Parte segunda
El acto de leer
I
—¡Oh! Señor, las guerras más complicadas del mundo,
las campañas más difíciles y peligrosas, se han concebido y dirigido, muchas
veces, desde el fondo de los gabinetes por hombres que jamás tuvieron en sus
manos otra cosa que una pluma.
José Mármol, Amalia(1)
Ya se dijo: Paz escribe cuando no puede pelear.
En dos ocasiones: 1839, cuando Rosas lo tiene preso “con la ciudad
(Buenos Aires) como cárcel”, y 1848, semirretirado en Río de Janeiro, el mismo
año de la muerte de su esposa.
La afirmación es obvia, pero también lo suficientemente amplia como para
permitir varias derivaciones.
Es cierto que el fragor de la
campaña militar no parece, a primera vista, un buen telón de fondo para la
actividad memorialística. Pero esto habría que verlo mejor. Después de todo,
gran parte del trabajo militar
consiste en la redacción de órdenes, arengas y partes, actividad a la que Paz
es particularmente afecto, como destacan sus biógrafos.(2) Y, por otro lado, la
“impotencia” a la que es reducido el militar inactivo (involuntariamente, en el
caso notorio de Paz) se presta a actividades compensatorias.
Entonces, Paz escribe.
No es casual que empiece a hacer el relato de lo más reciente: las guerras
civiles, sus triunfos ante Quiroga, su captura en el mejor momento de la
campaña. Urgencia por explicar lo inexplicable, por rellenar con palabras ese
inmenso hueco que se abre en su vida, sus años de prisión, primero con López,
después con Rosas, hueco en el que, sin embargo, han ocurrido muchas cosas (su
casamiento, el nacimiento de hijos). Pero, también, han ocurrido muchas otras
cosas “afuera”, sin su presencia, sin su marca. Es esta ausencia de marca(3) la
que quiere restañar con su pluma, ya que la espada (o esa lanza que, “manco”,
apenas puede blandir) debe estar forzosamente embotada.
Pero no sólo escribe. También lee. Cuando puede...
“La lectura era mi sola distracción, pero era dificilísima en un país [Santa
Fe dominada por Estanislao López] donde se carece de libros; es portentosa la
falta que hay de ellos; sólo puede explicarse por la universal desaplicación
que reinaba en todas las clases” (II, 29).
La escasez de libros en el país es un tópico; no sólo en Paz, por supuesto:
Sarmiento también lo merodeó, al igual que toda su generación. Los libros, como
emblemas evidentes de la civilización, brillaban literalmente por su ausencia
en la barbarie de las Provincias Unidas.(4) Pero en Paz este fastidio tiene sus
matices propios. Primero, el aportado por el filtro de su mirada militar:
“A los militares de nuestro país es a los que menos se puede aplicar lo
que se dijo de César: que sabía hablar y
escribir, como sabía pelear; y a la verdad que son dignos de disculpa.
[...] Para colmo de dificultades, la escasez de libros, principalmente en el
ejército que operaba en el interior era absoluta, de modo que aunque alguno
quisiera aprovechar mejor su tiempo, le era imposible conseguirlo. [...] Con
tales antecedentes, ¿qué extraño es que no haya habido quien escriba los hechos
militares de nuestros ejércitos, y que yo mismo, al redactar estas Memorias,
sienta las dificultades que son consiguientes a la falta de ejercicio? Sensible
me es, ahora más que nunca, no haber cultivado este talento, para dejar una
cosa más digna del asunto que trato, y del objeto que me propongo. A cada paso
tropiezo con mi falta de costumbre en este género y además no escribo sino a
intervalos y sujetándome a largas y profundas interrupciones” (II, 219).
Sus impulsos de destruir lo que ha escrito son constantes. Pero ¿serán
sinceros? ¿Acaso no quiere llenar también ese vacío, el de bibliografía sobre
su época? (Después de todo, el que suscribe, mucho más modestamente, pretende
llenar también un hueco, el de la bibliografía sobre Paz, escritor.)
Escribe con poco material a mano para confrontar,
como en un campo de batalla (apenas) imaginario:
“A mí, sin documentos, sin papeles de ninguna clase, sirviéndome únicamente
de mi memoria y después de más de treinta años de transcurso, me sería
imposible hablar más detalladamente” (I, 129).
“Puedo asegurar que nada de esencial omito en esta relación, pero puede
muy bien ser que olvide algunas circunstancias, o cláusulas accidentales, porque
mis papeles privados fueron destruidos cuando caí prisionero, y de los de otra
clase no tengo uno solo a la vista: todo lo que escribo es conservado en la memoria,
y, por lo mismo, deberá tenerse en consideración si alguna cosa pequeña se me
escapa...” (I, 204).
Pero, en la segunda etapa de su escritura, casi definitivamente retirado,
ya tiene más a mano otros materiales. Lee las Memorias de Lamadrid, Belgrano y otros memorialistas, y polemiza
intensamente con ellos.
La edición corriente de las Memorias
póstumas comienza cronológicamente con esta significativa declaración:
“La lectura del fragmento de una
Memoria sobre la batalla de Tucumán, escrita por el virtuoso y digno
general Belgrano, me ha hecho recordar
aquellos hechos de que fui testigo y actor, aunque en una edad muy temprana y
una graduación muy subalterna, y excitado
el deseo de hacer sobre ella algunas observaciones y, si me fuese posible,
concluirla. Me esforzaré a llenar mi intento, pero advirtiendo: Primero, que
hace más de treinta y seis años que tuvieron lugar aquellos sucesos; Segundo,
que no tengo para referirlos otro auxiliar que mi memoria; Tercero, que siendo
entonces un teniente y estando en el primer aprendizaje de mi carrera, no pude
juzgar sino por lo que vi u oía algunos oficiales jóvenes como yo (con poca
excepción), ni debí apreciar los hechos como me ha sucedido después, con el
auxilio de la experiencia. Es, pues, en cierto modo, una ventaja que esta
ocurrencia me venga tan tarde, y además, concurre la de que no podían entonces
ni ahora agitarme las pasiones de ese tiempo, de modo que puede casi decirse
que me ocupo de sucesos de que no soy contemporáneo” (I, 17, subrayados míos).
