sábado, 22 de octubre de 2011

Guerras de papel: autobiografía y estrategia en las Memorias póstumas del general Paz/2


Parte segunda

El acto de leer



I

—¡Oh! Señor, las guerras más complicadas del mundo, las campañas más difíciles y peligrosas, se han concebido y dirigido, muchas veces, desde el fondo de los gabinetes por hombres que jamás tuvieron en sus manos otra cosa que una pluma.

                 José Mármol, Amalia(1)


Ya se dijo: Paz escribe cuando no puede pelear.
En dos ocasiones: 1839, cuando Rosas lo tiene preso “con la ciudad (Buenos Aires) como cárcel”, y 1848, semirretirado en Río de Janeiro, el mismo año de la muerte de su esposa.
La afirmación es obvia, pero también lo suficientemente amplia como para permitir varias derivaciones.
Es cierto que el fragor de la campaña militar no parece, a primera vista, un buen telón de fondo para la actividad memorialística. Pero esto habría que verlo mejor. Después de todo, gran parte del trabajo militar consiste en la redacción de órdenes, arengas y partes, actividad a la que Paz es particularmente afecto, como destacan sus biógrafos.(2) Y, por otro lado, la “impotencia” a la que es reducido el militar inactivo (involuntariamente, en el caso notorio de Paz) se presta a actividades compensatorias.
Entonces, Paz escribe.
No es casual que empiece a hacer el relato de lo más reciente: las guerras civiles, sus triunfos ante Quiroga, su captura en el mejor momento de la campaña. Urgencia por explicar lo inexplicable, por rellenar con palabras ese inmenso hueco que se abre en su vida, sus años de prisión, primero con López, después con Rosas, hueco en el que, sin embargo, han ocurrido muchas cosas (su casamiento, el nacimiento de hijos). Pero, también, han ocurrido muchas otras cosas “afuera”, sin su presencia, sin su marca. Es esta ausencia de marca(3) la que quiere restañar con su pluma, ya que la espada (o esa lanza que, “manco”, apenas puede blandir) debe estar forzosamente embotada.
Pero no sólo escribe. También lee. Cuando puede...
“La lectura era mi sola distracción, pero era dificilísima en un país [Santa Fe dominada por Estanislao López] donde se carece de libros; es portentosa la falta que hay de ellos; sólo puede explicarse por la universal desaplicación que reinaba en todas las clases” (II, 29).
La escasez de libros en el país es un tópico; no sólo en Paz, por supuesto: Sarmiento también lo merodeó, al igual que toda su generación. Los libros, como emblemas evidentes de la civilización, brillaban literalmente por su ausencia en la barbarie de las Provincias Unidas.(4) Pero en Paz este fastidio tiene sus matices propios. Primero, el aportado por el filtro de su mirada militar:
“A los militares de nuestro país es a los que menos se puede aplicar lo que se dijo de César: que sabía hablar y escribir, como sabía pelear; y a la verdad que son dignos de disculpa. [...] Para colmo de dificultades, la escasez de libros, principalmente en el ejército que operaba en el interior era absoluta, de modo que aunque alguno quisiera aprovechar mejor su tiempo, le era imposible conseguirlo. [...] Con tales antecedentes, ¿qué extraño es que no haya habido quien escriba los hechos militares de nuestros ejércitos, y que yo mismo, al redactar estas Memorias, sienta las dificultades que son consiguientes a la falta de ejercicio? Sensible me es, ahora más que nunca, no haber cultivado este talento, para dejar una cosa más digna del asunto que trato, y del objeto que me propongo. A cada paso tropiezo con mi falta de costumbre en este género y además no escribo sino a intervalos y sujetándome a largas y profundas interrupciones” (II, 219).
Sus impulsos de destruir lo que ha escrito son constantes. Pero ¿serán sinceros? ¿Acaso no quiere llenar también ese vacío, el de bibliografía sobre su época? (Después de todo, el que suscribe, mucho más modestamente, pretende llenar también un hueco, el de la bibliografía sobre Paz, escritor.)
Escribe con poco material a mano para confrontar, como en un campo de batalla (apenas) imaginario:
“A mí, sin documentos, sin papeles de ninguna clase, sirviéndome únicamente de mi memoria y después de más de treinta años de transcurso, me sería imposible hablar más detalladamente” (I, 129).
“Puedo asegurar que nada de esencial omito en esta relación, pero puede muy bien ser que olvide algunas circunstancias, o cláusulas accidentales, porque mis papeles privados fueron destruidos cuando caí prisionero, y de los de otra clase no tengo uno solo a la vista: todo lo que escribo es conservado en la memoria, y, por lo mismo, deberá tenerse en consideración si alguna cosa pequeña se me escapa...” (I, 204).
Pero, en la segunda etapa de su escritura, casi definitivamente retirado, ya tiene más a mano otros materiales. Lee las Memorias de Lamadrid, Belgrano y otros memorialistas, y polemiza intensamente con ellos.
La edición corriente de las Memorias póstumas comienza cronológicamente con esta significativa declaración:
La lectura del fragmento de una Memoria sobre la batalla de Tucumán, escrita por el virtuoso y digno general Belgrano, me ha hecho recordar aquellos hechos de que fui testigo y actor, aunque en una edad muy temprana y una graduación muy subalterna, y excitado el deseo de hacer sobre ella algunas observaciones y, si me fuese posible, concluirla. Me esforzaré a llenar mi intento, pero advirtiendo: Primero, que hace más de treinta y seis años que tuvieron lugar aquellos sucesos; Segundo, que no tengo para referirlos otro auxiliar que mi memoria; Tercero, que siendo entonces un teniente y estando en el primer aprendizaje de mi carrera, no pude juzgar sino por lo que vi u oía algunos oficiales jóvenes como yo (con poca excepción), ni debí apreciar los hechos como me ha sucedido después, con el auxilio de la experiencia. Es, pues, en cierto modo, una ventaja que esta ocurrencia me venga tan tarde, y además, concurre la de que no podían entonces ni ahora agitarme las pasiones de ese tiempo, de modo que puede casi decirse que me ocupo de sucesos de que no soy contemporáneo” (I, 17, subrayados míos).
Algunos de estos “adversarios de papel” son historiadores:
“Ahora llama mi atención, con preferencia, la muy importante descripción que hace de la batalla de Tucumán el historiador español don Mariano Torrente, que acabo de ver en este momento” (I, 37).
 “El enemigo no dio lugar a todo esto, pues nos atacó antes que se verificase la deseada reunión, y sólo es cuando he leído la obra de Torrente que he sabido distintamente lo que motivó esta resolución” (I, 64).
Sin duda, es el increíble Lamadrid el sujeto preferido de sus cargas:(5)
“Puesto ya en campaña, no se nos muestra en sus Memorias como un jefe emprendedor y valiente hasta la temeridad, que abogaba siempre por las operaciones atrevidas, y por llevar la ofensiva a todo trance. Muy al contrario, se retrata un hombre en extremo prudente, conciliador, calmoso, moderado, lleno de horror al derramamiento de sangre humana” (I, 195).
“Me causa risa oír decir al general Lamadrid que él batió a López en la Herradura con trescientos hombres, sin que entrasen todos en acción. En otra parte he detallado este combate: ahora sólo diré que el general La Madrid abusa de las palabras. [...] en varias partes de sus Memorias dice, pura y simplemente, que él derrotó a Quiroga en Oncativo y la Tablada...” (I, 197).
“Ocurre aquí una singular contradicción con lo que han dicho otros no menos equivocados que el señor Lamadrid, que pondrá en conflicto al futuro historiador de nuestras guerras civiles” (I, 198, subrayado mío).
El “trauma de Arequito”, como ya lo he llamado, es un punto fuerte que le exige esta confrontación con las opiniones de otros (el desorden, la rebeldía son los fantasmas principales de Paz, que debe exorcizar primero en él mismo; qué terrible debió resultarle que otros se los echaran en cara):
“¿Produjo bienes el movimiento de Arequito? ¿Fue causa de los males que sufrió en seguida el país? ¿Precavió otros mayores? Sin él, ¿se hubiera constituido la República? Cuestiones son éstas que yo no sabré resolver...
No me empeñaré en justificar el movimiento de Arequito, pero si él fue un error, no puede desconocerse que se ha empleado generalmente una severidad y acrimonia inaudita para juzgarlo. Si la misma se hubiese usado respecto de otras asonadas de no menor consecuencia, y más notables por su prioridad, podría creerse que las censuras eran fruto de la sinceridad y de principios establecidos; pero no ha sido así, y hemos visto que los mismos que capitanearon sediciones en grande escala, que desconocieron los primeros las autoridades nacionales, que concurrieron también activamente a derribarlas, cuando se han permitido hablar de Arequito, lo han hecho con un lenguaje cáustico, y séame lícito decirlo, han hecho sus acusaciones con una solemnidad que, de puro afectada, tenía visos de cómica.
Por ejemplo: un general que me ha disputado mil veces la prioridad y la superioridad de sus derechos al honroso título de argentino, al hablar del movimiento de Arequito en una nota con que acompañó una memoria del general Belgrano, lo ha hecho con un tono, con un énfasis aún más solemne que el que emplean los rancios aristócratas de Francia al designar los regicidas del año 1793 [...]. Todo esto, a mi modo de ver, no significa sino que él y quizás otros se la tenían guardada a los de la revolución de Arequito, y no pierde la esperanza de sacársela a su tiempo y oportunidad” (I, 174-175, subrayado mío).
“Cuando he dicho desde entonces, quiero significar desde Arequito, porque a pesar de que no mire ese suceso como lo hacen Álvarez y otros...” (I, 182, subrayado mío).
Paz no deja de ser consciente de la estrategia discursiva de los otros (lo que de alguna manera supone que él tuvo, tiene o tendrá también una estrategia):
“Es de notar la imprudente inexactitud con que el historiador español Torrente hace subir nuestras filas en todas las batallas, para hacer más gloriosos los triunfos que llegaron a obtener las tropas reales” (I, 76, subrayado mío).
En definitiva, lo que quiero demostrar es otra obviedad: el discurso de Paz se elabora en confrontación con otros discursos, con los discursos de los otros. “¡Como todo discurso!”, se dirá, con razón. Pero en las “Memorias” (como género, y en nuestro país en particular) esto es fundamental, porque se ponen en juego mucho más que “individuos” y, a pesar de su confrontación aparentemente individual, de sus aristeias menos que homéricas, hay un acuerdo fundamental: “Nosotros hicimos la Patria, esto está claro; ahora discutamos cómo la hicimos.”
Pero nada es tan fácil.


