jueves, 13 de octubre de 2011

Amadeo Gravino: dos propuestas


Prólogo a Ciudad rugido (antología), de Amadeo Gravino*


* Buenos Aires, Lumen, 1999.


Gravino no se entrega. Sabe que hacer poesía es tentar los límites de la poesía, estar en ella con un pie afuera y otro adentro (pero ¿cuál es cuál?). La traición a la tradición es una nueva tradición, y sólo el trabajo poético rompe ese círculo, que la palabra crítica no sabe cómo recomponer, desesperada, inmersa en sus propios dilemas: cómo hablar de la palabra poética sin mimetizarse con ella, sin opacarse frente a ella. ¿Habrá, quizás, un trabajo crítico que rompa este nuevo, concéntrico, círculo?
Gravino enseña mucho sobre todo esto. En él, el lenguaje encuentra un “quicio inestable”, como bien dice Leónidas Lamborghini (en el prólogo a Hilda, belle peinture). Ni reflejo servil ni creación autista, un poco de ambos, y de todo. Lamborghini traza una extensa filiación de la poesía graviniana: los gauchescos, el tango, Arlt, Olivari, Marechal, Borges, los saineteros. Gravino “trabaja deshechos, desperdicios de la poesía ciudadana, y hace su rara mezcla con los de la poesía aceptada, arquetípica”. El resultado, es cierto, suele adquirir un “aire de tango y de bolero”.
En muchos de los poemas seleccionados para esta antología (mínima, por cierto, respecto de una obra tan extensa ya), esa filiación exhibe apellidos ilustres, que a veces se potencian en su provocativa contraposición. Escritores: Kafka, Rimbaud, Borges, De la Púa, Vallejo, Michaux, Machado, Baudelaire, Quiroga, Discépolo, Poe, Neruda, Lorca. Músicos: Wagner, Charlie Parker. Pintores: Basaldúa, Van Gogh, Matisse, Chagall, Corot.
Una referencia parece todavía más interesante: Raymond Chandler. No sólo por lo extraño de la mención en un poeta, sino porque Gravino comparte con ese gran narrador un recurso que Fredric Jameson ha destacado sutilmente; se trata del uso de objetos, de marcas —no sólo en sentido comercial— que connotan una cultura altamente semiotizada, en especial la urbana (actual o pasada): liquid paper, cepita de uva, cigarrillo le mans, jabón odex, detergente cierto. Así, la poesía entra en lo cotidiano y, a su vez, lo cotidiano se extraña de sí mismo (a lo cual contribuyen las minúsculas, que Gravino usa tan bien).
Eso es, de nuevo: entrar y salir de la poesía, de lo poético. Jorge Perednik lo ha expresado con precisión (en el prólogo a Hilda, calesita mía): “Cualquier poeta conoce los límites de lo que el saber marca como poesía, y queda marcado por ese saber.” Gravino se atreve a ponerse “afuera de ese saber”, y llega a producir “poemas ‘extra-poéticos’”, esos que están formados por las “palabras vacías y llenas… que el amante dice a un oído individual y que son parte del lenguaje privado e íntimo de una erótica”. He aquí la profunda (no anecdótica) relación entre poesía y erotismo: una y otro se instalan en los bordes del lenguaje, donde las nociones de “código”, “referente”, “enunciado” empiezan a pervertirse. Y donde tabú y goce se entrelazan (porque para eso están).
Antonio Aliberti (en su prólogo a Buenos Aires, comedia) anota certeramente que la poesía de Gravino tiene “características épico-fantásticas”, que elabora, o reelabora, “mitos ciudadanos” en los que explora “la relación entre ‘personajes’ y ‘paisajes’”. Vale. Pero lo extraordinario es que, al mismo tiempo, el poeta reflexione sobre su propio instrumento de trabajo, lo cual, si bien ya es un nuevo canon de la crítica, no deja de ser una de las grandes dificultades teórico-prácticas que enfrenta todo escritor. ¿Poesía sobre la realidad o poesía sobre la poesía? La respuesta no es tan fácil como se cree. 

cielo,
cielo de celuloide,
cielo de las novelas y la t.v.,
cielo de los poemas:
palabra cielo

Esta antología no siguió, no pudo seguir, más criterio que la arbitrariedad del gusto de quien tuvo el placer de hacerla. Y la relatividad de un ordenamiento cronológico que no sugiere una evolución sino la pertinencia de ciertas dataciones.

llenó de carnavales los 50
y va ahora por las rutas del hambre:
piqueteros
le permiten pasar

                       (“fangio”)




Gravino y los objetos


Espero que se me perdone la autorreferencia (o, al menos, que valga la pena): de mi prólogo a la antología de Amadeo Gravino, quisiera destacar dos puntos, uno para —meramente— repetirlo y otro para —brevemente— ampliarlo.
El primer punto es el placer que tuve de hacer esta antología. Y que ella siguió sólo este criterio, además del cronológico. Elegí aquellos poemas que más me gustaban de una serie de libros de Gravino que van desde 1987 a 1997, diez años de producción poética constante. Personalmente, prefiero este tipo de “seguimiento” de la obra de un poeta. Es indudable que la poesía es, en cierto sentido clásico, intemporal, eterna, etc. Pero en otro sentido es importante reconocer que la poesía está fechada como cualquier otra cosa, obra literaria o no. El problema será, en todo caso, ver qué hace un poeta en particular con esa cualidad inevitable, cómo la procesa para que no sea una pura limitación.
Y esto me lleva al segundo punto, el que quiero ampliar.
En el prólogo, me referí —con cierta sorpresa— a la mención de Raymond Chandler. Es de un poema del libro Caricaturas de Viuti por Ciudad Gótica (1990), que dice: 

escribió Raymond Chandler
                 “... por esas calles mezquinas
                 tiene que caminar el hombre
                 que no es mezquino,
                 ni está corrompido ni asustado...”

