En las elecciones de 1989, fui candidato a diputado
nacional sin saberlo.
Sin embargo, no esto lo principal que quiero contar. Ya
veremos.
Durante la primera mitad de ese año, en el que cayó el Muro
de Berlín, tuve mi única experiencia de militancia política activa; fue en una coalición
que se llamaba Izquierda Unida, formada principalmente por el PC y el MAS, y
que realizó la primera interna abierta de la historia electoral argentina.
Yo me había recibido en Letras el año anterior. En “Marcelo
T.”, porque Puan, en esa época, producía lo único valioso de su historia, según
la boutade de Fogwill: cigarrillos. Trabajaba
en un centro cultural del Programa Cultural en Barrios, del gobierno de
Alfonsín, un ambicioso proyecto de algunas personas que llegué a conocer y que
enseguida fue apropiado por el astuto Pacho
O’Donnell, a la sazón radical y secretario de Cultura.
También trabajaba como corrector en una editorial, gracias
a lo cual me había podido ir a vivir solo, en una época en que los alquileres
se indexaban mensualmente. A pocos meses de la hiperinflación: gran puntería la
mía.
***
Desde que se había reanudado la actividad política, en las
postrimerías de la dictadura, pos-Malvinas, para definirme políticamente si era
necesario, solía decir que estaba “cerca del PC”; pero nunca me había afiliado.
En parte porque —hijo del “Proceso” al fin y al cabo— no me convencía del todo
la noción misma de afiliarse, en
parte porque creía ingenuamente en la “izquierda” como un todo, y en parte
porque mis amigos, que eran todos trotskistas, me decían “estalinista” o
directamente me acusaban de haber matado a Trotsky, a través de una serie de
mediaciones que yo, joven del —como se dice ahora— Conurbano, no entendía del
todo. O sea que la tercera razón subrayaba la ingenuidad de la segunda.
Cuando se anunció la formación de un nuevo frente de
izquierda, sentí por primera vez la necesidad de participar. Ya se había
intentado algo similar en las legislativas de 1985 (“FREPU, carajo, / arriba
los de abajo”), pero había abortado enseguida, pese al ingenio de su eslogan.
En 1987, el PC formó otro precario frente, el FRAL, con el Partido Humanista
(los “Hare Krishna”, decía el Perro
Verbitsky).
1989 ofrecía otro panorama: eran elecciones presidenciales,
aunque no hubiera, por supuesto, ninguna posibilidad de tallar a ese nivel; la
interna peronista se había definido con cierta sorpresa —y con un pequeño
empujoncito del alfonsinismo— a favor de un caudillo riojano previsiblemente
populista, por sobre las epocales modulaciones socialdemócratas de Antonio Cafiero;
y el MAS, fundado en 1982 por un joven abogado de derechos humanos, Luis
Zamora, había crecido mucho.
Precisamente, las encuestas internas indicaban que en la
provincia de Buenos Aires se podía “meter” un diputado, así que el resultado de
las primarias fue meramente simbólico. El ganador resultó Néstor Vicente,
nativo de la Democracia Cristiana; Zamora, candidato a vicepresidente, también
encabezaría la lista bonaerense.
***
Así las cosas, me contacté con un compañero de la Facultad,
que se había recibido casi al mismo tiempo que yo. Llamémoslo H. Yo sabía que
él sí era del PC, y hablando del tema me enteré también de que estaba en una
especie de comité de campaña o como se llamara en esa época. Me reclutó
enseguida para asistir a David Viñas, que era el candidato fantasmático
(“simbólico”, me diría el mismo Viñas años después) de Izquierda Unida a
intendente de la ciudad de Buenos Aires. Fantasmático, o simbólico, porque
entonces todavía el intendente era elegido por el presidente, no por los
ciudadanos, y los presidenciables, en una decisión excelente, habían designado
a sus candidatos antes de los comicios.
