final lo integraban más de 12.000 contras” (Duane Clarridge, exjefe de la CIA, en Clarín, 24 de marzo de 2006).

No participé mi matrimonio con anterioridad al público, porque quisimos que fuera un acto de absoluta intimidad. Dos días después de nuestro matrimonio, abandoné a mi esposa y me interné en las selvas de Las Segovias, desde donde he permanecido defendiendo el honor de mi patria” (ACS).



Augusto César Sandino volvió a Managua, por última vez, el 16 de febrero de 1934, cinco días antes de ser asesinado. Es difícil entender por qué dio ese paso fatal, raro en alguien que había hecho de la astucia y la desconfianza ante los poderes un dogma exitoso. Ese meterse en la boca del lobo, en el peor momento, ¿lo que no tuvo de ingenuidad lo tuvo de inmolación?
Por un lado, como una suerte de Martín Fierro (el de la Vuelta), Sandino venía a pedir “que lo dejaran trabajar”. Luego de la retirada norteamericana de Nicaragua y la victoria electoral de su correligionario Juan Bautista Sacasa, le habían dejado un territorio en Wiwilí, que enseguida se organizó en forma de cooperativas agrarias. Sin embargo, el hostigamiento de la Guardia Nacional era permanente. Anastasio Somoza, el “Jefe Director” de ese cuerpo, nombrado bajo la influencia norteamericana, sabía que, vivo y activo Sandino, siempre sería un referente de cualquier oposición y, por lo tanto, un obstáculo intransigente para su proyecto inmediato: adueñarse del poder absoluto.
Por otro lado, Sandino nunca había dejado del todo las armas y, aunque aseguraba que no quería retomar la guerra, amenazaba abiertamente con volver a rebelarse o, por lo menos, exiliarse y publicar un manifiesto en el exterior, para dar a conocer la situación real del país. Idealista pero muy inteligente (el “pero” debería sacarse), proponía poner su ejército popular a las órdenes del presidente constitucional, siempre que se socavara el poder de la Guardia Nacional, formada e instruida por los norteamericanos.
Sacasa pareció tentarse (sabía perfectamente quién era y qué quería Somoza) y cedió parcialmente a los pedidos de Sandino; pero esto mismo precipitó el final y, de hecho, fue una de las tantas actitudes dudosas que tuvo el débil presidente, cuyo poder nominal sobreviviría muy poco tiempo a su inacción y su desidia de aquellos días.
En la noche del 21 de febrero, el “general de hombres libres” fue asesinado por orden de Somoza, que se integró así a la serie de militares traidores que, como Pinochet a Allende, casi cuarenta años después, dan el abrazo de Judas y, junto con ello, una lección que debió ser definitiva.

