viernes, 2 de diciembre de 2011

Acá no hay centro



Al borde de un lago, en un paisaje paradisíaco, la mujer de la ciudad le pregunta a la mujer del Sur: “¿Dónde está el centro acá?” La mujer del Sur le responde a la mujer de la ciudad: “Acá no hay centro.”
Parece que Eduardo Milewicz se planteó el desafío de hacer una película sin centro. Ni geográfico ni estructural. Con un intimismo casi impúdico que resalta más todavía frente al riesgo (no siempre sorteado) de que el paisaje asuma el protagonismo; con una —eso sí— sencillez sin sencillismo. Estoy tratando de describir la small movie (la denominación no es peyorativa) con la que Eduardo Milewicz debuta en el largometraje, después de una breve pero exitosa trayectoria en el corto (Seda negra) y en la TV (Desde adentro). “Pequeña película” no es una expresión muy clara, por cierto, salvo que la relacionemos inmediatamente, por contraposición, con los “grandes bodrios” que están batiendo récords en las carteleras argentinas.
Algunos de los méritos mayores de la realización vienen del guión. Por ejemplo, el hecho de que el punto de vista de Muriel (que pudo ser excluyente) se abandone de vez en cuando, o que su relato en off no sea demasiado pesado o redundante. Por ejemplo, la mayoría de los diálogos. Gran mérito, entonces, de la coguionista, la escritora Susana Silvestre, cuyas novelas Si yo muero primero y Mucho amor en inglés tienen bastante del tema y el tono de La vida según Muriel, sobre todo las protagonistas preadolescentes y (no muy) adultas. (La última de las novelas mencionadas empieza con una frase, “Soy una desequilibrada emocional”, que se parece mucho a una que Muriel le atribuye a su madre.)
Otra de las virtudes de esta primera obra es que el desarrollo de la relación entre las mujeres está muy bien equilibrada, sin cierto feminismo agresivo y bobo que está bastante de moda (los personajes masculinos son débiles, pero esto era inevitable por comparación con la fuerte personalidad de las protagonistas).
Porque ésta es la historia de la dificultosa amistad de Laura, la mujer de la ciudad, y Mirta, la mujer del Sur: una quiere ir hacia un lugar, la otra espera en un lugar, y ninguna sabe muy bien por qué. Por supuesto, también es la historia de Muriel, que va a conocer a su papá (y lo va a perder nuevamente: esto es lo que siempre pasa, pero generalmente en períodos más largos). Hay otras historias, o fragmentos de historias: un auto que se cae a un lago (ejemplo de buen protagonismo del paisaje, por su importancia estructural y simbólica, sobre todo si lo vemos como el Sur devorándose a la ciudad, o uno de sus esenciales emblemas); una casucha derruida se transforma en un aceptable hotel; un enamorado se suicida.
Finalmente, si hay que anotar algo en el debe de este más que promisorio debut de Milewicz, son ciertos subproductos de sus virtudes, apuntadas hasta acá. En la evolución errática de los personajes, algunas escenas resultan inevitablemente repetitivas, inverosímiles o previsibles. El paisaje puede llegar a saturar cuando abunda (siempre es extraña la comprobación de que la belleza cansa), o cuando simplemente está ahí, porque no se lo puede eludir.
Las pequeñas historias no hacen Historia pero sin duda hacen la Historia. La vida según Muriel es un buen ejemplo de ello y es más que un buen comienzo. ¿Habrá que desear que tenga un éxito sólo moderado...?


  (Reseña de La vida según Muriel, de Eduardo Milewicz. Publicada en la revista La vereda de enfrente, núm. 11, Buenos Aires, septiembre de 1997.)

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