Algunos de estos “adversarios de papel” son historiadores:
“Ahora llama mi atención, con preferencia, la muy importante descripción
que hace de la batalla de Tucumán el historiador español don Mariano Torrente,
que acabo de ver en este momento” (I, 37).
“El enemigo no dio lugar a todo
esto, pues nos atacó antes que se verificase la deseada reunión, y sólo es
cuando he leído la obra de Torrente que he sabido distintamente lo que motivó
esta resolución” (I, 64).
Sin duda, es el increíble Lamadrid el sujeto preferido de sus cargas:(5)
“Puesto ya en campaña, no se nos muestra en sus Memorias como un jefe emprendedor y valiente hasta la temeridad,
que abogaba siempre por las operaciones atrevidas, y por llevar la ofensiva a
todo trance. Muy al contrario, se retrata un hombre en extremo prudente,
conciliador, calmoso, moderado, lleno de horror al derramamiento de sangre
humana” (I, 195).
“Me causa risa oír decir al general Lamadrid que él batió a López en la
Herradura con trescientos hombres, sin que entrasen todos en acción. En otra
parte he detallado este combate: ahora sólo diré que el general La Madrid abusa
de las palabras. [...] en varias partes de sus Memorias dice, pura y
simplemente, que él derrotó a Quiroga en
Oncativo y la Tablada...” (I, 197).
“Ocurre aquí una singular contradicción con lo que han dicho otros no menos equivocados que el señor Lamadrid,
que pondrá en conflicto al futuro historiador de nuestras guerras civiles” (I,
198, subrayado mío).
El “trauma de Arequito”, como ya lo he llamado, es un punto fuerte que le
exige esta confrontación con las opiniones de otros (el desorden, la rebeldía son los fantasmas principales de
Paz, que debe exorcizar primero en él mismo; qué terrible debió resultarle que
otros se los echaran en cara):
“¿Produjo bienes el movimiento de Arequito? ¿Fue causa de los males que
sufrió en seguida el país? ¿Precavió otros mayores? Sin él, ¿se hubiera constituido
la República? Cuestiones son éstas que yo no sabré resolver...
No me empeñaré en justificar el movimiento de Arequito, pero si él fue un
error, no puede desconocerse que se ha
empleado generalmente una severidad y acrimonia inaudita para juzgarlo. Si
la misma se hubiese usado respecto de otras asonadas de no menor consecuencia,
y más notables por su prioridad, podría creerse que las censuras eran fruto de
la sinceridad y de principios establecidos; pero no ha sido así, y hemos visto
que los mismos que capitanearon sediciones en grande escala, que desconocieron
los primeros las autoridades nacionales, que concurrieron también activamente a
derribarlas, cuando se han permitido hablar de Arequito, lo han hecho con un
lenguaje cáustico, y séame lícito decirlo, han hecho sus acusaciones con una
solemnidad que, de puro afectada, tenía visos de cómica.
Por ejemplo: un general que me ha disputado mil veces la prioridad y la
superioridad de sus derechos al honroso título de argentino, al hablar del movimiento
de Arequito en una nota con que acompañó una memoria del general Belgrano, lo
ha hecho con un tono, con un énfasis aún más solemne que el que emplean los
rancios aristócratas de Francia al designar los regicidas del año 1793 [...].
Todo esto, a mi modo de ver, no significa sino que él y quizás otros se la
tenían guardada a los de la revolución de Arequito, y no pierde la esperanza de
sacársela a su tiempo y oportunidad” (I, 174-175, subrayado mío).
“Cuando he dicho desde entonces, quiero significar desde Arequito, porque
a pesar de que no mire ese suceso como lo
hacen Álvarez y otros...” (I, 182, subrayado mío).
Paz no deja de ser consciente de la estrategia
discursiva de los otros (lo que de alguna manera supone que él tuvo, tiene o
tendrá también una estrategia):
“Es de notar la imprudente inexactitud con que el historiador español
Torrente hace subir nuestras filas en todas las batallas, para hacer más gloriosos los triunfos que llegaron a obtener las tropas
reales” (I, 76, subrayado mío).
En definitiva, lo que quiero demostrar es otra obviedad: el discurso de
Paz se elabora en confrontación con otros discursos, con los discursos de los
otros. “¡Como todo discurso!”, se dirá, con razón. Pero en las “Memorias” (como
género, y en nuestro país en particular) esto es fundamental, porque se ponen
en juego mucho más que “individuos” y, a pesar de su confrontación aparentemente
individual, de sus aristeias menos que homéricas, hay un
acuerdo fundamental: “Nosotros hicimos la Patria, esto está claro; ahora
discutamos cómo la hicimos.”
Pero nada es tan fácil.
II
Íbamos de viaje un cierto día, mi hermano, señor de
la Brousse, y yo
durante las guerras civiles, cuando nos encontramos con un hombre de porte
educado. Pertenecía al bando opuesto al nuestro, pero lo ignorábamos porque
se hacía pasar por cosa distinta. Lo peor de estas guerras es que los mapas
son tan indefinidos que no podéis distinguir a vuestro enemigo por ningún
signo externo, ni por la lengua, ni por la indumentaria, alimentado como
está por las mismas leyes, los mismos hábitos, el mismo aire; es pues
difícil evitar la confusión y el desorden (Montaigne, Essais, II, 5).
durante las guerras civiles, cuando nos encontramos con un hombre de porte
educado. Pertenecía al bando opuesto al nuestro, pero lo ignorábamos porque
se hacía pasar por cosa distinta. Lo peor de estas guerras es que los mapas
son tan indefinidos que no podéis distinguir a vuestro enemigo por ningún
signo externo, ni por la lengua, ni por la indumentaria, alimentado como
está por las mismas leyes, los mismos hábitos, el mismo aire; es pues
difícil evitar la confusión y el desorden (Montaigne, Essais, II, 5).