***

Augusto Nicolás Calderón Sandino había nacido el 18 de mayo de 1895 en Niquinohomo, departamento de Masaya. Cuando tenía 17 años, supo de la sublevación y la muerte de Benjamín Zeledón, enfrentado al gobierno títere de Adolfo Díaz, apoyado por los norteamericanos, que habían invadido el país unos años antes.
Trabajó en Costa Rica, Honduras, Guatemala, y finalmente en México, en los campos petroleros de Tampico y Cerro Azul, ya más cerca de las “entrañas del monstruo” del Norte, donde aprendería el uso de explosivos, una de sus especialidades en la guerra de guerrillas ulterior. (Siempre será notable, en América central, la peculiar “porosidad” de las fronteras, tanto para los trabajadores migrantes como para diversos exilados y sublevados. La selvática frontera entre Nicaragua y Honduras será fundamental en la gesta de Sandino, como permanente refugio potencial; y también, desgraciadamente, en el hostigamiento a la Revolución Sandinista por parte de la “Contra” organizada por la CIA. Esa porosidad se ve bien representada en algunas novelas de Sergio Ramírez, por ejemplo ¿Te dio miedo la sangre?)
La primera ocupación norteamericana de Nicaragua llegaría hasta 1925, en lo que fue, en realidad, sólo un paréntesis pequeño; y engañoso, porque dejaron constituida la temible Guardia Nacional, intentando repetir una experiencia que había tenido resultados diversos en Haití y Santo Domingo. En la superficie, la idea era remplazar al Ejército y la Policía con un solo cuerpo militarizado “apolítico”; en profundidad, se trataba, por supuesto, de conservar el monopolio de la fuerza armada para la protección de los “intereses permanentes” (económicos y geopolíticos) de los Estados Unidos.
Cuando el sempiterno Emiliano Chamorro —apellido que se repite de manera nefasta en la historia de Nicaragua, aun en la reciente— dio su golpe contra Solórzano y se hizo proclamar presidente, los Estados Unidos tuvieron que negarse a reconocerlo, supuestamente en honor de tratados anteriores. Sin embargo, se tenían reservada una carta mejor: nombrar al siempre a mano Adolfo Díaz como “transición”. Esto precipita una nueva asonada, esta vez de parte de los liberales.
Los norteamericanos volvieron a desembarcar tropas en la sufrida “sultana de los lagos”, como la llamaría Sandino en una de sus proclamas. Hacía rato que la utopía del canal interoceánico había quedado atrás, en favor del de Panamá; ahora lo fundamental para ellos, en términos geopolíticos, era evitar que la revolución mexicana extendiera su mal ejemplo al resto del “patio trasero”. (De aquí los permanentes recelos respecto de la índole de las relaciones Sandino-México: ¿el presidente Calles le dio apoyo y armas? ¿Qué pasaría luego, con Portes Gil? Etcétera.)
Lo cierto es que, el 1 de junio de 1926, Sandino llegó a Nicaragua, para sumarse al levantamiento de sus hasta entonces correligionarios. El 26 de octubre se incorporó a la “guerra constitucionalista”, junto con algunos trabajadores mineros de San Albino. En El Jícaro sufrió su primera derrota pero también empezó a comprender que enfrentarse abiertamente a tropas más numerosas y mejor pertrechadas no era una buena idea; la guerra de guerrillas, sí. Hizo base en Las Segovias y empezó a tener los primeros éxitos; no serían los únicos.
La guerra, dirigida por el general liberal José María Moncada, iba por buen camino. Pero lo único que Moncada quería era llegar a una posición ventajosa para negociar con los norteamericanos, representados por Henry Stimson, secretario de Estado del presidente Coolidge. Finalmente, se hizo la negociación, el llamado “pacto del espino negro”. Según sus términos, básicamente, los liberales abandonarían la lucha y los norteamericanos garantizarían elecciones “libres” (en las que aquéllos tenían todo para ganar).
Moncada ordenó a sus generales que depusieran las armas. Sólo Sandino se negó. El 12 de mayo, anunció que continuaría luchando hasta que los norteamericanos se fueran del país. El 18 de mayo se casó con Blanca Aráuz, “la muchacha de San Rafael del Norte”. El 1 de julio emitió su primer Manifiesto Político.

