Prólogo a Ciudad rugido (antología), de Amadeo Gravino*
* Buenos Aires, Lumen, 1999.
Gravino no se entrega. Sabe que hacer
poesía es tentar los límites de la poesía, estar en ella con un pie afuera y
otro adentro (pero ¿cuál es cuál?). La traición a la tradición es una nueva
tradición, y sólo el trabajo poético
rompe ese círculo, que la palabra crítica no sabe cómo recomponer, desesperada,
inmersa en sus propios dilemas: cómo hablar de la palabra poética sin
mimetizarse con ella, sin opacarse frente a ella. ¿Habrá, quizás, un trabajo crítico que rompa este nuevo,
concéntrico, círculo?
Gravino enseña mucho sobre todo esto.
En él, el lenguaje encuentra un “quicio inestable”, como bien dice Leónidas
Lamborghini (en el prólogo a Hilda, belle
peinture). Ni reflejo servil ni creación autista, un poco de ambos, y de
todo. Lamborghini traza una extensa filiación de la poesía graviniana: los
gauchescos, el tango, Arlt, Olivari, Marechal, Borges, los saineteros. Gravino
“trabaja deshechos, desperdicios de la poesía ciudadana, y hace su rara mezcla
con los de la poesía aceptada, arquetípica”.
El resultado, es cierto, suele adquirir un “aire de tango y de bolero”.
En muchos de los poemas seleccionados
para esta antología (mínima, por cierto, respecto de una obra tan extensa ya),
esa filiación exhibe apellidos ilustres, que a veces se potencian en su
provocativa contraposición. Escritores: Kafka, Rimbaud, Borges, De la Púa, Vallejo, Michaux,
Machado, Baudelaire, Quiroga, Discépolo, Poe, Neruda, Lorca. Músicos: Wagner,
Charlie Parker. Pintores: Basaldúa, Van Gogh, Matisse, Chagall, Corot.
Una referencia parece todavía más
interesante: Raymond Chandler. No sólo por lo extraño de la mención en un
poeta, sino porque Gravino comparte con ese gran narrador un recurso que Fredric
Jameson ha destacado sutilmente; se trata del uso de objetos, de marcas —no sólo en sentido comercial—
que connotan una cultura altamente semiotizada, en especial la urbana (actual o
pasada): liquid paper, cepita de uva, cigarrillo le mans, jabón odex, detergente
cierto. Así, la poesía entra en lo cotidiano y, a su vez, lo cotidiano se extraña de sí mismo (a lo cual
contribuyen las minúsculas, que Gravino usa tan bien).
Eso es, de nuevo: entrar y salir de la
poesía, de lo poético. Jorge Perednik lo ha expresado con precisión (en el
prólogo a Hilda, calesita mía):
“Cualquier poeta conoce los límites de lo que el saber marca como poesía, y
queda marcado por ese saber.” Gravino se atreve a ponerse “afuera de ese
saber”, y llega a producir “poemas ‘extra-poéticos’”, esos que están formados
por las “palabras vacías y llenas… que el amante dice a un oído individual y
que son parte del lenguaje privado e íntimo de una erótica”. He aquí la
profunda (no anecdótica) relación entre poesía y erotismo: una y otro se instalan
en los bordes del lenguaje, donde las nociones de “código”, “referente”,
“enunciado” empiezan a pervertirse. Y donde tabú y goce se entrelazan (porque
para eso están).