Por más que interrogaban al paisaje, nada advertían.
Leopoldo
Lugones, La guerra gaucha(6)
... intento mostrar cómo siempre se utilizó la
información para hacer la guerra.
Imágenes, información, sonido, estos elementos son esenciales para hacer una
guerra y no sólo para representarla.
Paul Virilio(7)
Leer, también se lee un campo de batalla.
Paz, justamente, se especializa en describir una batalla que antes ha leído.(8) Pero hay muchas dificultades
en esta lectura-descripción. Veamos esta preterición:(9)
“Debo advertir que, por las singulares peripecias de este sangriento drama,
es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse, no obstante
el corto número de combatientes” (I, 24).
A veces, el punto de vista único perjudica la comprensión global de los
hechos. Otras, por el contrario, demasiados puntos de vista impiden lograr una
visión única y coherente.
“En esas conversaciones eternas que sobrevienen después de una batalla,
en que cada uno refiere lo que ha sucedido en el punto en que se ha encontrado
y el modo como comprende el conjunto de la acción, suelen tomarse ideas de lo
que no se ha podido presenciar personalmente. En la de Tucumán me sucedió lo
contrario; pues, después de oídos innumerables detalles, nunca pude coordinarlos
para formar un juicio exacto de los movimientos de ese día de confusión y de
gloria, de ese día solemne y de salvación para nuestra patria” (I, 27).
También puede volver la habitual modestia del memorialista, esta vez para
declararse incapaz de referir lo irrepresentable, el mundo de lo sensorial. (¿O
de lo emocional?)
“Hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y
explicar; al menos yo no me encuentro capaz de ello” (I, 41).
Paz se encuentra más cómodo en lo exterior, en el campo de batalla:
“Mas, para que se entienda mejor, quiero hacer una sucinta descripción
del campo que fue teatro de este desgraciado combate” (I, 124).
Su descripción del llano de La Tablada —y de la célebre batalla que tuvo
lugar allí (I, pp. 227 y ss.)—, por ejemplo, es brillante, y cualquier escritor
la envidiaría.
El campo de batalla es una especie
de texto esencial (como las Sagradas Escrituras). Está repleto, pleno, de signos que deben ser
decodificados, en una lectura realmente agonal, porque cada signo remite a
posibilidades de vida y de muerte. Un monte, un charquito, una cubierta, un
pantano, una loma: lugares para esconderse o ser emboscado, para retomar
fuerzas o arrinconar al enemigo. Lugares donde el enemigo está, estuvo o estará. Paz aparece a veces (muchas
veces) como el mejor preparado para leer esos signos, que sólo él ve —o que él
ve mejor que otros, mejor que sus contrincantes— y decodifica. La suerte de las
batallas se juega, entre otras cosas, en esta tarea perceptivo-interpretativa.
Paz no deja de ser una especie de baqueano
ilustrado, oxímoron muy interesante, que nos remite, por un lado —el
negativo—, a los célebres arquetipos sarmientinos, y por el otro —el positivo—,
al personaje ubicuo, casi omnisciente, que Mansilla construye de sí mismo en Una excursión a los indios ranqueles.
Sin embargo, no siempre es así, en realidad. A veces, Paz no tiene más
remedio que admitir la extraordinaria complejidad de toda esta “semiótica bélica”.
Para ver un ejemplo de esto, nada mejor que remitirse a la extraordinaria
escena en que —luego de la batalla de Tucumán— interroga a un “soldado”, sin
saber de qué bando es:
“Me permitiré hacer relación de un incidente particular en este día, para
mí tan fecundo en lances personales, de los que, aunque omita algunos, no dejaré
de referir los que ofrezcan más interés. [...] Siguiendo nuestra marcha descubridora, por un campo sembrado de
cadáveres y de armas, de baúles destrozados y de toda clase de restos de
equipajes, incluso el coche del general Tristán, repentinamente se me apareció
un soldado a pie, a quien no había visto hasta que estuve muy inmediato, porque
estaba agachado. Mi pregunta primera fue para saber qué fuerza era la que teníamos al frente, y él sin
desconcertarse, me contestó: ‘Es nuestra.’ ‘Pero bien’, le dije, ‘¿y usted a
qué ejército pertenece?’ ‘Al nuestro’, volvió a contestarme. ‘Mas, ¿cuál es el
nuestro?’, le pregunté por tercera vez, y su contestación era la misma: ‘El
nuestro.’ Lo que probaba que él ignoraba
también con quién hablaba. Para hacerlo expresarse con claridad, quise
asustarlo y sacando una mala pistola que cargaba, le dije: ‘Hable usted la
verdad, o lo mato’” (I, 301, nota 14, subrayado mío).
Búsqueda de información en un medio esencialmente opaco, sí, pero sobre
todo metáfora de una guerra que también fue civil (¡preguntarle sobre el enemigo precisamente a alguien que no se sabe si
es el enemigo!), en cierto sentido; y que luego lo sería del todo.
Y, en la misma batalla, otra escena
excepcional (subrayo “escena”, pero eso no debería ser necesario para llamar la
atención sobre la riqueza de esta palabra), que de alguna manera prefigura
otra, mucho más definitiva, la de su captura:
“Buscando al general Belgrano por entre aquella batalla, que contribuía a
hacer más confusa la humareda, el polvo y una densísima nube de langostas, que
casualmente acertaba a pasar por encima (muchos nos creímos momentáneamente
heridos de bala, cuando estos animalejos nos daban de golpes por el rostro o
por el pecho), me dirigía un cuerpo de infantería que se me ofreció sobre mi
camino; había suspendido sus fuegos, y al parecer se reorganizaba. A distancia
de cuarenta pasos comencé a dudar, y luego me apercibí que era enemigo: al dar
vuelta mi caballo, conocieron también que no les pertenecía, y me saludaron con
media centena de tiros, que felizmente no me tocaron. Cosas semejantes y aun
peores sucedieron a otros” (I, 300, nota 10).
