(reseña de Un método peligroso, de David Cronenberg, 2011)
La historia de un triángulo perverso y productivo (el de Sabina Spielrein,
Sigmund Freud y Carl G. Jung) prometía más de lo que logra. ¿En qué residen sus
imposibilidades (y su fascinación a pesar de ellas)?
Locura. |
Como se sabe, Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945), de Alfred Hitchcock, fue uno de los
primeros filmes que contaron un psicoanálisis. Si bien éste era más que nada
una excusa para desarrollar el tópico hitchcockiano de la «caza del hombre»
(ver el libro de
reportajes de Truffaut), también estaba claro que se prestaba muy
bien para un relato puntuado por las nociones (poco precisadas, desde ya) de
trauma, amnesia histérica, transferencia, asociación libre,
trabajo/interpretación del sueño (con la famosa colaboración de Dalí), etc.
Claro que, en definitiva,
el relato de ese psicoanálisis (mezclado con una historia de amor y una
historia policial) sólo pudo aparecer bruscamente recortado, resumido, como
sucede con las peleas en las películas de boxeo o con los juicios en las
películas de juicios. El psicoanálisis, que en cierto sentido es esencialmente
narrativo (una historia de amor y una historia policial), se nos presenta así,
paradójicamente, como algo irrepresentable.
Triángulo y gadgets. |
¿Será este uno de los
factores que hacen que la película de Cronenberg Un método peligroso no termine de cuajar? Veamos.
Sabina Naftulovna Spielrein (rusa, 1885-1942) es una de las primeras
psicoanalistas. Pero antes fue paciente del suizo Carl Gustav Jung,
el entonces discípulo preferido de Freud, que la curó de su histeria traumática
aplicando los métodos, aún incipientes, de su maestro. La apertura de los
archivos de Spielrein, en 1980, desencadenó una suerte de moda, integrada,
entre otras obras, por el filme Prendimi l’anima, de Roberto Faenza (2002); de este mismo año
es la pieza teatral de Christopher Hampton The Talking Cure (2002), basada a su vez en el libro (de no
ficción) de John Kerr A Most Dangerous
Method (1993). Hampton (adaptador
en la inolvidable Relaciones peligrosas, de Frears) guionó el filme de Cronenberg.
Curada. |
Se afirma que los aportes
de Sabina (Keira Knightley) fueron fundamentales para que Freud (Viggo
Mortensen) ajustara la noción de pulsión de muerte, basándose en lo que ella
investigó sobre el sadismo y la autodestrucción, luego de que Jung (Michael
Fassbender) la «curara», y la hiciera su amante intermitente, prácticas SM
mediante.
Un método
peligroso es, entre
otras cosas, la historia de cómo esa primera relación Sabina-Jung se espeja y
se triangula (no hay dos sin tres claro) en la relación Jung-Freud. Un espejo
que multiplica los Edipos de manera abismal. Jung resiste hasta el final el
(para él) excesivo énfasis en «lo sexual», que Freud no está dispuesto a
sacrificar, porque es la piedra de toque de su teoría. Y no sólo en lo científico
sino también (y principalmente) en su posicionamiento intelectual, social,
profesional. Aun con sus enormes costos (entre ellos, renunciar a ser heredado
por su hasta entonces predilecto).
Este «material» parecía
mandado hacer para el realizador de espléndidos relatos perversos (léase
relatos en los que la perversión es tanto la forma como la sustancia); Dead Ringers, Crash o M. Butterfly, por ejemplo.
Sin embargo, en varios
aspectos de la película, parece que Cronenberg se hubiera quedado a mitad de camino,
quizás demasiado atado a un guión profuso, rebosante de clichés (pero que la
puesta en escena tampoco evita: ¿era necesario que Freud siempre tuviera
un habano en la boca, hasta cuando se desmaya?; ¿era necesario que Vincent Cassel repitiera su habitual personaje oscuro/seductor?).