Antonio Aliberti (en su prólogo a Buenos Aires, comedia) anota
certeramente que la poesía de Gravino tiene “características
épico-fantásticas”, que elabora, o reelabora, “mitos ciudadanos” en los que
explora “la relación entre ‘personajes’ y ‘paisajes’”. Vale. Pero lo
extraordinario es que, al mismo tiempo, el poeta reflexione sobre su propio
instrumento de trabajo, lo cual, si bien ya es un nuevo canon de la crítica, no
deja de ser una de las grandes dificultades teórico-prácticas que enfrenta todo
escritor. ¿Poesía sobre la realidad o poesía sobre la poesía? La respuesta no
es tan fácil como se cree.
cielo,
cielo de celuloide,
cielo de las novelas y la t.v.,
cielo de los poemas:
palabra cielo
Esta antología no siguió, no pudo
seguir, más criterio que la arbitrariedad del gusto de quien tuvo el placer de
hacerla. Y la relatividad de un ordenamiento cronológico que no sugiere una evolución sino la pertinencia de ciertas
dataciones.
llenó de carnavales los 50
y va ahora por las rutas del hambre:
piqueteros
le permiten pasar
(“fangio”)
Gravino y los objetos
Espero que se me
perdone la autorreferencia (o, al menos, que valga la pena): de mi prólogo a la
antología de Amadeo Gravino, quisiera destacar dos puntos, uno para —meramente—
repetirlo y otro para —brevemente— ampliarlo.
El primer punto es
el placer que tuve de hacer esta antología. Y que ella siguió sólo este
criterio, además del cronológico. Elegí aquellos poemas que más me gustaban de
una serie de libros de Gravino que van desde 1987 a 1997, diez años de
producción poética constante. Personalmente, prefiero este tipo de “seguimiento”
de la obra de un poeta. Es indudable que la poesía es, en cierto sentido
clásico, intemporal, eterna, etc. Pero en otro sentido es importante reconocer
que la poesía está fechada como cualquier otra cosa, obra literaria o no. El
problema será, en todo caso, ver qué hace un poeta en particular con esa
cualidad inevitable, cómo la procesa para que no sea una pura limitación.
Y esto me lleva al
segundo punto, el que quiero ampliar.
En el prólogo, me
referí —con cierta sorpresa— a la mención de Raymond Chandler. Es de un poema
del libro Caricaturas de Viuti por Ciudad
Gótica (1990), que dice:
escribió Raymond
Chandler
“... por
esas calles mezquinas
tiene
que caminar el hombre
que
no es mezquino,
ni
está corrompido ni asustado...”
Estaba yo
relevando una serie de nombres propios, de artistas y escritores que aparecen
en Gravino, me llamó la atención esa mención y en seguida la relacioné con una
característica de su poesía que se refleja en los poemas de la antología.
Escribí: “Una
referencia parece todavía más interesante: Raymond Chandler. No sólo por lo
extraño de esta mención en un poeta, sino porque Gravino comparte con ese gran
narrador un recurso que Fredric Jameson ha destacado sutilmente; se trata del
uso de objetos, de marcas —no sólo en
sentido comercial— que connotan una cultura altamente semiotizada, en especial
la urbana (actual o pasada): liquid paper, cepita de uva, cigarrillo le mans,
jabón odex, detergente cierto.
Así, la poesía
entra en lo cotidiano y, a su vez, lo cotidiano se extraña de sí mismo (a lo cual contribuyen las minúsculas, que
Gravino usa tan bien).”