***

Decía de sí mismo: “Soy trabajador de la ciudad, artesano como se dice en este país, pero mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo, en el derecho de ser libre y de exigir justicia, aunque para alcanzar ese estado de perfección sea necesario derramar la propia y la ajena sangre.”
Luego: “La revolución liberal está en pie. Hay quienes no han traicionado, quienes no claudicaron ni vendieron sus rifles para satisfacer la ambición de Moncada. (...) Moncada el traidor faltó naturalmente a sus deberes de militar y de patriota. No eran analfabetos quienes le seguían y tampoco era él un emperador, para que nos impusiera su desenfrenada ambición. Yo emplazo ante los contemporáneos y ante la historia de ese Moncada desertor que se pasó al enemigo extranjero con todo y cartuchera. (...) Los grandes dirán que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi insignificancia está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y así juro ante la Patria y ante la historia que mi espada defenderá el decoro nacional y que será redención para los oprimidos. Acepto la invitación a la lucha y yo mismo la provoco y al reto del invasor cobarde y de los traidores de mi Patria, contesto con mi grito de combate, y mi pecho y el de mis soldados formarán murallas donde se lleguen a estrellar legiones de los enemigos de Nicaragua. Podrá morir el último de mis soldados, que son los soldados de la libertad de Nicaragua, pero antes, más de un batallón de los vuestros, invasor rubio, habrán mordido el polvo de mis agrestes montañas. (...) Quiero convencer a los nicaragüenses fríos, a los centroamericanos indiferentes y a la raza indohispana, que en una estribación de la cordillera andina hay un grupo de patriotas que sabrán luchar y morir como hombres.”
¿Cuál es en este momento su “proyecto político”? Lo tiene, aunque su formulación esté en ciernes: “La civilización exige que se abra el Canal de Nicaragua, pero que se haga con capital de todo el mundo y no sea exclusivamente de Norte América, pues por lo menos la mitad del valor de las construcciones deberá ser con capital de la América Latina y la otra mitad de los demás países del mundo que desean tener acciones en dicha empresa, y que los Estados Unidos de Norte América sólo pueden tener los tres millones que les dieron a los traidores Chamorro, Díaz y Cuadra Pasos; y Nicaragua, mi Patria, recibirá los impuestos que en derecho y justicia le corresponden, con lo cual tendríamos suficientes ingresos para cruzar de ferrocarriles todo nuestro territorio y educar a nuestro pueblo en el verdadero ambiente de democracia efectiva, y asimismo seamos respetados y no nos miren con el sangriento desprecio que hoy sufrimos.”
Desde ese momento, Sandino se convirtió en una mancha en el sol para los planes, por otro lado relativamente exitosos, de los yanquis y de Moncada, que, por supuesto, ganó las elecciones de 1928 según lo previsto. Sandino será “el bandido”, como lo había sido Pancho Villa (salvo cuando se pretendía un resarcimiento económico de parte del Estado mexicano: entonces era, para los periódicos norteamericanos, “el general Francisco Villa”).
Este bandido, metido en una “guerra que no podía ganar”, tuvo en jaque a la Guardia Nacional durante años. Los norteamericanos llegaron a utilizar bombardeos aéreos, recurso bélico que apenas había despuntado en la primera guerra mundial y se buscó perfeccionar en esos rincones olvidados de la selva centroamericana. En el poblado de El Ocotal, tomado por los rebeldes, murieron más de 300 civiles, por ejemplo. Sandino se ufanaba de haber volteado más de un avión yanqui y de haber utilizado sus restos para fabricar armas y herramientas. (Treinta años después, la guerrilla vietnamita hacía algo similar con las bombas que caían y no explotaban: sacaban el explosivo y lo disponían en latas de gaseosas, con detonadores, como trampas cazabobos.)
En junio de 1928, el dirigente comunista salvadoreño Farabundo Martí se incorporó a la lucha de Sandino.
En 1929, amenazado por tropas cada vez numerosas (y más despiadadas), Sandino decidió ir a México, para solicitar el apoyo del entonces presidente Emilio Portes Gil (uno de los títeres puestos por el “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles, que quizás había ayudado a Sandino al principio de su lucha). Atravesó, a veces clandestinamente, varios países de América Central, en donde fue recibido como héroe por estudiantes y campesinos. También en México tuvo un buen recibimiento, pero Portes Gil hizo todo lo posible para mantenerlo alejado del DF y negarle cualquier apoyo concreto, más allá de lo meramente discursivo. Más bien, quiso quedar bien con Dios y con el Diablo; y, sobre todo, usar a Sandino como as en la manga para las permanentes negociaciones que, como todos los presidentes mexicanos posrevolucionarios, estaba obligado a llevar a cabo con Estados Unidos. (Al respecto, es ilustrativo revisar —y leer entre líneas— las páginas pertinentes de la pomposa Autobiografía de la Revolución Mexicana, de Portes Gil.)