Y, también, Paz debe confesar su impotencia, su ceguera práctica frente a
lugares que no conoce.
“Estas noticias no eran aún positivas, y era muy difícil tenerlas exactas
por la falta de prácticos en el país” (I, 201).
Y esto nos lleva, ahora sí, a los fragmentos sarmientinos tan conocidos.
Veamos algunos (hiperbólicos) ejemplos:
“Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas,
en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en
que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas
de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero,
suelto o tirado, cargado o de vacío; ésta es una ciencia casera y popular.”(10)
“El baqueano es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos, veinte
mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más
completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de
su campaña. El baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una
tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el
éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él. El baqueano
es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él plena
confianza.”(11)
El “general”, en nuestro caso Paz, no siempre puede
confiar —si es que alguna vez— en aquellos que justamente suelen ser sus
enemigos naturales, bien porque pertenecen a la tierra que él está conquistando
o por su mera condición de gauchos, de nativos. (Después de todo, sus
ejércitos, disciplinados y todo, “ilustrados” y todo, no estaban formados
precisamente por doctores y escribientes.)(12)
En Sarmiento, se sabe, estas cualidades de los baqueanos y rastreadores
(de todo gaucho, recordemos), resultan sutilmente descalificadoras, siendo como
son atributos de una suerte de mentalidad o conformación esencialmente
primitiva. Quiroga, Rivera y Rosas, por ejemplo, las comparten, con grados y
matices, lo que confirma su desvalorización.(13)
Carlo Ginzburg, en un muy interesante y citado artículo,(14) ha hablado
de un “paradigma indiciario”, sistema de conocimiento que no por primitivo deja
de caracterizar a modos más modernos y “científicos”. Otra vez voy a permitirme
citar in extenso:
“Durante miles de años la humanidad vivió de la caza. En el curso de sus
interminables persecuciones, los cazadores aprendieron a reconstruir el aspecto
y los movimientos de una presa invisible a través de sus rastros: huellas en terreno
blando, ramitas rotas, excrementos, pelos o plumas arrancados, olores, charcos
enturbiados, hilos de saliva. Aprendieron a husmear, a observar, a dar
significado y contexto a la más mínima huella. Aprendieron a hacer complejos
cálculos en un instante, en bosques umbríos o claros traicioneros. Sucesivas generaciones
de cazadores enriquecieron y transmitieron este patrimonio de saber. [...]
‘Descifrar’, ‘leer’ las huellas de animales son metáforas. Pero vale la pena
tratar de entenderlo literalmente, como la condensación verbal de un proceso
histórico que lleva, a través de un espacio de tiempo muy largo, a la invención
de la escritura. La misma conexión es sugerida en una tradición china que explica
los orígenes de la escritura, y según la cual ésta fue inventada por un alto
funcionario que había observado las huellas de un ave en la orilla arenosa de
un río. [...]
Es legítimo hablar de un paradigma indiciario o adivinatorio orientable
hacia el pasado, o el presente, o el futuro, según el tipo de conocimiento invocado.
[...] Pero detrás de ese paradigma indiciario o adivinatorio, se vislumbra el
gesto quizá más antiguo de la historia intelectual humana: el del cazador agazapado
en el barro, examinando las huellas de una presa. [...]
En todo caso, estos tipos de saber eran más ricos que lo escrito por
cualquier autoridad sobre el tema; no se aprendían en los libros, sino de
oídas, en la práctica, observando; apenas si podía darse una expresión formal a
sus sutilezas, y no podían reducirse a palabras; eran el legado —en parte
común, en parte diversificado— de hombres y mujeres de toda clase. Estaban
enhebrados en un hilo común: todos nacían de la experiencia, de lo concreto e
individual. Y esa cualidad de concreto era a la vez la fuerza de esa clase de
conocimiento y su limitación; no le permitía hacer uso del poderoso y terrible
instrumento de la abstracción. [...]
La realidad es opaca; pero existen ciertos puntos privilegiados
—indicios, síntomas— que nos permiten descifrarla. [...]
Se trata de formas de saber que tienden a ser mudas...”
La cita valió la pena, espero. Parecen oírse “a trasluz” (si se me
perdona esta especie de sinestesia) ecos del paradigma sarmientino: del indicio
al símbolo, de lo concreto a lo abstracto, lo que se modifica es la barbarie
—incluso en sus formas más “respetables” o, incluso, admirables—, hacia la civilización. Sarmiento aspira
a superar o, por lo menos, absorber esa forma primitiva de saber que exhibe el
baqueano-rastreador. (Insisto en que sólo Mansilla fue tan osado como para
asumir en su propio —y sobrevalorado— cuerpo esa dudosa melange, si bien de una forma que rozó la parodia.)
Muy cierto: la realidad es opaca. Pero esto no obedece sólo a circunstancias
“naturales” (signifique lo que signifique tal atributo), sino también a
condiciones históricas. Los sujetos de la percepción, obvio es decirlo, son históricos.
Y la mirada de Paz —ya lo dije— es tan eficaz a veces como inútil otras. Ya
vimos que en ciertas ocasiones ni siquiera sabe dónde está, quién es el enemigo.
Lo que le juega en contra, de hecho, es la historia. Su historia, la del país,
en lo que tienen de paralelas y de, inevitablemente, contradictorias.
De hecho, cae prisionero, en el apogeo (?) de su campaña,(15) luego de
sus simbólicas victorias frente a las montoneras de Quiroga y cuando se dispone
a marchar sobre López, precisamente porque la partida de este último que lo
atrapa tenía las mismas divisas que los
ejércitos de Paz.(16)
Pero hay algo más... Dice Paz:
“No puedo juzgar de la operación en cuestión con exactitud, porque ni
conozco los lugares (en nuestro país no puede hacerse consultando las cartas
geográficas, porque no las hay y mucho menos topográficas)...” (II, 89).