Ahora quisiera ver
más de cerca esta cuestión, y para eso voy a citar in extenso a Fredric Jameson. Dice el crítico norteamericano, a
propósito de la obra de Raymond Chandler:
“Los libros de Chandler pertenecen (...) a
una era de productos estables, en la cual el sentimiento de energía creativa ya
no se encarna en el producto: éstos simplemente están allí, en el fondo
industrial permanente que ha llegado a parecerse a la naturaleza misma. Aquí,
la tarea del autor consiste en hacer el inventario de estos objetos, en
demostrar, gracias a la exhaustividad del catálogo, la eficacia de su manejo
del mundo de las máquinas y los productos industriales; y es en ese sentido que
funcionan las descripciones de muebles o de vestimentas femeninas en Chandler:
como una nominación, una marca de experiencia y saber práctico. Y en los
límites de esta clase de lenguaje, el nombre de las marcas mismas. (...) La
percepción de los productos con los que está equipado el mundo que nos rodea
precede y da forma a la percepción de las cosas-en-sí-mismas. En un principio, utilizamos los objetos, y sólo con el
tiempo aprendemos a apartarnos de ellos para contemplarlos con desinterés, y es
de esta manera que la naturaleza comercial de nuestro entorno influye y da
forma a la producción de las imágenes literarias, marcándolas con un
determinado carácter de época.”*
Jameson propone
que parte del encanto actual que tienen los libros de Chandler radica en el
sentimiento de nostalgia. Bueno, si hay un sentimiento que aparece
persistentemente en los poemas de Gravino —además del amor, por supuesto—, es
el de la nostalgia. Es lo que tiene de tango, obviamente (a mi parecer, más aun
que su forma de representar el entorno urbano):
las noches de bánfield
eran húmedas,
perfumadas de pasto,
de
lavanda,
de
ruda;
y yo andaba,
loco de ginebra,
apedreando los trenes
que trituran el tiempo
mis
30 años
Nostalgia que es
de personas, de épocas, de lugares, pero también de objetos; objetos que, en
cierta manera, evocan a esas personas, épocas y lugares, ligados todos a su uso
o por lo menos a su percepción naturalizada. Hasta se puede sentir nostalgia
del presente, porque permanentemente, y cada vez más veloz, se fuga hacia un
pasado irrecuperable (“Escribo sobre la luz”, dice Gravino).
“La atmósfera de
un período determinado se cristaliza en primer lugar en sus objetos”, dice
Jameson. Sin dudas, Gravino sabe captar estilísticamente esa atmósfera
cristalizada en objetos. Pero lo hace de un modo “prosaico”, de manera que
puede llegar a tensar el poema hacia sus límites, sean éstos cuales fueren. Yo
decía en el prólogo: “hacer poesía es tentar los límites de la poesía, estar en
ella con un pie afuera y otro adentro (pero ¿cuál es cuál?)... entrar y salir
de la poesía, de lo poético”. Jorge Perednik lo expresó con precisión (en el
prólogo a un libro de Amadeo, Hilda,
calesita mía): “Cualquier poeta conoce los límites de lo que el saber marca
como poesía, y queda marcado por ese saber.” Gravino se atreve a ponerse
“afuera de ese saber”, y llega a producir “poemas ‘extra-poéticos’”.
Pero esto no es
sólo un desafío personal, técnico, por así decir; es también una forma de
explorar las fronteras actuales de la poesía, respondiendo a la pregunta
permanente: ¿qué es poético y qué no lo es? Así, el poeta reflexiona sobre su
propio instrumento de trabajo: esto ya es un lugar común, un nuevo canon de la
poesía y de la crítica, pero no deja de ser una de las grandes dificultades teórico-prácticas
que enfrenta todo escritor. “¿Poesía sobre la realidad o poesía sobre la
poesía? La respuesta no es tan fácil como se cree.”
Por eso, los
objetos, en Gravino, sobre todo esas marcas que mencioné antes, tienen un
efecto parecido al de ver viejas propagandas por televisión, pero en un
contexto donde el choque que producen aspira a mucho más. Son marcas de lo cotidiano, de una
experiencia vital compartida, de lo prosaico, de un “afuera” de la poesía, que
se incrustan en ella sin destruirla pero —tampoco— sin ser del todo absorbidas.
Y en esta tensión no resuelta está la apuesta fuerte de la poesía de Gravino (o
una de ellas). El resultado de la apuesta, subirla o retirarse, queda del lado
del —afortunado— lector de esta antología.
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* Fredric Jameson, “Sobre Raymond
Chandler”, trad. de Carlos A. Gamerro, en Daniel Link (comp.), El juego de los cautos. La literatura
policial: de Poe al caso Giubileo, Buenos Aires, La Marca, 1992. (Original: “On Raymond Chandler”, en Most, G. y Stowe
W. [eds.], The Poetics of Murder,
Nueva York, HBJ, 1983.)
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