Aquí Sandino empezó a percibir las dificultades políticas, no sólo bélicas, que enfrentaba. Sin un apoyo real de la comunidad internacional, su lucha seguiría aislada, y en definitiva fracasaría, aunque los norteamericanos se fueran finalmente de Nicaragua. Muchos intelectuales, organizaciones obreras y estudiantiles, incluso de los Estados Unidos, lo apoyaban “moralmente”. Pero, sin el concurso real de las grandes masas y una unión efectiva, por lo menos entre las naciones de Centroamérica, era prácticamente imposible enfrentar al invasor en el terreno que más importaba, el económico.
Volvió a Nicaragua con grandes dificultades. El 15 de febrero de 1931, dio a conocer su célebre manifiesto “Luz y Verdad”.
Es habitual ver en este documento síntomas de “espiritualismo”, cuando no de un “misticismo” que rozaría el delirio. (Sandino era masón —como todos los liberales, incluyendo a Somoza, por cierto—, y es posible que en México haya retomado contactos con antiguos compañeros de logia.)
Dice, por ejemplo: “Impulsión divina es la que anima y protege a nuestro Ejército, desde su principio y así lo será hasta su fin. Ese mismo impulso pide en Justicia de que todos nuestros hermanos miembros de este Ejército, principien a conocer en su propia Luz y Verdad, de las leyes que rigen el Universo. (...) Todos vosotros presentís una fuerza superior a si mismos y a todas las otras fuerzas del Universo. Esa fuerza invisible tiene muchos nombres, pero nosotros lo hemos conocido con el nombre de Dios. (...) Lo que existió en el Universo, antes de las cosas que se pueden ver o tocar, fue el éter como sustancia única y primera de la Naturaleza (materia). Pero antes del éter, que todo lo llena en el Universo, existió una gran voluntad; es decir, un gran deseo de Ser lo que no era, y que nosotros lo hemos conocido con el nombre de Amor. Por lo explicado se deja ver que el principio de todas las cosas es el Amor: o sea Dios. También se le puede llamar Padre Creador del Universo. La única hija del Amor, es la Justicia Divina. La injusticia no tiene ninguna razón de existir en el Universo, y su nacimiento fue de la envidia y antagonismo de los hombres, antes de haber comprendido su espíritu. Pero la incomprensión de los hombres, solamente es un tránsito de la vida universal: y cuando la mayoría de la humanidad conozca de que vive por el Espíritu, se acabará para siempre la injusticia y solamente podrá reinar la Justicia Divina: única hija del Amor.”
Es tentador plantear la hipótesis de que, a medida que Sandino iba comprendiendo las auténticas dificultades de su lucha, y lo irrisorio de su objetivo, que de hecho se cumplió (los norteamericanos se fueron de Nicaragua, pero ¿qué dejaron detrás?), se fue volviendo más “místico”. ¿Se refugiaba en lo espiritual después de tantear los límites materiales de su proyecto? ¿Se preparaba para su sacrificio final, o al menos lo entreveía?
Es tentador plantear esto, pero es inútil, y probablemente sea erróneo.
Después de todo, el Manifiesto sigue así: “Muchas veces habréis oído hablar de un Juicio Final del mundo. Por Juicio Final del mundo se debe comprender la destrucción de la injusticia sobre la tierra y reinar el Espíritu de Luz y Verdad, o sea el Amor. También habréis oído decir que en este siglo veinte, o sea el Siglo de las Luces, es la época de que estaba profetizado el Juicio Final del Mundo. (...) El siglo en cuestión se compone de cien años y ya vamos corriendo sobre los primeros treinta y uno; lo que quiere decir que esa hecatombe anunciada deberá de quedar definida en estos últimos 69 años que faltan. No es cierto que San Vicente tenga que venir a tocar trompeta, ni es cierto de que la tierra vaya a estallar y que después se hundiría; no. Lo que ocurrirá es lo siguiente: que los pueblos oprimidos romperán las cadenas de la humillación, con que nos han querido tener postergados los imperialistas de la tierra. Las trompetas que se oirán van a ser los clarines de guerra, entonando los himnos de la libertad de los pueblos oprimidos contra de la injusticia de los opresores. La única que quedará hundida para siempre es la injusticia; y quedará el reino de la Perfección, el Amor; con su hija predilecta la Justicia Divina. Cábenos la honra hermanos: de que hemos sido en Nicaragua los escogidos por la Justicia Divina, a principiar el juicio de la injusticia sobre la tierra. No temáis, mis queridos hermanos; y estad seguros, muy seguros y bien seguros de que muy luego tendremos nuestro triunfo definitivo en Nicaragua, con lo que quedará prendida la mecha de la Explosión Proletaria contra los imperialistas de la tierra.”
Lenguaje de profeta, quizás, pero de un profeta que no espera a su mesías mirando el cielo sino la tierra.
En 1932, José María Sacasa, otro liberal, sucedió a Moncada en la presidencia de Nicaragua. Tironeado entre Sandino y Somoza, Sacasa —pusilánime o maquiavélico— insistió en que los norteamericanos se quedaran en el país (suprema defección); pero ellos no le hicieron caso y se fueron a fin de año. Al menos en esto, la causa sandinista había triunfado ampliamente.
Faltaba poco para la noche del 21 de febrero.