El candidato radical era el intendente en ejercicio, el
inefable Facundito Suárez Lastra, que todavía frecuenta sets televisivos
defendiendo la postura radical de turno. El del peronismo era Carlos Grosso,
locuaz animador de lo que todavía se llamaba “Renovación Peronista” y que había
pasado la dictadura refugiado en SOCMA, la empresa de los Macri: juntando
recortes de prensa, según las malas lenguas; como lo que ahora llamamos CEO,
según su currículum oficial. En todo caso, entrenado para devolver el precio de
su vida salvada, con alguna que otra concesión floja de papeles; una deuda
interminable con la famiglia.
Finalmente, la candidata de la UCD, que en ese entonces,
aunque nadie se acuerde, estaba más cerca del radicalismo que del peronismo,
que todavía no se había vuelto masivamente menemista-liberal, por supuesto, era
Adelina de Viola, célebre por su exabrupto “¡Socialismo las pelotas!” y por
cifrar su ideal del libre mercado en las señoras bolivianas que, sentadas
dieciséis horas frente a los grandes supermercados, vendían más barato que
éstos.
***
Yo estaba impactado porque Viñas era mi maestro secreto,
quizás el intelectual al que más debía la decisión de estudiar Letras.
Conocerlo fue una experiencia a la altura de toda expectativa. En 1986 había
dado su primer curso de Literatura Argentina, que hice religiosamente, como
cientos de compañeros, y se había convertido para nosotros en un referente de
la rebeldía y la independencia intelectual. Sobre todo, frente al posmarxismo
oficialista de Beatriz Sarlo, que usaba a Foucault para defender a Alfonsín y
conducía en las sombras los destinos de la Facultad.
Cuando fui a su pequeño departamento alquilado de la calle
Córdoba, me regaló el número 0 del diario Sur,
que el PC había lanzado para la campaña (no la sobreviviría mucho tiempo), y un
libro de Eudeba sobre geografía humana que tenía repetido. El tipo había
conseguido una pila de libros sobre urbanismo y temas similares. Se había
tomado su candidatura “testimonial” muy en serio y, más allá de no ser un gran orador
de barricada y enunciar provocaciones como que las plazas debían servir para
que los jóvenes hicieran el amor (en verano, supongo), invertía mucho tiempo en
reuniones con especialistas de diversos temas urbanísticos y sociales,
generalmente en algún cubículo preparado al efecto en los fondos de Liberarte.
Lo acompañaba para tomar notas, pasarle cosas a máquina,
nada muy importante. A veces, agregaba unas notas al margen con sugerencias,
pero no sé si me daba mucha bola. La agenda de eventos se la llevaba sin mucha
precisión David Llewellyn, un actor del PC que había tenido un buen papel en La película del Rey. Recuerdo haber
ayudado al Viejo a preparar una
exposición programática que debía hacer en la Sociedad de Arquitectos, donde se
iban a presentar los cuatro candidatos, tres de los cuales tenían un discurso
prácticamente calcado: privatizar todo lo posible, hasta los árboles si se
dejaban. La palabra de Viñas, como correspondía, era la única disidente. Claro
que todo se diluía bastante si se tenía en cuenta que el futuro intendente ya
estaba clavado. Angeloz, el candidato radical que trataba de ocultar que era
radical, no podía ganarle a Menem.
Por mi parte, renuncié al centro cultural. No podía
participar en dos campañas al mismo tiempo.
***
Nuestra campaña iba relativamente bien, si uno no se detenía demasiado en las inevitables
fricciones entre enemigos seculares. Mi amigo H. me aseguraba que el MAS no
colaboraba en nada; se cortaban solos, hasta hacían su propia cartelería, y lo
único que les interesaba era meter a Zamora en provincia. “Con un poco de
esfuerzo, podríamos meter dos, y uno en capital”, me decía, demasiado confiado en
poder superar la trampa de monsieur D’Hont.
Nunca supe si era del todo verdad, pero H. me contaba que
los dirigentes trotskistas insistían en salir en camisa en todas las fotos,
algo rigurosamente prohibido en una campaña electoral que se quería seria,
profesional. “Zamora es un tipo que vive de traje —me decía, con razón—, y
ahora se quiere hacer el obrero. Ya les dije que cuando sean candidatos en
Nicaragua se vistan de verde oliva si quieren, pero acá se ponen traje sí o sí”.
No siempre tenía éxito con su advertencia, como se ve en la escasa iconografía
de la época.