II

Íbamos de viaje un cierto día, mi hermano, señor de la Brousse, y yo
durante las guerras civiles, cuando nos encontramos con un hombre de porte
educado. Pertenecía al bando opuesto al nuestro, pero lo ignorábamos porque
se hacía pasar por cosa distinta. Lo peor de estas guerras es que los mapas
son tan indefinidos que no podéis distinguir a vuestro enemigo por ningún
signo externo, ni por la lengua, ni por la indumentaria, alimentado como
está por las mismas leyes, los mismos hábitos, el mismo aire; es pues
difícil evitar la confusión y el desorden
(Montaigne, Essais, II, 5).

Por más que interrogaban al paisaje, nada advertían.
Leopoldo Lugones, La guerra gaucha(6)

... intento mostrar cómo siempre se utilizó la información  para hacer la guerra. Imágenes, información, sonido, estos elementos son esenciales para hacer una guerra y no sólo para representarla.
Paul Virilio(7)


Leer, también se lee un campo de batalla.
Paz, justamente, se especializa en describir una batalla que antes ha leído.(8) Pero hay muchas dificultades en esta lectura-descripción. Veamos esta preterición:(9)
“Debo advertir que, por las singulares peripecias de este sangriento drama, es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse, no obstante el corto número de combatientes” (I, 24).
A veces, el punto de vista único perjudica la comprensión global de los hechos. Otras, por el contrario, demasiados puntos de vista impiden lograr una visión única y coherente.
“En esas conversaciones eternas que sobrevienen después de una batalla, en que cada uno refiere lo que ha sucedido en el punto en que se ha encontrado y el modo como comprende el conjunto de la acción, suelen tomarse ideas de lo que no se ha podido presenciar personalmente. En la de Tucumán me sucedió lo contrario; pues, después de oídos innumerables detalles, nunca pude coordinarlos para formar un juicio exacto de los movimientos de ese día de confusión y de gloria, de ese día solemne y de salvación para nuestra patria” (I, 27).
También puede volver la habitual modestia del memorialista, esta vez para declararse incapaz de referir lo irrepresentable, el mundo de lo sensorial. (¿O de lo emocional?)
“Hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar; al menos yo no me encuentro capaz de ello” (I, 41).
Paz se encuentra más cómodo en lo exterior, en el campo de batalla:
“Mas, para que se entienda mejor, quiero hacer una sucinta descripción del campo que fue teatro de este desgraciado combate” (I, 124).
Su descripción del llano de La Tablada —y de la célebre batalla que tuvo lugar allí (I, pp. 227 y ss.)—, por ejemplo, es brillante, y cualquier escritor la envidiaría.
 El campo de batalla es una especie de texto esencial (como las Sagradas Escrituras). Está repleto, pleno, de signos que deben ser decodificados, en una lectura realmente agonal, porque cada signo remite a posibilidades de vida y de muerte. Un monte, un charquito, una cubierta, un pantano, una loma: lugares para esconderse o ser emboscado, para retomar fuerzas o arrinconar al enemigo. Lugares donde el enemigo está, estuvo o estará. Paz aparece a veces (muchas veces) como el mejor preparado para leer esos signos, que sólo él ve —o que él ve mejor que otros, mejor que sus contrincantes— y decodifica. La suerte de las batallas se juega, entre otras cosas, en esta tarea perceptivo-interpretativa.
Paz no deja de ser una especie de baqueano ilustrado, oxímoron muy interesante, que nos remite, por un lado —el negativo—, a los célebres arquetipos sarmientinos, y por el otro —el positivo—, al personaje ubicuo, casi omnisciente, que Mansilla construye de sí mismo en Una excursión a los indios ranqueles.
Sin embargo, no siempre es así, en realidad. A veces, Paz no tiene más remedio que admitir la extraordinaria complejidad de toda esta “semiótica bélica”.
Para ver un ejemplo de esto, nada mejor que remitirse a la extraordinaria escena en que —luego de la batalla de Tucumán— interroga a un “soldado”, sin saber de qué bando es:
“Me permitiré hacer relación de un incidente particular en este día, para mí tan fecundo en lances personales, de los que, aunque omita algunos, no dejaré de referir los que ofrezcan más interés. [...] Siguiendo nuestra marcha descubridora, por un campo sembrado de cadáveres y de armas, de baúles destrozados y de toda clase de restos de equipajes, incluso el coche del general Tristán, repentinamente se me apareció un soldado a pie, a quien no había visto hasta que estuve muy inmediato, porque estaba agachado. Mi pregunta primera fue para saber qué fuerza era la que teníamos al frente, y él sin desconcertarse, me contestó: ‘Es nuestra.’ ‘Pero bien’, le dije, ‘¿y usted a qué ejército pertenece?’ ‘Al nuestro’, volvió a contestarme. ‘Mas, ¿cuál es el nuestro?’, le pregunté por tercera vez, y su contestación era la misma: ‘El nuestro.’ Lo que probaba que él ignoraba también con quién hablaba. Para hacerlo expresarse con claridad, quise asustarlo y sacando una mala pistola que cargaba, le dije: ‘Hable usted la verdad, o lo mato’” (I, 301, nota 14, subrayado mío).
Búsqueda de información en un medio esencialmente opaco, sí, pero sobre todo metáfora de una guerra que también fue civil (¡preguntarle sobre el enemigo precisamente a alguien que no se sabe si es el enemigo!), en cierto sentido; y que luego lo sería del todo.
Y, en la misma batalla, otra escena excepcional (subrayo “escena”, pero eso no debería ser necesario para llamar la atención sobre la riqueza de esta palabra), que de alguna manera prefigura otra, mucho más definitiva, la de su captura:
“Buscando al general Belgrano por entre aquella batalla, que contribuía a hacer más confusa la humareda, el polvo y una densísima nube de langostas, que casualmente acertaba a pasar por encima (muchos nos creímos momentáneamente heridos de bala, cuando estos animalejos nos daban de golpes por el rostro o por el pecho), me dirigía un cuerpo de infantería que se me ofreció sobre mi camino; había suspendido sus fuegos, y al parecer se reorganizaba. A distancia de cuarenta pasos comencé a dudar, y luego me apercibí que era enemigo: al dar vuelta mi caballo, conocieron también que no les pertenecía, y me saludaron con media centena de tiros, que felizmente no me tocaron. Cosas semejantes y aun peores sucedieron a otros” (I, 300, nota 10).
Y, también, Paz debe confesar su impotencia, su ceguera práctica frente a lugares que no conoce.
“Estas noticias no eran aún positivas, y era muy difícil tenerlas exactas por la falta de prácticos en el país” (I, 201).
Y esto nos lleva, ahora sí, a los fragmentos sarmientinos tan conocidos. Veamos algunos (hiperbólicos) ejemplos:
“Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío; ésta es una ciencia casera y popular.”(10)
“El baqueano es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos, veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él. El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él plena confianza.”(11)
El “general”, en nuestro caso Paz, no siempre puede confiar —si es que alguna vez— en aquellos que justamente suelen ser sus enemigos naturales, bien porque pertenecen a la tierra que él está conquistando o por su mera condición de gauchos, de nativos. (Después de todo, sus ejércitos, disciplinados y todo, “ilustrados” y todo, no estaban formados precisamente por doctores y escribientes.)(12)
En Sarmiento, se sabe, estas cualidades de los baqueanos y rastreadores (de todo gaucho, recordemos), resultan sutilmente descalificadoras, siendo como son atributos de una suerte de mentalidad o conformación esencialmente primitiva. Quiroga, Rivera y Rosas, por ejemplo, las comparten, con grados y matices, lo que confirma su desvalorización.(13)
Carlo Ginzburg, en un muy interesante y citado artículo,(14) ha hablado de un “paradigma indiciario”, sistema de conocimiento que no por primitivo deja de caracterizar a modos más modernos y “científicos”. Otra vez voy a permitirme citar in extenso:
“Durante miles de años la humanidad vivió de la caza. En el curso de sus interminables persecuciones, los cazadores aprendieron a reconstruir el aspecto y los movimientos de una presa invisible a través de sus rastros: huellas en terreno blando, ramitas rotas, excrementos, pelos o plumas arrancados, olores, charcos enturbiados, hilos de saliva. Aprendieron a husmear, a observar, a dar significado y contexto a la más mínima huella. Aprendieron a hacer complejos cálculos en un instante, en bosques umbríos o claros traicioneros. Sucesivas generaciones de cazadores enriquecieron y transmitieron este patrimonio de saber. [...]
‘Descifrar’, ‘leer’ las huellas de animales son metáforas. Pero vale la pena tratar de entenderlo literalmente, como la condensación verbal de un proceso histórico que lleva, a través de un espacio de tiempo muy largo, a la invención de la escritura. La misma conexión es sugerida en una tradición china que explica los orígenes de la escritura, y según la cual ésta fue inventada por un alto funcionario que había observado las huellas de un ave en la orilla arenosa de un río. [...]
Es legítimo hablar de un paradigma indiciario o adivinatorio orientable hacia el pasado, o el presente, o el futuro, según el tipo de conocimiento invocado. [...] Pero detrás de ese paradigma indiciario o adivinatorio, se vislumbra el gesto quizá más antiguo de la historia intelectual humana: el del cazador agazapado en el barro, examinando las huellas de una presa. [...]
En todo caso, estos tipos de saber eran más ricos que lo escrito por cualquier autoridad sobre el tema; no se aprendían en los libros, sino de oídas, en la práctica, observando; apenas si podía darse una expresión formal a sus sutilezas, y no podían reducirse a palabras; eran el legado —en parte común, en parte diversificado— de hombres y mujeres de toda clase. Estaban enhebrados en un hilo común: todos nacían de la experiencia, de lo concreto e individual. Y esa cualidad de concreto era a la vez la fuerza de esa clase de conocimiento y su limitación; no le permitía hacer uso del poderoso y terrible instrumento de la abstracción. [...]
La realidad es opaca; pero existen ciertos puntos privilegiados —indicios, síntomas— que nos permiten descifrarla. [...]
Se trata de formas de saber que tienden a ser mudas...”
La cita valió la pena, espero. Parecen oírse “a trasluz” (si se me perdona esta especie de sinestesia) ecos del paradigma sarmientino: del indicio al símbolo, de lo concreto a lo abstracto, lo que se modifica es la barbarie —incluso en sus formas más “respetables” o, incluso, admirables—, hacia la civilización. Sarmiento aspira a superar o, por lo menos, absorber esa forma primitiva de saber que exhibe el baqueano-rastreador. (Insisto en que sólo Mansilla fue tan osado como para asumir en su propio —y sobrevalorado— cuerpo esa dudosa melange, si bien de una forma que rozó la parodia.)
Muy cierto: la realidad es opaca. Pero esto no obedece sólo a circunstancias “naturales” (signifique lo que signifique tal atributo), sino también a condiciones históricas. Los sujetos de la percepción, obvio es decirlo, son históricos. Y la mirada de Paz —ya lo dije— es tan eficaz a veces como inútil otras. Ya vimos que en ciertas ocasiones ni siquiera sabe dónde está, quién es el enemigo. Lo que le juega en contra, de hecho, es la historia. Su historia, la del país, en lo que tienen de paralelas y de, inevitablemente, contradictorias.
De hecho, cae prisionero, en el apogeo (?) de su campaña,(15) luego de sus simbólicas victorias frente a las montoneras de Quiroga y cuando se dispone a marchar sobre López, precisamente porque la partida de este último que lo atrapa tenía las mismas divisas que los ejércitos de Paz.(16)
Pero hay algo más... Dice Paz:
“No puedo juzgar de la operación en cuestión con exactitud, porque ni conozco los lugares (en nuestro país no puede hacerse consultando las cartas geográficas, porque no las hay y mucho menos topográficas)...” (II, 89).
¡No hay cartas geográficas como no hay libros! (Ver supra.)(17)
Es oportuno recordar aquí que Benedict Anderson(18) ha estudiado extensamente el papel del mapa en la constitución de la “comunidad imaginada” que resulta ser toda nación.
“El mapa mercatoriano, llevado por los colonizadores europeos, empezaba, gracias a la imprenta, a moldear la imaginación de los asiáticos del Sudeste. [...] Hasta el ascenso al poder, en 1851, del inteligente Rama IV [...], sólo dos tipos de mapas existían en Siam [...]. El segundo tipo, totalmente profano, consistía en unas guías diagramáticas para campañas militares y barcos costaneros. [...] En 1882, Rama V estableció una escuela de cartografía en Bangkok. [...] La tarea, por decirlo así, de “llenar” estos recuadros, sería realizada por exploradores, agrimensores y fuerzas militares. En el sudeste de Asia, la segunda mitad del siglo XIX fue la edad de oro de los agrimensores militares-coloniales [...]. Triangulación por triangulación, guerra por guerra, tratado por tratado, avanzó la alineación del mapa y el poder. [...] ‘El mapa se anticipaba a la realidad espacial, y no a la inversa. [...] Un mapa era necesario, ahora, para los nuevos mecanismos administrativos y para las tropas para reforzar sus pretensiones. [...] El discurso de los mapas fue el paradigma dentro del cual funcionaron y sirvieron las operaciones administrativas y militares’ (Thongchai). [...] la aparición, en especial a fines del siglo XIX, de los “mapas históricos”, destinados a demostrar en el nuevo discurso cartográfico la antigüedad de unas unidades territoriales específicas delimitadas con claridad. Por medio de secuencias cronológicamente dispuestas de tales mapas surgió una especie de narrativa político-biográfica del reino, a veces con vastas profundidades históricas.” (Todos los subrayados son míos.)
La ausencia de mapas, remite, entonces, a dos aspectos. Por un lado, paralelamente a la falta de una cultura letrada (un “capitalismo de imprenta”, diría Anderson), alude a un estadio de civilización primitiva —si vale el cuasi oxímoron— que Paz deplora tanto como Sarmiento, aunque menos pomposamente. Por otro, a la realidad de un conglomerado geográfico impreciso, en el que cada provincia o región es un “país”,(19) escasamente unido a las otras, con las cuales muchas veces está separada, más que por accidentes geográficos (o políticos), por ¡aduanas interiores! Volvemos a considerar aquí, entonces, la importancia del baqueano: “La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa”, dice Sarmiento, y no era para menos. El baqueano era la encarnación misma (para usar una expresión que el sanjuanino hubiera aprobado) de esas condiciones geopolíticas, económicas y perceptivas. Los caudillos, Rosas sobre todo(s), comprendieron a su manera esas limitaciones.(20)
Paz, en cambio, parece no resignarse. ¿Cómo no iba a caer prisionero, boleado?(21)
No hay guerra sin representación, dice, apropiadamente, Paul Virilio.(22)
... la historia de las batallas es primeramente la de la metamorfosis de sus campos de percepción. Dicho de otra manera, la guerra consiste menos en lograr victorias “materiales” (territoriales, económicas...) que en apropiarse de “la inmaterialidad” de los campos de percepción [...] Casi desde el origen, el campo de batalla es un campo de percepción [...]. Cuando él creaba un campo de batalla, la mirada de Napoleón (o la de Griffith...) le permitía absorber a la vez previsión, decisión, restituir organización y control con una rapidez sin igual, sin olvidar detalle. Pero cuando la guerra napoleónica, en 1812, se extiende en la inmensidad rusa y se puebla de medio millón de hombres sólo del lado francés, este tipo de organización visual se derrumba logísticamente. Estaba lejos el tiempo en que Federico II y algunos otros llegaban a ver formarse y evolucionar, en tamaño natural sobre el terreno, un orden de batalla tan regular, figuras tan geométricas como las antes proyectadas sobre el papel. Los ejércitos estaban ahora compuestos de numerosos cuerpos móviles que debían atacarse no sin dificultades en el curso de la acción, a continuación de órdenes dadas fuera de su propio campo visual.”(Los subrayados son del autor.)(23)
Entonces, he aquí uno de los nudos del “problema Paz”. No se trata de que fuera un artillero matemático, como decía Sarmiento, sino de que era (quería, debía ser) un caballero semiótico.(24) Él podía “crear un campo de batalla” con su mirada, pero también quería ver lo que iba a suceder en la historia, en la política, en la patria.
 “Veía en perspectiva todos los desastres que luego sufrió nuestro ejército, y las desgracias que iban de nuevo a afligir a nuestra patria” (I, p. 107, subrayado mío).
“Desgraciadamente, acerté en mi profecía.” (I, p. 118).
En estas citas, Paz se muestra (quiere mostrarse) visionario, palabra que, extrañamente —significativamente—, se refiere al tiempo. Y donde, de alguna manera, también se alude a una relación percepción-política
“Casi con la revolución de Mayo tuvieron nacimiento los partidos que han despedazado después la República. El movimiento del 5 y 6 de Abril, de que hace mención la Memoria, fue el primer paso anárquico, después del establecimiento de la Junta Provisoria del año de 1810. Por poco que se medite, un ojo medianamente ejercitado puede entrever en esos primeros partidos, no obstante las infinitas y aun esenciales modificaciones que han sufrido, el origen de las dos fracciones que hasta ahora dividen la República Argentina” (I, p. 18, subrayado mío).
En síntesis, no podemos dejar de volver a Lo Mismo. Paz, el guerrero Paz, el Manco Paz, el boleado Paz, necesita hacerse un personaje de sí mismo, un estratega de —antes que nada— su propia identidad.