***

Sandino fue asesinado junto con sus generales Estrada y Umanzor. Poco antes, habían hecho lo mismo con su hermano Sócrates. Sólo pudo escapar Santos López, quien participó luego en la fundación del Frente Sandinista para la Liberación Nacional.
La Revolución Sandinista derrotaría al hijo menor de Somoza y llegaría al poder en 1979. Diez años después, el FSLN sería derrotado a su vez en elecciones libres, por una candidata derechista, Violeta Chamorro, apoyada por los Estados Unidos.
Hoy, 2007, el sandinismo ha vuelto al poder, pero de la mano de una dudosa coalición electoral, en la que se incluyó parte de sus anteriores enemigos. Algunos antiguos militantes (y funcionarios) sandinistas, como los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, intentan renovar los viejos ideales, para que ésta no haya sido, como título Ernesto Cardenal el último tomo de su autobiografía, una “revolución perdida”.


Bibliografía

Belli, Gioconda, El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra, Barcelona, Plaza & Janés, 2001.
Fonseca, Carlos, La revolución sandinista, Buenos Aires, Nuestra Propuesta, 2004.
Millet, Richard Guardianes de la dinastía. Historia de la Guardia Nacional de Nicaragua creada por Estados Unidos y de la familia Somoza, Costa Rica, Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), 1979.
Portes Gil, Emilio, Autobiografía de la Revolución Mexicana, México, Instituto Mexicano de Cultura, 1964.
Ramírez, Sergio, Sandino, el muchacho de Niquinohomo, Buenos Aires, Cartago, 1986.
Sandino, Augusto César, Escritos y documentos (introducción de Sergio Ramírez), Buenos Aires, El Andariego, 2007.
Selser, Gregorio El pequeño ejército loco. Sandino y la Operación México-Nicaragua, 2 vols., Buenos Aires, Abril, 1984.
Selser, Gregorio, Los marines, Buenos Aires, Cuadernos de Crisis.
Selser, Gregorio, Sandino, general de hombres libres, 2 vols., Buenos Aires, Triángulo, 1959 (prólogo de Miguel Ángel Asturias).

Una bibliografía muy completa sobre Sandino, en http://www.sandino.org/bibl_es.htm.


(Escrito para la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana, 
prof. Viñas, 2005)




domingo, 9 de octubre de 2011

Cruces posibles entre el relato y el silencio


Macedonio Fernández/Néstor Sánchez
“Una novela que comienza”/“Adagio para viola d’amore”


… si hay algo en lo que nada el esquizofrénico 
es en ese manejo enloquecido del lenguaje, 
pero simplemente no logra que se hinque sobre su cuerpo.
Lacan


1. Síndrome de Bartleby/Vila-Matas

  
… sus excursiones mentales de carácter alucinatorio pudieron tener mucho que ver con su rechazo de la escritura

Vila-Matas, sobre Sócrates (y Rimbaud), en Bartleby y compañía

Conjeturo que se tratara de Rómulo Gómez, la persona real que subyace al “R. G.” de Una novela que comienza (1941), trabajo comenzado hacia 1921, pero retocado en 1926-1927, a raíz de que el poeta peruano Alberto Hidalgo instara a MF a editarlo (en contra de lo que a veces se asegura, MF pensaba ya antes de 1928 en sacar a luz libros).
Carlos García, “Macedonio Fernández y Xul Solar: Cuatro cartas y tres dedicatorias (1926-1941)”, en http://www.macedonio.net/critical/macxul.htm.