¡No hay cartas geográficas como no hay libros! (Ver supra.)(17)
Es oportuno recordar aquí que Benedict Anderson(18) ha estudiado extensamente
el papel del mapa en la constitución de la “comunidad imaginada” que resulta
ser toda nación.
“El mapa mercatoriano, llevado por los colonizadores europeos, empezaba,
gracias a la imprenta, a moldear la imaginación de los asiáticos del Sudeste.
[...] Hasta el ascenso al poder, en 1851, del inteligente Rama IV [...], sólo
dos tipos de mapas existían en Siam [...]. El segundo tipo, totalmente profano,
consistía en unas guías diagramáticas
para campañas militares y barcos costaneros. [...] En 1882, Rama V
estableció una escuela de cartografía en Bangkok. [...] La tarea, por decirlo
así, de “llenar” estos recuadros, sería realizada por exploradores,
agrimensores y fuerzas militares. En
el sudeste de Asia, la segunda mitad del siglo XIX fue la edad de oro de los
agrimensores militares-coloniales [...]. Triangulación por triangulación, guerra por guerra, tratado por tratado,
avanzó la alineación del mapa y el poder. [...] ‘El mapa se anticipaba a la
realidad espacial, y no a la inversa. [...] Un mapa era necesario, ahora, para
los nuevos mecanismos administrativos y para
las tropas para reforzar sus pretensiones. [...] El discurso de los mapas
fue el paradigma dentro del cual funcionaron y sirvieron las operaciones administrativas y militares’
(Thongchai). [...] la aparición, en especial a fines del siglo XIX, de los
“mapas históricos”, destinados a demostrar en el nuevo discurso cartográfico la
antigüedad de unas unidades territoriales específicas delimitadas con claridad.
Por medio de secuencias cronológicamente dispuestas de tales mapas surgió una
especie de narrativa político-biográfica del reino, a veces con vastas
profundidades históricas.” (Todos los subrayados son míos.)
La ausencia de mapas, remite, entonces, a dos aspectos. Por un lado, paralelamente
a la falta de una cultura letrada (un “capitalismo de imprenta”, diría
Anderson), alude a un estadio de civilización primitiva —si vale el cuasi oxímoron—
que Paz deplora tanto como Sarmiento, aunque menos pomposamente. Por otro, a la
realidad de un conglomerado geográfico impreciso, en el que cada provincia o
región es un “país”,(19) escasamente unido a las otras, con las cuales muchas
veces está separada, más que por accidentes geográficos (o políticos), por
¡aduanas interiores! Volvemos a considerar aquí, entonces, la importancia del
baqueano: “La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y
misteriosa”, dice Sarmiento, y no era para menos. El baqueano era la
encarnación misma (para usar una expresión que el sanjuanino hubiera aprobado)
de esas condiciones geopolíticas, económicas y perceptivas. Los caudillos, Rosas sobre todo(s), comprendieron a
su manera esas limitaciones.(20)
Paz, en cambio, parece no resignarse. ¿Cómo no iba a caer prisionero, boleado?(21)
No hay guerra sin representación, dice, apropiadamente, Paul Virilio.(22)
... la historia de las batallas es
primeramente la de la metamorfosis de sus campos de percepción. Dicho de otra manera, la guerra consiste menos en lograr victorias
“materiales” (territoriales, económicas...) que en apropiarse de “la
inmaterialidad” de los campos de percepción [...] Casi desde el origen, el
campo de batalla es un campo de percepción [...]. Cuando él creaba un campo de
batalla, la mirada de Napoleón (o la de Griffith...) le permitía absorber a la
vez previsión, decisión, restituir organización y control con una rapidez sin
igual, sin olvidar detalle. Pero cuando la guerra napoleónica, en 1812, se extiende
en la inmensidad rusa y se puebla de medio millón de hombres sólo del lado
francés, este tipo de organización visual se derrumba logísticamente. Estaba lejos
el tiempo en que Federico II y algunos otros llegaban a ver formarse y evolucionar,
en tamaño natural sobre el terreno, un orden de batalla tan regular, figuras
tan geométricas como las antes proyectadas sobre el papel. Los ejércitos
estaban ahora compuestos de numerosos cuerpos móviles que debían atacarse no
sin dificultades en el curso de la acción, a continuación de órdenes dadas fuera de su propio campo visual.”(Los
subrayados son del autor.)(23)
Entonces, he aquí uno de los nudos
del “problema Paz”. No se trata de que fuera un artillero matemático, como decía Sarmiento, sino de que era (quería,
debía ser) un caballero semiótico.(24)
Él podía “crear un campo de batalla” con su mirada, pero también quería ver lo que iba a suceder en la historia,
en la política, en la patria.
“Veía en perspectiva todos los desastres que luego sufrió nuestro
ejército, y las desgracias que iban de nuevo a afligir a nuestra patria” (I, p.
107, subrayado mío).
“Desgraciadamente, acerté en mi profecía.” (I, p. 118).
En estas citas, Paz se muestra (quiere mostrarse) visionario, palabra que, extrañamente —significativamente—, se
refiere al tiempo. Y donde, de alguna manera, también se alude a una relación
percepción-política
“Casi con la revolución de Mayo tuvieron nacimiento los partidos que han
despedazado después la República. El movimiento del 5 y 6 de Abril, de que hace
mención la Memoria, fue el primer paso anárquico, después del establecimiento
de la Junta Provisoria del año de 1810. Por poco que se medite, un ojo medianamente ejercitado puede
entrever en esos primeros partidos, no obstante
las infinitas y aun esenciales modificaciones que han sufrido, el origen de
las dos fracciones que hasta ahora dividen la República Argentina” (I, p. 18,
subrayado mío).
En síntesis, no podemos dejar de volver a Lo Mismo. Paz, el guerrero Paz,
el Manco Paz, el boleado Paz, necesita hacerse un personaje de sí mismo, un
estratega de —antes que nada— su propia identidad.