III

En efecto, dice Lejeune que la autobiografía es “una escritura segunda, en la que el escritor transforma, al volver sobre sí mismo, la escritura que había primero elaborado para ‘decir el mundo’”.
Estas dos escrituras (disposición de los signos en el espacio “exterior” y disposición de los signos en el espacio “virtual” de la memoria) producen la prosa autobiográfica, en este caso memorialística.
Y la memoria de Paz quiere ser disciplinada (como sus ejércitos), pero a veces se le rinde al caos de la polémica, de la digresión, del hipertexto.
Ver, si no, todos los embragues o modalizadores del tipo: “retomemos”, “volvamos a”, “basta de esto”, etc.
Algunos ejemplos:
“Pero, ¿adónde voy? Quizá excedo los límites que me había propuesto” (I, 23).
“Suspenderé un momento mi narración...” (I, 56).
“Basta...” (I, 64).
“Forzoso me es detenerme en una consideración que, aunque parezca ajena al objeto de esta Memoria, la juzgo de mucha importancia:...” (I, 62).
“Deseaba entonces seriamente que se abreviasen mis días. ¡Qué no piensa un desgraciado! ¡Y yo lo era tanto! ¡Oh! sí; demasiado. Pero dejemos esto para continuar mi narración” (II, 31).
Estas idas y vueltas de la escritura, estos movimientos como de ejércitos o batallones en el combate, dependen también de la disposición real de éstos en la batalla (la escritura se mimetiza espacialmente con las evoluciones militares):
“Dejaré las cosas en esta parte para luego volver a ellas, mientras me ocupo de nuestra derecha...” (I, 67).
“Tuvo lugar aquí un singular incidente que luego explicaré” (I, 79).
“Sin detenerme eché a andar a pie, tan ligero como podía, para tener que correr otras aventuras de que luego me ocuparé; mas antes quiero explicar...” (I, 79).
“Antes de seguir adelante con mi narración, me permitiré hacer algunas observaciones críticas sobre esta acción...” (I, 80).
“Pero volvamos a las operaciones militares de que me he olvidado” (I, 109).
 “Vuelvo a tomar el hilo de mi narración, que suspendí para ocuparme de la reacción, y de donde insensiblemente he pasado a dar una idea de la administración de los Madariaga” (II, 280, subrayado mío).
En sentido espacial, incluso:
 “Vuelvo al estrecho vallecito, cuyo nombre no recuerdo...” (I, 120, el subrayado es mío).
Suerte de topología que vuelve una y otra vez en su escritura y que afecta su visión —y expresión— de sí mismo (como vimos en la parte primera):
“[En Córdoba] Mi posición era la de uno que estuviese situado sobre una mina accesible por todas partes, a la que se propusiesen muchos aplicar la mecha y que al mismo tiempo se viese acometido de una fiera” (I, 218, subrayado mío).
Ya lo dije: más tarde, Mansilla (en Ranqueles...) va a hacer su propia topología-cartografía, con su característica ubicuidad... Por cierto, muy distinta de la de Paz. ¿Muy distinta? No sé. Mansilla, en cierto sentido, también es un derrotado, si no directamente por Rosas, por —podríamos decir— por la época de Rosas. Pero esto es, como se dice, otra historia.