El “Adagio…” empieza con un coordinante extraoracional “Y…” (“Y en alguna medida capaz de hacérsenos irreprochable…”), como si el texto continuara alguna conversación más o menos secreta, alguna charla interrumpida. La conjunción es la marca que reenvía a un contexto pasado, pero también inmediato o persistente; quizás equivale al “Como decíamos ayer…”, de fray Luis.
Por supuesto, lo “conversacional” es un elemento importante en Macedonio, “escritor oral” por excelencia, al menos en su versión mitificada por Borges y otros. Y también es importante en otro “anciano venerable”, Juan L. Ortiz, presencia aludida pero innombrada en el “Adagio”. (El cuento está dedicado a Hugo Gola, y todo el paisaje y la situación enmarcada por él remiten a esas visitas rituales hasta la casa del paradigmático poeta, peregrinaciones hasta cierto punto parodiadas en la novela Moral, de Sergio Chejfec; “bajo el mismo árbol de casi toda la vida”, dice Néstor.)
El vocativo que sigue, “querido viejo”, también es una marca de este diálogo imaginario. Pero después hay un sintagma tal vez inesperado, seguramente muy significativo: “frases interrumpidas para siempre”. Creo que esta contradicción es esencial en el cuento, y quizás en toda la obra de Néstor: tensión estética (y vital) entre la enunciación y el silencio, entre la narración-conversación y su interrupción, siempre amenazante y finalmente cumplida.
“Adagio…” intenta recuperar un momento inasible de una “vida minúscula”, de una “diversidad simplísima”. Este oxímoron se refleja y se despliega en pequeños movimientos, como en cámara lenta, que son casi no-acciones (hay muchas negaciones de acciones en el texto), vinculadas paradójicamente con el acto de narrar; volveré más adelante sobre esto.
Pero, por otro lado, la no-acción se vincula necesariamente con la no-escritura. Alude a un vacío no tan fácil de llenar. En Macedonio, aparece la digresión como estructura básica; en Néstor, la desconexión propia de la poesía contemporánea (el famoso “fijar vértigos” de Rimbaud). (“¿Qué nexos? ¿rotos cuándo o dónde?”, se pregunta en Cómico de la lengua.)
“La otra enormidad de todo lo indecible” es a la vez estimulante y paralizante. Quizás se dividiría así: estimulante para Macedonio, paralizante para Néstor.
Por eso el silencio es, más que una tentación permanente, o además de eso, un destino trabajado cuidadosamente. (Ver Anexo, “Voz de Néstor Sánchez”.)
En Macedonio, como sabemos, lo que se da es un permanente jugueteo de y con comienzos frustrados: “Preveo una Novela que no sigue. Menos suerte tuvo mi Novela impedida, que no pudo empezar porque naciole un impedimento canónico no dirimible: una de las ‘personajes’ resultó hermana del autor y las nupcias de éste y ella que ya entreveíanse en la trama… etcétera, etcétera” (final de “Una novela…).
Sin embargo, aun dentro de su habitual tragicidad, es difícil para Néstor renunciar del todo a la esperanza: “Y usted no dijo todo poema es y será la historia invertida de una carencia o, con un poco menos de afectación: estamos realmente abandonados en medio de todo lo que queremos. Usted descreyó una vez más de toda palabra, en plena vejez, en la misma provincia de casi toda la vida. Sin embargo aquel rato junto al fuego durante el que fue tan despacio hacia ella ¿puede, querido viejo, perdurar inútilmente en nosotros?” (final del “Adagio”).
Descreer de la palabra, entonces, pero depositar cierta esperanza en la perduración que ellas pueden, si acaso, acarrear: “todo parece confluir a una desmemoria si se prefiere impersonal y deslumbrada”.



2. Pulsión escópica: visión de una(s) mujer(es)


Si tu mirada te es ocasión de caer, arráncate los ojos
Mateo 18, 9


En efecto, “todo poema ha sido, es y seguirá siendo nada más que la historia secreta de una carencia”, se (pre)dice también en Cómico de la lengua.
Alguna vez, Nicolás Rosa analizó El amhor, los orsinis y la muerte, la tercera novela de Néstor (título en el que la h intercalada alude y a la vez distancia a Cortázar), en función de un “relato o discurso de la droga”. Quizás hoy, cuando esta sinécdoque de singular por plural se sabe reaccionaria, podríamos hablar, mejor, de un “relato o discurso de la abstinencia”, es decir, de la falta. Pero esto ya es un pleonasmo, porque todo discurso es un discurso de la Falta.
Veámoslo más de cerca. Suele decir Piglia que gran parte de la literatura argentina está “motivada” (quizás en el sentido de los formalistas rusos) a partir de la ausencia de unas mujeres: Elsa en Los siete locos, Solveig en Adán Buenosayres, Elena en Macedonio, Beatriz Viterbo en “El Aleph”, la Maga en Rayuela. Etc.
Esa ausencia desencadena una búsqueda, o al menos una nostalgia, que se condensa en diversas formas narrativas. Por supuesto, el relato querría actuar como una sutura (imposible) de esa ausencia, remplazando el cuerpo deseado con un cuerpo textual, de palabras.
En “Adagio...”, hay al mismo tiempo una ausencia (“su casa donde ya no está Eleonor”) y unas presencias (“las mujeres rodeándolo —¿usted recuperaría pobremente a Eleonor?—”), presencias que se resuelven ambigua, fantasmalmente.
Por su parte, todo el relato de Macedonio gira también en torno a dos mujeres vistas o entrevistas, o reconstruidas por el recuerdo, y que se quieren recuperar de dos maneras: mediante el bizarro aviso clasificado del principio y mediante el texto todo, casi exactamente como en el “Adagio...”. “Conozco una mujer. ¿Conozco una mujer?”, se pregunta Macedonio, y sigue: “Estudio mucho a la mujer desde años atrás y cada día desespero más de sentir alguna vez como ella siente… ¿Cómo será ser mujer?... la bella está muy lejos y sólo tenemos cerca nuestra necesidad... [pensemos en “Elena bellamuerte”] te he conocido en un instante tan plenamente como si fueras una obra de mi deseo”.