III
En efecto, dice Lejeune que la autobiografía es “una escritura segunda,
en la que el escritor transforma, al volver sobre sí mismo, la escritura que
había primero elaborado para ‘decir el mundo’”.
Estas dos escrituras (disposición de los signos en el espacio “exterior”
y disposición de los signos en el espacio “virtual” de la memoria) producen la prosa autobiográfica, en
este caso memorialística.
Y la memoria de Paz quiere ser disciplinada (como sus ejércitos), pero a
veces se le rinde al caos de la polémica, de la digresión, del hipertexto.
Ver, si no, todos los embragues o modalizadores del tipo: “retomemos”,
“volvamos a”, “basta de esto”, etc.
Algunos ejemplos:
“Pero, ¿adónde voy? Quizá excedo los límites que me había propuesto” (I,
23).
“Suspenderé un momento mi narración...” (I, 56).
“Basta...” (I, 64).
“Forzoso me es detenerme en una consideración que, aunque parezca ajena
al objeto de esta Memoria, la juzgo de mucha importancia:...” (I, 62).
“Deseaba entonces seriamente que se abreviasen mis días. ¡Qué no piensa
un desgraciado! ¡Y yo lo era tanto! ¡Oh! sí; demasiado. Pero dejemos esto para
continuar mi narración” (II, 31).
Estas idas y vueltas de la escritura, estos movimientos como de ejércitos
o batallones en el combate, dependen también de la disposición real de éstos en la batalla (la
escritura se mimetiza espacialmente con las evoluciones militares):
“Dejaré las cosas en esta parte para luego volver a ellas, mientras me ocupo de nuestra derecha...”
(I, 67).
“Tuvo lugar aquí un singular
incidente que luego explicaré” (I, 79).
“Sin detenerme eché a andar a pie, tan ligero como podía, para tener que
correr otras aventuras de que luego me ocuparé; mas antes quiero explicar...”
(I, 79).
“Antes de seguir adelante con mi narración, me permitiré hacer algunas
observaciones críticas sobre esta acción...” (I, 80).
“Pero volvamos a las operaciones militares de que me he olvidado” (I,
109).
“Vuelvo a tomar el hilo de mi
narración, que suspendí para ocuparme de la reacción, y de donde
insensiblemente he pasado a dar una idea de la administración de los Madariaga”
(II, 280, subrayado mío).
En sentido espacial, incluso:
“Vuelvo al estrecho vallecito, cuyo nombre no recuerdo...” (I, 120,
el subrayado es mío).
Suerte de topología que vuelve una y otra vez en su escritura y que afecta
su visión —y expresión— de sí mismo (como vimos en la parte primera):
“[En Córdoba] Mi posición era la de uno que estuviese situado sobre una
mina accesible por todas partes, a la
que se propusiesen muchos aplicar la mecha y que al mismo tiempo se viese
acometido de una fiera” (I, 218, subrayado mío).
Ya lo dije: más tarde, Mansilla (en Ranqueles...)
va a hacer su propia topología-cartografía, con su característica ubicuidad...
Por cierto, muy distinta de la de Paz. ¿Muy distinta? No sé. Mansilla, en
cierto sentido, también es un derrotado, si no directamente por Rosas, por —podríamos
decir— por la época de Rosas. Pero
esto es, como se dice, otra historia.
Notas
(1) Amalia,
prólogo y notas de Carlos Dámaso Martínez, Buenos Aires, CEAL, 1979, p. 296.
Curiosamente, en la novela de Mármol no se menciona a Paz.
(2) Por ejemplo, ver Juan
Bautista Terán, op. cit., pp. 185 y ss., y, del mismo autor, “Paz escritor”, en
Boletín de la Academia Argentina de
Letras, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, abril-junio de 1925, pp.
173-200. Paz mismo dice: “Es increíble lo que yo he escrito en ese período de
mi vida pública...” (II, 161).
(3) La “escritura de la
memoria”, así, lucha a la vez contra la castración y el olvido. Funes el
memorioso no necesita escribir, porque no puede olvidar. ¿Como Dios? Pero Dios,
al parecer, ha escrito el mundo (y luego se ha retirado).
(4) “Quiero morir entre
libros y fábricas”, le escribe Ambrosio Funes
(!) a su hermano el deán. Pero “para sobrevivir, debe buscar comprador para sus
libros, aun sabiendo que nadie querrá dar por ellos lo que valen” (Halperín
Donghi, op. cit., p. 265).
(5) Ver toda la parte III
del tomo I, sobre todo el capítulo XVII. Incluso, en la página 275, se dirige
retóricamente a su oponente, planteando un diálogo imposible: “Yo podría ahora
mismo preguntar al general Lamadrid: ¿cree o no que hubo coacción en la
elección que se hizo en su persona para gobernador de La Rioja?... Si hubo algo
de lo último, mejor era, ‘señor general Lamadrid’, que usted nos lo dijese
francamente y dejase de empalagar al que tenga paciencia de leer sus Memorias,
con la fastidiosa relación de tantas aclamaciones, de tantos cariños y abrazos,
de tantas niñerías y ridículas inepcias.”
(6) Lugones se refiere a los
españoles... (La guerra gaucha,
Buenos Aires, Centurión, 1947, p. 207). Curiosamente, esto no es del todo una
de las típicas exageraciones lugonianas: en efecto, las tropas que tuvo que
enfrentar Güemes en su segunda época eran, por mayoría, recién llegadas al
continente. Ver Paz, tomo I, pp. 145 y ss., y resumen en Beverina, op. cit., p.
61 y ss.
(7) Cita completa: “En ese
libro [Logistique du la perception]
intento mostrar cómo siempre se utilizó la información para hacer la guerra.
Imágenes, información, sonido, estos elementos son esenciales para hacer una
guerra y no sólo para representarla. Creo entonces que los terroristas han
organizado muy bien una logística de la imagen para ganar la guerra”
(entrevista de E. F., Página/12, 5 de
enero de 1997).