Notas
 (1) Amalia, prólogo y notas de Carlos Dámaso Martínez, Buenos Aires, CEAL, 1979, p. 296. Curiosamente, en la novela de Mármol no se menciona a Paz.
(2) Por ejemplo, ver Juan Bautista Terán, op. cit., pp. 185 y ss., y, del mismo autor, “Paz escritor”, en Boletín de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, abril-junio de 1925, pp. 173-200. Paz mismo dice: “Es increíble lo que yo he escrito en ese período de mi vida pública...” (II, 161).
(3) La “escritura de la memoria”, así, lucha a la vez contra la castración y el olvido. Funes el memorioso no necesita escribir, porque no puede olvidar. ¿Como Dios? Pero Dios, al parecer, ha escrito el mundo (y luego se ha retirado).
(4) “Quiero morir entre libros y fábricas”, le escribe Ambrosio Funes (!) a su hermano el deán. Pero “para sobrevivir, debe buscar comprador para sus libros, aun sabiendo que nadie querrá dar por ellos lo que valen” (Halperín Donghi, op. cit., p. 265).
(5) Ver toda la parte III del tomo I, sobre todo el capítulo XVII. Incluso, en la página 275, se dirige retóricamente a su oponente, planteando un diálogo imposible: “Yo podría ahora mismo preguntar al general Lamadrid: ¿cree o no que hubo coacción en la elección que se hizo en su persona para gobernador de La Rioja?... Si hubo algo de lo último, mejor era, ‘señor general Lamadrid’, que usted nos lo dijese francamente y dejase de empalagar al que tenga paciencia de leer sus Memorias, con la fastidiosa relación de tantas aclamaciones, de tantos cariños y abrazos, de tantas niñerías y ridículas inepcias.”
(6) Lugones se refiere a los españoles... (La guerra gaucha, Buenos Aires, Centurión, 1947, p. 207). Curiosamente, esto no es del todo una de las típicas exageraciones lugonianas: en efecto, las tropas que tuvo que enfrentar Güemes en su segunda época eran, por mayoría, recién llegadas al continente. Ver Paz, tomo I, pp. 145 y ss., y resumen en Beverina, op. cit., p. 61 y ss.
(7) Cita completa: “En ese libro [Logistique du la perception] intento mostrar cómo siempre se utilizó la información para hacer la guerra. Imágenes, información, sonido, estos elementos son esenciales para hacer una guerra y no sólo para representarla. Creo entonces que los terroristas han organizado muy bien una logística de la imagen para ganar la guerra” (entrevista de E. F., Página/12, 5 de enero de 1997).
(8) Como ahora se dice que ciertos jugadores o directores técnicos saben leer un partido de fútbol. Creo que la metáfora da para más. Deliremos: si Paz es Bilardo (obsesionados por calcular previamente hasta el último detalle, por abolir el azar, por ganar...), Lavalle y Lamadrid son Menotti (libran todo a la espontaneidad, a las “individualidades”... y siempre pierden). El fútbol, digo, no se parece sólo al ajedrez (sobre todo porque las piezas, además de su valor intrínseco, tienen un valor extrínseco, de posición), sino, y quizás con más fuerza, a la guerra. En este sentido —y en otros—, la batalla de Caaguazú es a Paz lo que el partido Argentina-Italia (del Mundial 90) es a Bilardo. Ver Pablo Valle, “Vindicación del bilardismo”, mimeo.
(9) Sobre la preterición en las descripciones, ver Philippe Hamon, Introducción al análisis de lo descriptivo, versión castellana de Nicolás Bratosevich, Buenos Aires, Hachette, 1991, esp. pp. 135 y ss.: “Se presenta a menudo como la lexicalización de una carencia, de una falta de competencia del descriptor, de un defecto de su querer/saber/poder describir, beneficiándose a la vez con la inocencia de la incompetencia del decir y con la eficacia de lo dicho. Es entonces señal de una distancia, de una tensión, o de una contradicción entre una intención declarada y un hacer realizado, entre una negativa a denominar o una impotencia para denominar...” Carencia, inocencia, incompetencia, tensión, impotencia: palabras que convienen a Paz, a cierta imagen de Paz.
(10) Domingo F. Sarmiento, op. cit., p. 43.
(11) Op. cit., p. 45.
(12) “Quienes no aprovechan el conocimiento de los guías locales serán incapaces de conseguir ventajas del terreno. [...] Dice Li Ch’ing: ‘Es necesario elegir a los oficiales más valientes, inteligentes y dispuestos para cruzar las montañas y los bosques sigilosamente y sin dejar rastros, con la ayuda de los guías locales. En ocasiones, nos fabricamos patas de animales para ponérnoslas en los pies y cubrimos nuestros cascos con pájaros de artificio para escondernos tranquilamente en la maleza. Después aguzamos el oído para detectar los sonidos más lejanos y entornamos los párpados para ver más claramente, Exacerbamos nuestros cinco sentidos para captar cualquier signo de importancia. Estamos atentos a todas las manifestaciones atmosféricas; rastreamos en el vado de los ríos los rastros del enemigo y vigilamos en movimiento de las copas de los árboles que pueden indicarnos su proximidad.’ Dice Ho Yen Hsi: ‘[...] al ingresar en territorio enemigo debemos conocer con exactitud sus montañas, ríos, tierras altas y bajíos, aquellas elevaciones que el enemigo puede defender por considerarlas puntos estratégicos, los bosques, los cañaverales, los juncales, y los altos pastizales entre los que puede esconderse, las distancias de los caminos y de los senderos, la extensión de sus poblados y aldeas, el tamaño de sus villorrios, la fertilidad o aridez de sus tierras, la magnitud de sus obras de riego, la cantidad de sus pertrechos...’” (Sun Tzu, El arte de la guerra y la estrategia, traducción y notas de Cristina Esler, Buenos Aires, Need, 1998, pp. 67-69, subrayados míos).
(13) “El general Rosas, dicen, conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires. [...] El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simple baqueano” (Domingo F. Sarmiento, op. cit., p. 46). Es gracioso —como siempre— el comentario más que escéptico que hace Alsina a esa peregrina afirmación sobre Rosas. Sin embargo, también es interesante recordar que, según la leyenda, Quiroga conocía también el nombre de cada uno de sus soldados. Muchos años después, se diría de Evita que recordaba a cada persona de las que acudían a la Fundación para pedirle algo, de tal manera que, si volvían, las regañaba. Las magias de nuestra historia, parece, se repiten, y no necesariamente como comedias (musicales).
(14) Ginzburg, Carlo, “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico”, en Eco, Umberto y Sebeok, Thomas A. (eds.), El signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce, Barcelona, Lumen, 1989, pp. 116-163.
(15) Lo de apogeo debe entenderse, precisamente, de manera simbólica. Por lo menos, no ceder a la tentación de hacer historia contrafáctica e imaginar “qué hubiera pasado si...”. En todo caso, siempre hay otras versiones. Ver, por ejemplo, Víctor Barrionuevo Imposti, “Las claves secretas del general Paz”, en Todo es Historia, año II, núm. 9, Buenos Aires, enero de 1968: “Estos y otros documentos similares ponen en evidencia que el insólito apresamiento del general Paz no interrumpió una campaña victoriosa del jefe unitario, sino una situación difícil e impopular que se agravaba día a día, como lo admiten sus coroneles en la intimidad de los criptogramas.”
