Al borde de un lago, en un paisaje paradisíaco,
la mujer de la ciudad le pregunta a la mujer del Sur: “¿Dónde está el centro
acá?” La mujer del Sur le responde a la mujer de la ciudad: “Acá no hay
centro.”
Parece que Eduardo Milewicz se planteó el
desafío de hacer una película sin centro.
Ni geográfico ni estructural. Con un intimismo casi impúdico que resalta más
todavía frente al riesgo (no siempre sorteado) de que el paisaje asuma el
protagonismo; con una —eso sí— sencillez sin sencillismo. Estoy tratando de
describir la small movie (la
denominación no es peyorativa) con la que Eduardo Milewicz debuta en el
largometraje, después de una breve pero exitosa trayectoria en el corto (Seda negra) y en la TV (Desde adentro). “Pequeña película” no
es una expresión muy clara, por cierto, salvo que la relacionemos
inmediatamente, por contraposición, con los “grandes bodrios” que están
batiendo récords en las carteleras argentinas.
Algunos de los méritos mayores de la
realización vienen del guión. Por ejemplo, el hecho de que el punto de vista de
Muriel (que pudo ser excluyente) se abandone de vez en cuando, o que su relato
en off no sea demasiado pesado o redundante. Por ejemplo, la mayoría de los
diálogos. Gran mérito, entonces, de la coguionista, la escritora Susana
Silvestre, cuyas novelas Si yo muero
primero y Mucho amor en inglés
tienen bastante del tema y el tono de La
vida según Muriel, sobre todo las protagonistas preadolescentes y (no muy)
adultas. (La última de las novelas mencionadas empieza con una frase, “Soy una
desequilibrada emocional”, que se parece mucho a una que Muriel le atribuye a su
madre.)
Otra de las virtudes de esta primera obra es
que el desarrollo de la relación entre las mujeres está muy bien equilibrada,
sin cierto feminismo agresivo y bobo que está bastante de moda (los personajes
masculinos son débiles, pero esto era inevitable por comparación con la fuerte
personalidad de las protagonistas).
Porque ésta es la historia de la dificultosa
amistad de Laura, la mujer de la ciudad, y Mirta, la mujer del Sur: una quiere
ir hacia un lugar, la otra espera en un lugar, y ninguna sabe muy bien por qué.
Por supuesto, también es la historia de Muriel, que va a conocer a su papá (y
lo va a perder nuevamente: esto es lo que siempre pasa, pero generalmente en
períodos más largos). Hay otras historias, o fragmentos de historias: un auto
que se cae a un lago (ejemplo de buen protagonismo del paisaje, por su
importancia estructural y simbólica, sobre todo si lo vemos como el Sur
devorándose a la ciudad, o uno de sus esenciales emblemas); una casucha
derruida se transforma en un aceptable hotel; un enamorado se suicida.
Finalmente, si hay que anotar algo en el debe
de este más que promisorio debut de Milewicz, son ciertos subproductos de sus
virtudes, apuntadas hasta acá. En la evolución errática de los personajes,
algunas escenas resultan inevitablemente repetitivas, inverosímiles o
previsibles. El paisaje puede llegar a saturar cuando abunda (siempre es
extraña la comprobación de que la belleza cansa),
o cuando simplemente está ahí, porque no se lo puede eludir.
Las pequeñas historias no hacen Historia pero
sin duda hacen la Historia. La vida según
Muriel es un buen ejemplo de ello y es más que un buen comienzo. ¿Habrá que
desear que tenga un éxito sólo moderado...?
(Reseña de La
vida según Muriel, de Eduardo Milewicz. Publicada en la revista La vereda de enfrente, núm. 11, Buenos
Aires, septiembre de 1997.)
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