3. Narrar contra la narración: ventajas y desventajas


El “digresionismo” aquí se vuelve lírico, convirtiéndose en principio narrativo: el casi relato de amor es puro preludio, melancólica añoranza erótica cuya cristalización es genialmente impedida por el autor a cada vuelta del “argumento”. La desconcertante fecha de composición de este texto que anticipa y supera la experimentación de la vanguardia, del Boom y del post-Boom es: 1921.
Jo Anne Engelbert, “El proyecto narrativo de Macedonio”, en Fernández, Macedonio, Museo de la novela de la Eterna, edición crítica de Ana María Camblong y Adolfo de Obieta, Madrid, Colección Archivos, 1993 (también en



Pero en Macedonio una de las mujeres termina contestando, aparece su voz, aunque sea virtualmente, como una hipótesis objetivada.
Lo que nos hace volver a un tema mencionado anteriormente: hay en Néstor y en Macedonio un rasgo característico: contar cosas que no suceden en la historia relatada. Esto implica una paradoja, ya que habitualmente se considera que la narración lo es precisamente de hechos, no de no-hechos. Sin embargo, aquello que no ocurre también puede ser “contado”, vale decir, puede ocupar el mismo “espacio textual” que lo que se da por ocurrido. Dice Néstor: “cada momento contiene la posibilidad casi inaudita de su contrario”; ambas cosas, el momento y su o sus contrarios, pueden contarse, y este “jardín de senderos que se bifurcan” tiene un claro precursor borgesiano en Macedonio.
Conocemos, o deberíamos conocer, los riesgos de esta posición “antinarrativa”, de este repliegue hacia formas de narración cuasi afásicas (por digresión o por desconexión, por proliferación o por silencio).
Con una especie de lucidez trágica, si cabe la expresión, Néstor reconocerá que deja de escribir porque ya no hay épica (ver “Anexo”). Y Macedonio comenta a pie de página, irónicamente: “¿Qué les parece? ¿Estoy del todo novelista con un modo de mirar en mi haber, irrepresentable, imposible, como de novelista psicólogo?”
Pero sabemos, o deberíamos saber, que la épica no es tanto una cuestión del objeto como de la mirada que lo construye. No es tanto cuestión de inspiración (“oh, musa…”) como de estrategia (Homero y sus griegos, Virgilio y sus romanos).
Por lo tanto, entregarse a la imposibilidad de narrar, vale decir, de darle un sentido al objeto mediante la mirada, es tanto una denuncia de la situación (la muerte del relato o de la posibilidad de narrar la experiencia) como una derrota, más o menos resignada, frente a ella.




Anexo

Voz de Néstor Sánchez


(Extraído de un reportaje de Leonardo Longhi para La Idea Fija y otro de Lautaro Ortiz para Radar Libros.)


Con el final de Cómico de la lengua, hubo asimismo un final de un ciclo de escritura: desde el punto de vista del “trabajo” me parecía inmoral seguir escribiendo. Para eso había que tener el nivel de conciencia de un maestro, y yo no tenía derecho ir más allá de esos límites ni de usar la experiencia del “trabajo” para mi escritura. Estaba la muerte de nuevo, se había tragado todo.