(16) “Después de algunos tiros se mezclaron ambas partidas, por tener iguales divisas, cuya circunstancia facilitó que nuestros milicianos reconociesen a Paz y, corriéndolo, le bolió el caballo el soldado Francisco Zeballo” (carta de Estanislao López, citada en Beverina, op. cit., p. 286). Al respecto: “El Libro de la Administración Militar señala: ‘Dado que la voz humana es inaudible en el fragor de la batalla, se usan tambores y campanas. Dado que las tropas no pueden verse claramente en medio del combate, se utilizan banderas y estandartes’” (Sun Tzu, op. cit., p. 69). El filme Ran, de Akira Kurosawa, es una brillante exposición de estas nociones, también “semióticas”. Aunque parezca banal, sería necesario volver al fútbol, y a sus coloridas camisetas; especialmente en los campeonatos mundiales, especie de sublimación o, por lo menos, de derivación de otras formas de guerra, que sin embargo no cesan por ello: bueno es recordarlo. (Debo esta afirmación a Horacio González, pero cito de memoria.)
(17) El Comentarista, curiosamente, parece reprocharle lo mismo al propio Paz: “... la falta de cartas de la zona de operaciones y de croquis o esquicios de los numerosos combates descriptos y analizados por el general Paz, no permite seguir con provecho o con claridad el estudio de las diferentes campañas y acciones de guerras” (Juan Beverina, “Advertencia del anotador”, en Memorias póstumas del general José María Paz, 2 vols., ed. especial de la “Biblioteca del Oficial”, anotada por el teniente coronel Juan Beverina y aumentada con una parte cartográfica original, Buenos Aires, Taller gráfico de L. Bernard, 1924, p. 11. Este último subrayado es mío).
(18) Benedict Anderson, “El mapa”, en Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez, México, FCE, 1993, 1997, pp. 238-249.
(19) El uso del lexema “país” en los escritores del siglo XIX (parecido, por ejemplo, al italiano paese), y particularmente en Paz, merecería un mayor desarrollo lexicográfico, que no puedo hacer aquí. Ver Anderson: “... la convergencia vectorial del capitalismo de imprenta con la nueva concepción de la realidad espacial presentada por estos mapas ejerció un efecto inmediato sobre el vocabulario de los políticos tailandeses. Entre 1900 y 1915, las tradicionales palabras krung y muang casi desaparecieron, porque se referían a unos dominios de acuerdo con capitales sagradas y centros de población visibles y discontinuos. En su lugar apareció prathet, ‘patria’, que la imaginaba en los términos invisibles de un espacio territorial limitado” (op. cit., p. 241).
(20) “Dice Tu Mu: ‘El Kuan Tzu afirma: Por lo general, el jefe de un ejército ante todo debe conocer a fondo los mapas para determinar los lugares peligrosos para el paso de los carros y las carretas, los puntos en los que el agua es demasiado profunda para los furgones, los cruces de las montañas más conocidas, los ríos principales, la ubicación de las tierras altas y de las colinas, las zonas más densamente pobladas de juncales, bosques y cañaverales, la longitud de las rutas, la importancia de aldeas y poblados, las ciudades más transitadas y las abandonadas y los parajes donde se encuentran huertos florecientes. Estos datos deben conocerse con tanta exactitud como la ubicación de las líneas de frontera. El general debe retener toda esta información en su memoria; sólo así podrá sacar provecho de las condiciones del terreno’” (Sun Tzu, op. cit., subrayado mío).
(21) Dalmiro Sáenz, en su audaz (aunque un poco sentenciosa, como es su estilo) novela sobre Paz, ya citada, imagina que Paz cae prisionero, pese a conocer muy bien el terreno en el que andaba, porque sus enemigos, esos gauchos telúricamente todopoderosos, alteran el paisaje para confundirlo. Esto me recuerda las complejas operaciones que realizaba el pintor “realista” Fernando Fader en los amplios paisajes que se disponía a pintar (acomodaba fardos, carretas, campesinos, hasta conseguir la exacta disposición que previamente había decidido).
(22) Guerre et cinéma I. Logistique de la perception, París, Editions Cahiers du Cinéma, 1991, p. 8: “Il n’y a donc pas de guerre sans représentation...” Las traducciones son mías.
(23) ... l’histoire des batailles c’est d’abord celle de la métamorphose de leurs champs de perception. Autrement dit, la guerre consiste moins à remporter des victoires “materielles” (territoriales, économiques...) qu’à s’appropier “l’inmatérialité” des champs de perception [...]. Puisque dès l’origine, le champ de bataille est un champ de perception [...]. Lorsqu’il créait un champ de bataille, le regard de Napoleón (ou celui de Griffith...) lui permettait d’absorber à la fois prévision, décision, de restituer organisation et contrôle avec une rapidité sans égale, sand négliger le détail. Mais lorsque la guerre napoléonienne, en 1812, s’étala dans l’inmensité russe et se peupla d’un demi-million d’hommes rien que du côté français, ce type d’organisation visuelle s’effondra logistiquement. Il était loin le temps où Frederic II et quelques autres parvenaient à voir se former et évoluer “grandeur nature” sur le terrain, un ordre de bataille aussi régulier, des figures aussi géometriques que celles précédemment projetées sur le papier. Les armées étaient maintenant composées de nombreux corps mobiles qui devaient s’aborder non sans difficultés au cours de l’action, à la suite d’ordres donnés en dehors de leur propre champ visuel.
(24) Mal que le pesara a Sarmiento, Paz era oficial de caballería (volveré sobre esto). Sobre la función informativa (perceptivo-comnunicativa) de la caballería, dice Virilio: “... l’appareil lui-même n’est admis que comme ‘mirador volant’, presque aussi stagnant que l’ancien aérostat avec ses cartographes armés de papiers et de crayons, le renseignement mobile étant encore attribué à la cavalerie et à sa vitesse de pénétration au sol, jusqu’à la bataille de la Marne, où pour la première fois, Joffre tenant compte des renseignements des aviateurs, est en mesure de décider des tendances nécessaires à son offensive victorieuse” (... el avión mismo no es admitido más que como “mirador volante”, casi tan estancado como el antiguo aeróstato con sus cartógrafos armados de papeles y lápices, la información móvil aún atribuida a la caballería y a su velocidad de penetración en el terreno, hasta la batalla del Marne, donde, por primera vez, Joffre, tomando en cuenta informaciones de los aviadores, está en condiciones de decidir tendencias necesarias para su ofensiva victoriosa; op. cit., p. 23).

(Una primera versión fue leída en las Jornadas de Homenaje a Enrique Pezzoni, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, agosto de 1999.) 


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