sábado, 5 de noviembre de 2011

La canción es la misma


(reseña de La canción de Carla, de Ken Loach)

Ken Loach nació en Londres en 1936. Estudió derecho en Oxford. Fue actor y ayudante de dirección. En 1963 empezó a trabajar en la BBC, donde dirigió series y documentales. Su primer largometraje, Pobre vaca (Poor Cow), de 1967, fue una de las tardías derivaciones del free cinema inglés, versión insular de la nouvelle vague francesa. En 1983 sufrió la censura gubernamental de una serie de documentales, A Question of Leadership. En general, los thatcherianos ochenta no le fueron muy propicios. En los noventa, en cambio, sus trabajos de ficción (Agenda secreta, Riff-Raff, Raining Stones, Tierra y libertad) tuvieron un gran éxito, paralelo al de su colega y contemporáneo Stephen Frears, con el que tiene varios puntos en contacto, menos el de haber tentado suerte en Hollywood (con los relativamente pobres resultados conocidos).
No deja de ser asombroso y esperanzador asistir al trabajo de un tipo que no ha transado con las corrientes principales de la estética y la ideología de este fin de siglo, lo que antes se llamaba el “sistema”, el establishment, la burguesía, el poder, etc. La canción de Carla es un bello ejemplo de esto, y un ejercicio sólido del más deliberado anacronismo: un relato ambientado en la Nicaragua de 1987, en la guerra “sucia” de la CIA y sus “contras” contra un pueblo revolucionario. Ni tan lejano para ser historia (como casi lo es el tema de Tierra y libertad, la Guerra Civil Española) ni tan cercano como para estar a la moda en algún ámbito posible.
Pese o gracias a esto mismo, Carla’s Song se sostiene en dos firmes columnas: sensibilidad sin sentimentalismo y una cuidadosa planificación  de cada detalle. La elaborada sencillez del relato no debe engañar, cada momento tiene su motivación y tendrá su repercusión en otro momento. (Al respecto, prefiero no ser redundante y remitir al lector al excelente debate entre los miembros de la redacción, reflejado en este mismo número.)
Anoto, sí, un elemento importante: el actor Robert Carlyle, George en La canción..., es también el protagonista de Riff-Raff. Si bien su extracción social parece más cercana a la clase media en decadencia de Raining Stones, su mera presencia enlaza fuertemente ambas películas (y, por esta última característica, las tres películas). En cierta forma, el obrero rebelde de Riff-Raff es el chofer rebelde de La canción...
Sin embargo, hay en Loach un cierto cambio estético. En Agenda secreta, Riff-Raff, Raining Stones, había una imagen distanciada, a veces hasta borrosa, mucho más cercana al documental, lo que les daba una paradójica fuerza incluso a ciertas escenas intimistas; pienso, por ejemplo, en el momento de Raining... en que la hija que trabaja le da un poco de plata al padre desocupado y él se pone a llorar cuando se queda a solas. (Beatriz Sarlo, en una nota de Página/12, hizo un interesante paralelismo entre Riff-Raff y El juego de las lágrimas, que se había estrenado para la misma época, claro que con más éxito. La primera salía favorecida, precisamente por ese “realismo” casi de non-fiction.)
Ya en Tierra y libertad la imagen cambia un poco. Una foto más clara, una cámara más “quieta”, situaciones que bordean lo melodramático (sobre un fondo de tesis que no renuncia a cierto esquematismo) socavan la estética anterior, más ortodoxamente brechtiana. Parece que Loach ha elegido profundizar en ciertas instancias comunicativas más directas; sus resultados, en términos emocionales, son evidentes. Se podría objetar (con ánimo contradictor) que esta última elección se acerca peligrosamente al chantaje afectivo, al que Hollywood nos tiene acostumbrados. La canción de Carla, me apresuro a responderme a mí mismo, no es eso. No hay final feliz, no hay consolaciones fáciles ni conciencias tranquilas. Hoy por hoy, es mucho.
Parece que Loach ha vuelto, para filmar, dicen, una comedia, a la Glasgow extraordinariamente descrita en la primera mitad de La canción... Habrá que esperar, entonces, qué nueva propuesta nos depara este cineasta que sabe ser fiel a sí mismo sin repetirse y arriesgándose. Lo cual, en tiempos cambiantes, es la única forma de ser fiel a uno mismo.

(Publicado en la revista La Vereda de Enfrente, 1997.)


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