(8) Como ahora se dice que
ciertos jugadores o directores técnicos saben leer un partido de fútbol. Creo que la metáfora da para más.
Deliremos: si Paz es Bilardo
(obsesionados por calcular previamente hasta el último detalle, por abolir el azar, por ganar...), Lavalle y
Lamadrid son Menotti (libran todo a
la espontaneidad, a las “individualidades”... y siempre pierden). El fútbol,
digo, no se parece sólo al ajedrez (sobre todo porque las piezas, además de su
valor intrínseco, tienen un valor extrínseco, de posición), sino, y quizás con
más fuerza, a la guerra. En este sentido —y en otros—, la batalla de Caaguazú
es a Paz lo que el partido Argentina-Italia (del Mundial 90) es a Bilardo. Ver
Pablo Valle, “Vindicación del bilardismo”, mimeo.
(9) Sobre la preterición en
las descripciones, ver Philippe Hamon, Introducción
al análisis de lo descriptivo, versión castellana de Nicolás Bratosevich,
Buenos Aires, Hachette, 1991, esp. pp. 135 y ss.: “Se presenta a menudo como la
lexicalización de una carencia, de
una falta de competencia del descriptor, de un defecto de su querer/saber/poder
describir, beneficiándose a la vez con la inocencia de la incompetencia del
decir y con la eficacia de lo dicho. Es entonces señal de una distancia, de una
tensión, o de una contradicción entre una intención declarada y un hacer
realizado, entre una negativa a denominar o una impotencia para denominar...” Carencia, inocencia, incompetencia, tensión,
impotencia: palabras que convienen a Paz, a cierta imagen de Paz.
(10)
Domingo F. Sarmiento, op. cit., p. 43.
(11) Op. cit., p. 45.
(12) “Quienes no aprovechan
el conocimiento de los guías locales
serán incapaces de conseguir ventajas del terreno. [...] Dice Li Ch’ing: ‘Es
necesario elegir a los oficiales más valientes, inteligentes y dispuestos para
cruzar las montañas y los bosques sigilosamente y sin dejar rastros, con la
ayuda de los guías locales. En
ocasiones, nos fabricamos patas de animales para ponérnoslas en los pies y
cubrimos nuestros cascos con pájaros de artificio para escondernos tranquilamente
en la maleza. Después aguzamos el oído para detectar los sonidos más lejanos y
entornamos los párpados para ver más claramente, Exacerbamos nuestros cinco sentidos para captar cualquier signo de
importancia. Estamos atentos a todas las manifestaciones atmosféricas;
rastreamos en el vado de los ríos los rastros del enemigo y vigilamos en
movimiento de las copas de los árboles que pueden indicarnos su proximidad.’
Dice Ho Yen Hsi: ‘[...] al ingresar en territorio enemigo debemos conocer con
exactitud sus montañas, ríos, tierras altas y bajíos, aquellas elevaciones que
el enemigo puede defender por considerarlas puntos estratégicos, los bosques,
los cañaverales, los juncales, y los altos pastizales entre los que puede
esconderse, las distancias de los caminos y de los senderos, la extensión de
sus poblados y aldeas, el tamaño de sus villorrios, la fertilidad o aridez de
sus tierras, la magnitud de sus obras de riego, la cantidad de sus
pertrechos...’” (Sun Tzu, El arte de la
guerra y la estrategia, traducción y notas de Cristina Esler, Buenos Aires,
Need, 1998, pp. 67-69, subrayados míos).
(13) “El general Rosas,
dicen, conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires.
[...] El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simple baqueano” (Domingo
F. Sarmiento, op. cit., p. 46). Es gracioso —como siempre— el comentario más
que escéptico que hace Alsina a esa peregrina afirmación sobre Rosas. Sin
embargo, también es interesante recordar que, según la leyenda, Quiroga conocía
también el nombre de cada uno de sus soldados. Muchos años después, se diría de
Evita que recordaba a cada persona de las que acudían a la Fundación para
pedirle algo, de tal manera que, si volvían, las regañaba. Las magias de
nuestra historia, parece, se repiten, y no necesariamente como comedias
(musicales).
(14) Ginzburg, Carlo,
“Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico”, en Eco,
Umberto y Sebeok, Thomas A. (eds.), El
signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce, Barcelona, Lumen, 1989, pp.
116-163.
(15) Lo de apogeo debe
entenderse, precisamente, de manera simbólica. Por lo menos, no ceder a la
tentación de hacer historia contrafáctica e imaginar “qué hubiera pasado
si...”. En todo caso, siempre hay otras versiones. Ver, por ejemplo, Víctor
Barrionuevo Imposti, “Las claves secretas del general Paz”, en Todo es Historia, año II, núm. 9, Buenos
Aires, enero de 1968: “Estos y otros documentos similares ponen en evidencia
que el insólito apresamiento del general Paz no interrumpió una campaña
victoriosa del jefe unitario, sino una situación difícil e impopular que se
agravaba día a día, como lo admiten sus coroneles en la intimidad de los
criptogramas.”
(16) “Después de algunos
tiros se mezclaron ambas partidas, por tener iguales divisas, cuya
circunstancia facilitó que nuestros milicianos reconociesen a Paz y,
corriéndolo, le bolió el caballo el soldado Francisco Zeballo” (carta de
Estanislao López, citada en Beverina, op. cit., p. 286). Al respecto: “El Libro
de la Administración Militar señala: ‘Dado que la voz humana es inaudible en el
fragor de la batalla, se usan tambores y campanas. Dado que las tropas no pueden
verse claramente en medio del combate, se utilizan banderas y estandartes’”
(Sun Tzu, op. cit., p. 69). El filme Ran,
de Akira Kurosawa, es una brillante exposición de estas nociones, también
“semióticas”. Aunque parezca banal, sería necesario volver al fútbol, y a sus
coloridas camisetas; especialmente en los campeonatos mundiales, especie de
sublimación o, por lo menos, de derivación de otras formas de guerra, que sin
embargo no cesan por ello: bueno es recordarlo. (Debo esta afirmación a Horacio
González, pero cito de memoria.)