La campaña cerró a todo trapo rojo en Huracán. Para lo que
podía esperarse, se trató de un éxito considerable. El estadio “Tomás Adolfo
Ducó” (donde jugaba River cuando se estaba reformando el Monumental para el
Mundial 78, y había ido con mi viejo varias veces) tiene una capacidad
aproximada para 60.000 personas, y desbordaba, tanto las tribunas como el
pasto, y quedó afuera mucha gente también.
De hecho, aparte de que aún el PC conservaba cierta
capacidad de movilización —no quiero ser irónico y poner “de existencia”—, el
MAS estaba creciendo desaforadamente. La broma interna era que no daban abasto
para afiliar, que se les terminaban a cada rato las fichas para que los nuevos
afiliados llenasen, y que estaban sufriendo una crisis cuantitativa de
identidad trotskista; de hecho, no tardaría mucho tiempo en fragmentarse. Eran
los riesgos de tener al frente un candidato carismático, y en frente dos
candidatos intragables.
***
Pese a haberme mudado a capital, todavía votaba en
provincia, así que me anoté como fiscal y me asignaron la cancha de Chacarita,
a siete cuadras de mi casa paterna. Las mesas estaban ubicadas en la zona de
vestuarios, debajo de las tribunas, a priori una locación algo ominosa. Pero todo
se desarrolló con asombrosa tranquilidad. El puntero/jefe de fiscales peronistas
pasaba de vez en cuando, campechano, sabiéndose ganador. Orgulloso de la
perfecta organización, sonreía amablemente a las autoridades de mesa y a todos
los fiscales, y se presentaba con sarcasmo: “Nosotros somos los patoteros,
según dicen”.
En mi mesa el peronismo sacó más del 50 por ciento, lejos.
No recuerdo el radicalismo, pero supongo que no mucho más del 30. Izquierda
Unida salió tercera, bastante pegadita, lo que auguraba el cumplimiento del
objetivo principal. Nuestra “mesa de Necochea” fue Laguna Paiva, un pueblo
santafesino en donde salimos segundos. En efecto, Luisito Zamora se consagró
como primer diputado trotskista de la historia argentina. Nada más, ni nada
menos.
No hubo demasiado tiempo para festejar. La híper se llevó
puesto al gobierno radical. Menem asumió antes de tiempo... Todavía es difícil
de explicar por qué Alfonsín fue quien le pasara la banda presidencial, cuando
la Constitución hablaba de un período de “seis años”; pero bueno, son detalles,
parece que es muy difícil ser republicano cuando todo el tiempo hay que estar
salvando la república.
Izquierda Unida se disolvió al poco tiempo. De pronto, el
MAS pareció recordar o enterarse de que Néstor Vicente era abogado de jubilados
y les cobraba... (?). No recuerdo qué otras razones se dieron, si es que se dieron,
pero supongo que no se mencionó el estalinismo.
***
No me olvido de mi candidatura.
Que no fue por Izquierda Unida. La anécdota, finalmente, es
banal. En ese momento yo salía con una chica que militaba en un pequeño partido
de izquierda independiente; propiciaban la candidatura del prestigioso fiscal
de investigaciones administrativas Ricardo Molinas, dentro de un frente
progresista lo más amplio posible. Ante el rechazo de otras fuerzas (el MAS,
desde ya), paradójicamente, ese partido se conformó con hacer un pequeño
frente, con esquirlas del PRT y otros, y al fin su candidato a presidente fue
un socialista mendocino de avanzada edad, Ángel Bustelo, que protagonizó un
accidentado spot de campaña.
La chica con la que salía me pidió que le firmara un aval
en blanco, y supongo que de allí habrán salido los datos para inscribir mi
candidatura; en un puesto insignificante, por supuesto. Lo descubrí en alguna
reunión partidaria a la que tuve que acompañarla. La boleta estaba pegada en un
pizarrón: me quedé mirándola un rato, perplejo. Lamento no haber guardado una
copia, ni la pude encontrar en Internet; de todas maneras, mi nombre es muy
común, no probaría nada.
Salimos últimos cómodos, arañando los 5.000 votos.
Enero de 2016 (publicado en Panamá Revista)
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