Estaba yo relevando una serie de nombres propios, de artistas y escritores que aparecen en Gravino, me llamó la atención esa mención y en seguida la relacioné con una característica de su poesía que se refleja en los poemas de la antología.
Escribí: “Una referencia parece todavía más interesante: Raymond Chandler. No sólo por lo extraño de esta mención en un poeta, sino porque Gravino comparte con ese gran narrador un recurso que Fredric Jameson ha destacado sutilmente; se trata del uso de objetos, de marcas —no sólo en sentido comercial— que connotan una cultura altamente semiotizada, en especial la urbana (actual o pasada): liquid paper, cepita de uva, cigarrillo le mans, jabón odex, detergente cierto.
Así, la poesía entra en lo cotidiano y, a su vez, lo cotidiano se extraña de sí mismo (a lo cual contribuyen las minúsculas, que Gravino usa tan bien).”
Ahora quisiera ver más de cerca esta cuestión, y para eso voy a citar in extenso a Fredric Jameson. Dice el crítico norteamericano, a propósito de la obra de Raymond Chandler:

“Los libros de Chandler pertenecen (...) a una era de productos estables, en la cual el sentimiento de energía creativa ya no se encarna en el producto: éstos simplemente están allí, en el fondo industrial permanente que ha llegado a parecerse a la naturaleza misma. Aquí, la tarea del autor consiste en hacer el inventario de estos objetos, en demostrar, gracias a la exhaustividad del catálogo, la eficacia de su manejo del mundo de las máquinas y los productos industriales; y es en ese sentido que funcionan las descripciones de muebles o de vestimentas femeninas en Chandler: como una nominación, una marca de experiencia y saber práctico. Y en los límites de esta clase de lenguaje, el nombre de las marcas mismas. (...) La percepción de los productos con los que está equipado el mundo que nos rodea precede y da forma a la percepción de las cosas-en-sí-mismas. En un principio, utilizamos los objetos, y sólo con el tiempo aprendemos a apartarnos de ellos para contemplarlos con desinterés, y es de esta manera que la naturaleza comercial de nuestro entorno influye y da forma a la producción de las imágenes literarias, marcándolas con un determinado carácter de época.”*

Jameson propone que parte del encanto actual que tienen los libros de Chandler radica en el sentimiento de nostalgia. Bueno, si hay un sentimiento que aparece persistentemente en los poemas de Gravino —además del amor, por supuesto—, es el de la nostalgia. Es lo que tiene de tango, obviamente (a mi parecer, más aun que su forma de representar el entorno urbano):

las noches de bánfield
eran húmedas,
perfumadas de pasto,
                 de lavanda,
                 de ruda;
y yo andaba,
loco de ginebra,
apedreando los trenes
que trituran el tiempo
                 mis 30 años

Nostalgia que es de personas, de épocas, de lugares, pero también de objetos; objetos que, en cierta manera, evocan a esas personas, épocas y lugares, ligados todos a su uso o por lo menos a su percepción naturalizada. Hasta se puede sentir nostalgia del presente, porque permanentemente, y cada vez más veloz, se fuga hacia un pasado irrecuperable (“Escribo sobre la luz”, dice Gravino).
“La atmósfera de un período determinado se cristaliza en primer lugar en sus objetos”, dice Jameson. Sin dudas, Gravino sabe captar estilísticamente esa atmósfera cristalizada en objetos. Pero lo hace de un modo “prosaico”, de manera que puede llegar a tensar el poema hacia sus límites, sean éstos cuales fueren. Yo decía en el prólogo: “hacer poesía es tentar los límites de la poesía, estar en ella con un pie afuera y otro adentro (pero ¿cuál es cuál?)... entrar y salir de la poesía, de lo poético”. Jorge Perednik lo expresó con precisión (en el prólogo a un libro de Amadeo, Hilda, calesita mía): “Cualquier poeta conoce los límites de lo que el saber marca como poesía, y queda marcado por ese saber.” Gravino se atreve a ponerse “afuera de ese saber”, y llega a producir “poemas ‘extra-poéticos’”.
Pero esto no es sólo un desafío personal, técnico, por así decir; es también una forma de explorar las fronteras actuales de la poesía, respondiendo a la pregunta permanente: ¿qué es poético y qué no lo es? Así, el poeta reflexiona sobre su propio instrumento de trabajo: esto ya es un lugar común, un nuevo canon de la poesía y de la crítica, pero no deja de ser una de las grandes dificultades teórico-prácticas que enfrenta todo escritor. “¿Poesía sobre la realidad o poesía sobre la poesía? La respuesta no es tan fácil como se cree.”
Por eso, los objetos, en Gravino, sobre todo esas marcas que mencioné antes, tienen un efecto parecido al de ver viejas propagandas por televisión, pero en un contexto donde el choque que producen aspira a mucho más. Son marcas de lo cotidiano, de una experiencia vital compartida, de lo prosaico, de un “afuera” de la poesía, que se incrustan en ella sin destruirla pero —tampoco— sin ser del todo absorbidas. Y en esta tensión no resuelta está la apuesta fuerte de la poesía de Gravino (o una de ellas). El resultado de la apuesta, subirla o retirarse, queda del lado del —afortunado— lector de esta antología.


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* Fredric Jameson, “Sobre Raymond Chandler”, trad. de Carlos A. Gamerro, en Daniel Link (comp.), El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, Buenos Aires, La Marca, 1992. (Original: “On Raymond Chandler”, en Most, G. y Stowe W. [eds.], The Poetics of Murder, Nueva York, HBJ, 1983.)

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