(17) El Comentarista,
curiosamente, parece reprocharle lo mismo al propio Paz: “... la falta de
cartas de la zona de operaciones y de croquis o esquicios de los numerosos
combates descriptos y analizados por el general Paz, no permite seguir con
provecho o con claridad el estudio de las diferentes campañas y acciones de
guerras” (Juan Beverina, “Advertencia del anotador”, en Memorias póstumas del general José María Paz, 2 vols., ed. especial
de la “Biblioteca del Oficial”, anotada por el teniente coronel Juan Beverina y
aumentada con una parte cartográfica
original, Buenos Aires, Taller gráfico de L. Bernard, 1924, p. 11. Este
último subrayado es mío).
(18) Benedict Anderson, “El
mapa”, en Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L.
Suárez, México, FCE, 1993, 1997, pp. 238-249.
(19) El uso del lexema
“país” en los escritores del siglo XIX (parecido, por ejemplo, al italiano paese), y particularmente en Paz,
merecería un mayor desarrollo lexicográfico, que no puedo hacer aquí. Ver
Anderson: “... la convergencia vectorial del capitalismo de imprenta con la
nueva concepción de la realidad espacial presentada por estos mapas ejerció un
efecto inmediato sobre el vocabulario de los políticos tailandeses. Entre 1900
y 1915, las tradicionales palabras krung
y muang casi desaparecieron, porque
se referían a unos dominios de acuerdo con capitales sagradas y centros de
población visibles y discontinuos. En su lugar apareció prathet, ‘patria’, que la imaginaba en los términos invisibles de
un espacio territorial limitado” (op. cit., p. 241).
(20) “Dice Tu Mu: ‘El Kuan
Tzu afirma: Por lo general, el jefe de un ejército ante todo debe conocer a fondo los mapas para
determinar los lugares peligrosos para el paso de los carros y las carretas,
los puntos en los que el agua es demasiado profunda para los furgones, los
cruces de las montañas más conocidas, los ríos principales, la ubicación de las
tierras altas y de las colinas, las zonas más densamente pobladas de juncales,
bosques y cañaverales, la longitud de las rutas, la importancia de aldeas y
poblados, las ciudades más transitadas y las abandonadas y los parajes donde se
encuentran huertos florecientes. Estos datos deben conocerse con tanta
exactitud como la ubicación de las líneas de frontera. El general debe retener
toda esta información en su memoria; sólo así podrá sacar provecho de las
condiciones del terreno’” (Sun Tzu, op. cit., subrayado mío).
(21) Dalmiro Sáenz, en su
audaz (aunque un poco sentenciosa, como es su estilo) novela sobre Paz, ya
citada, imagina que Paz cae prisionero, pese a conocer muy bien el terreno en
el que andaba, porque sus enemigos, esos gauchos telúricamente todopoderosos, alteran el paisaje para confundirlo.
Esto me recuerda las complejas operaciones que realizaba el pintor “realista”
Fernando Fader en los amplios paisajes que se disponía a pintar (acomodaba
fardos, carretas, campesinos, hasta conseguir la exacta disposición que previamente
había decidido).
(22) Guerre et cinéma I. Logistique de la perception, París, Editions
Cahiers du Cinéma, 1991, p. 8: “Il n’y a donc pas de guerre sans représentation...”
Las traducciones son mías.
(23) ... l’histoire des batailles c’est d’abord celle de la métamorphose de
leurs champs de perception. Autrement dit, la guerre
consiste moins à remporter des victoires “materielles” (territoriales,
économiques...) qu’à s’appropier “l’inmatérialité” des champs de perception
[...]. Puisque dès l’origine, le champ de bataille est un champ de perception
[...]. Lorsqu’il créait un champ de bataille, le regard de Napoleón (ou celui
de Griffith...) lui permettait d’absorber à la fois prévision, décision, de
restituer organisation et contrôle avec une rapidité sans égale, sand négliger
le détail. Mais lorsque la guerre napoléonienne, en 1812, s’étala dans
l’inmensité russe et se peupla d’un demi-million d’hommes rien que du côté
français, ce type d’organisation visuelle s’effondra logistiquement. Il était
loin le temps où Frederic II et quelques autres parvenaient à voir se former et
évoluer “grandeur nature” sur le terrain, un ordre de bataille aussi régulier,
des figures aussi géometriques que celles précédemment projetées sur le papier.
Les armées étaient maintenant composées de nombreux corps mobiles qui devaient
s’aborder non sans difficultés au cours de l’action, à la suite d’ordres donnés
en dehors de leur propre champ visuel.
(24) Mal que le pesara a
Sarmiento, Paz era oficial de caballería (volveré sobre esto). Sobre la función
informativa (perceptivo-comnunicativa) de la caballería, dice Virilio: “...
l’appareil lui-même n’est admis que comme ‘mirador volant’, presque aussi
stagnant que l’ancien aérostat avec ses cartographes armés de papiers et de crayons,
le renseignement mobile étant encore attribué à la cavalerie et à sa vitesse de
pénétration au sol, jusqu’à la bataille de la Marne, où pour la première fois,
Joffre tenant compte des renseignements des aviateurs, est en mesure de décider
des tendances nécessaires à son offensive victorieuse” (... el avión mismo no
es admitido más que como “mirador volante”, casi tan estancado como el antiguo
aeróstato con sus cartógrafos armados de papeles y lápices, la información
móvil aún atribuida a la caballería y a su velocidad de penetración en el
terreno, hasta la batalla del Marne, donde, por primera vez, Joffre, tomando en
cuenta informaciones de los aviadores, está en condiciones de decidir
tendencias necesarias para su ofensiva victoriosa; op. cit., p. 23).
(Una primera versión fue leída en las Jornadas de Homenaje a Enrique Pezzoni, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, agosto de 1999.)
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