La cátedra o la vida
En su novela breve La
caída (1971), Friedrich Dürrenmatt cuenta una lucha por el
poder en el seno de una institución política y de un país innominados. Los
personajes son designados mediante letras. Las acciones son detalladas y
contundentes (la lucha es a muerte), pero la estructura general es abstracta;
la comparación con Kafka se hace inevitable, pero también es inevitable asociar
la trama a un contexto determinado: la Unión Soviética. Varios elementos
apuntan a ello, aunque también son una trampa para el lector y su capacidad —o
su manía— de desentrañar implícitos. De hecho, la abstracción del relato
implica que podría aplicarse a muchos contextos similares; nada impedía al
autor referirse más claramente a uno en especial.
La mirada de Roque. |
Pensé varias veces
en La caída mientras veía El estudiante, de
Santiago Mitre. Por supuesto, el cine plantea problemas muy distintos respecto
de la literatura, en lo que hace a sus posibilidades de abstracción. Sacando la
animación, el cine surrealista y algunos pocos ejemplos más, el objetivismo del
cine lo hace menos capaz de combinar una representación realista con otra
abstracta (en el sentido antes apuntado: acciones y personajes bien concretos,
pero aplicables a distintos contextos históricos).
Otro ejemplo
paralelo: una vez tuve la oportunidad de ver La malasangre, la
famosa obra de teatro de Griselda Gambaro, en una puesta en escena que hacía
abstracción de la contextualización original, supuestamente la época de Rosas.
Los personajes vestían ropas atemporales, o quizás cercanas a una ambientación
de ciencia ficción. El resultado (puede suponerse) no era del todo
satisfactorio, pero la experiencia fue estimulante, de todas maneras. En la
obra de Gambaro había referencias inequívocas a la tiranía rosista (así fue
interpretada, por supuesto, en su puesta original, con todo lo que trajo como
consecuencia), pero eran referencias suficientemente alusivas como para
permitir derivar hacia aquella versión descontextualizada y, por lo tanto,
generalizadamente alegórica.
Acevedo capta a Roque. |
Repito: El
estudiante no podía ser así…, pero algo de eso hay.
Roque, el protagonista,
llega a Buenos Aires a estudiar no sabe bien qué, y enseguida se mete de lleno
en la rosca política de la UBA, especialmente de la Facultad de Ciencias
Sociales (aparecen sus dos sedes, la de Marcelo T. de Alvear, donde yo cursé
Letras hace demasiado tiempo, y la nueva, de parque Centenario). Las
agrupaciones políticas son ficticias, aunque aluden a varias existentes. De
hecho, las paredes de los edificios están revestidas de carteles y pintadas
«reales». Cualquiera que haya pasado y pase gran parte de su tiempo entre
paredes similares (como es mi caso), identifica, sin dudar demasiado, cada
alusión.
El mecanismo que
se desencadena es el siguiente: la lucha política, al principio, parece
concentrarse en algunos fines «concretos»: actualizar los planes de estudio,
mejorar la universidad pública, etc. Enseguida, los fines quedan atrás,
desplazados por una serie potencialmente infinita de «medios» (que se revelan
como los verdaderos fines): ganar el centro de estudiantes, el claustro de
profesores, la rectoría. Acumular poder, lo que significa esencialmente cargos
políticos (y, solo secundariamente, o como consecuencia de aquellos,
académicos; por ejemplo: los concursos de profesores, una minoría que a su vez
decide sobre la votación del rector). Luego, ¿una secretaría nacional, un
ministerio? El cielo es el límite.
La quintita de un académico. |
La trama, en
verdad, va compactando etapas que, en la «realidad», son aun más amplias, más
escalonadas. Los fines no siempre quedan claros, y aquí es donde la abstracción
de la que hablaba al principio hace su mejor tarea. La política universitaria
está vista como metáfora (o sinécdoque) de la política tout court,
sí, pero sin llegar a ser una alegoría que deshistorice todo. Al contrario.
Esto es lo mejor de la película, creo: el equilibrio (quizás, mejor, un vaivén)
entre lo micro y lo macro (polis, cosmos).
De ahí también
algunas debilidades, entendibles por la magnitud del desafío. Si aplicamos una
clave realista, parece imposible aceptar, por ejemplo, la pelea a trompadas en
el aula entre un profesor que acaba de traicionar a su agrupación y un alumno
trosco insoportable (demasiado caricaturesco, es cierto). No es solo que yo no
lo haya visto jamás, ni tenga referencia de ello: es difícil pensar que pueda
ocurrir, por varias razones; especialmente, porque es muy malo dejar ese hilo
suelto en la trama (ambos serían sumariados de inmediato, y expulsados, en
particular el docente, no por razones de justicia, de aplicación del estatuto,
etc., sino porque su propia exagrupación no podría dejar pasar la
oportunidad de vengarse de él; el alumno, en cambio, podría
ser defendido por el centro de estudiantes y, con algunas negociaciones,
salvado).