En esos años escribía notas y después las tiraba, eran sólo una especie de apoyatura. Cuando volví hice crisis y escribí La condición efímera. Fragmentos de aquellas experiencias aparecen en “Diario de Manhattan”. Si no hubiera escrito ese relato podría haber sucedido mi novela: la historia de Los Ángeles y Nueva York. Pero la resumí ahí, en el “Diario”, y se terminó. El recurso del diario íntimo y de las anotaciones fue algo viable para mí, porque el diario se escribe con facilidad: se hacen “cortes” y se pasa a algo distinto sin dar explicaciones (solamente la fecha de la escritura).
Ahora el peligro era que mi posición se volviera profesoral, la de apoyarme en mi aprendizaje para influir en los demás. Por eso llamé a ese ciclo de escritura “disyuntiva ética”: había que asimilar y tolerar el aprendizaje para hacerlo posible. Ya no se trataba de escritura poemática ni nada por el estilo, sino de una finalidad ideológica que siempre me había negado a tener. Por eso escribir era “inmoral”. El último relato, “Devociones”, lo escribí pensando que ya no iba a escribir. Por eso cierra el libro: quedaban las devociones, nada más.
Mi actitud frente a la escritura fue siempre la de intentar llegar a algo que estaba más allá, algo inalcanzable. Ahora me quedé sin nada.
Yo fui un buen lector de poesía, más que de novelas. Pero, como el poema nunca se me dio, opté por una escritura poemática, sin darle mucha importancia a la anécdota ni a los personajes, sino más bien al tono del libro. Como si el libro en su totalidad fuese un poema: cada capítulo, un verso. Es que a mí me interesó siempre la novela que se vincula con la poesía. Lo demás no me interesa; digo, la novela como historia no me interesa. Hoy por hoy, sólo se escribe y se lee ese tipo de literatura. Será por eso también que no soy muy leído.
Yo buscaba vivir más. Estaba convencido, en mi enfermedad, de que se podía vivir 300 años. Hoy supongo que da lo mismo. Gurdjieff fue una experiencia decisiva en mi vida. Siempre estaba la muerte como leitmotiv, me parecía mentira que la gente no se diera cuenta de que se iba a morir, eso me pasó siempre, entonces en todos mis libros hay una advertencia: la vigencia de la muerte. Ésa era la épica.
A veces, por las tardes, cuando voy a un bar que está aquí cerca, me permito pensar por un momento en la escritura y es evidente que aparece una leve onda de sosiego, es como si me fuera dado encontrar una épica en esta vida monótona que llevo. Es que nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada, y esto ahora ya no puede ser. Me quedé sin épica. De todos modos pedí prestadas algunas novelas célebres y las leo con la remota esperanza de que me motiven. Pero esas lecturas no hacen más que recordarme desde qué punto de vista escribí mis libros, es decir “en contra” de la novela tradicional, procurando que la prosa fuera nada más que una excusa para llegar a la poesía.
El escritor parece siempre un Dios que todo lo sabe y que por lo tanto puede estar en la cabeza y en el corazón de sus personajes, después viene el diálogo y las descripciones del paisaje. A veces tengo una sospecha de Tema, pero no encaja en un ritmo y así giro en redondo sin tampoco la alegría que me deparaba el hecho de escribir. Le repito que no puedo inventar una historia y mucho menos manejarme con los elementos del suspenso que abundan hoy por hoy. Es aquí donde redescubro que me quedé sin épica y sin pasado personal como materia de vida que se transforme en lenguaje.
En mi escritura había adhesión al surrealismo, a la beat generation. También fue importante en su momento la aparición de Rayuela, un intento poemático: “¿Encontraría a la Maga?”, esa proposición del primer capítulo no deja de llamar la atención. Pero esa influencia, muy visible, llegó nada más hasta Nosotros dos (un libro que fue muy bien recibido por Cortázar). Después me quedé sin ciudad.
Yo parto de la premisa contraria: empiezo la escritura sin saber hacia dónde voy. La novela se va haciendo a medida que escribo. De ahí el tema de la improvisación, el jazz como música lumpen: todo músico de jazz es un lumpen en potencia, un marginal.
En esa época estaba muy vívida la idea del suicidio, no me quedaba casi nada por qué vivir, la literatura no alcanzaba como excusa de vida. Por eso en Cómico... siento que doy un testamento de ese estado: el suicidio de Chavarría (que se contacta con el maestro) y la muerte de Barcia (que escribe la novela) al final del libro demuestran claramente cuál era mi intención: los dos personajes eran yo.
Una escritura vinculada a la improvisación jazzística: a medida que quemaba etapas tenía la certidumbre de que ya no se podía volver a escribir eso que había escrito, y se reiniciaba un período de pérdida…largo proceso de pérdidas.
Sí. Yo decidí terminar con todo. Siento que se terminó la épica y dejé de escribir. En realidad, cuando yo escribía, mi vida tenía otra riqueza que fue perdiendo. Ahora me quedé sin nada: es la vejez. Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable. Le repito, se me terminó la épica.


(Charla en las Segundas Jornadas de Literatura y Psicoanálisis “Autopistas de la palabra”, junio de 2005.)