En este sentido, la evitable maqueta de Nueva York hace juego con la inevitada
frase de Freud, «¿sabrán que les traemos la peste?».
Les llevamos la peste. |
Pero, sin duda, lo mejor
de la película es el contraste de esos atildados decorados finiseculares ─aristocráticos (Jung) o pequeñoburgueses
(Freud) ─ con las corrientes oscuras, ocultas u
ocultadas, de la enfermedad mental y el sexo prohibido. Sin que ese contraste
sea reflejado por cambios obvios en la ambientación o la iluminación, al contrario. Ahí está el Cronenberg de M. Butterfly, seguramente (de hecho, Fassbender a veces parece actuar como Jeremy
Irons, sin lograr las sugestivas ambigüedades de éste). Y el de Dead Ringers fulgura en el infaltable gadget cronenberguiano, esta vez
un galvanómetro y sus accesorios, que Jung usa para experimentar con Sabina y
su esposa, Emma (Sarah Gadon).
Y he aquí otra clave para
destacar. Si no hay dos sin tres, quizás tampoco haya tres sin cuatro. La
esposa de Jung, que lo ama a toda prueba ─y lo mantiene─,
cumple un rol fundamental en la historia, manejando los hilos desde un lugar
aparentemente secundario, pero consciente de todo. (El
matrimonio como cárcel tolerada: Naked Lunch.)
Cosas de mujeres. |
Guillermo Cabado, comentando la
película, afirma. «Año curioso [1925] para la relación entre cine y
psicoanálisis. Una serie de acontecimientos se van sucediendo a partir del
intento de algunos productores cinematográficos por lograr el aporte del
psicoanálisis a sus proyectos. En todo ese rosario de episodios hay un hilo que
perdura: la negativa de Freud a participar de esos intentos. En una carta a
Abraham dice que “no creo que sea posible representar gráficamente nuestras
abstracciones de un modo digno”.» Y agrega, más específicamente, sobre el filme
del canadiense: «Cada espectador juzgará el valor de Un método peligroso, en particular los seguidores del cine de
Cronenberg. Pero acaso haya quien guste además dialogar con ella a la hora de
abordar esta pregunta: la sexualidad de la que habla el psicoanálisis, ¿es la
sexualidad de los hechos que le acontecen al paciente afuera del consultorio?,
¿o la del erótico hecho de decir que sucede en transferencia? Si nos atenemos
al antiguo debate Jung-Freud, habrá que afirmar que es una pregunta que ha
atravesado el siglo con la potencia de lo que no cesa de no inscribirse... ¿se puede filmar un saber, no ya referencial,
sino textual?»
La última pregunta suena
retórica. Posiblemente, la única respuesta que admite es no.
Sin embargo, es sugerente
esa referencia al siglo XX. Hablando con un célebre crítico, me sugirió algo
parecido. Un método
peligroso sería un intento de
relevar cómo se prefiguraba el siglo XX en esa lucha edípica,
triangular-cuadrangular, Jung-Freud-Sabina(-Emma). Quizás, agrego yo, en la
estela de Más allá del bien y del mal, de Liliana Cavani («Celebran el nuevo siglo,
¡es nuestro siglo, Fritz!», dice al final Lou-Andreas Salomé, otra psicoanalista famosa).
Freud en su laberinto. |
Pero aquí surge otro
problema. Recordando a Cavani, ¿no habría también algo de Portero de noche? ¿Por qué en Un método peligroso la biografía final de Jung
omite su discutida relación con el régimen nazi que terminaría sacrificando (no
en lo imaginario, como él, sino en lo Real) a Sabina? Si en la historia de la
película es tan importante la relación entre el protestantismo de Jung y el
judaísmo de Freud (que quería ser «blanqueado» por aquél), esa omisión final se
agiganta hasta límites insospechados. Precisamente como lo oculto, lo reprimido
que, retrospectivamente, podría explicar muchas cosas.
(Publicada en revista digital El Gran Otro, mayo de 2012.)
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