También es poco
verosímil que una chica tan joven como el personaje de Romina Paula sea adjunta
de una cátedra; pero es verdad que esto se explica por su relación —afectiva,
sexual, política— con el titular, Acevedo (dicho sea de paso, este apellido
recuerda fonéticamente, y quizás alude, al verdadero nombre que se esconde
detrás del ya famoso Manteca Di Nápoli, en The Palermo Manifesto,
de Esteban Schmidt).
Paula observa el irresistible ascenso de Roque. |
Es decir, estas
posibles incongruencias pueden dejarse de lado en virtud del lado abstracto de
la película. Más aun: hacen a ese lado abstracto (entendido en
este caso como antirrealista).
Menos
justificable, quizás, es el relato en off que explica algunas
partes de la trama. Parece injertado después de algunas dudas tras ver una
versión sin él o tal vez sea una influencia del Mariano Llinás de Historias
extraordinarias. Algunas de esas acotaciones pueden ser más útiles que
otras (habría que analizarlas una por una); pero para mí casi siempre son
innecesarias. Me parece que hay que arriesgarse a confiar en el poder
comunicativo de lo visual y de los diálogos que, por otra parte, son todos muy
buenos, entre la espontaneidad de los jóvenes y la sentenciosidad de los
adultos.
En este sentido,
la puesta en escena visual es de una gran precisión. Hay que seguir con mucho
cuidado el sistema de las miradas: primero la de Roque, en su rápida etapa de
aprendizaje; la de Acevedo, cuando capta el potencial del este «pibe nuevo»; la
de Paula, cuando los ve hablar a solas; la de Acevedo, cuando va descubriendo
la relación de Roque y Paula, etc. Los edificios universitarios son mostrados
como laberintos (lo son en varios sentidos) derruidos. Se remarca el contraste
entre la quintita de Acevedo y los lugares marginales donde
viven los demás personajes (la pensión; el padre de la primera novia de Roque,
que le da alojamiento; Paula; después, Roque y Paula). También habría que
anotar, en esta cuestión de las relaciones de simetría entre niveles, la
relación exitosa (e inescrupulosa) que Roque tiene con las mujeres.
Cambio de parejas. |
Volviendo a la
política, lamento que a Julia Mengolini la pusiera «nerviosa no entender quiénes eran o no
peronistas…»; queda claro todo el tiempo, pero entre esa estética
abstractiva de la película y el deseo de no querer ver (sobre todo, las
alianzas culposas), bueno, pues no se ve… No es que se resalte sólo la rosca por
sobre la ideología; es la hipótesis, mucho más fuerte, de que la
primera cuestiona (o directamente destruye) a la segunda; la idea, por qué no
ingenua, de que no deberían convivir. Una utopía, quizás, pero allí está.
En este sentido,
puede ser cierto lo que dice Oscar Cuervo sobre la presencia en la
película de una «distancia sarcástica del discurso impugnador de la política
desde una superioridad moral». Yo le sacaría las palabras sarcástica y superioridad;
pero hay distancia y hay moral, y el final (que no conviene contar, ya se sabe)
propone precisamente eso: otra moral. ¿Por qué no sería posible eso? En todo
caso, otros tendrán que dar las respuestas; o lo que es más fácil, negar las
preguntas (lo más habitual). Pero las preguntas quedan hechas, y el pragmatismo
del poder no alcanza para negarlas; al contrario, las reafirma, aunque quiera
refugiarse en las determinaciones de la estructura o en la necesidad
seudosartreana de «ensuciarse las manos».
La realpolitik y
la ética no se pueden combinar tan fácilmente.
(Publicado en la revista digital El Gran Otro, enero de 2012.)
Muy buena tu reseña.
ResponderEliminarA mi me gusto mucho la película pero me dejó frió la escena final. Seguro que soy yo el que no la entendió pero para mi el personaje de Roque toma una decisión que no es coherente con si mismo.
Perdón, Francisco, por no contestarte antes. No sé por qué recién ahora veo el comentario. Gracias. No creo que sea cuestión de entender. Justamente, el personaje se ve ante una alternativa de hierro y responde. Es uno el que debe opinar, como vos lo hacés, con todo derecho. Me parece que es una interpelación al espectador: ¿qué harías vos?, ¿es posible que eso ocurra?, ¿no cambiarían muchas cosas si eso ocurriera más seguido? Ahora que lo pienso, me recuerda a una obrita de Brecht que se llama "El que dijo sí, el que dijo no". Gracias otra vez.
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